El fascismo nunca nos trata de usted
Alvaro Noguera

El fascismo nunca nos trata de usted
Víctor Guillot

Vox, con esa uve mayúscula y ominosa, no ha condenado las pintadas nazis que aparecieron en un bar esta semana. Vox se escribe con uve de victoria, que como mi buen amigo Mario Cuenca Sandoval afirma en su última novela, no tardará mucho en llegar a la Moncloa. Las victorias de los fascistas siempre se rubrican con sangre y violencia. En su larga historia, el fascismo ha tenido un apego a la sangre tan estrecho como lo ha tenido la monarquía y la aristocracia con su árbol genealógico. Sucede que la sangre de los fascistas suele ser la de los otros, o sea, la nuestra, la de un rojo, la de un negro o la de un ecuatoriano, un suponer.

Vox quiere morder el pan de la victoria. Ese pan, mayormente, está amasado con el fracaso de las otras derechas, la de Ciudadanos principalmente, que duda siempre entre pactar con el neofalangismo, convertirse en él o pasar por un tibio socialdemócrata de centro dispuesto a no renunciar a nada. Para que Vox exista, crezca, aumente, es necesario que haya un partido liberal que sea el fiel reflejo de la timidez y la cobardía y responda, siempre que le pregunten si estaría dispuesto a pactar con Vox, que nunca pactaría con los extremos. Los de Ciudadanos regresaron de una convención nacional sintiéndose liberales, pero al llegar al escaño siempre computan con Vox. El problema de los fascistas es que siempre tienen un fondo sordo y sórdido, atroz y cruel y un partido liberal a su izquierda dispuesto a vender su alma a cualquiera con tal de no desaparecer.

Siempre habrá algún liberal dispuesto a hacerse un hueco entre los vencedores, un Toni Cantó, por ejemplo, vestido de liberal, predispuesto siempre al chascarrillo y con un sentido del humor letal para cualquier inteligencia. La joven fascista de hoy es un cayetana mezclada entre la intelectualidad indie, puesta al día para justificar la percha, pero que acumula un odio irredento cuando tiene que ir a la clínica abortiva y verse rodeada de inmigrantes. El joven cayetano camina indolente por las calles con su título de ingeniero y ese cosquilleo en la nariz que se despierta cada vez que sale del baño mientras ilumina la calle con ojos alucinados.

Hacía muchos años que no se veían pintadas en la ciudad y eso es síntoma de que el fascismo no sólo crece en las instituciones; también lo hace en la calle, enarbolando esvásticas sobre el asfalto lumpenproletariado. El fascismo de calle tiene todavía ese aire de clan nihilista y desquiciado. Lo cuenta muy bien Kiko Amat en su última novela, Revancha, que se presenta en Gijon a finales de este mes, en el Toma 3, y que tiene todo el ritmo trepidante de la prosa de Jim Thompson y todo el delirante sentido de la vida de Celine. Escrita en segunda persona, hay algo definitivo que hasta ahora no habíamos percibido. El fascismo siempre nos trata de tú. Por eso, en la pintada del bar ecuatoriano, lo que se escribe es un “te vamos a matar”. El fascismo, querido y desocupado lector, nunca nos tratará de usted. Bah.


Fuente →  diariodelaire.com

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