“Después, alguien nos dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada. Y al olvidar lo malo, los españoles olvidamos también lo bueno. No parecía importante porque, de repente, éramos guapos, éramos modernos, estábamos de moda… ¿Para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria?”
—“Los besos en el pan”, Almudena Grandes—
Decidieron que, tras la dictadura, se debía implantar la democracia. La dinámica, muy sencilla: dejar claro que “para alcanzar la democracia haremos una Transición y en ella tenéis que olvidar el pasado. Olvidar el pasado es fundamental para entrar en la democracia. No pidáis justicia ni reparación por los crímenes cometidos, olvidar es lo que tenéis que hacer porque tenemos que entrar en la democracia”.
La Transición española no fue modélica, fue cruenta y fue sangrienta. Fue una gran mentira. ¿Cómo queréis que olvidemos los crímenes franquistas si son nuestros ancestros, personas con nuestro mismo ADN, quienes los sufrieron? La reivindicación de la justicia y la reparación es la lucha que nos han impregnado, seguiremos luchando por ellas hasta que agotemos las últimas fuerzas. Seguiremos gritando hasta quedarnos sin voz y sacando a la luz la verdad.
No se pueden olvidar el sufrimiento, el dolor, las violaciones, las torturas ni las vejaciones. No se pueden olvidar las purgas, el exilio, las risas ni los señalamientos. No vamos a olvidar a nuestra gente, que fue asesinada en nombre de una Justicia embustera. No podemos olvidar a las mujeres violadas ni a las rapadas, a los torturados e hinchados a hostias por el simple hecho de desear una vida en libertad para sí y sus allegados, por defender la República, por tener unos ideales distintos al de Franco el genocida.
No se puede olvidar a aquellas niñas ni a aquellos niños que tuvieron que dejar de estudiar para ponerse a trabajar, limpiando casas o limpiando botas. O cogiendo leña. Adolescentes que tuvieron que cambiar los pupitres y los libros por cargar sacos de leña para dar de comer a sus familias, que fueron abocadas a la pobreza. ¿Cómo va a olvidar una madre que le robaron a su hija o a su hijo recién salido de su vientre y le dijeron que nació sin vida? ¿Cómo va a olvidar el padre de Maravilla que fuese violada y asesinada? ¿Cómo va a olvidar una mujer su violación por una ley impuesta para tal fin? Toda violación tiene la misma importancia, sea cometida tanto en 2012 o en 2020 como en el 36 o en el 39. El daño ocasionado en una violación debe ser reparado porque a una mujer le quitaron la dignidad, le vulneraron y le jodieron la vida. ¿Cómo va a olvidar un hijo que su padre salió de la cárcel con un tiro en la cabeza o asesinado en una brutal paliza? ¿Cómo puede una persona olvidar algo así? No se puede olvidar, se tiene que reclamar justicia.
Estamos hastiados de escuchar que no dejamos el pasado en paz, que estamos siempre recordando. Por supuesto que vamos a recordar el pasado: son los nuestros y son nuestra historia. Vamos a seguir haciéndolo porque en esas fosas y cunetas que se están excavando está nuestra gente. Lo seguiremos haciendo por el abuelo, que le costaba dormir por la noche porque recordaba las torturas y las palizas; por la abuela, que gritaba cuando tenía pesadillas sobre la violación. No vamos a olvidarlo porque así lo pretendiera la Ley de Amnistía del 77, en plena Transición, ni porque lo pretendan quienes la defienden, que prefieren ampararse en esta anomalía democrática española que decretó la prescripción de los crímenes franquistas y la imposibilidad de juzgarlos, crímenes atroces y sistemáticos contra la población civil española para aplicar las políticas de una dictadura fascista y, por tanto, crímenes de lesa humanidad. Y los crímenes de lesa humanidad, los que actúan en contra de la humanidad, teóricamente no prescriben.
No vamos a olvidar el genocidio del pueblo español por parte de la represión franquista porque la Justicia todavía no ha obrado en favor de las víctimas y de su reparación. Cuando una mujer nos cuenta que la violaron entre cinco durante esta época nos duele en el alma y recordamos que estas violaciones en masa también se perpetraron en el 39 o en el 42 a las mujeres de rojos. En ningún caso son recuerdos agradables pero forman parte de nuestra historia y de nuestra gente. ¿Por qué íbamos a recordar sino la historia de Dolores?
Dolores iba todos los días a llevar comida a su marido, a quien metieron en la cárcel por no tener una ideología fascista, para que el hombre tuviera al menos algo caliente que poder llevarse a la boca. También le llevaba ropa limpia. Un día, dos guardias decidieron que Dolores era un juguete, que no tenía derechos por ser la esposa de un rojo, y la violaron entre los dos. Dolores fue violada simplemente por ir a llevar ropa limpia y comida a su marido. No obstante, tuvo que volver a llevarle comida y ropa, cruzándose diariamente con los guardias que la habían violado. Uno de tantos días, uno cualquiera, le devolvieron la comida y la ropa que llevó y le dijeron que su marido no la necesitaba porque había recibido lo que se merecía. Lo que merecía, según aquellos represores franquistas, era ser tiroteado en la tapia del cementerio y arrojado a una zanja.
