Las mujeres también ganaron el pan: trabajo y género durante el franquismo

Frente al discurso paternalista del franquismo, que pretendió apartar a las mujeres del mundo laboral encerrándolas en las tareas domésticas y en los roles de madre y esposa, la realidad histórica de las obreras muestra una situación muy distinta.

Las mujeres también ganaron el pan: trabajo y género durante el franquismo / Jaime Castán:

Con la imposición del liberalismo burgués durante el siglo XIX se hizo hegemónico en las sociedades occidentales el discurso de la “domesticidad”, que mantenía una fuerte separación entre el ámbito público y el privado. El ámbito público, como el trabajo o la política, se estableció como espacio masculino reservado a los hombres. El ámbito privado, como las tareas del hogar y la maternidad, el espacio que debían ocupar las mujeres.

Tras su victoria en la guerra civil española el régimen franquista profundiza todavía más este discurso de la domesticidad, llevando a cabo una serie de leyes que impusieron una durísima dictadura patriarcal sobre las mujeres.

En el ámbito laboral, el Fuero del Trabajo de 1938 fue una primera declaración ideológica de principios que tuvo la pretensión de encerrar a la mujer, sobre todo a la mujer casada, en los límites de la domesticidad y en los roles de madre y esposa. De esta forma, las mujeres vivieron bajo una injusta legislación laboral por el simple hecho de ser mujeres, sufriendo la precariedad, la discriminación salarial ante igual desempeño de funciones o la excedencia obligatoria del trabajo al contraer matrimonio.

Entre la invisibilización, la ilegalidad y la precariedad…

El discurso del régimen franquista reforzó a su vez la mentalidad ya de por sí machista y patriarcal de la sociedad. El hecho de que la mujer trabajara se consideró algo mal visto, sobre todo si estaba casada, una situación que llevó a invisibilizar el trabajo de las mujeres ante el temor de perder las ayudas sociales que el marido percibía por su esposa o ante la necesidad de aparentar un cierto estatus social.
Esta situación condenó al trabajo femenino a la invisibilidad, a la ilegalidad y a empleos precarios y desregularizados, como los relacionados con la limpieza de portales, oficinas y casas particulares, así como los relacionados con la costura. Situación que no ha cambiado para muchas mujeres a día de hoy, especialmente para las migrantes.

En el caso de la costura no hay que olvidar que era una de las actividades femeninas por excelencia dentro del discurso del régimen y de la Sección Femenina. Ahora bien, esta actividad, ya fuera en talleres o en el hogar, se mantuvo al margen de la legalidad laboral por su propio carácter doméstico.

La costura podía permitir a las mujeres conseguir algunos ingresos sin abandonar el hogar, así como el “hospedaje” o “pupilaje”, de gran importancia en un contexto de fuertes migraciones y de carencia de viviendas asequibles en las grandes ciudades. Muchos trabajadores migrantes se hospedaban en las viviendas de otras familias obreras, lo que permitió a muchos hogares recibir algunos ingresos. La “madre de familia” se encargaba de hacer la comida o tareas de lavado y planchado de ropa a los huéspedes sin “desatender” las tareas del hogar de su propia familia.

Dentro del marco del éxodo rural generado sobre todo a partir de los años sesenta, el servicio doméstico fue un empleo muy extendido entre las jóvenes obreras que migraban del campo a la ciudad. Una actividad que estaba totalmente desregulada y era de gran dureza, ya que en aquellos primeros momentos los hogares carecían de electrodomésticos.

Sin embargo, las mujeres también trabajaron legamente bajo el franquismo e incluso tras haber contraído matrimonio, ya que el propio régimen fue estableciendo una serie de excepciones a la excedencia obligatoria por matrimonio a medida que se desarrollaba la economía. Sin embargo, para que la mujer casada pudiera trabajar, debía contar con el permiso del marido, siendo lo más habitual que con el matrimonio y la maternidad que lo solía acompañar, la mujer fuera expulsada del mundo laboral regulado.

En cualquier caso muchos ámbitos laborales tenían una presencia mayoritaria de mujeres, como era el sector textil, algunas empresas del metal, tabaco, sanidad o comercio. Ahora bien, con peores condiciones y salarios que los hombres.

Podemos considerar, por lo tanto, que las mujeres trabajaron duramente bajo el franquismo y además en condiciones de gran precariedad. Discriminadas legalmente, discriminadas socialmente y con trabajos que no eran considerados como tales. Tal es así que en la jerga estadística del franquismo, muchos trabajos de las mujeres se ocultaban frecuentemente tras los eufemismos de “ayuda familiar” y “sus labores”.

A pesar de cargar a sus espaldas con una doble jornada laboral su trabajo era, por el contrario, minusvalorado. La propia del identidad del obrero se construía entorno al “trabajo duro” de la construcción o la fábrica, ocultando al mismo tiempo que el trabajo de las mujeres era fundamental para la supervivencia familiar y el sistema social.

La propia miseria social generada en los primeros años del franquismo imposibilitó directamente que el salario del marido pudiera garantizar la subsistencia, incluso en la época del “desarrollismo” de los años sesenta, sin el trabajo femenino muchos hogares obreros no habrían conseguido viviendas, electrodomésticos, etc.

La ideología de la domesticidad franquista hablaba de proteger a las mujeres, a esas “madres” y “esposas”, pero debemos entender que sólo era un discurso paternalista que en verdad ocultaba la brutal explotación y opresión que sufrían las mujeres obreras, arrastrando no sólo las tareas domésticas de sus propios hogares, sino también trabajando en fábricas o limpiando escaleras en situaciones de gran precariedad laboral y discriminación.

Una mirada al pasado que nos sabe a presente

En la actualidad esa precariedad se ha trasladado a muchas de aquellas mujeres que tuvieron que trabajar durante el franquismo y que ahora, como pensionistas, apenas pueden llegar a final de mes porque ni entonces ni ahora se reconoce su vida laboral. Pero también se ha mantenido, al igual que en muchos otros países, una situación laboral femenina claramente discriminatoria, repleta de abusos e ilegalidades.

Por otro lado, al igual que durante el franquismo, las mujeres obreras, muchas de las cuales migraron del campo a la ciudad, cargaron con los trabajos más precarios y peor remunerados; hoy son las mujeres migrantes que llegan al Estado español las que deben soportar esos empleos (servicio doméstico, cuidado de niños y ancianos, trabajos de limpieza, etc.).

Hay toda una experiencia histórica de mujeres luchadoras ganando el pan que debemos reivindicar, así como plantear la lucha este 8M para transformar esta sociedad y poner fin a todo tipo de explotaciones y opresiones. Porque “cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede”.

Referencias:

BABIANO, José (ed.), Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Fundación 1º de Mayo, Madrid, 2007.
PÉREZ PÉREZ, José Antonio, “La construcción y transmisión de la identidad política antifranquista: una aproximación desde la historia oral de las mujeres de Basauri”, Vasconia: Cuadernos de historia - geografía, nº 35, 2006, pp. 387-405.
MORAGA GARCÍA, María Ángeles, “Notas sobre la situación jurídica de la Mujer en el Franquismo”, Feminismo/s, Nº. 12, 2008 (Ejemplar dedicado a: Mujeres en Democracia: Perspectivas jurídico-políticas de la Igualdad / coord. por María Nieves Montesinos Sánchez, María del Mar Esquembre Cerdá), pp. 229-252


Fuente → izquierdadiario.es

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