Dolores Ibárruri, las antifascistas, la maternidad y la Guerra Civil española

Dolores Ibárruri, las antifascistas, la maternidad y la Guerra Civil española / Diego Díaz Alonso:

Extracto del libro Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibárruri de Diego Díaz Alonso, con prólogo de Enric Juliana, que publicará el 13 de septiembre la editorial Hoja de Lata.

“Porque no queremos recibir la victoria como un regalo de los hombres de España, sino como algo que nosotras también conquistamos

Discurso de Pasionaria a las milicianas del Quinto Regimiento, agosto de 1936.

Las guerras y las revoluciones siempre desordenan los roles de género, permiten a las mujeres ocupar posiciones más destacadas en la esfera pública y desempeñar actividades hasta entonces reservadas para los hombres. La guerra y revolución de España no fue en ese sentido una excepción. Para las mujeres de la España antifascista el periodo bélico supuso, con todas sus contradicciones, una oportunidad excepcional para el desarrollo de su autonomía, acelerando los cambios económicos, sociales y culturales que ya estaban en marcha en el país desde principios de los 30 y que habían ido favoreciendo su progresiva entrada en el espacio público. Para María Solana, una militante de las JSU, la guerra hizo que naciera “un nuevo espíritu” y un “nuevo sentido de las relaciones humanas”. Solana ilustraba con una anécdota personal esta nueva forma de relacionarse entre hombres y mujeres que comenzaba a tomar cuerpo entre los jóvenes más politizados como ella. Cuando iba a realizar misiones de propaganda por los pueblos con otros compañeros de la JSU y no había camas suficientes “yo, que era la única mujer, solía dormir en una misma cama con dos o tres muchachos, sin que pasara nada, absolutamente nada”[1].

La historiadora Mary Nash destaca que a pesar de la dureza de la guerra “muchas mujeres vivieron la Guerra Civil como una experiencia emocionante que les permitiría desarrollar su potencial hasta un punto que la sociedad española nunca les había consentido con anterioridad”[2]. Esta experiencia la vivirían sobre todo las mujeres jóvenes procedentes de los lugares más densamente politizados de la zona republicana.

La sensación de que la guerra abría una histórica ventana de oportunidad a la emancipación femenina se extendería rápido en los primeros días de la guerra. En agosto de 1936 Pasionaria daba un discurso a unas milicianas del Quinto Regimiento, la unidad militar creada por los comunistas de la capital española. Numerosas jóvenes habían respondido al llamamiento de los sindicatos y partidos de izquierdas a unirse a las milicias. En el patio del colegio de los Salesianos de Madrid, cuartel general del Quinto Regimiento, Ibárruri exhortaba a las voluntarias a conquistar junto a los hombres la victoria. Si el fascismo triunfaba vendría una mayor opresión para las mujeres, pero si la República vencía conquistarían nuevas libertades y derechos. Estaba en sus manos que la victoria fuera un logro conjunto de hombres y mujeres, y no solo de los hombres, con lo que sus vidas no cambiarían en nada. Las mujeres debían aprovechar la oportunidad de la guerra para afianzar su papel político y social, sacudir los prejuicios machistas y demostrar que valían tanto como sus compañeros: “Camaradas: nuestra vida ha sido un constante aprender a sufrir y un sufrir constante. Desde hoy, nuestra vida debe ser un constante aprender a luchar, un constante aprender a vencer…”[3].

La guerra supondría la mayor movilización femenina conocida hasta entonces en la historia de España. Las mujeres no solo lucharían en los frentes, sino también en la retaguardia, trabajando en las fábricas y en las oficinas, en los transportes y las telecomunicaciones, en los hospitales y en los comedores colectivos, en las escuelas, bibliotecas, cines y teatros, en la educación y en los servicios de auxilio social. El compromiso político ampliaría los horizontes vitales de las jóvenes antifascistas, ofreciéndoles otras formas de vida y de sociabilidad. Miles de ellas se lanzarían a experimentar esta nueva forma de vivir la vida. Un nuevo interés por los asuntos públicos y una renovada confianza en sí mismas para abordarlos y participar en ellos llevaría a miles de mujeres a ingresar en los partidos, sindicatos y organizaciones femeninas.

