Nacido en Almería en plena posguerra (1943), Jorge Rueda no se consideraba fotógrafo sino “alguien que hacía fotos”, con un “sarcástico y desangelado talante agrio-cínico que, según se dice, tan desagradablemente me caracteriza”. Instalado en Madrid para estudiar diseño industrial, pronto se interesó por la capacidad subversiva de la fotografía. En 1965 comenzó a colaborar con el recién creado grupo de Los Goliardos, precursor del teatro independiente en España, que trataba de cambiar la sociedad montando obras de vanguardia. “Aparecía por los ensayos, tomaba fotos, desaparecía y después les entregaba los originales. Nunca quiso cobrar por su trabajo, porque consideraba que el grupo defendía las ideas y posiciones críticas que él mismo portaba en estandarte”, según Aura Rojas-Facio, responsable de la Fundación Goliardos.
Una de las obras del grupo que tuvo mayor resonancia de público y crítica fue La boda de los pequeños burgueses , creación colectiva adaptando en clave esperpéntica un texto de Bertolt Brecht que ridiculiza la tosca moralidad que induce una sexualidad de baja estofa, sirviendo las fotos de Rueda para el cartel, catálogo y publicidad. Por entonces también colaboraría con Tábano, otro de los grupos teatrales más políticamente agresivos, que superaría con Castañuela 70 el límite de lo permitido.
El tercer mundo de Madrid, por Jorge Rueda en la revista ‘Triunfo’ en 1968.
En 1968 Rueda entró como redactor gráfico en el semanario Triunfo, el más progresista de los medios de comunicación tolerados por el régimen. Uno de sus primeros encargos fue mostrar “el tercer mundo oculto en Madrid”, que coexistía con el incipiente consumismo, con duras imágenes del contraste. Ese verano participó en la serie de artículos de Luis Carandell sobre “Las playas del sol”, viajando juntos por la costa andaluza para fijarse en cómo el nuevo disfrute de vacaciones playeras modificaba la cultura tradicional. La escasa remuneración, los encargos que no se valoraban adecuadamente y la falta de acreditación de la autoría de cada foto, le llevaron a abandonar esta revista a fines del mismo año.
Las playas del sol, por Jorge Rueda.
Concentración de apoyo al Caudillo
En diciembre de 1970, al extenderse internacionalmente las protestas ante las seis condenas a muerte dictadas en el Proceso de Burgos contra los etarras acusados de matar a un policía torturador, el régimen organizó un acto masivo de “afirmación patriótica” en la Plaza de Oriente para apoyar al dictador. Rueda contará años después: “Si tenía que hacer fotos en la calle a expresiones nacionales, me vestía de falangista... desconocían los efectos del ojo de pez a veinte centímetros de una cara, y desconocían mis intenciones. Ni siquiera yo las tenía claras aquel día en la Plaza de Oriente, cuando tuve que cantar —las conté— diecisiete veces el ‘Cara al sol’. Acabé tostao... Sabía ciertamente que estaba sujetando estampas del pasado y que más adelante hubiera lamentado habérmelo perdido... Me fascina cualquier especie en extinción. Aquellas fotos siguen dormidas, casi nadie las ha visto completas”.
Rueda capturaría la grotesca actitud de unos engreídos personajes
rebosantes de odio hacia los aplastados republicanos, consiguiendo las
que pueden ser más ilustrativas imágenes de la histeria del bando
nacional décadas después de su conquista del poder
Así, camuflado entre las huestes franquistas, Rueda capturaría la grotesca actitud de unos engreídos personajes rebosantes de odio hacia los aplastados republicanos, consiguiendo las que pueden ser más ilustrativas imágenes de la histeria del bando nacional décadas después de su conquista del poder. Evidentemente, no se podían publicar en la España de Franco, y Rueda las envió a los Cuadernos de Ruedo Ibérico, que, dirigida por el anarquista José Martínez en París, aglutinaba a los intelectuales republicanos, tanto exiliados como residentes en el interior. Para estos, era necesario firmar con seudónimo para evitar represalias, y Rueda firmó su reportaje gráfico como Pizzi. Nunca reconocería en público haber sido el autor, debido a conservar una “psicosis represiva y no fiarse un pimiento de las democracias a plazos”, como diría en 1977.
