La violencia política, en el punto ciego de la Transición
 «Los episodios de violencia policial protagonizados por unas Fuerzas de Orden Público que experimentaron una evolución lenta y con notables resistencias hacia los parámetros que definen a las Fuerzas de Seguridad en un Estado democrático.»

 

La violencia política, en el punto ciego de la Transición
Víctor Aparicio
 

El interés social, político, mediático y cultural por la Transición española se ha visto incrementado de forma notable en las últimas décadas. Desde que en los años 90 se rompiese el pacto no escrito sobre no recurrir al pasado como argumentario y elemento discursivo de las principales formaciones políticas, el periodo de tránsito de la dictadura franquista a la democracia parlamentaria se convirtió en una cuestión clave. Por otro lado, el impulso de los esfuerzos memorialistas, ya fuera por la preocupación y sensibilización crecientes hacia las víctimas del terrorismo de ETA –sobre todo a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco en julio de 1997–, o hacia las víctimas de la dictadura franquista –desde la exhumación de la fosa de Priaranza del Bierzo (León) y la creación de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en el año 2000–, emplazó a las víctimas de fenómenos diferenciados de violencia política a una posición más relevante. Ello alimentó el debate sobre el papel de dichas víctimas, sobre la violencia política acaecida en periodos diversos de nuestra historia reciente, o sobre las cuestiones de la memoria y los relatos sobre el pasado. De esta forma, según la interpretación del historiador italiano Enzo Traverso (Melancolía de izquierda), desde los años 80 en Europa «una figura antes discreta y modesta irrumpe en el centro de la escena: la víctima. En su mayor parte anónimas y silenciosas, las víctimas invaden el estrado y dominan nuestra visión de la historia. […] Esta empatía por las víctimas ilumina el siglo XX con una nueva luz, al introducir en la historia una figura que, a despecho de su omnipresencia, se había mantenido siempre a la sombra». En palabras del también historiador Javier Rodrigo (Políticas de la violencia), se dio paso a la «era de la víctima de la violencia», y esta última adquirió «categoría absoluta».

Acontecimientos más recientes como el estallido de la crisis económica en el año 2008, la irrupción del Movimiento 15-M en 2011, la aparición o impulso de partidos de nuevo cuño, como Ciudadanos o Podemos, o la abdicación de Juan Carlos I en 2014, apuntalaron una serie de transformaciones sociopolíticas. Todo ello vino acompañado por el auge de determinadas corrientes de

opinión muy críticas con lo que de forma peyorativa se denominó «Régimen del 78», lo cual contribuyó a fomentar un amplio debate sobre el origen y las supuestas carencias del sistema democrático que nos rige en la actualidad. Entre estas críticas se encontraba la afirmación de que un supuesto «relato hegemónico» sobre el proceso de democratización en España habría destacado su carácter pacífico y obviado los elevados niveles de violencia política alcanzados en la segunda mitad de los años 70. La «Transición pacífica» se contraponía, así, a una «Transición violenta». Más allá de lo apropiado o no de la tesis y la terminología, lo cierto es que la Transición española se ha convertido en una especie de «hito fundacional» del actual sistema democrático, y son frecuentes las apelaciones a este proceso, principalmente desde tribunas políticas y mediáticas, bien para defenderlo o ensalzarlo, bien para cuestionarlo o denostarlo. En no pocas ocasiones la violencia política juega un papel destacado en este debate.

La historiografía no ha sido ajena al interés por el proceso de tránsito a la democracia. El recomendable estudio de Gonzalo Pasamar acerca de la producción cultural e historiográfica sobre la Transición, La Transición española a la democracia ayer y hoy (2019), indica cómo desde los años 90 se produjo un asentamiento más sólido de los estudios historiográficos sobre este periodo. Por ejemplo, desde el cuestionamiento de aquellos relatos tradicionales que primaban el papel de las élites políticas y económicas en el proceso de democratización y el carácter consensual de éste, se fueron introduciendo nuevas interpretaciones que ponían en primer plano los aspectos conflictuales, las protestas y las movilizaciones populares como elementos motores de la Transición. A su vez, de forma paulatina, se fueron realizando estudios desde perspectivas y enfoques novedosos que abordaban temáticas que anteriormente habían quedado en un segundo plano. Así, la violencia política se convirtió en un objeto de interés, de tal forma que investigaciones más recientes otorgan a este fenómeno mayor relevancia y centralidad, y ponen en evidencia las imprecisiones de aquellos relatos que habían subrayado, si bien no de forma absoluta, el carácter pacífico del proceso.

