No obstante, sí es clara su ubicación, corroborada por Ramón Rufat, un destacado miembro del SIEP (Servicios Secretos de la República) que estuvo preso en este campo y cuyas memorias se recogen en el libro “En las prisiones de España”, editado por la Fundación Bernardo Aladrén en 2003. El historiador turolense, Serafín Aldecoa, ha tenido la oportunidad de estudiar a fondo este relato autobiográfico y explica como Rufat narra en ellas la estancia en la que se encontraba junto al resto de prisioneros. “Dice del lugar que se trataba de una paridera para el ganado, adaptada a los nuevos usos como prisión. Con separaciones hechas mediante tapias para no mezclar a los animales. Lo único que hicieron, según Rufat, fue rodearlo con una valla”.
La decisión de establecer un campo de concentración en Santa Eulalia del Campo tampoco parece ser fortuita, así lo afirma Aldecoa, que sostiene que habría estado condicionada por el hecho de que el Servicio Informativo de Policía Militar (SIPM), una agencia de inteligencia del bando sublevado, tuviese una oficina en esta localidad. “Esta zona era fundamental, porque se encontraba entre Cuenca y Albarracín y al otro lado Alfambra, que permanecían fieles a la República”, asevera. De esta manera, con otra oficina ubicada en Ojos Negros, el SIPM podía “controlar todo el territorio enemigo”. Cabe recordar que, tras el golpe de Estado de julio de 1936, la zona de Santa Eulalia del Campo quedó bajo el control de los militares leales a Franco y así permaneció durante toda la guerra.
En sus memorias, Rufat también hace referencia a un hecho relevante y es que el campo de concentración de Santa Eulalia del Campo presentaba cierta especialización en torno al espionaje. “Habla de que para diciembre del 38 debía de haber alrededor de 300 presos en el campo, todos ellos en relación con el espionaje. Además menciona que procedían de Cella, Villarquemado, Santa Eulalia, San Blas, Calatayud… De muchos puntos de la provincia y alrededores”, apunta el historiador. Es fácil adivinar el hacinamiento al que los presos se verían sometidos. Aldecoa cree que uno de los momentos “más críticos” del campo coincidió con la Batalla de Teruel, cuando los espías de la República estarían “más activos”.
El hecho de que los prisioneros pudieran contar con información valiosa los mantuvo con vida en muchas ocasiones, aunque no se libraron de largos y duros interrogatorios donde era habitual el uso de la tortura. “En el libro cuenta (Rufat) como se hacían simulacros de fusilamiento para sonsacar información, incluso relata su propia experiencia, el 19 de febrero de 1939. Dice que en ese primer simulacro llegó a perder la conciencia por el miedo, pero que en el segundo ya no. No obstante, los fusilamientos debían ser bastante frecuentes y se llevaban a cabo junto a un cementerio cercano, pero también en el propio campo”, apunta Aldecoa.
En las memorias, el miembro del SIEP no solo habla de hombres, sino que se refiere también a la presencia de mujeres que se alojarían en estancias diferenciadas. También Aldecoa asegura que no se hacía distinción entre géneros. “Había mujeres que se dedicaban al espionaje, y de hecho hay constancia de una mujer fusilada en Villarquemado, acusada de ese delito”.
También era habitual, señala el historiador, que sobre todo a las mujeres se las confinase en pueblos de otras provincias como Soria o Burgos si había alguna sospecha. “En muchos casos los hijos o maridos simpatizantes de la república huían de casa y se escondían en pueblos como Alfambra que se mantenían fieles a la República, pero a veces volvían para visitar a sus familias por las noches y podían pasar información. Por eso las obligaban a trasladarse a otros municipios”.
¿Uno o dos campos de concentración?
Los hechos que relata en el libro Ramón Rufat, se corresponden a los primeros meses de 1939. Sin embargo, todo apunta a que el campo podía llevar años en funcionamiento. Lo que se desconoce es hasta cuándo se utilizó.
En la página web Los campos de concentración de Franco se cita la existencia de uno de ellos en Santa Eulalia del Campo, pero se localiza en las dependencias de la Azucarera del Jiloca, propiedad de la Compañía de Industrias Alimentarias pero intervenida por los golpistas al iniciarse la guerra. De él se especifica que fue un campo “estable” y que operó “al menos, entre diciembre de 1937 y diciembre de 1938”. Sin embargo, parece difícil que se establecieran dos campos de concentración diferentes en la misma localidad y se trate de un error de ubicación.
“Se sabe que un personaje importante, como fue el General Varela tenía su sede en Santa Eulalia. No es difícil que por las características, la sede se estableciera en la Azucarera de ahí la confusión y el campo al que se refiere esta página fuera en realidad el mismo que el de Rufat”, apuesta Aldecoa.
La Asociación Pozos de Caudé, que lucha para recuperar la memoria histórica, ha iniciado su propia investigación y cuenta ya con los testimonios de algunos vecinos. “Uno de ellos es el hijo de uno de los presos del campo, un señor de Cella”, explica Paco Sánchez, presidente de la asociación. “Me contó que cuando era un niño iba con su madre al campo para llevarle ropa a su padre. Lo hacían a menudo, hasta el día en el que, al preguntar por él, uno de los oficiales les dijo que había desaparecido, y entonces recordaba cómo su madre y él volvieron llorando a casa, sabiendo que algo malo le había pasado”. Por desgracia, el hombre que aportó este testimonio ya ha fallecido y ahora Sánchez trata de contactar con sus familiares.
También cuentan con la declaración de un vecino de Santa Eulalia del Campo que recuerda como su familia le habló de este lugar y de cómo los prisioneros llegaban en trenes y se trasladaban al campo por la noche. “El hombre me llevó al sitio donde le habían dicho que se ubicaba el campo, en la paridera para animales que menciona en su libro Rufat. Ahora está hundido totalmente, pero quedan unos trazados donde podrían haberse ubicado las habitaciones o celdas. También me acompañó a las afueras del cementerio y me explicó que creía que allí había una fosa común”.
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