La historia de los rastreadores de la memoria silenciada

El proyecto ‘Mapas de memoria’, impulsado por la Diputación de Ciudad Real y liderado por un grupo de antropólogos, ha conseguido localizar a través de la historia oral y archivos municipales 53 fosas comunes y casi 4.000 represaliados en la provincia durante el franquismo

La historia de los rastreadores de la memoria silenciada / Julio Núñez

Jorge Moreno siente que su trabajo como antropólogo social y documentalista durante los últimos años se parece más al de un detective que al de un investigador universitario. De la mano de un equipo de 12 colegas académicos, maestros y vecinos, ha rastreado toda la provincia de Ciudad Real en busca de pistas documentales y, sobre todo, testimonios de familias de los represaliados del franquismo que le ayudasen a encontrar dónde están enterradas los centenares de víctimas que la dictadura se llevó injustamente por delante durante la postguerra. “Mientras los arqueólogos intentan buscar los restos, nosotros intentamos buscar el recuerdo. Es eso lo que te va a ayudar a encontrar la fosa donde está enterrado, pero también quién era esa persona y cómo fue asesinada”, explica Moreno. La gran diferencia entre este grupo de antropólogos y un agente policial es que para este parte de un cadáver y busca información de cómo tuvo lugar dicho crimen, y para ellos encontrar el cuerpo es el destino final. Recuerdos, fotografías, cartas, archivos municipales e historias de sepultureros han sido el hilo que les ha conducido a encontrar a 3.457 fusilados en la provincia –3.937 si se contabilizan a los vecinos de Ciudad Real asesinados y enterrados dentro y fuera de la misma– y 53 fosas. Pero no solo eso, también han recogido el sufrimiento y la angustia de unos familiares que, en muchos casos, no habían podido acceder a sus muertos.

Recuperar esa memoria y dibujar con ellas mapas que expliquen qué pasó durante aquellos años es el fin del proyecto Mapas de memoria, impulsado por la Diputación de Ciudad Real y en el que participan el departamento de Antropología Social y Cultural de la UNED, el Centro Internacional de Estudios de Memoria y Derechos Humanos (también de la UNED) y la Universidad Complutense. El recorrido de este grupo de investigación comenzó en el año 2011 con el proyecto Todos los nombres de la represión de posguerra en Ciudad Real. Esta investigación de largo recorrido ha sido el germen de Mapas de memoria, un espacio de investigación, creación e intervención social. El objetivo ha sido establecer puentes que nos permitan comprender la memoria, la violencia y el trauma, así como dignificar a las personas que fueron desaparecidas o silenciadas por la represión franquista”, cuenta el socialista José Manuel Caballero, presidente de la Diputación Provincial de Ciudad Real.

Germinal Fernández sostiene unn retrato de su padre Vidal, fusilado el 23 de noviembre de 1944.Jorge Moreno Andrés

La investigación cuenta con dos líneas de actuación que en la mayoría de las veces se han llevado a cabo simultáneamente. Recoger los testimonios de las familias de las víctimas para recuperar sus biografías y saber dónde pueden estar enterradas; y señalizar las fosas comunes donde estos represaliados fueron sepultados para luego, en la medida de lo posible, exhumarlas.48

Parte de la labor de estos investigadores es entrelazar la información oficial con los relatos de los afectados. “Ponemos a dialogar la información que encontramos en las casas [de los familiares de las víctimas] con la información que encontramos en los archivos. Muchas veces lo que dicen los documentos de los juicios sumarísimos son declaraciones [de los prisioneros republicanos] hechas bajo tortura. Hay que poner muy en entrecomillas lo que dice el victimario de la víctima”, subraya Moreno. Pero encontrar a las familias no es una tarea fácil. En muchas ocasiones solo disponen de un nombre. Para solventar eso, los antropólogos inspeccionan los registros civiles de los pueblos para hacer un esquema de parentesco del asesinado: con quién estuvo casado, sus padres y hermanos hasta completar un árbol genealógico de tres generaciones hasta la actualidad. “Otra posible pista es encontrar [en ese árbol] a un familiar con el mismo nombre que el muerto. Eso quiere decir que [esa persona] se puede hacer preguntas de por qué se llama así. Y a partir de esos familiares, buscamos los recuerdos”, dice el antropólogo.

