Alberto Santamaría (45 años) es un filósofo, profesor y poeta de Santander. En 2013, buscando información sobre la represión franquista en su ciudad, descubrió que el Palacio de la Magdalena, el sitio preferido de su infancia, una parada obligada para turistas y residentes, había sido un campo de concentración. El descubrimiento lo dejó atónito. Decidió investigar. Cogió su coche y viajó a todos los archivos históricos de España. Recopiló expedientes, documentos, fotos, cartas y testimonios sobre el funcionamiento de este dispositivo represivo.
Armó dos exposiciones, una en un centro cultural y otra en una pequeña librería. Su trabajo tuvo muy buena repercusión entre los santanderinos sensibilizados con la memoria histórica. Entonces, envalentonado, se animó a más: acercar su investigación al Ayuntamiento con la intención de habilitar un espacio de memoria en este emblemático edificio. Nunca obtuvo respuesta. Toda la documentación recopilada está hoy cogiendo polvo en dos cajas guardadas debajo de su cama.
El historiador y escritor Esteban Ruiz (59 años) hizo un recorrido similar: recogió en los últimos años cientos de documentos textuales y gráficos -muchos de ellos inéditos- sobre el "universo concentracionario" que se montó en Santander tras el avance nacionalista en todo el frente norte. Editó el libro Cantabria. Voces de la República y la Guerra Civil, lanzado y presentado a fines del año pasado. Un capítulo de su trabajo está dedicado al campo de concentración del Palacio de la Magdalena, pionero y modelo de la represión franquista.
Los trabajos de Santamaría y Ruiz forman parte de un "nuevo registro histórico" en Santander, que, según ellos, viene a "quebrar un relato único y hegemónico" enquistado en el imaginario colectivo de la ciudad.
"En Santander incomoda muchísimo que se hable de lo que ocurrió en el Palacio de la Magdalena y de este universo concentracionario, que incluyó la tabacalera, la plaza de toros y campos de fútbol, entre otros lugares. Estas investigaciones incomodan porque quiebran un relato que ha prevalecido durante muchísimo tiempo", explica Ruiz.
"Esa incomodidad -agrega Santamaría- lleva a un interés institucional de querer invisibilizar esto que ocurrió. Es hora de asumirlo y de dignificar a las víctimas. Buscamos traer al presente esto que pasó en ese palacio, que se ha ninguneado en la historia de Santander y en la historia de España".
"Un sitio del que nadie se podía escapar"
La página del Palacio de la Magdalena define a este edificio como el "más emblemático de Santander y uno de los más destacados ejemplos de la arquitectura civil del norte de España". Es sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y un lugar elegido para los eventos sociales de la ciudad: bodas, congresos y festivales.
La cronología oficial empieza en 1908 (su construcción), sigue por los años 1913 y 1930 (residencia de los reyes), pasa por la Segunda República (inauguración de la Universidad en 1933) y salta a 1941, cuando el palacio se transformó en un albergue para alojar a los damnificados del incendio que sufrió la ciudad. La línea histórica la completan otras dos fechas importantes: 1977 (cuando el Ayuntamiento compra la propiedad) y 1995 (la remodelación y rehabilitación del edificio).
El palacio -en su sitio web y en su recorrido turística- omite lo que ocurrió entre 1937 y 1940. Santamaría y Ruiz se propusieron llenar ese paréntesis. Revisaron archivos históricos (Madrid, Ávila, Salamanca), rastrearon fuentes, recopilaron fotos, y encontraron cartas y testimonios de aquellos años.
Santamaría explica que el campo de concentración de la Magdalena se abrió en agosto de 1937, tras la caída de la ciudad, en una "de las rendiciones más grandes de toda la Guerra Civil, más de 50.000 personas". "Por su geografía, este palacio era perfecto para instalar un campo de concentración. Estamos hablando de una península con puertas de acceso. Era un sitio del que nadie se podía escapar. La única forma era nadar hacia el mar Cantábrico. Hay relatos de que algunos presos intentaron escapar a nado y aparecieron muertos", señala.
