Esta semana se cumplen 87 años de la Revolución de octubre de 1934, la comuna asturiana, un episodio que a pesar de su notable presencia en la cultura popular y en los usos y costumbres del movimiento obrero de la zona, todavía está lejos de haber sido lo suficientemente trillado por la historiografía, que tiende a pasarlo por alto, centrando sus investigaciones en acontecimientos posteriores, como la guerra civil.
La Revolución del 34 no es ni mucho menos menos una desconocida, pero sí la gran olvidada. Como señalaba recientemente nuestro compañero Bernardo Álvarez, este suceso es, sin lugar a dudas, el acontecimiento histórico más importante del S.XX asturiano. Sin embargo, apenas merece atención, más allá de su referencia en torno a lugares comunes, de investigadores y determinadas organizaciones políticas que, en no pocas ocasiones, han realizado un ejercicio de apropiación cultural digno de Rosalía.
Y eso que el 34 asturiano tiene mucho que enseñar. Es el pilar fundamental de la tradición rebelde que ha caracterizado al movimiento obrero asturiano: unidad/Alianza Obrera, movilización ofensiva, influencia del entramado social y cultural en los acontecimientos y aprender de los errores para no volver a cometerlos con posterioridad. Además, ha influido en el imaginario colectivo porque, aunque la guerra civil hace parecer al 34 como un episodio prehistórico, solo ocurrió año y medio antes del golpe de Estado y los ecos de la unidad y la Alianza Obrera, por ejemplo, estaban tan presentes que aún se dejan sentir en la actualidad (no digamos ya en décadas previas).
“Aprender de los errores para no volver a cometerlos con posterioridad”, este quizá sea el mejor resumen de la Revolución de octubre de 1934 en Gijón. Los quince días de comunismo libertario que señalaba el anarquista Fernando Solano Palacio su celebre libro La Revolución de Octubre quedaron en Gijón reducidos a cinco. Y es que las fuerzas obreras apenas lograron imponerse en la ciudad dada su falta de armas y municiones.
El movimiento obrero de Gijón, organizado en torno a la CNT, tenía una notable presencia en todos los ámbitos de la ciudad, desde las fábricas hasta el entramado cultural, pero carecía de armamento y, al contrario que en las cuencas, no disponía de dinamita. Cuando la noche del 4 al 5 de octubre dio comienzo la insurrección, en Gijón no se pudo hacer más que declarar la huelga general. Dadas las precipitaciones (no habían tenido conocimiento previo de la fecha), ésta fue haciéndose efectiva con el paso de las horas.
El día 5 de octubre pasó sin grandes novedades para los revolucionarios gijoneses, que esperaban ansiosos la llegada de armas y munición de Llanera y posteriormente, de La Felguera. Pero las armas no llegaron y mientras tanto, el Ejército y la Guardia de Asalto tomaron posiciones que dificultaban la comunicación entre fábricas y barrios y que provocaron pequeñas escaramuzas.
Ante la imposibilidad de acometer misiones mayores, en los barrios de La Calzada, Natahoyo y el Llano comenzaron a construirse barricadas y se crearon comités de abastos que organizasen la distribución de unos alimentos que comenzaban a escasear a consecuencia del bloqueo de las fuerzas gubernamentales. Ya el día 7 y en vista de que las armas prometidas no llegaban (situación que desde la CNT gijonesa siempre achacaron a que los socialistas no quisieron armar a los anarquistas, pero que parece estar más relacionada con los diversos reveses militares que sufrieron los revolucionarios en torno a Oviedo), desde el comité revolucionario se tomó la determinación de pasar a la acción con el escaso armamento disponible: 70 fusiles que almacenaba la CNT y varias decenas de pistolas y escopetas de caza. El plan consistía en tomar Cimadevilla y de desde ahí el Ayuntamiento, pero no pudo ser.
Las fuerzas de la república estaban mucho mejor armadas y sobre todo, se habían anticipado y habían ocupado los puntos estratégicos de la ciudad: edificios, cruces, altos, etc. Además, el día 8 de octubre hizo su aparición el Libertad, buque de guerra que bombardeó el barrio de Cimadevilla para doblegar a los revolucionarios que desde sus calles, habían tratado de apoderarse del Ayuntamiento con sus escasas armas y unas decenas de bombas de mano. Aunque tanto el 7 como el 8 se produjeron combates, la falta de preparación y de material bélico imposibilitó que los revolucionarios pudieran tomar las riendas de la ciudad del mismo modo que había sucedido en las cuencas. Cuando un blindado y unas decenas de anarquistas procedentes de La Felguera llegaron a la barriada del Llano para reforzar la insurrección, ésta estaba totalmente derrotada. La huelga general todavía se extendería hasta el día 16, pero los principales líderes del movimiento tuvieron que huir o fueron detenidos. De entre ellos cabe destacar la muerte en extrañas circunstancias de José María Martínez, principal líder de la CNT gijonesa que apareció muerto en Sotiello.
No obstante, apenas un año y medio después las organizaciones obreras locales pudieron desquitarse del fracaso del año 34. En julio de 1936, como ya conté en un artículo anterior, los trabajadores gijoneses pudieron derrotar la sublevación del coronel Pinilla tras un mes de combates. Aunque los militares estaban preparados, la CNT (y la UGT) habían aprendido la lección y apoyados por la Guardia de Asalto, se habían hecho con el control de los lugares estratégicos de la localidad y habían sometido a intensa vigilancia a los militares. Aunque con casi dos años de retraso, por fin en 1936 y durante quinces meses, en Gijón pudo vivirse la revolución que en el 34 no pudo ser.
Fuente → nortes.me
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