De la Commune a la República Universal
En este "monográfico 2021" de Trasversales no hay nostalgia ni "conclusiones" anacróni- cas sobre lo que "la Comuna debería haber hecho". Kristin Ross propone considerar la Comuna de 1871 como un recurso para abrirnos hacia nuevos "futuros posibles". Michèle Riot-Sarcey nos advierte contra la nostalgia de lo no vivido y nos invita a una rememora- ción que dé nueva vida a fragmentos perdidos u olvidados. No se trata de qué "debió" hacer la Comuna, cuya acción y aspiraciones nos resume y resitúa Juan Manuel Vera más allá de las polémicas tradicionales. Se trata de qué hacemos con el "recurso" Comuna.
Si hemos querido acercarnos a lo ocurrido hace 150 años no es para imitar. Pensamos que conocer mejor ese acontecimiento humanizador puede influir en nuestros sentipensamien- tos y hacernos indirectamente algo más capaces para comprender y contribuir a cambiar nuestro mundo.
Ninguna táctica genial habría conducido a la victoria de París contra la alianza del viejo mundo aristocrático y del nuevo oligárquico en ciernes, salvo que el resto de Francia e incluso Alemania se hubieran contagiado de la revolución comunalista. Quizá la Comuna lo supiera: "Francia debe desarmar a Versalles con la manifestación solemne de su irresis- tible voluntad. (...) ¡que sea nuestra aliada en este combate que no puede acabar más que con el triunfo de la idea comunal o la ruina de París!" (declaración al pueblo francés, 19/4/1871). La brecha entre París y las provincias no pudo cerrarse y los versalleses lleva- ron a cabo una salvaje matanza, como describen Léodile Béra, Paule Mink y Vera.
Si la Comuna puede sernos "recurso" es por un exceso de sentido que desbordó su tiempo y el nuestro, desde lo social, lo vital, lo común humano, hasta el punto de que los cálculos tácticos sobre la oportunidad de rebelarse jugaron un papel subordinado ante un "quere- mos lo imposible" esencial, más allá de programas, estrategias o facciones. La Comuna salió de un terromoto en el imaginario social que llevó a que la aspiración a una vida dig- namente humana -aquí y ahora, aunque se pueda perder la vida en ello- pasa por encima de cualquier otra consideración. A ese impulso colectivo el pueblo sirio alzado contra Al Assad lo resumió en Dignidad, el París de 1871 en República Universal, las mujeres afga- nas dando nuevo significado a una antes insignificante bandera.
República Universal no era consigna, era voluntad de vivir y sentir de otra manera. República Universal fue la Idea, el sentipensamiento colectivo de la Comuna, un vínculo con la humanidad sufriente, una manera plena y universalista de entender ese libertad, igualdad, fraternidad manipulado y burlado. Pudiera parecer paradójico el matrimonio entre el municipalismo descentralizador de la Comuna y su aspiración a la República Universal. La Comuna de l@s federales afirmaba su autonomía, y la de cualquier otro municipio, ante la centralización despótica propia del Imperio, la monarquía y el provisio- nal Gobierno de la Defensa Nacional, y entendía la unidad y la Patria como "la asociación voluntaria de todas las iniciativas locales, el concurso espontáneo y libre de todas las ener- gías individuales hacia un objetivo común, el bienestar y la seguridad de todos". A la vez, la insurrección popular de obreros y artesanos, de mujeres y hombres, de tenderos y sas- tres y educadores, fue más allá de la "República democrática y social" pedida en junio de 1848, para subsumirla en República Universal, por la que, en las calles de París, luchaban codo a codo franceses con exiliados polacos, italianos y de otros orígenes. Esa originali- dad municipalista/universalista quizá contenga una intuición sobre la posibilidad de insti- tuciones democráticas de autogestión social no identificables con "el Estado soberano" ni con la ausencia de instituciones, y nos desafía a indagar instituciones no basadas en la divi- sión jerárquica entre dirigentes y dirigidos, así como a vernos como especie humana.
