La meritocracia contra la democracia

La meritocracia contra la democracia
Franco Casanga

El libro que reseñamos a continuación es el cuarto ensayo de César Rendueles, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra, desde su primer libro Sociofobia (Capitán Swing, 2013), no ha pasado desapercibida en los debates políticos de la izquierda. Para muchos es uno de los referentes del renovado pensamiento crítico de la escena española, surgido tras el 15M. Su nuevo libro titulado Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista fue publicado en 2020, en plena pandemia, por la editorial Seix Barral.

Se trata de un libro de largo recorrido que, como dice su autor, le ha llevado 10 años escribirlo. Rendueles no busca tanto ofrecer un recetario de «medidas para el cambio», ni hacer grandes elucubraciones epistemológicas, sino reflexionar sobre la potencialidad de la igualdad como proyecto emancipador. La narrativa intenta huir del lenguaje más académico y teórico para facilitar una lectura más inclusiva dirigida a un público «más a la derecha», asimismo, combina debates clásicos con cine y anécdotas personales, sin que falten notas de humor.

Con esta reseña nos gustaría resumir y debatir lo que creemos que son algunas de sus claves e ideas más interesantes que hacen de este libro una lectura imprescindible para reflexionar sobre el presente y futuro de los proyectos políticos emancipatorios en el contexto español.

Después del «no hay alternativa»

En los primeros capítulos, Rendueles mapea la situación actual de nuestras sociedades y apuntala los temas que desarrollará en siguientes capítulos: la desigualdad creciente y las políticas neoliberales, la individualización de problemáticas sociales, el descontento político-social y los dilemas de la transformación social, entre otras cuestiones. Se parte de un diagnóstico ya conocido y analizado por diversos autores desde hace un par de décadas (Bauman, Castel, Taylor-Gooby): vivimos (¿entrando o saliendo?) en un cambio de época, el consenso de Brettons Woods ha saltado por los aires, no se trata de una fase más, se trata de una ruptura social, una fractura en la estructura de nuestras sociedades. Pero esta desigualdad, señala Rendueles, solo es posible «a costa de una ortopedia social despiadada» (p. 23), es decir, de unas políticas y estados de opinión que han hecho tolerable, o incluso necesario que las desigualdades que se hayan disparado tanto.

En los años que siguieron a la crisis de 2008, presenciamos el ascenso de nuevos partidos como Syriza y Podemos que hicieron gala de representar la verdadera socialdemocracia, pero poco les duró la etiqueta de «nueva izquierda» antes de pasar a ser parte de los viejos problemas. Rendueles no discute esta experiencia pero sí señala que cualquier restauración socialdemócrata tendrá que enfrentarse a tres grandes retos: en primer lugar, la liberalización internacional de las finanzas capaces de chantajear las políticas fiscales más progresistas; en segundo lugar, la necesidad de superar la crítica antiburocrática de cierta izquierda anti-institucional, que ha estigmatizado las herramientas administrativas para buscar soluciones a problemáticas sociales que necesitan de las instancias burocráticas para implementar respuestas a gran escala. Por último, en tercer lugar, la emergencia climática y la necesaria transición energética que hace imposible pensar en otro gran «pacto keynesiano» debido al impacto material que tendría. Por tanto, cualquier nuevo modelo económico «no estará basado en la ampliación del consumo de masas como base del bienestar humano» (p. 44).

La desigualdad que se mete en los huesos

«Tenemos más medios políticos, sociales y materiales que en ningún otro momento de los últimos tres mil años para cuestionar el poder las élites. ¿Por qué, entonces, la desigualdad de la riqueza ha sobrevivido a las brutales conmociones que transformaron la economía, la familia, la política, la subjetividad, la cultura en los inicios de la modernidad?« (p. 75)

A pesar de la hegemonía de las ideas neoliberales, Rendueles no cree que la igualdad haya dejado de existir en nuestras sociedades. De hecho, hay una igualdad muy funcional a los preceptos de la economía de mercado, «aquella que se limita a eliminar las barreras de entrada que distorsionan los mecanismos de gratificación del esfuerzo individual» (p. 49). Esto es lo que comúnmente se ha popularizado como «igualdad de oportunidades». Para Rendueles, la igualdad de oportunidades no sería mas que la máscara amable del proyecto meritocrático:

«La meritocracia justifica la situación de las clases altas como un premio justo al talento y, por tanto, no solo no cuestiona el privilegio sino que ni siquiera plantea la idea de que existen obligaciones y corresponsabilidades que legitiman ese privilegio» (p. 51).