Listado de fusilados de Abenójar (Ciudad Real).Colección particular de Teófilo Navas

También utilizan varios canales para que los familiares se pusieran directamente en contacto con ellos, a través un buzón electrónico o anuncios en redes sociales y artículos de prensa. Así fue cómo supieron quién era Miguel Velasco, un médico asesinado y enterrado en la fosa de Almagro del que solo sabían que su oficio le llevó a Córdoba y Cádiz. “No aparecía. Un día, alguien de Zaragoza nos llamó porque se había enterado de que se estaba abriendo una fosa y el nombre de Miguel Velasco aparecía en EL PAÍS”, cuenta Moreno. La hija de Velasco, Gertrudis, seguía viva en una residencia en Las Rozas (Madrid). “Fue como una auténtica máquina del tiempo encontrar a una persona así. Nos relató que, cuando mataron a su padre, entraron en su casa y quemaron todos los libros que tenía”, añade. Moreno relata parte de la entrevista cuando la visitó:

― ¿Cómo fue?

― Me acuerdo, cuando me enteré, estar con mi abuelo en la cocina llorando los dos. Unos meses después, murió de pena. Y yo me quedé sola.

Junto a los recuerdos también se encontraban objetos comunes que, debido a la historia que los envuelve, se han convertido en amuletos de las familias: El anillo que Gumersindo Molina, muerto en Ciudad Real en 1942, fabricó artesanalmente en la cárcel de Almodóvar del Campo para su novia o la carta que Vicente Verdejo escribió en una cajetilla de cigarros antes de morir en 1940 en Valdepeñas. Para darlos a conocer, la Diputación de Ciudad Real ha creado la exposición itinerante Las pequeñas cosas, también disponible en formato virtual en la web del proyecto.

Los objetos que rescataron vidas

El antropólogo confiesa que entrar en las casas de las familias es como encontrar piezas de un puzle aún por montar y cuyo dibujo final, siempre es un mapa del lugar donde se encuentra la fosa. Pero hallarlas tampoco es una tarea fácil. La mayoría de los asesinatos fueron cerca de cementerios. En algunos casos, si el detenido se había confesado, se enterraba en una fosa dentro, pero si no, fuera de este. “¿Qué pasa con los cementerios?, que son espacios móviles. La construcción de nuevos nichos provoca que las fosas del interior desaparezcan. Es un trabajo muy difícil ver cuál ha sido el movimiento [de reformas y ampliación] del cementerio para ver si la fosa está o no está”, cuenta Moreno. Un ejemplo es el de la localidad de Almagro, donde había dos, una dentro del camposanto y otra fuera. Esta última se encontraba intacta y ha sido la que se ha podido exhumar en mayo de 2021. “Cada lugar es un mundo y hay que estudiarlo de manera precisa”, analiza.

Las 53 fosas de Ciudad Real localizadas

El próximo paso del proyecto Mapas de Memoria es terminar de señalar los enterramientos que han localizado, muchos aún por excavar. “El objetivo es que las 53 fosas de la provincia se encuentren debidamente señalizadas, abriendo la posibilidad para realizar las exhumaciones correspondientes en aquellos lugares que sea posible su apertura si así lo demandan los familiares y las condiciones técnicas lo permiten”, comenta el presidente de la Diputación. En algunas de las que ya lo han sido, como en la de Almagro, se ha realizado una instalación artística bautizada con el nombre de Rostros desvelados. En ella, conforme los arqueólogos encontraban los restos de un fusilado colgaban la silueta genérica de una cara con el nombre del difunto debajo. 26 en total. Y en el momento en el que los antropólogos encontraban a la familia y localizaban una foto del asesinado, se retiró la silueta y se puso la foto de la víctima con su nombre.

La historia de estos rastreadores de la memoria silenciada ha rescatado del posible olvido recuerdos desgarradores como estos: “Bajo una encina [los militares] les dieron un último cigarro a fumar y mi abuelo les dijo que su novia estaba embarazada y quería que en el pueblo supiesen que era hijo suyo. Mi abuela vivió toda su vida con miedo”. “Mataron a mi padre y a mi madre la llevaron para que se despidiera. En mi familia todas las mujeres fueron a la cárcel... y todos los hombres al cementerio”. “Un día de los que iba mi hermano Enrique a llevarle la comida le dijeron que ya no la necesitaba. Los mataban sin avisar”. La mayoría, recogidos en dos volúmenes (Todas las fosas de posguerra en Ciudad Real y Para hacerte saber mil cosas nuevas), reflejan que esa memoria no está muerta e inspiran esperanza a las familias de estas víctimas que esperan a que se las reconozca como tales.


Fuente →  elpais.com

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