Republicanismo y valencianismo de izquierda
 
 El historiador Ferran Archilés, especializado en nacionalismos, hace un repaso a la evolución del valencianismo político —movimiento que nació con dos demandas muy concretas, la defensa de la lengua como factor identitario y su reconocimiento en la esfera institucional, y la exigencia de un autogobierno— desde sus orígenes hasta la aprobación del Estado de Autonomía en 1982, en el que quedarían plasmados los dos objetivos históricos, pero se imposibilitó el avance hacia la construcción nacional valenciana . Este artículo forma parte de una serie de colaboraciones con La Fènix Universidad Popular
 
Republicanismo y valencianismo de izquierda
Ferran Archilés

Republicanismo y valencianismo político no son sinónimos. No todo el republicanismo —valenciano— fue valencianista. Además, no todo el valencianismo fue de izquierdas. Pero en el País Valenciano, el republicanismo tenía una sólida tradición desde el siglo XIX, como también la tenían las tradiciones conservadoras entre las clases populares, no en último lugar. El republicanismo de raíz federal volcó en movimientos como el blasquismo en Valencia y el gasetismo en Castellón. Este republicanismo nunca tuvo una visión de país y fue a menudo abiertamente antivalencianista político. Cabe recordar que fue, en las primeras décadas del siglo XX, cuando nació lo que el historiador Alfons Cucó denominó "valencianismo político", una fórmula que puede considerarse sinónimo de nacionalismo valenciano.

El valencianismo político se caracterizó por defender dos elementos hasta el punto de que su presencia o ausencia puede servir para establecer unos límites. En primer lugar, la centralidad de la lengua como factor identitario y la demanda de su reconocimiento en la esfera pública e institucional –la cooficialidad con el castellano era su traducción más directa. En segundo lugar, la demanda de autogobierno, que acabaría por plasmarse en la obtención de un Estatuto de Autonomía -en un marco español habitualmente entendido en términos federales. Sin embargo, el grueso del republicanismo de corte blasquista se caracterizó por defender un proyecto profundamente nacionalista español, donde el reconocimiento de la lengua propia fue siempre problemático y el autogobierno se vio con suspicacias —de modo que el programa federalista quedaba siempre postergado. La paradoja era que el republicanismo fue, hasta los años treinta del siglo XX, la cultura política que recogió el apoyo de buena parte de las clases populares, en especial las urbanas.

    El valencianismo político se caracterizó por defender dos elementos hasta el punto de que su presencia o ausencia puede servir para establecer unos límites. En primer lugar, la centralidad de la lengua como factor identitario y la demanda de su reconocimiento en la esfera pública e institucional. En segundo lugar, la demanda de autogobierno

El blasquismo o el gasetismo no fueron sólo partidos de clase obrera o popular. Precisamente, su éxito estaba en su capacidad de convertirse en fuerzas interclasistas, que captaron votos de sectores de las clases medias o de la burguesía. El voto de los partidos republicanos era un voto autóctono, de gente nacida en la Comunidad Valenciana, un territorio mayoritariamente de emigración más que de inmigración hasta los años sesenta del siglo XX. Esto significa que las bases sociales de los republicanos estaban conformadas por valencianos y valencianas de origen y mayoritariamente hablaban valenciano. En cambio, a la hora de hacer política, los republicanos no contemplaban la dimensión valenciana como prioritaria y sí, estrictamente local y española. Bajo el liderazgo de Vicente Blasco Ibáñez y Fernando Gasset Lacasaña, los republicanos de Valencia y Castellón -y las zonas de influencia asociadas- rechazaron ásperamente las propuestas valencianistas. Y sin embargo, en el seno del republicanismo había —al menos como posibilidad— el desarrollo de una vertiente valencianista. Un goteo de nombres lo indican. La presencia en la cabeza del partido de Félix Azzati cuando Ibáñez se marchó fuera de Valencia, no lo puso más fácil, sin embargo.

En 1931 el escenario político cambió. El descrédito de la dictadura de Primo de Rivera comportó el descrédito de la monarquía de Alfonso XIII y abrió la puerta a la república. El nuevo régimen tuvo que afrontar las demandas que desde hacía décadas el catalanismo político había planteado. Unas demandas -cooficialidad de la lengua y autogobierno- que eran las mismas que defendía el valencianismo político. Con reticencias y dificultades, la constitución republicana reconoció -en el marco de un estado definido como "integral", es decir, no federal- la posibilidad de la autonomía, que se aplicó inicialmente sólo en Cataluña. Fue en ese momento cuando el valencianismo político pudo ocupar un espacio en el escenario político que hasta entonces no había sido viable. En realidad, su fuerza social y electoral fue escasa antes y después de 1931. Pero en las nuevas condiciones, el valencianismo político logró poner en la agenda la cuestión del autogobierno y el Estatut. Por primera vez había valencianistas que eran concejales en los ayuntamientos y diputados en las cortes españolas. No es que se hubiera dado la vuelta al fracaso electoral, pero ahora los valencianistas formaban parte de coaliciones electorales que les dieron una visibilidad inaudita.