Bajo este discurso del merecimiento, del talento o de la creatividad se nos ha vendido y convencido de que los ricos son ricos porque se lo han ganado. Es el discurso articulador de un ethos individualista, egoísta, una justificación del «sálvese quien pueda», excusando a las clases altas de sus privilegios. El autor denuncia cómo las grandes fortunas y empresas (desde Apple a Pfizer) emergieron gracias a ingentes inversiones de dinero público, hechos constantemente invisibilizados por los grandes medios de comunicación. «¿El precio a pagar por los beneficios a la humanidad que ha reportado el sistema operativo Windows es permitir a su creador, Bill Gates, vivir en una mansión valorada en 120 millones?», se pregunta Rendueles.

¿Cuáles son las consecuencias de mantener altos niveles de desigualdad? Como han constatado otros autores en sendas investigaciones (véase por ejemplo los trabajos de Wilkinson y Pickett[1]), «la desigualdad literalmente mata», crea individuos enfermos, es causa de ansiedad, de síndromes depresivos, es caldo de cultivo de violencias varias que deterioran las relaciones sociales y empeoran la calidad y esperanza de vida. Tiene razón Rendueles en que, más allá de las cifras y estadísticas, «pocas personas discutirían que el mercado capitalista es la principal fuente de desigualdad material de nuestras sociedades» (p. 100). Pero entonces, ¿qué hacer?

Construir la igualdad material, la igualdad compleja

¿Es el igualitarismo una utopía? Para Rendueles la respuesta sería un rotundo no. Practicamos una cultura igualitaria con nuestros familiares, círculos de amistades, en nuestra vida asociativa o en nuestro activismo político. Pero ¿qué hay del trabajo? «La derrota del sindicalismo fue el síntoma del modo en que nuestro aparato cognitivo se adaptó al código legal incorporando unas anteojeras individualistas a nuestra comprensión de la igualdad y la desigualdad» (p. 119).

Nuestro entorno cultural e institucional, indica Rendueles, está diseñado para desactivar la movilización colectiva, especialmente en nuestro lugares de trabajo. ¿Qué políticas, en clave igualitarista, podrían darnos pistar para construir un proyecto igualitarista? El autor hace un repaso a las propuestas más populares de los últimas décadas por el lado de las fuerzas de la izquierda: la renta básica universal (RBU), el trabajo garantizado, la igualdad de género y la democracia deliberativa. No es un tratamiento sistemático el que realiza Rendueles, más bien son apuntes que intentan poner las condiciones del debate en el marco de lo que él llama el igualitarismo democrático.

Sobre la RBU, Rendueles la entiende como una medida que ciertamente podría dar respuesta parcial al combate contra las desigualdades al universalizar derechos sociales desvinculándolos del chantaje del mercado laboral. Pero, «¿Cómo encajaría la renta básica en un mercado de trabajo extremadamente precarizado y desregulado?», se pregunta el profesor, quien no ve muy claro los beneficios sociales que en términos colectivos o de cohesión social tendría la implementación de la RBU. En este punto critica el discurso de que la RBU sea todo bondad y beneficio para las clases trabajadoras, pues para él, también podría suceder que acabara profundizando aún más las dinámicas individualistas y segregacionistas del neoliberalismo. La RBU sería una propuesta sin densidad institucional («la renta básica, en cambio, es un derecho individual sin ninguna dimensión institucional inmediatamente asociada», afirma) que si bien puede crear las condiciones para crear formas de trabajo igualitarias, lo contrario también podría darse perfectamente, incluso negociando a la baja los salarios. Según Rendueles, «que una predistribución sea más eficaz que una reivindicación es una cuestión tan contingente y falible como los errores o acierto del Estado del bienestar» (p. 133).

