Hasta hace poco el programa de Vox podía resumirse en un hilo de Twitter. Las 100 medidas para la España Viva, un documento lanzado en otoño de 2018, se ha utilizado como la base de la propuesta programática de todas las campañas electorales —europeas, generales, autonómicas, municipales— a las cuales ha concurrido la formación liderada por Santiago Abascal en el último trienio. En su hermetismo, representaba a la perfección la máxima interiorizada por las nuevas extremas derechas: «soluciones sencillas para problemas complejos».
Sin embargo, con motivo de Viva 21, la «fiesta» organizada en Madrid el pasado mes de octubre, a ese programa tan telegráfico se ha añadido un nuevo documento, Agenda España, una especie de actualización que, en palabras de Abascal, se propone como «una respuesta a las agendas globalistas que pretenden la destrucción de las clases medias, la liquidación de la soberanía de las naciones y el ataque a la familia, la vida y las raíces comunes de Occidente». Lo que es interesante plantear es si con Agenda España Vox simplemente ha reforzado y ampliado su propuesta ideológica o si la ha modificado parcial o sustancialmente. El tema, obviamente, no es baladí y puede incidir en la evolución futura del partido.
Extrema derecha 2.0, versión española
Tras sus primeros éxitos electorales se ha debatido mucho acerca de la naturaleza de Vox. No cabe duda de que, con respecto a otras formaciones de extrema derecha, el partido de Abascal tiene algunas peculiaridades. Por un lado, a diferencia de la Liga Norte, el Frente Nacional o el Partido de la Libertad austriaco, Vox nace a finales de 2013 como una escisión de la derecha conservadora. Es cierto que la voluntad inicial, bajo el liderazgo de Alejo Vidal-Quadras, de ser el «PP auténtico» se ha visto trastocada por los fracasos electorales y el partido ha virado hacia una derecha más radical y desacomplejada, pero es cierto también que sus principales dirigentes están vinculados estrechamente al aznarismo. Ese es un background cultural y político.
Por otra parte, su avance electoral no se debe tanto a razones económicas —en los años más duros de la crisis Vox no despegó— ni a lo que Pippa Norris y Ronald Inglehart han definido como cultural backlash —aunque estos temas cobrarían especial relevancia en su discurso—, sino a la cuestión nacional: Vox ha representado, sobre todo en 2018 y 2019, una reacción ultranacionalista española a la apuesta secesionista del independentismo catalán y, especialmente, a los acontecimientos de otoño de 2017. Asimismo, ideológicamente tiene divergencias o matices nada desdeñables en comparación con otras formaciones de extrema derecha en temas como la economía, los valores y la geopolítica.
Ahora bien, todo esto no significa que no podamos considerar a Vox un miembro de la extrema derecha 2.0, una familia global que tiene una cierta heterogeneidad ideológica dentro de unos márgenes bastante bien definidos. Según Astrid Barrio (Vox, la fin de l’exception espagnole, París, Fondation pour l’Innovation Politique, 2019), por ejemplo, los pilares de la propuesta ideológica de Vox son un nacionalismo exacerbado, el nativismo, el tradicionalismo, el antifeminismo, el liberalismo económico, el securitarismo y un moderado euroescepticismo.
Asimismo, Carles Ferreira («Vox como representante de la derecha radical en España: un estudio sobre su ideología», Revista Española de Ciencia Política, 51/2019) ponía de relieve que los elementos centrales de la ideología del partido de Abascal son el nacionalismo, el nativismo, el autoritarismo y la defensa de los valores tradicionales a los cuales añadía también, en una posición sin embargo secundaria, el neoliberalismo y el populismo, subordinado este último a la retórica nacionalista. En síntesis, más allá de las diferencias, la sintonía con el grueso de las propuestas del lepenismo, el trumpismo, los polacos Ley y Justicia, Alternativa para Alemania o Fidesz de Orbán es evidente.
De la ‘España Viva’…
En el primer documento programático que Vox dio a conocer en 2018, las 100 medidas para la España Viva, entre ataques a la «derechita cobarde» y la «veleta naranja», formuló una síntesis ideológica que, como ha apuntado Xavier Casals («Vox, Chega e a ultradireita peninsular», en Cecília Honório y João Mineiro (eds.), Novas e velhas extremas-direitas, Lisboa, Parsifal, 2021), amalgamaba elementos de cuatro áreas políticas. En primer lugar, incorporó temas ya presentes en la agenda de los populares, radicalizándolos: desde el rechazo al aborto, al matrimonio homosexual y a las leyes de memoria histórica hasta la devolución de las competencias de las Comunidades Autónomas al Estado central.
