Teresa Claramunt, una pionera anarquista silenciada por la historia


 
Nacida dos años antes de la creación de la Primera internacional, Claramunt vivió un contexto marcado por un movimiento obrero en formación y un anarquismo en auge. Pionera del feminismo obrerista, será de las primeras en plantear la necesidad de la organización autónoma de mujeres anarquistas, un legado que unos años después de su muerte recogería la organización Mujeres Libres

Teresa Claramunt, una pionera anarquista silenciada por la historia / Adrià Cluet

El 12 de abril de 1931 sería un día intenso en Barcelona. Un domingo de jornada electoral que terminaría, el siguiente martes, con la proclamación de la Segunda República. El día empezaba con un acontecimiento que contrastaba con la euforia con la que sería recordada la jornada. A las 10 de la mañana, en el actual Cementerio de Montjuïc tendría lugar el entierro de la líder anarquista Teresa Claramunt. La militante de la CNT y futura ministra de la República, Federica Montseny , acompañaría a Claramunt en la última época de su vida y describiría así la situación “Al paso del féretro frente a los diferentes centros republicanos las banderas con colores de la República, que ondeaban en los balcones, se inclinaban saludando al cortejo qué iba haciéndose mayor[…] fue una gran manifestación de luto de todo el mundo obrero, confederal y libertario”.

Por aquellas fechas, el periodista Francisco Madrid escribía que el nombre de Teresa Claramunt “vagaba por los labios de la gente con la misma devoción que en París se pronunciaba el nombre de Louise Michel, y que se pronunciaba en Alemania el de Rosa Luxemburgo”. Había muerto la que sería considerada pionera del anarquismo feminista en el Estado español.

Chincha de fábrica

Teresa Claramunt nace en 1862 en una familia obrera de Sabadell. Eran años donde las migraciones de familias trabajadoras por temas laborales estaban a la orden del día, y aunque nació en la ciudad vallesana, pasó diez años de su infancia en la ciudad aragonesa de Barbastro. La escolarización femenina, en aquellos años, era una posibilidad casi exclusiva de las familias burguesas, ya que en las casas más humildes, en muchos casos, necesitaban a sus hijas para el trabajo doméstico. El analfabetismo femenino llegaba al 86% y es que ir a la escuela no fue obligatorio hasta el año 1857, a través de lo que se conoce como Ley Moyano donde se establecería la escolarización obligatoria entre los seis y los nueve años . La ley marcaría también el castellano como lengua única y haría fuertes distinciones entre la escolarización masculina y femenina. Mientras que a los niños se les impartía clases de agricultura, comercio o industria, las niñas recibían una educación encarada a las labores del hogar, la maternidad y la religión. Este hecho marcará profundamente la vida de Claramunt que a lo largo de su militancia política pondrá en el centro la formación femenina. 

'Chinxa de fábrica' era el mal nombre con el que se referían a los niños y niñas que trabajaban en fábricas durante aquellos años. Acompañando a sus padres oa sus madres, se dedicaban, sobre todo, a barrer 

Chincha de fábrica era el mal nombre con el que se referían a los niños y niñas que trabajaban en fábricas durante aquellos años. Acompañando a sus padres oa sus madres, se dedicaban, sobre todo, a barrer. Teresa Claramunt, antes de ser tejedora, sería durante esos primeros años, seguramente, una de estas chinches . Primero en Barbastro y después, con diez años y ya de nuevo en Sabadell en las fábricas textiles de la ciudad. Eran años de fuerte crecimiento de la industria textil y Sabadell era una de sus ciudades de referencia. En este sentido, cada día era más habitual la presencia de mujeres en las fábricas: los propietarios querían mantener los bajos salarios, y vieron una posible solución con la feminización de las plantillas.

En paralelo a la niñez y adolescencia de Teresa Claramunt, el movimiento obrero vivía años marcados por la organización. Un 28 de septiembre de 1864 se fundaría, en Londres, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) conocida, también, como Primera Internacional. Esto marcaría la realidad obrera de la época y en consecuencia, también, la de la ciudad de Sabadell, donde las ideas relacionadas con el federalismo o el obrerismo ya tenían una fuerte presencia. Giuseppe Fanelli que, enviado por Bakunin, llegaría a España con el objetivo de difundir la línea anarquista de la AIT, vio en la ciudad vallesana un territorio idóneo por posibles adhesiones.