En esta parte creemos que hay algo que no encaja bien en el razonamiento que hace el autor. Él mismo señala más adelante la diversidad de situaciones creadas por las desigualdades en nuestras sociedades complejas, pero es justamente eso para lo cual la propuesta de RBU serviría, en tanto política social adaptada a este cambio de época (nuevos modos de convivencia, desempleo de larga duración, familias monoparentales, etc.). Por tanto, aquello que para Rendueles podría fomentar el individualismo, para personas en situación de vulnerabilidad puede ser una ayuda o recurso fundamental para liberarse de ciertas servidumbre familiares o no familiares (como política mejorada de las políticas de rentas mínimas, claramente insuficientes e ineficaces). Como señala Vollenweider[2], si bien la RBU no puede garantizar la eliminación de la desigualdad de género sobre el trabajo doméstico, «el solo hecho de disminuir la dependencia del mercado, así como la dependencia material entre cónyuges, posibilita unas bases más justas para la negociación de los tiempos del trabajo (doméstico, remunerado o voluntario), formación y ocio». Creemos que Rendueles se muestra en exceso cauteloso con una medida como la RBU que, como han demostrado experimentos oficiales en nuestro territorio (véanse las conclusiones del proyecto piloto B-MINCOME del Ayuntamiento de Barcelona), presenta una potencialidad política para profundizar en una democracia igualitarista.

Instituciones igualitarias como voluntad colectiva creativa

En el capítulo 6, el autor reivindica la igualdad de género como «un modelo de la potencia emancipadora de la igualdad» (p. 161). Existen cuatro razones que lo fundamentarían: la igualdad crea más igualdad, pues nos transforma como personas, como sujetos y como sociedad, la muestra la tenemos en las retractaciones públicas ante declaraciones machistas, vengan de famosos o no; una concepción finalista de la igualdad que va más allá de la igualdad de oportunidades; igualdad y libertad como dos fenómenos entrelazados, imposibles de separar y que es necesario cultivar desde diversos niveles de interacción; por último, la igualdad de género nos ha enseñado «que la igualdad es un proyecto social complejo, que tenemos que ir construyendo a medida que descubrimos y tratamos de evitar sucesivos callejones sin salida». Rendueles también polemiza con opiniones de ciertos sectores de la izquierda que han terminado por demonizar a la familia tradicional (consecuencia de «una historia de derrotismo») que, nos guste o no, sigue siendo la mayoritaria y no necesariamente conservadora. La institución de la familia, señala el autor, sigue siendo el colchón de la gran mayoría de las clases trabajadoras, y esto no quiere decir que no veamos sus defectos (así como sus virtudes), más bien quiere decir que huir de este hecho es regalar en bandeja estos debates a las fuerzas conservadoras.

En los siguientes capítulos, Rendueles reflexiona sobre el sentido de la comunidad y lo «común», palabras de moda en los últimos años. Ante una visión edulcoradora de la política (psicologista, diríamos), el autor afirma el conflicto y la voluntad colectiva como base de cualquier proyecto igualitario. La creación de vínculos de solidaridad institucionalizados es una tarea férrea y de largo aliento, más en sociedades tan diversas como las nuestras. Es crítico con la visión obrerista-marxista que veía en el «obrero» un cuerpo y una conciencia automática hacia el socialismo. Tampoco piensa que una política movimentista pueda ser la solución debido a su fugacidad y poca cohesión material. Crear institucionalidad es para el autor la clave de un proyecto igualitarista. Heredero del tratamiento ostromiano[3] sobre las instituciones, Rendueles reivindica la igualdad social como estructura institucional, es decir, mediada por un sistema de obligaciones, normas y compromisos mutuos.