En segundo lugar, adoptó temas propios de la extrema derecha española tradicional, como la reivindicación de la españolidad de Gibraltar o la oposición a las autonomías. En tercer lugar, incorporó cuestiones de la nueva ultraderecha europea: desde el control de la inmigración y la islamofobia a la denuncia de la supuesta «ideología de género» y el euroescepticismo en la línea de los países miembros del grupo de Visegrado. Finalmente, asumió algunas de las ideas trumpistas, como el eslogan «Hacer España grande otra vez» —transliteración del Make America Great Again—, la construcción del muro en Ceuta y Melilla que debería pagar Marruecos y la centralidad de las guerras culturales.
El nacionalismo esencialista se ha presentado como uno de los elementos nucleares de su discurso. Según Vicente Rubio-Pueyo (Vox: ¿una nueva extrema derecha en España?, Nueva York, Rosa Luxemburg Stiftung, 2019), se trata de la retórica del viejo nacionalismo español mezclado con el identitarismo de nuevo cuño. A las referencias constantes al catolicismo y la cristiandad que denotan unas ciertas nostalgias imperiales —el Cid, Hernán Cortés, la Reconquista, la Conquista de América— se suman los ataques a la que se considera la anti España, representada tanto por los partidos nacionalistas o independentistas —para los cuales se pide la ilegalización— como por las formaciones de izquierdas.
Los enemigos exteriores son los inmigrantes y las élites globalistas que socavan la soberanía nacional.
Si estos son los enemigos interiores, los enemigos exteriores son los inmigrantes, que representan una amenaza para el pueblo español, y las élites globalistas, que, además de llevar a cabo un supuesto plan para la sustitución étnica de la población blanca y cristiana europea, socavan la soberanía nacional. Según Vox, los inmigrantes ilegales o los que han cometido delitos graves tienen que ser expulsados: la inmigración debe responder solo a necesidades económicas y debe privilegiar a los países que tienen vínculos culturales, históricos o lingüísticos con España. Los musulmanes, en la práctica, quedan excluidos a priori.
A todo esto cabe añadir una serie de valores tradicionales que radicalizan el conservadurismo clásico. Ahí tienen centralidad tanto la defensa de la España rural —representada por el toreo y la caza— como el punitivismo, con propuestas que van desde la cadena perpetua hasta la ampliación de la legítima defensa. Y, también, la importancia otorgada a la familia tradicional como célula básica de la sociedad y las referencias a la masculinidad que se siente amenazada por el feminismo y la «ideología de género» hasta el punto de defender propuestas como la eliminación de las leyes contra la violencia machista.
Desde el principio no ha faltado tampoco, conectada con el proyecto recentralizador, la voluntad de poner fin a cualquier financiación pública a partidos, sindicatos y fundaciones o las referencias a una supuesta «dictadura progre» que censuraría la libertad de expresión e impondría una educación ideologizada, por lo que se propone el llamado pin parental.
Finalmente, en la economía la propuesta defendida por Vox ha estado marcada por el ultraliberalismo. En las 100 medidas para la España Viva se proponía, por ejemplo, la bajada generalizada de los impuestos, la supresión de los de sucesiones y patrimonio, la reducción del impuesto de sociedades, la simplificación en dos tramos básicos del IRPF, la desregulación del suelo o la privatización parcial del sistema de pensiones. La atención a las personas con rentas más bajas se reducía casi únicamente a las ayudas para las «familias naturales», conectándose claramente a la apuesta por la natalidad hasta el punto de pedir la creación de un Ministerio de la Familia.
…a la ‘Agenda España’
En el nuevo documento programático, Agenda España, Vox refuerza en gran medida estas ideas, explayándose un poco más en cada una de ellas. Se pone el acento en la existencia de una supuesta agenda globalista que comportaría, entre otros corolarios, la censura de la libertad de expresión y la llamada cultura de la cancelación. No se trastocan, en suma, las ideas-fuerza de su propuesta política, pero sí hay unos cuantos matices nada desdeñables en algunas cuestiones. Principalmente en los temas económicos, el partido de Abascal da un giro, parcial y limitado, hacia el llamado Welfare Chauvinism, el Estado de bienestar solo para nativos: se propone, por ejemplo, la subida de salarios, la construcción de vivienda social pública, el aumento del gasto sanitario o mayores inversiones en sanidad, educación, dependencia, pensiones e infraestructuras.
