Una ley para la memoria

Una ley para la memoria
Francisco Javier López Martín

Recientemente el gobierno ha tramitado el proyecto de Ley de Memoria Democrática. Desgraciadamente vivimos en un país en el que parece que todo tiene que ser olvidado para que sigamos viviendo en equilibrio, que no en paz, sin haber resuelto nunca el problema de conquistar una convivencia democrática, sin imposiciones, ni amenazas. Un país siempre en el filo de una navaja.

España viene a ser un país sin patria, sin memoria compartida, sin pasado común que pueda ser útil para el presente. En España conviene saber quién manda y, en función de ello, intentar descubrir cómo interpretará el pasado y cómo diseñará el futuro, porque, a fin de cuentas, sigue plenamente vigente la lección de George Orwell,

-Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro.

La formulación que el mismo Orwell reproduce en su novela 1984 como un slogan del partido totalitario que gobierna un tercio del planeta, el IngSoc, regido por el Gran Hermano,

-Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado.

Es este ejercicio de la memoria el que permite convencer al pueblo de que,

-La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza.

El visionario, iluminado y profético George Orwell entendió bien que estos principios sólo serían posibles cuando el pueblo aceptase sin más que el Gran Hermano te vigila.

Por eso preservar la memoria, acumularla en una inmensa base de macrodatos, el big data, no siempre nos conduce a un mundo mejor y más justo. A fin de cuentas, quien más, quien menos, procuramos usar, utilizar, manipular la memoria para obviar los momentos oscuros y preservar los momentos triunfales.

Lo bueno y lo malo han convivido en nuestra historia, la paz y la guerra, el conflicto y el acuerdo, la locura desencadenada y la sensatez a prueba de irracionalidades rampantes, pero queremos que sólo lo bueno perviva y nos transfigure en héroes, o tal vez en víctimas, que tampoco es mala cosa, pues nos permite formular exigencias permanentes de reparaciones justificadas, o no tanto.

Lo siento, pero me niego a pagar reparaciones económicas, o morales, por las atrocidades cometidas en América, por parte de unos personajes que siguen gobernando aquellos países, los nietos de los conquistadores que desertaron del arado en Castilla, mientras mi abuelo se quedaba aquí para seguir soportando caciques, terratenientes y demás vividores patrios.

Ni mi abuelo, ni sus descendientes, consiguieron otra cosa que hambre, mala vida, pobreza, trabajos agotadores y muerte en los campos de batalla, ya fuera en los Campos de Castilla, en Cuba, en la Puerta del Sol, en Marruecos, en cualquiera de los frentes de la Guerra de España, o ante un pelotón de fusilamiento.

Esa es mi memoria histórica, mi memoria acumulada, no es la mejor de las posibles, pero es la mía. Necesito reconciliarme con cuanto quisieron que fuera olvidado. Lo necesito para conjurar el dolor y el olvido. Lo necesito como cualquiera necesita asumir su propio momento de duelo.

Pero no quiero que todo quede empozado, encerrado, enquistado. Quiero que toda esa memoria se convierta en guía, camino, ejemplo. Nada volverá a ser como fue. Ningún pasado se repite literalmente, tal como nos enseña Todorov, pero podemos convertir el pasado en alerta, ejemplo, ilusión y esperanza de futuro, libertad conquistada.

No todo fue bueno, tampoco todo fue malo, pero el pasado no puede esclavizarnos. Cada momento del pasado puede conducir a la responsabilidad, al encuentro, al diálogo para evitar los errores y conjurar la repetición de las injusticias. Esas injusticias que no deben volver a repetirse. Esas nuevas injusticias que no pueden perdurar en el tiempo.

Las leyes que pretenden defender la memoria son útiles si nos recuerdan el pasado para convertirlo en la mejor vacuna contra cualquier totalitarismo, convertirlo en compromiso de una sociedad que pretende convivir en paz y libertad.


Fuente → diario16.com

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