«Las instituciones son estructuras normativas que ponen en marcha un juego prudencial de límites y capacidades. Si la igualdad no es un punto de partida sino un objetivo permanente vinculado a la fraternidad, entonces ese proyecto solo puede ser de reforma y, en todo caso, construcción institucional» (p. 207-208).

Ahora bien, algo paradójico a lo largo del libro es la constante reivindicación del cooperativismo y de otras formas colectivas de trabajo (iniciativas locales, luchas sindicales, etc.), pero sin entrar a analizarlas en su realidad empírica actual, al menos en sus tendencias actuales. En los últimos años, especialmente a partir de la llegada de los llamados «ayuntamientos del cambio» en grandes ciudades, se han llevado a cabo más que interesantes colaboraciones (para nada exentas de conflictos) entre sectores de la economía solidaria y la administración pública que han cristalizado en políticas de fomento del cooperativismo en ámbitos hasta ahora inéditos[4]. Por poner un ejemplo cercano, en Cataluña hace algunos años se pusieron en marcha políticas de nivel autonómico como los llamados Ateneus Cooperatius, una política público-cooperativa que tiene por objetivo diagnosticar, formar y difundir los valores de la economía social y solidaria en el territorio. Como han señalado algunas investigaciones[5], estas iniciativas intentan promover una regulación predistributiva tanto en lo económico como en lo político. Por supuesto, son iniciativas que aún presentan avances limitados, provisionales, pero ciertamente avances en el sentido desmercantilizador. Pero no solo se trata de políticas y acciones que hoy por hoy están ampliando el horizonte de lo posible desde la materialidad misma de las condiciones de vida de las personas, además constituyen en potencia un frente socio-cultural capaz de crear una nueva cultura institucional del trabajo bien diferente del trabajo capitalista. Basta mirar las encuestas e informes del sector para ver que en la mayoría de sus indicadores sobresalen muy por encima de la empresa capitalista en cuanto a la igualdad de género, derechos laborales, diferencias salariales, sostenibilidad medioambiental, etc. Tal vez una mirada hacia estas propuestas ofrecería una visión menos abstracta y más realista de las «instituciones igualitaristas» en el sentido que las define Rendueles.

Autodeterminación compartida, más aquí y más allá de los cambios estructurales

En los capítulos 8 al 12, Rendueles aborda temas tan vastos como la participación directa y deliberativa, la burocracia, la «ideología educativa», la cultura y la transformación social en un mundo que, como decía Fredric Jameson, es más fácil imaginar su fin que el fin del capitalismo. Solo por mencionar algunas de las cuestiones más interesantes: en el capítulo sobre la educación, el autor critica los argumentos que buscan solucionar todos los problemas del mundo con «más educación»; en el fondo, señala, esta ideología busca que la institución educativa corrija las desigualdades estructurales del sistema, algo que no solo es imposible sino que reproduce las lógicas meritocráticas tan caras al proyecto igualitarista. Rendueles no reniega de la educación pública y universal, al contrario, pero no cree que estos problemas se solucionen con más financiación, también existen problemas enquistados dentro de la institución misma («en todos los tramos de la educación se da una manifiesta desmotivación de una parte del profesorado y fallos garrafales en los sistemas de reclutamiento y evaluación»). En cuanto a la cultura, dice Rendueles, pasa lo mismo que con la educación, «se presenta como la salida para cualquier desafío presente»(p. 298); para las izquierdas de este país, la cultura ha sido un refugio pero también una derrota, especialmente en términos de derechos laborales.

Para acabar, Contra la igualdad de oportunidades es un libro que intenta tocar muchos de los temas de conversación política tanto en nuestro puestos de trabajo como en nuestros espacios de confianza. Su estilo expositivo ayuda a insertar argumentos rupturistas con ejemplos aptos para todo público, esta es una de sus mejores virtudes. Aún así, creemos que el libro pone un excesivo énfasis en la dimensión crítica del diagnóstico sobre las causas de la desigualdad y poco en las respuestas. Esto no le resta profundidad al ensayo, tal vez una segunda parte pondría remedio a esta cuestión.


Fuente → la-u.org

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