Para Ruiz, este campo de concentración se situó como un "enclave fundamental" en tanto que la caída de Euskadi "hizo de la zona y alrededores del palacio el lugar ideal para generar un sistema acorde a los intereses del franquismo: aislar, depurar y eliminar".
En La Magdalena se buscó recluir en un recinto "al mayor número de sospechosos", sin juicio alguno, sin garantía de ningún tipo. "Estos presos podían estar meses allí recluidos, hasta que les era tomada la declaración. Durante esos meses de espera, muchos de ellos enfermaban; otros, directamente, morían", explica Ruiz.
El del Palacio de la Magdalena fue uno de los primeros de los casi 300 campos de concentración que se montaron en toda España y "el más fotografiado", ya que sirvió "de modelo a seguir" para otras construcciones, subraya Santamaría: "Pocos campos tienen un banco de imágenes tan grande. Se explica porque desde el primer día se usó como referencia para la propaganda franquista".
Los presos estaban en lo que hoy es el paraninfo del palacio
(auditorio), junto a las caballerizas. El espacio de reclusión estaba
pensado para 600 presos. Hay registros con un total de 1.838 reclusos,
más del triple de su capacidad.
"Justo en el lugar, en el paraninfo, donde hoy se desarrollan parte de
las actividades académicas de la UIMP, se llevó a cabo una de las
reclusiones concentracionarias más dolorosos y grotescas de la contienda
civil", dice Ruiz sobre el punto geográfico exacto de aquel horror.
En las caballerizas estaban las tropas y los oficiales. Según los planos realizados por los mandos militares, en esa zona había un pequeño espacio para "los incomunicados". En un documento hallado en el Archivo General de Ávila se detallan "las rutinas" del campo de concentración: levantar un brazo con el saludo fascista por las mañanas con la aparición de los mandos, cantar el Cara al Sol, la asistencia a la misa diaria y las actividades "para fomentar el espíritu español".
En ningún papel oficial de la época hay registros de las condiciones inhumanas en las que vivían los presos. Sin embargo, estos investigadores reconstruyeron parte de esa cruel vida cotidiana con cartas de la época y con un libro de poemas escrito por un recluso, el catalán Jaume Anglada, durante su encierro en el palacio. "Potes y platos, relucientes y vacíos, pupilas apagadas, pantalones que caen, agua en la boca…Comer con la imaginación… ¡Querer y no poder comer! ¿Será esto un clamor? ¡Es el hambre!", reza una de esas páginas.
"Es un libro de poemas que se publicó en la década del 90, que habla del hambre, de las enfermedades, de las humillaciones. Un ejemplo: los presos se aseaban en la playa, en el mar salado, a temperaturas bajo cero, lo que era terrible", detalla Santamaría sobre estas prosas.
La fecha de cierre del campo de concentración no figura en ningún archivo. Este historiador cree que fue entre finaless de 1939 y principios de 1940: "Con seguridad, en 1941 ya estaba cerrado. Ese año ocurre el gran incendio de Santander y mucha gente fue llevada a La Magdalena, que se transformó en un refugio. Por lo tanto, estamos hablando de un campo de concentración que funcionó durante dos años y medio".
Propuestas sin respuesta
Santamaría recuerda que la difusión de su investigación tuvo "tres grandes momentos": la sorpresa, la negación y la incomodidad. "¿Cómo puede ser posible que esto haya pasado en nuestra ciudad sin enterarnos?", fue una de las respuestas más comunes que recibió entre allegados y círculos íntimos.
En su caso, esa incomodidad quedó en evidencia en su deseo de acercar su investigación al Ayuntamiento para "habilitar el debate" sobre un posible espacio de memoria. "Mandé varios de correos. Nunca recibí respuestas. Me han ignorado por completo. Ni un "vamos a pensarlo". Nada, se lamenta.