Todo se conecta con algunos de los pilares del discurso de Vox: por un lado, la llamada «prioridad nacional», es decir, la exclusión de los inmigrantes, y la necesaria apuesta por la natalidad; por el otro, la reducción del «gasto político innecesario», es decir, el sistema autonómico, que tachan de «Estado de bienestar de los políticos».
Asimismo, se dedica un apartado a la «España verde» en que se mantienen la mayoría de las apuestas ya presentadas, como el nuevo Plan hidrológico nacional o la defensa de la política agraria y ganadera. Pero, en una evidente operación de greenwashing en tiempos de transición verde, se pone de manifiesto también la necesidad de la conservación del medio natural sin que el peso recaiga sobre los hombros de los españoles y sin la necesidad de imponer impuestos verdes. Vox conecta todo esto con una mayor incidencia en la protección de la producción nacional con nuevos aranceles al estilo de Trump y, en un momento de encarecimiento de la energía, llega a proponer una especie de autarquía energética.
Vox subraya la primacía del derecho nacional sobre el comunitario, aplaudiendo la sentencia del Tribunal Constitucional de Polonia.
En lo que concierne a la política internacional, si bien sigue manteniéndose firmemente anclada al atlantismo, el documento muestra los lazos que el partido ha ido tejiendo en el último trienio en los ámbitos europeo y transatlántico. En primer lugar, Vox se sitúa ahora claramente en la línea de los países del grupo de Visegrado: no solo se opone genéricamente a una mayor integración europea defendiendo una comunidad de «naciones libres» y soberanas, sino que pide un nuevo tratado europeo que devuelva el protagonismo a los Estados, subraya la primacía del derecho nacional sobre el comunitario —aplaudiendo la sentencia del Tribunal Constitucional de Polonia— y pide que se defienda la historia, las tradiciones y la identidad cristiana de Europa, al hilo del manifiesto que ha firmado el pasado mes de julio junto a otra docena de formaciones ultraderechistas de la UE.
En segundo lugar, se desarrolla el concepto de Iberosfera y se pide la difusión de la Carta de Madrid, una respuesta a la «amenaza totalitaria y globalista» del Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, que le ha granjeado ya varios apoyos en América Latina.
En la senda de la ultraderecha polaca
En síntesis, si en otoño de 2018 Vox era todavía un partido de novatos en el ámbito internacional y por esta razón no se mojaba mucho, ahora puede alardear de contactos estables. En las relaciones transatlánticas, los lazos tejidos al principio por Rafael Bardají con el mundo conservador yankee —que le granjearon la atención de Steve Bannon y la invitación a Espinosa de los Monteros en la importante Conferencia de Acción Política Conservadora a principios de 2019— se han reforzado y se han expandido en América Latina gracias a la creación de la Fundación Disenso. Asimismo, la participación en el encuentro organizado en Roma, en febrero de 2020, por la Fundación Edmund Burke, ha mostrado cómo Vox se movía en las coordenadas del nuevo nacionalconservadurismo propuesto por el intelectual israelí Yoram Hazony y se codeaba con Giorgia Meloni, Viktor Orbán y Marion Maréchal Le Pen.
Vox está más cerca de Giorgia Meloni y Marion Maréchal que de Matteo Salvini y Marine Le Pen.
De hecho, Vox ha ingresado en el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos junto a Hermanos de Italia y los polacos de Ley y Justicia. Ideológicamente, su sintonía es mucho mayor con estos partidos —y con Orbán, que de momento va por libre— que con los de Identidad y Democracia. Vox está más cerca de Meloni y Marion Maréchal que de Salvini y Marine Le Pen. No es casualidad que figuras cercanas a Vox —aunque el partido lo desmienta oficialmente— hayan abierto la sede madrileña del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política de la nieta del fundador del Frente Nacional.
Volviendo, pues, a la pregunta que nos hacíamos al principio, la evolución ideológica de Vox entre 2018 y 2021 representa bien su incorporación al escenario europeo e internacional. No se han trastocado, en síntesis, las ideas-fuerza enucleadas ya en las 100 medidas para la España Viva. Más bien se ha desarrollado un poco más un programa que era muy rudimentario y se ha dado un leve giro hacia algunas medidas sociales, sin por ello alterar el claro enfoque neoliberal en temas económicos. Debido también al contexto político español e internacional, marcado por la pandemia y la aprobación del Next Generation EU, Vox ha querido resituarse matizando algunas propuestas que lo dejaban en fuera de juego, mirando al modelo de la ultraderecha polaca y de los conservadores norteamericanos.
Fuente → politicaprosa.com
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