De las fábricas a los ateneos

A sus 21 años, Teresa Claramunt, participó por primera vez en una huelga. Corría el año 1883 y en Sabadell se iniciaría la que se conoce como huelga de las siete semanas. Los obreros a través, sobre todo, de la Unión de Trabajadores de La Lana, reclamaban la reducción de la jornada laboral. Aunque en un primer momento se metería sobre la mesa la jornada de ocho horas, a lo largo del conflicto se reclamaría la jornada de diez. Las fábricas cada vez contaban con más con avances tecnológicos, pero no todos se veían beneficiados por igual. Una hoja clandestina que circulaba por Sabadell aquellos días decía “es muy justo que nosotros disfrutamos, también, como el industrial disfruta, de los avances introducidos en la industria a través de la ciencia, y es justo que sea el descanso por nuestra instrucción premio al que aspiramos”. Por último, la huelga acabaría sin éxito y uno de los principales motivos sería la escasa participación de mujeres. Su presencia fue muy escasa tanto en la preparación de la huelga como, en general, en la afiliación a los sindicatos de oficio. Este hecho marcaría profundamente Claramunt que unos años después, en el Ateneo Obrero de Sabadell se dirigía así a los hombres asistentes: “¿No es verdad, compañeros, que le gusta oír y hablar de revolución social? […] ¿Cómo es que en este Ateneo sois más de trescientos los que se llaman anárquicos y somos tan pocas las asociadas? Todos tienen mujer e hijas o hermanas, pues si sois como se decían anárquicos, ¿por qué no las llevan a nuestra federación?”. 

Claramunt impulsaba la creación de la Sección Varia de Trabajadoras Anarcocolectivistas, organización pionera en el asociacionismo femenino en un momento en el que, buena parte del movimiento obrero, se aferraba a la máxima de que la lucha de clases llevaría a la emancipación total , también en cuestiones de género

Con esta idea, y también en el Ateneo Obrero de Sabadell, Claramunt impulsaba la creación de la Sección Varia de Trabajadoras Anarcocolectivistas, organización pionera en el asociacionismo femenino en un momento en que, buena parte del movimiento obrero, se aferraba a la máxima de la que la lucha de clases llevaría, automáticamente, a la emancipación total, también en cuestiones de género. Esta primera experiencia fue marcada por la importancia de la formación femenina: los domingos, el espacio semanal reservado a ir a misa, sería sustituido por encuentros de formación entre mujeres. Para Claramunt, la educación era condición indispensable para la emancipación “compañeras, nosotros que somos las más necesitadas de la asociación, porque somos las más víctimas y las más explotadas, permanecemos desunidas: es que toda la vida tenemos que estar así? No, queridas mías, debemos asociarnos para instruirnos, y si no lo hacemos, pobres de nosotros”. A partir de esta experiencia, la lucha por la organización autónoma de mujeres obreras fue una constante en la vida de Claramunt y que intentaría, sin éxito, impulsar organizaciones anarquistas femeninas en el marco de la AIT y más tarde de la CNT . Claramunt abriría el camino que en 1936 recorrerían Mujeres Libres .

Claramunt, como el resto de líderes femeninas de la época, pasaron, durante aquellos años, de los mítines en cajas de fábricas, a los mítines en ateneos, cooperativas y teatros. Era la década de los ochenta del siglo XIX y empezaba a estar normalizada cierta ocupación del espacio público por parte de mujeres. Un camino que, previamente, abrirían corrientes como el espiritismo, que tenían una fuerte presencia durante esos años. “El espiritismo forma parte del complejo magma de alternativas formuladas en contra de una sociedad católica y autoritaria que con la aparición del sistema fabril se revela caduca y es necesario revolucionar”, explica Dolors Marín en el libro Espiritistes i Lliurepensadores . Con esta idea y señalando a la institución eclesiástica ya los sacerdotes como culpables de la perversión de la religión, nace la figura de médium “una mujer que habla a todos, que es el centro de la sabiduría, una nueva profetez urbana”. El espiritismo, junto con la masonería y el republicanismo vertebraban el movimiento librepensador, una forma de organización atravesada, sobre todo, por el anticlericalismo y que tenía, en aquellos años, una gran capacidad de movilización. Es en este contexto, y debido a los fracasos derivados de los intentos de organización de mujeres obreras, que Claramunt comienza a interesarse por otras vías de organización femenina donde confluye con otras ideas heterodoxas del momento. Así pues, a través de su amistad con la espiritista Amalia Domingo Soler y con la librepensadora Angeles López de Ayala formarían en 1889 la Sociedad Autónoma de Mujeres, una organización articulada en torno al librepensamiento anarquista y republicano. A través de veladas pedagógicas y actos de propaganda se convirtieron, en poco tiempo, en referentes por otros núcleos que nacerán en el resto del Estado Español.