Chocó con el mismo silencio cuando armó una "exposición portátil" con la intención de difundir su trabajo en los establecimientos educativos de Santander. Cuenta que contactó en los últimos seis años con casi todos los colegios secundarios. Montó la exposición sola una vez. "Es algo gratuito pensado para montarse en una mañana. También está guardada. Es más fácil callarse, no moverse, no meterse, no visibilizar", explica.
Ruiz también ha palpado la misma incomodidad con la difusión de su libro. "El Ayuntamiento de Santander siempre se sentirá incómodo con este debate. La memoria histórica incomoda y molesta. Y es bueno que así sea. Es importante que incomode y moleste cuando tú tienes en tu armario cadáveres que no quieras que se vean", dice.
Y agrega: "Hay gente que todavía se sorprende cuando uno comenta esto. Estamos hablando de una ciudad muy conservadora que ha mantenido oculta esta vergüenza durante mucho tiempo. El silencio es enorme porque nadie había puesto en evidencia todos estos documentos y materiales. Ni Santamaría ni yo queremos reescribir la historia, ni sacar a la luz verdades ocultas. Lo que queremos es mirar lo que no se quiere ver. Santander ha guardado esto bajo llave como esos fantasmas familiares que tanto perturban en los hogares". Ruiz habla de una "amnesia colectiva" en toda España que en Santander ha sido "aún más profunda".
El Ayuntamiento: "Desconozco si esto incomoda al PP"
Eva Guillermina Fernández es la directora general de Cultura de Santander, un departamento que está en manos de Ciudadanos, el socio de gobierno que tiene hoy el Partido Popular, fuerza política que lleva gobernando la ciudad desde hace casi cuatro décadas. Esta licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Cantabria -con 20 años de experiencia en la gestión cultural- está en funciones desde febrero, cuando sustituyó a Enrique Bolado, quien dimitió al cargo por razones personales. Es la voz que eligió el Ayuntamiento para responder a las preguntas de Público.
Dice que, a ella, en lo personal, el debate "no le incomoda en lo más mínimo". "Pertenezco a una concejalía que es de un color político distinto al equipo mayoritario de gobierno. La verdad, desconozco si esto incomoda al PP; a mí, no", afirma.
Aclara que lleva "pocos meses en el cargo" y que no tiene constancia alguna de la queja que hace Santamaría -a quien conoce- sobre la nula respuesta institucional a su pedido. "Estamos dispuestos a recibirle y a debatir todo tipo de propuestas. Pero es un tema que tiene la suficiente envergadura e importancia para que afecte a todo el ayuntamiento, no a una sola concejalía o a una persona. Excede a un cargo técnico como el mío. Hay que buscar un consenso mayoritario", comenta.
Fernández asegura que "el ayuntamiento tiene un déficit de personal importante". "Hay muchos temas que se quedan estancados, no solo con aquellos que tienen que ver con la memoria histórica, sino con todos. Los expedientes están yendo muy despacio en todos los aspectos. Hay muchas cuestiones que se están retrasando", aclara.
Sobre las cajas que están debajo de la cama de Santamaría, reconoce que debe ser "muy frustrante" para el historiador. "Por desgracia, hay muchas investigaciones, no solo a nivel de memoria histórica, sino también a nivel científico, que se quedan en los cajones", justifica.
Miguel Saro Díaz es el único concejal que tiene la izquierda en Santander. Representa al grupo mixto Unidas por Santander. Es licenciado en Derecho y afiliado a IU y PCE desde 1999.
Su militancia y recorrido político -lleva siete años en su puesto- le permiten trazar un diagnóstico de esta "particular desmemoria" que sufre la capital de Cantabria. Destaca dos grandes características para entender este fenómeno: la histórica hegemonía de la derecha y su particular patrón urbano-productivo. "Desde agosto del 37 que entraron los fascistas, en Santander nunca ha habido un gobierno distinto que no fuese conservador. Desde la vuelta a la democracia siempre ha gobernado el PP. La izquierda no ha estado ni cerca de gobernar Santander", subraya como primer punto.