Dolores, violada y humillada, viuda, sin saber dónde llorar el cuerpo de su marido, tuvo que sacar adelante a sus tres hijos mientras era señalada en el pueblo por ser “la mujer del rojo”. ¿Cómo vamos a olvidar esto que ocurrió sistemáticamente en la sociedad española? Nadie con un mínimo de moral puede hacerlo y ninguna persona que se tilde de democrática debe hacerlo. Mucho menos decir “Voy a olvidarlo porque vamos a entrar en la democracia, porque España tiene que ser un país moderno, porque eso son historietas del pasado”. No, en España se reclama justicia y se promueve que recordemos, que esa parte de la historia se conozca, que se les permita contarla a quienes la padecieron.
Memoria tienen todas y todos porque estas historias habitan en su corazón, en sus pesadillas, en su sangre, en sus ojeras. Tienen memoria y entienden que los violadores y los asesinos deberían haber sido juzgados y haber entrado en la cárcel. No hablemos ya de la humillación de tener que pasar por una calle que tiene el nombre del torturador o del asesino de tu padre o de tu madre, ni de la deshonra de acudir actualmente a misa en la iglesia que ostenta una cruz de los caídos, esa que homenajea al bando sublevado pero no a tu familia asesinada por él. O pasar por delante de esa casa que sabes que pertenecía a tu familia, hasta que un señorito del pueblo se la quitó y se la quedó porque le salió de sus franquistas narices. Esas tierras que labraban tus abuelos pero que se las expropiaron por ser rojos, esa finca que debía ser tuya pero sigue siendo de los descendientes del señorito. Una humillación tras otra, en su época y en esta, por no haberse hecho justicia.
No se puede olvidar, como tampoco se puede seguir permitiendo que nuestra sociedad solo conozca la historia de los vencedores. En España hubo dos bandos, desgraciadamente, y se tienen que conocer los hechos y la situación de ambas partes. Una de ellas se dio a conocer ampliamente y además se halagó, la de los sublevados y fascistas vencedores. Por ella han habido, de hecho, cientos de monolitos y placas honoríficas diseminados por todo el territorio nacional, que en algunas zonas como el País Valencià están siendo paulatinamente retirados pero en otras comunidades todavía permanecen. A la otra parte, por el contrario, se la dejó en el olvido y no se permitió a las víctimas contar la verdad.
Se va a contar la historia de las personas exiliadas, que supieron la fecha en que marchaban pero jamás supieron cuándo volverían a la España que tanto apreciaban, cuándo se reencontrarían con la gente que tanto querían. Ni si en algún momento podrían hacerlo. Se va a contar que decenas de miles de personas no murieron por ser “unos delincuentes” ni como pena por haber cometido delito alguno, que se les arrebató su vida por buscar la libertad, una vida mejor para sus hijas e hijos.
Se va a contar la parte acallada de la historia porque debemos conocer los casos de mujeres que fueron violadas, de las mujeres que fueron rapadas, de los niños y niñas robados, la gente torturada, la gente exiliada, quienes sufrieron la expropiación de sus casas y sus tierras y todas aquellas personas que no podían mostrar públicamente cómo eran en realidad. Toda la sociedad española debe memoria a todas estas personas y a quienes están aún en fosas, pozos y cunetas.
No podemos olvidar porque estas personas son nuestros ancestros, su misma sangre circula por nosotros. Queremos que se haga justicia, esa misma justicia que se les niega año tras año y por eso mismo no son estas historias del pasado. No podemos olvidar que nuestros ancestros murieron cuando se les antojó a sus oponentes ideológicos y sin haber cometido delito alguno, que murieron por defender la libertad en España.
No nos pidáis que olvidemos porque no podemos olvidar las injusticias ni las vulneraciones de los derechos humanos. No nos vamos a poner la venda en los ojos que nos entregó el franquismo para que la Transición apretase el nudo bien fuerte. Vamos a contar la verdad, vamos a gritar si hace falta y vamos a manifestarnos. Nadie puede lograr que nos callemos porque mientras no logremos justicia haremos ruido; música para los oídos de familiares de las víctimas y para demócratas, alboroto a la vista de los vestigios franquistas que hoy respiran.
Haremos que todo el mundo oiga el ruido, así las generaciones actuales y futuras conocerán lo que pasó en España; sabrán que aquí hubo una generación perdida, violada, torturada y vejada. Una generación asesinada, la de nuestros ancestros. Sus descendientes estamos aquí para hacerles homenajes y lograr la justicia que merecen y se les negó.
Desgraciadamente, siempre aparece la anémona de turno con que “es mejor olvidar el pasado”, que al parecer nunca fue al colegio ni tuvo una asignatura obligatoria que se llamaba Historia: si puedes olvidar que asesinen de un tiro en la cabeza a tu madre, a tu abuelo o a un miembro de tu familia no podemos hacernos cargo de tu enfermedad neurodegenerativa, únicamente de ser mentalmente fuertes para seguir reclamando justicia por su asesinato. No nos pidáis que olvidemos porque no se puede olvidar la vileza franquista, menos aún cuando vemos la impunidad de los criminales que le dieron rienda suelta.
La vulneración de los derechos humanos por parte de la represión
franquista espera su resarcimiento. Sus víctimas esperaron y esperan
justicia, nuestra historia necesita reparación y nuestra sociedad
necesita conocer íntegramente la verdad de lo que ocurrió. A las
personas que fueron represaliadas se les honra; se les tiene respeto,
consideración a sus familias y se reclama justicia por los crímenes de
los que fueron víctimas. Eso vamos a seguir haciendo, ahora y siempre,
porque ante las ignorantes e intolerantes demandas de olvido de miles de
crímenes inhumanos la justicia es la única respuesta que existe.
Fuente → nuevarevolucion.es
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