    Al del republicanismo valenciano, los blasquistas del Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) o los miembros del Partido Radical, que capitaneaba a Lerroux u otros republicanos, seguía teniendo una posición muy ambivalente en cuanto al Estatut

Sin embargo, al grueso del republicanismo valenciano, los blasquistas del Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) o los miembros del Partido Radical, que capitaneaba a Lerroux u otros republicanos, seguía teniendo una posición muy ambivalente en lo que se refiere al Estatut. Además, los socialistas y los anarquistas -ambos con una fuerza destacadísima entre los sectores obreros y jornaleros valencianos- mantenían una posición aún más dura. Si a este escenario, le añadimos que el posicionamiento de la derecha -agrupada en la Derecha Regional Valenciana (DRV)- era a menudo incierto, se entiende el porqué los anteproyectos de Estatut no terminaron de cuajar. En 1934, se fundó, en gran medida, con la escisión de antiguos blasquistas, Esquerra Valenciana y, en 1935, el Partido Valencianista de Izquierdas. 1934 fue un año primordial en la política española y valenciana, y la fractura entre izquierda y derecha se hundió de manera definitiva. Aquellas dos fuerzas políticas que podemos situar en el centroizquierda del escenario valenciano fueron las más importantes formaciones republicanas del valencianismo de izquierdas que nunca había tenido la Comunidad Valenciana. Heredaron y actualizaron tanto el programa federal como el del valencianismo histórico. Ambas formaron parte de las candidaturas del Frente Popular de 1936 y fuera cual fuese su base electoral real siguieron bien presentes en la vida política valenciana.

Sin embargo, si lo analizamos desde el punto de vista de las identidades colectivas de la población valenciana, el balance es claro: el grueso de la sociedad valenciana —y con ella el de las fuerzas políticas mayoritarias: republicanos y conservadores así como el movimiento obrero— se identificaban con el marco regional, que era también el marco nacional español y el cual el internacionalismo obrerista no ponía paradójicamente en cuestión. Un ampliamente difundido sentimiento de pertenencia valenciana no daba como traducción un fuerte valencianismo político. La influencia de éste fue siempre muy limitada.

El golpe del 36, un obstáculo más para el valencianismo

En verano de 1936, tras el triunfo del Frente Popular en el País Valenciano y el hundimiento del blasquismo —que cada vez había derechizado más su actuación política—, un nuevo anteproyecto de estatuto parecía viable. Pero el 18 de julio, el fracaso del golpe militar dio lugar al inicio de una guerra letal, también para el valencianismo. Entre 1936 y 1939 la autonomía valenciana no se logró. Luego, los cuarenta años de dictadura marcaron un corte definitivo. Muchos valencianistas tuvieron que irse al exilio en Francia o México, algunos regresaron y muchos nunca lo hicieron. Algunos se quedaron y con penas y trabajos mantuvieron una actividad resistencialista, sobre todo cultural.

    A inicios de los años sesenta, con la figura de Joan Fuster como elemento primordial, apareció un nuevo valencianismo que acabaría por influir decididamente en los años de la transición a la democracia

A principios de los años sesenta, con la figura de Joan Fuster como elemento primordial, apareció un nuevo valencianismo que acabaría por influir decididamente en los años de la transición a la democracia. Era un nacionalismo valenciano antifranquista y de izquierdas. Sin embargo, era un movimiento minoritario socialmente. En cambio, la dictadura franquista pudo reaprovechar e instrumentalizar la identidad regional mayoritaria.

Cuando en 1975 el dictador Franco muere, el republicanismo no es un movimiento social organizado en modo alguno equiparable a como lo estuvo en 1931. Su impotencia fue manifiesta. A Franco le sustituyó la monarquía, no la República. La oposición antifranquista española era formalmente republicana. Sin embargo, la debilidad y/o el pragmatismo se impusieron.

El nuevo valencianismo político -que había injertado parte de la oposición de propuestas sobre el País Valenciano- volvió a ser un elemento clave en la vida política, y la cuestión autonómica se convirtió en obligada. Como en 1931, todos los partidos tuvieron que pronunciarse, decir la suya. Sin embargo, el nacionalismo valenciano seguía siendo minoritario socialmente. Por último, la aprobación del Estatuto de Autonomía en 1982 fue el resultado de un acuerdo construido entre la UCD y el PSOE, sin los nacionalistas. La vía autonómica valenciana fue obstaculizada —no en último lugar por la violencia anticatalanista. El nuevo marco autonómico pudo satisfacer parcialmente las dos demandas históricas del valencianismo, como eran un cierto grado de autogobierno y la cooficialidad de la lengua. Asimismo, en los siguientes cuarenta años el nuevo marco autonómico ha reforzado el marco regional y el regionalismo valenciano y no ha hecho avanzar demasiado la construcción nacional valenciana.

Sin embargo, nada está escrito. La crisis de legitimidad abierta a partir de 2008 ha transformado el escenario social y político. Un nuevo empuje del valencianismo político ha dado la vuelta a las cosas. La reacción del españolismo es también algo. En España, la monarquía se tambalea, pero no cae. El republicanismo es quizás una nueva esperanza, pero todavía no un movimiento organizado.