Y agrega: "Lo otro a destacar es que Santander es una ciudad muy conservadora, muy volcada al sector servicios, una ciudad que ha perdido su polo industrial. Tiene una población envejecida, con jóvenes que viven en las afueras y con muchas segundas residencias. "Es una ciudad volcada en el turismo, que recibe a muchísimos visitantes, sobre todo en verano. En este contexto, la memoria histórica interesa entre poco y nada".
Pone un ejemplo: dice que el Ayuntamiento lleva años "mareando la perdiz" para no cumplir la ley y modificar el callejo urbano, plagado de nombres de ministros y generales golpistas. "He propuesto muchos proyectos para reconocer a las víctimas del franquismo. Me han dado siempre la espalda. Es un tema que no gusta nada, del que mejor no hablar", explica.
El campo de concentración del Palacio de la Magdalena forma parte de este "mejor no recordar". "Hay que tener en cuenta que se trata de un palacio público, del que el Ayuntamiento es propietario desde 1979, emplazado en una zona de muchísimo uso por parte de los santanderinos. Estamos hablando de una de las pocas imágenes internacionales de Santander. Esto hace que el debate incomode y moleste aún más".
Así y todo, subraya el concejal, el pasado de la Magdalena ha ganado "algo de terreno" en la agenda de la ciudad. En 2019, en el marco de las jornadas poéticas conocidas como La Surada Poética, el colectivo cultural La Vorágine logró lo impensado: una intervención artística en las caballerizas del palacio. Más de 300 voluntarios recrearon una de las fotografías más emblemáticas de este campo de concentración.
Investigaciones como las de Ruiz y Santamaría ayudan, a juicio de Saro Díaz, a "resquebrajar este profundo silencio". "Lo bueno es que, por más que no guste, este debate no se puede esconder. Vienen muchos estudiantes extranjeros a estudiar en ese palacio. Creo que hay margen para hacer visible este debate", concluye.
Un pasado que incomoda al “Santander de bien”
El Colectivo Desmemoriados trabaja desde hace seis años en "la recuperación de la memoria colectiva de Cantabria". Realizan diversas actividades de carácter informativo, divulgativo, consultivo y de coordinación. Valentín Andrés Gómez es una de las caras visible de este proyecto horizontal y autogestionado. Traza -a partir de su militancia en el terreno- otras "claves" para entender esta mezcla de olvido, silencios e incomodidades en torno al oscuro pasado del Palacio de la Magdalena.
"Santander ha vendido la imagen del Santander de toda la vida, una población identificada con las clases medias descendientes de la burguesía comercial. Todo aquello que no encaja en esta memoria del Santander de bien queda ausente, no existe. Cuando alguien saca a relucir algo como esto, incomoda y molesta", analiza.
La incomodidad -explica- pasa por tener que "aceptar un pasado siniestro y violento que se aleja de esta imagen idílica de Santander". "Decir a viva voz que el palacio fue un campo de concentración es muy difícil. Este silencio hace que exista un porcentaje muy pequeño de la población que tenga referencia sobre lo que ocurrió en este lugar tan emblemático de la ciudad". Gómez explica que si no se ha removido algo "tan visible" como el callejero franquista, es "prácticamente imposible" recuperar el pasado represivo de la Magdalena y llevar ese debate al ámbito institucional.
"El Ayuntamiento nunca se ha puesto en contacto con nosotros. Y de nuestra parte sabemos que no nos van a recibir. El problema no es que no nos llamen. El problema es que son quienes tiene la capacidad y los recursos de asentar esta memoria colectiva olvidada, de afianzarla. Claramente, no tienen interés alguno en hacerlo", asevera.
Y remata: "Pocas cosas pueden incomodar más al gobierno local que tener que visibilizar el pasado oculto de un lugar que se vende para el mundo como el máximo emblema de la ciudad".
Fuente → briega.org
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