Sin derecho a voto bajo la propia Comuna de París y sin acceso al Consejo Comunal, las mujeres tuvieron en ella una relevancia de la que empezamos a ser conscientes tardiamen- te, pese al homenaje que en 1872 Rimbaud rindió a las comuneras "dobladoras de espina- zos" y a que Benoît Malon se esforzó en resaltarlo muy poco después de la derrota. Ana Muiña destaca ese lugar de las mujeres en la Comuna. No en vano la Union des Femmes, creada por Nathalie Le Mel y Elisabeth Dmitrieff, fuera la más importante de las experien- cias asociativas creadas durante la Commune. Una entrevista reciente con Mathilde Larriére incide en ese aspecto, muy presente en este monográfico como podrá comprobar cada lector(a).
Aunque fueron pocos los escritores "conocidos" comprometidos con la Comuna, esta no podía dejar de cuestionar el lugar del arte en la sociedad, así como la estructura y arqui- tectura urbana y los modos de vivir, destacando la confluencia de artistas y artesanos cua- lificados en la efímera Federación de Artistas, que en su manifiesto decía "Vamos a coo- perar esforzándonos por nuestra regeneración, el nacimiento del lujo comunal, esplendo- res futuros y la República Universal". De nuevo, en la idea del lujo comunal hay un exce- so de sentido similar al de República Universal. Esa dimensión de la Comuna es la que exploran Karin Ross y Enrique Bienzobas. Y no puede dejar de espolearnos hoy, bajo la amenaza y certidumbre de graves desastres ambientales y sociales en las próximas déca- das a consecuencia de la lógica de la "expansión indefinida", para pensar y a actuar en torno a la Idea fuerte de una buena vida para tod@s en condiciones tan desfavorables.
La Comuna fue un acontecimiento, pero no algo aislado en el tiempo, sin antes ni después. En tanto que no cabe atribuir un determinismo histórico a su aparición, como si no fuese algo radicalmente nuevo sino solo el paso a acto de lo ya existente en potencia, podemos decir que se trató de una creación social "de la nada", pero no "en la nada", porque todo lo verdaderamente nuevo surge con condicionantes, implicando a lo que "ya estaba", pero generando significación nueva. Maurice Dommanget explora algunos de esos condicio- nantes, en particular la contribución a la Idea de la Comuna hecha por el cruce y coopera- ción en ella de diversas y diferentes concepciones sociales. ¿Y después? ¿Esos momentos se perdieron en el tiempo, "como lágrimas en la lluvia"? José Luis Carretero, a partir de la experiencia del sindicalismo revolucionario francés viene a decirnos que no, o, al menos, que no tiene que ser así.
La Comuna de París, pero también la riqueza y diversidad de los "socialismos" del siglo XIX, no es "perro muerto" si nos aproximamos de manera adecuada, sin someter el tiem- po de la Comuna y el nuestro a equivalencias anacrónicas. Ante los desafíos civilizatorios que nos plantean la desigualdad social, la catástrofe climática y la barbarie patriarcal (¿a nadie le importa Afganistán?), en tiempos de alto riesgo, de "alerta roja", rememorar - insistimos, no imitar- la República Universal, el Lujo Comunal y la Unión de las Mujeres puede ser un buen recurso, entre otros, para contribuir a generar condiciones en las que sea posible, solo posible, que surja y prenda desde la acción colectiva esa Idea, o mejor esas Ideas, por las que merezca la pena intentarlo en común ahora y nos capaciten para cons- truir soluciones, aunque sean parciales, y también para que al movernos en lo inmediato dispongamos de algunos horizontes que no sean “utopías” para el futuro sino brújulas que nos orienten. Para que la acción y la Idea desplieguen todas sus capacidades deben encon- trarse, sin privilegio. Ya nos dijo Carlos Edmundo de Ory eso de que "Deja los sueños mór- bidos enfréntate en las calles". Enfrentarnos con los abusos, enfrentarnos con los privile- gios, enfrentarnos con los poderosos, enfrentarnos con nuestros propios dogmas y caren- cias, con nuestras soledades y dolores, con nuestras dificultades para cooperar.
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