«Los episodios de violencia policial protagonizados por unas Fuerzas de Orden Público que experimentaron una evolución lenta y con notables resistencias hacia los parámetros que definen a las Fuerzas de Seguridad en un Estado democrático.»

De este modo, la bibliografía actual sobre la violencia en la Transición es relativamente amplia, y ha contribuido a la superación de algunas lagunas.

Hoy conocemos mucho más sobre la actividad de las organizaciones terroristas de distinto signo –independentistas, de extrema izquierda o de extrema derecha– y sus intentos de desestabilizar o frenar el cambio de régimen. También sabemos que ese empleo de la violencia terrorista tuvo un resultado adverso al pretendido, ya que acabó consolidando el proceso y, con la excepción de ETA, deslegitimando las opciones políticas que la defendían. Por otro lado tenemos un mejor conocimiento, todavía insuficiente, sobre los frecuentes episodios de violencia policial protagonizados por unas Fuerzas de Orden Público que experimentaron una evolución lenta y con notables resistencias hacia los parámetros que definen a las Fuerzas de Seguridad en un Estado democrático. Asimismo, queda fuera de toda duda la sombra del golpismo, esto es, la amenaza permanente que determinados sectores de las Fuerzas Armadas dirigieron contra el proceso de democratización, que se manifestó con episodios como la llamada «operación Galaxia» o el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, pero cuya trascendencia va mucho más allá de estos acontecimientos concretos.

Según las investigaciones más solventes, como la realizada por la historiadora Sophie Baby (El mito de la Transición pacífica), el número de víctimas mortales provocados por las diferentes expresiones de violencia política ascendería a 714, de las cuales 536 serían atribuibles a la «violencia contestataria» y 178 a la «violencia de Estado». Las dimensiones de este fenómeno convierten a la Transición española en una de las más sangrientas de la llamada tercera oleada democratizadora. A su vez, animan a interpretar este periodo como un ciclo de violencias en sí mismo, lo que permite su comparativa con otros periodos convulsos de la historia reciente y contribuye al desarrollo mismo de la historiografía sobre la violencia política en España, incorporando una nueva temática a los estudios clásicos, centrados principalmente en el obrerismo revolucionario, la movilización y la violencia durante la II República, la Guerra Civil, el franquismo y su represión, y el terrorismo. Sin embargo, consideramos que hoy en día aún quedan muchos aspectos por conocer sobre el impacto real de la violencia política en la Transición, lo que sigue siendo, en cierto modo, uno de los «puntos ciegos» del proceso, como indicase Sophie Baby.

Falta conocer, por ejemplo, con mayor precisión, las dimensiones de las tramas policiales y parapoliciales que operaron entonces, el funcionamiento de los mecanismos de represión y las conexiones de las Fuerzas de Seguridad con grupos y sectores ultras. La tarea se revela difícil debido a la dificultad de acceso a archivos y fuentes primarias. Asimismo, aún existe una gran cantidad de asesinatos sin resolver, no solamente atribuidos a la violencia policial, sino también a la de signo terrorista. Por otro lado, conocemos con bastante detalle los ciclos y las cifras de la violencia política, información sobre víctimas y victimarios –más sobre estos últimos que sobre las primeras. Deberíamos indagar más en el estudio de la violencia como imaginario, como elemento que permea la vida política y el cuerpo social en su conjunto, como referente simbólico que atraviesa las ideas, los discursos y los comportamientos de los protagonistas del cambio, desde la sociedad civil hasta los Gobiernos de la Transición, pasando por organizaciones políticas y sindicales. Es decir, ser capaces de trascender el binomio víctima-victimario y atender a otros actores u espacios que, lejos de ser periféricos o tangenciales, se insertan en el centro mismo del acto violento y de los mecanismos que éste desata. Sería importante, por último, atender a las demandas de las víctimas, resolver de forma satisfactoria las exigencias de verdad, justicia y reparación y, de forma complementaria pero no por ello menos importante, ofrecer un relato cada vez más sólido y riguroso sobre este periodo, que nos ayude a entender con mayor precisión las consecuencias de la violencia política acaecida durante el proceso de Transición y a gestionar de forma óptima la memoria de lo ocurrido.


Fuente → galde.eu

banner distribuidora