"Ni compasión ni misericordia"

El declive de la AIT o Primera Internacional, estuvo marcado sobre todo por la derrota -y posterior represión- de la Comuna de París. Así lo cuenta Kristin Ross en el libro Lujo Comunal. El imaginario politico de la Comuna de París : “La verdadera causa de su muerte [de la Primera Internacional] fue la reacción que siguió a la Comuna, una auténtica contrarrevolución a escala continental que se mantuvo durante las décadas de 1880 y 1890”. Aunque en Cataluña, la vinculación con la Primera Internacional aumentó después de la experiencia de la Comuna, también lo haría la ofensiva represiva. Teresa Claramunt lo viviría de primera mano y en 1883, con su característica contundencia afrontaba el primer consejo de guerra en el que fue acusada. “Como estamos en el siglo XIX y se trata de hechos en los que no he tomado parte, no tengo nada que decir en este tribunal. No pido compasión ni misericordia, porque soy enemiga que la clase obrera inspire tal sentimiento”, declaraba ante un juzgado militar.

Desde ese momento, la represión tendrá un papel principal en la vida política de Claramunt, que en 1896 se enfrentará a lo que se conoce como Proceso de Montjuïc , donde se le acusaba, con muchos otros compañeros, estallido de una bomba contra la procesión del Corpus. Terminaría encarcelada en Montjuïc, que en aquellos años se conocía como Castillo Maldito por las torturas y humillaciones que si practicaban. Tras este encarcelamiento y en consecuencia de las torturas que viviría, sufrirá unos temblores que le acompañarán el resto de su vida. Además, el Castillo Maldito también la marcaría ideológicamente, ya que consideraba que, durante este proceso, el sector más cercano al librepensamiento le había abandonado. En palabras de Laura Vicente, historiadora y experta en la vida de Claramunt “pasó de la inocente confianza en los trabajadores que desencadenarían la revolución y en el librepensamiento con el que había colaborado, a una ideología intransigente y purista que despreciaba a las masas por su falta de conciencia revolucionaria”. 

Relegada a los márgenes de la historiografía, la escasez del estudio de la vida de Claramunt, supone una representación clara de la realidad del anarquismo en el estudio de la historia en Cataluña 

Con la entrada del siglo XX, ya través de la influencia del sindicalismo francés de la CGT, buena parte del movimiento anarquista sustituye a las bombas por la huelga general. Murray Bookchin explica que en estos años "menos algunos destacados anarquistas que seguían defendiendo la "propaganda por el hecho" la mayoría había abandonado los métodos terroristas como estrategia de acción directa". Fue en esa época donde Teresa Claramunt se reivindica como una de las máximas defensoras de la huelga como estrategia de lucha. Por este motivo, la derrota obrera sufrida en la huelga general de 1902 fue aún más dolorosa y provocaría casi la desaparición del movimiento anarquista. En los años que van de la huelga de 1902 en la Semana Trágica, el movimiento libertario ve la necesidad de empezar a desarrollar un sindicalismo fuerte. Con esta idea, y debido al estado ruinoso en el que se encuentran las asociaciones sindicales en ese momento, nace, en 1907, la federación Solidaridad Obrera, predecesora de lo que sería tres años más tarde la CNT. En un primer momento, Claramunt rechazaría este nuevo sindicalismo representado por Solidaritat Obrera, alegando que se estaban defendiendo posturas moderadas, ya que tanto ella como su compañero Leopoldo Bonafulla entendían que el sindicalismo debía ser únicamente anarquista y dejar fuera a otras ideas políticas. Aunque su posición de disconformidad sobre este nuevo sindicalismo continuaría presente a lo largo de su vida, después de la Semana Trágica y exiliada en Zaragoza, Claramunt fue una de las impulsoras de la adhesión de la Federación Obrera de Zaragoza a la CNT .

Los últimos años de la vida de Claramunt fueron marcados por su débil estado de salud. Ya en Barcelona iría perdiendo poco a poco movilidad hasta quedarse casi incapacitada. Vivía en una situación de precariedad generalizada, en la que los únicos ingresos que recibía serían por parte de las colaboraciones solidarias de sus compañeros. La casa de su hermana, lugar en el que pasaría los últimos años de su vida, se convertiría en un lugar de peregrinación donde la visitarían personajes de la talla de Emma Goldman. Además, los sábados asistían chicas jóvenes, ya que "se reunían con un puñado de viejas, que nos contaban sus vidas, descripción de las cuales escuchábamos con deleite, aspirante a vivir situaciones similares", explicaba una joven Federica Montseny.

Relegada a los márgenes de la historiografía, la escasez del estudio de la vida de Claramunt supone una representación clara de la realidad del anarquismo en el estudio de la historia en Cataluña. Como diría Xavier Diez, "sobre la base de los historiadores de la Renaixença, tratan de establecer una interpretación del pasado coherente con determinados intereses de clase", lo que hace que encontramos, así, "una historia en la que Cataluña representa esta sociedad ordenada y burguesa que considera el anarquismo como una anomalía”.


Fuente → directa.cat

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