La pertinaz sequía del franquismo duró apenas un año. El aislamiento internacional fue mayoritariamente voluntad del régimen y los desastres de la guerra no fueron tan grandes como para no poder remediar los llamados años del hambre en España, una década larga en la que muchos españoles vivieron en la miseria y con serias dificultades para comer. Tres mitos utilizados por Franco quedan comprometidos por una investigación de Miguel Ángel del Arco, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada. Del Arco cambia además un paradigma: no fue hambre lo que ocurrió en España, sino hambruna, un concepto más amplio y con más consecuencias sociales. El estudio del historiador granadino, realizado gracias a una beca Leonardo de la Fundación BBVA que se le concedió a finales de 2020 y que tiene previsto convertir en libro, concluye que el régimen franquista justificó las dificultades de aquellos años a partir de un relato falso, obviando la propia y gran contribución a la pésima calidad de vida de miles de personas.
Tras la Guerra Civil (julio de 1936 a abril de 1939) y hasta los primeros años de la década de los cincuenta, el país, especialmente el sur, sufrió tremendas dificultades para recuperarse y la vida se volvió muy difícil. Son los años del hambre, que la dictadura justificó con esas tres excusas. Primero, las consecuencias de la guerra. Con el paso del tiempo, esta dejó de tener sentido. El régimen miró al cielo y encontró entonces la “pertinaz sequía”. Cuando esta se desgastó, Franco miró fuera del país y encontró su tercera razón: el aislamiento internacional. La dictadura siempre encontró razones externas para justificar el desastre pero, como explica Del Arco, los motivos estaban siempre dentro, en sus propias decisiones.
La pertinaz sequía es un concepto perfectamente construido, sonoro y eficaz. Las personas de cierta edad posiblemente no puedan evitar recomponerlo cuando oyen una u otra palabra por separado. Y, sin embargo, nunca ocurrió. Los años del hambre transcurren desde 1939 hasta 1952. Aún sin registros oficiales de lluvia en aquellos años, Del Arco ha podido reconstruir la situación. “No es posible hablar de sequía persistente” aunque, asegura, sí fue especialmente seca la temporada agrícola 1944-45, lo que “el régimen aprovechó para justificar una década de miseria”. La realidad es que la agricultura no daba abasto para cubrir las necesidades porque “el rendimiento por hectárea cayó en picado. Entre otras razones, porque no había fertilizantes químicos, resultado del deseo de no comprar en el extranjero, ni orgánicos, ya que la cabaña ganadera está muy menguada por la guerra y el hambre”.
La autarquía
“El problema de España en la posguerra es el sistema económico elegido voluntaria e ideológicamente por Franco: la autarquía, con una grandísima inspiración en la Alemania nazi y en la Italia de Mussolini. Franco —con una gran desconfianza hacia Francia o Inglaterra, principales socios comerciales de España entonces— se consideraba superdotado para la economía y creía que él podría arreglar la situación tras la guerra”. Un gran error que, para Del Arco, marca el futuro del país en esos años. La idea era: España es autosuficiente y nos sobrará para exportar. Con ello y con un gran ejército, dice Del Arco, “España sería imperial”. Todo tan fuera de la realidad como comprobaron en sus propias carnes miles de familias. En la década de los cincuenta, “Franco deja de opinar sobre economía y llegan los tecnócratas”, narra el profesor, con lo que la situación económica mejora.
Los años del hambre, explica Del Arco, habría que llamarlos de la hambruna. Este historiador no entiende el desinterés de la historiografía española por esta década y a este fenómeno. “Un solo libro de texto menciona el término en la ESO”, afirma. Hambruna, frente a hambre, supone mucho más que morir por no comer: incluye también fallecimientos causados por enfermedades inducidas por el hambre y una alimentación deficiente. La hambruna provoca, además, un severo empobrecimiento de los grupos más vulnerables, con las consecuencias presentes y futuras que eso supone. Del Arco recuerda que el historiador Stanley Payne cifró en 200.000 muertos los fallecidos por desnutrición o enfermedades derivadas de ello en los cinco años siguientes a la guerra. La cifra de Payne no puede cotejarse con datos oficiales porque no existen.
Los otros dos argumentos, aislamiento internacional y consecuencias de la guerra, son igualmente negados por Del Arco, quien explica que los estragos no fueron tan grandes para explicar tanta miseria. “Hubo destrucción importante de viviendas, de infraestructuras de comunicaciones pero, sobre todo, de capital humano, con la marcha de tanta gente al exilio. Pero parte del territorio donde estaban los republicanos no sufrió tanto porque estos, en su retirada, no destruían lo que dejaban atrás. Se nota mucho en País Vasco y Cataluña”.
El aislamiento internacional es la excusa final. Se utiliza abarcando un periodo grande de años: primero, se abraza a las consecuencias negativas derivadas de la Primera Guerra Mundial y, después, tras la Segunda, “al ostracismo al que, según el régimen, la comunidad internacional somete a España”. 1945 fue para el historiador un año con bastante presión contra Franco. “El régimen peligró en cierto modo” y recurre entonces a un relato según el cual la comunidad internacional se olvida de España. La realidad, según Del Arco, es otra: comerció con Argentina y con países del Este y se alejó voluntariamente de Francia e Inglaterra, además de dejarse ver con la Alemania nazi. Esa decisión política, “como sabía el régimen”, dice Del Arco, no podía tener otra consecuencia que un alejamiento de la comunidad internacional.
Del Arco concluye recordando que el régimen, además, se negó a recibir ayuda. En 1941, la comunidad religiosa de los cuáqueros americanos ofrece ayuda a través del embajador español en Washington. La respuesta de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de Asuntos Exteriores entonces, fue significativa: “Dígale que no la necesitamos”.
Aprovechados y beneficiados
No todo fue miseria en la dictadura. El cierre total al libre mercado da paso, como efecto secundario, a la llegada de iluminados y a la de favorecidos por el dedo gubernamental. Entre los primeros figuraba Filek, un austriaco casado con una granadina, Mercedes Domenech, que en 1940 convenció a Franco de que era capaz de convertir agua de río en gasolina, para lo que necesitaba apoyo económico. El dinero lo recibió pero la magia nunca se hizo. José Luis Arrese, gobernador de Málaga, convenció a Carmen Polo de las bondades de los bocadillos de carne de delfín para acabar con el hambre en Málaga. Arrese ascendió a secretario general del movimiento aunque ningún menú incluyó nunca esos bocadillos. Entre los favorecidos, aquellos que por su cercanía al régimen conseguían licencias exclusivas para importar ciertos productos, estuvo el caso del yerno de Franco, el Marqués de Villaverde, que se dedicó un tiempo a la venta de motos de moda: las vespas.
Fuente → elpais.com
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