La vía del fotomontaje revulsivo
Dedicado hasta ese momento a la fotografía documental o realista, que él definía como encontrada, a partir de 1971 imprimiría un giro a su trabajo, cuando le propusieron fundar y dirigir la revista Nueva Lente, foro de una nueva generación de fotógrafos. Allí fue publicando fotomontajes (a menudo utilizando como modelos a miembros de los grupos de teatro) y las imágenes escénicas que llamaba inventadas, “distintas aunque iguales” de las encontradas, de las que se diferencian en que “no tienen la obligación de corresponderse con la apariencia de las cosas, sino con su significado, su emotividad o su intención”.
“La posible carga crítica de cada foto responde a mis visiones,
parciales y subjetivas, pero que configuran mi expresión”, afirmó Rueda
en 1975
El fotomontaje, técnica fotográfica desarrollada por los dadaístas como revulsivo contra el arte domesticado, sería luego aplicado a la lucha política por artistas como el antinazi alemán John Heartfield y el republicano valenciano Josep Renau. Sobre este uso como arma social, Rueda diría en 1975 que “la posible carga crítica de cada foto responde a mis visiones, parciales y subjetivas, pero que configuran mi expresión”. Su obra mostraba una actitud sarcástica y antirrepresiva, distorsionando con lúcida frialdad el machismo, la obsesión sexual y el militarismo. Por su carácter metafórico y surrealista, superaron el filtro de la censura, desplegando una doble lectura de su contenido subversivo.
Las miserias de la prensa
En septiembre de 1977, Nueva Lente dedicó un número a los reporteros de prensa del franquismo final. A quince se les sometió a un cuestionario sobre la prensa de la época. Rueda, oculto bajo su antiguo seudónimo Pizzi, respondería que “es un instrumento de control y manipulación de masas al servicio del poder y del orden establecidos”. Respecto a la imagen en los medios de comunicación: “Es otro elemento más para conducir el agua donde conviene a quien paga o manda”.
Jorge Rueda, mago en Salamanca en 1974.
Demetrio E. Brisset
Consideraba que “el fotógrafo-lumpen es quizás más ‘para la prensa’ que ‘de prensa’, siendo así que el compromiso del editor no traspasa la pequeñez de pagar a desgana, con mucho retraso y a precios de risa solo las fotos que aparezcan publicadas (es decir, tres)”. Desdichadamente, no parece que la situación actual sea mucho mejor, salvo que se suele reconocer la autoría de las fotos, aunque siga habiendo piratería sobre sus derechos.
En 1978 seleccionó para el Festival de Arlés la muestra de nueva fotografía española que causaría sensación internacional.
“Me regodea la aureola de maldito”
Anarco-individualista (decía “formo un grupo individual”), Rueda era tan austero que rayaba en lo espartano, complementando sus magros ingresos profesionales con la venta de objetos en el Rastro. Vivía en una minúscula buhardilla del madrileño barrio de las Letras, hasta que en los años 80 se trasladó a un molino abandonado en la serranía de Ronda, carente de electricidad. Abandonó la fotografía durante años, para luego intentar dedicarse a “bodas, bautizos y funerales”.
Con la irrupción de la cibernética a finales del siglo, consiguió dominar la técnica del fotomontaje digital, para crear un fabuloso e inquietante universo visual desde su aislamiento serrano, del que a veces salía para impartir talleres y conferencias.
Finalmente, obedeciendo sus instrucciones, tras la incineración sus cenizas fueron arrojadas a un contenedor de basura. En 2004 había escrito: “Me consuelo con la copla de que a los genios no nos hace nadie caso, hasta que no llevemos al menos diez años bajo tierra y pasamos a ser posteridad”. Su momento ya ha llegado.
Fuente → elsaltodiario.com
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