El PCE y otras entidades afines como la Agrupación de Mujeres Antifascistas, la Unió de Dones de Catalunya y la Unión de Muchachas canalizarían en buena medida este impulso político femenino, que venía sobre todo de las jóvenes que llegaban a la mayoría de edad en esos años. Durante la guerra, el PCE y su aliado catalán, el Partit Socialista Unificat de Catalunya, se convertirían en las organizaciones más feminizadas de la España republicana. Este éxito tuvo que ver tanto con la dinámica general ascendente que llevó al crecimiento de la afiliación al PCE, el PSUC y las JSU entre 1936 y 1938, sobre todo entre jóvenes sin militancia previa, como también a un trabajo específico, mucho más enfocado que el de otras organizaciones antifascistas a la búsqueda de apoyos femeninos. Asimismo, la existencia en el PCE de jóvenes mártires como Aida Lafuente y Lina Odena, pero sobre todo una poderosa figura como Dolores Ibárruri, no serían ajenas a este éxito de las campañas de afiliación. En marzo de 1938 Mundo Obrero pedía “¡Más mujeres al Partido!”, a la vez que destacaba el “crecimiento constante de masas femeninas en nuestro Partido y en otras organizaciones”: “mujeres que han visto en el gran ejemplo de nuestra camarada Pasionaria que sus energías podían ser aprovechadas para algo más que atender un hogar”[4].

En septiembre de 1936 el republicano José Giral daba un paso atrás para facilitar la formación de un nuevo ejecutivo de amplia unidad presidido por Largo Caballero. El llamado Gobierno de la victoria contará con presencia de republicanos, socialistas, comunistas, nacionalistas catalanes y vascos, y lo más insólito: cuatro ministros de la CNT. El PCE se incorpora con dos carteras. Instrucción Pública para Jesús Hernández y Agricultura para Vicente Uribe. Tanto José Díaz, secretario general, como Pasionaria quedan fuera del ejecutivo para dedicarse al completo a las tareas del partido. Además de ejercer como dirigente, Pasionaria se especializará en aquello que mejor sabe hacer y para lo que posee un don especial: el contacto y la comunicación con la gente. Es ella la principal encargada de agitar y movilizar en los frentes y en la retaguardia. Al mismo tiempo sigue liderando la Agrupación de Mujeres Fascistas, que durante la guerra llegará a tener más de 60.000 afiliadas, y una composición política en la que hay comunistas, socialistas, republicanas, mujeres sin partido, e incluso algunas anarquistas.

La formación del Gobierno Largo Caballero sorprende a Pasionaria en París, haciendo campaña por la República española. Es su tercera visita a la capital francesa, y la que más expectación genera. En uno de sus discursos más celebrados, en el Velódromo de Invierno, la diputada reclama al gobierno francés “¡Armas y cañones para España!”. Ante los miles de personas que asisten al acto fija una de sus consignas más populares: “El pueblo español prefiere morir de pie que vivir de rodillas”. El mito de la sencilla y luchadora hija, hermana y mujer de minero se internacionaliza. Ahora encarna ante la opinión pública progresista de todo el mundo a esa República española que Stalin llamaría poco tiempo después “la causa común de toda la Humanidad avanzada y progresiva”. Su imagen da la vuelta al mundo. Nerhu, el líder del Congreso Nacional Indio, la visita en su viaje a España para solidarizarse con la República. James Cagney, Joan Crawford, Bette Davis y otras estrellas del Hollywood demócrata y progresista le escriben una carta colectiva de apoyo a la causa republicana en la que se refieren a ella como un símbolo internacional de la lucha por la democracia. En la URSS se convierte en uno de los personajes centrales de la obra de teatro Salud, España, escrita por el dramaturgo soviético A. Afinogenov.

Ibárruri va estar cómoda en ese papel de agitadora política y se entregará a él con un ritmo de trabajo frenético. En su agenda no hay un minuto para el descanso. Lo mismo pronuncia discursos ante las multitudes, habla en la radio, escribe en los periódicos, aparece en noticiarios cinematográficos, visita los frentes para animar a los soldados o cava trincheras durante el asedio de Madrid. El Quinto Regimiento, impulsado por el PCE y las JSU, la nombra comandante honoraria. Su popularidad es tal que José Díaz dice de ella que las multitudes “la tocan para comprobar si es de carne”. En la zona republicana le dedican cuplés y poemas. Miguel Hernández, Pablo Neruda, Rafael Alberti y otros poetas, consagrados o aficionados, le escriben versos. Todos los corresponsales y extranjeros que visitan la España republicana quieren conocerla. Desde los frentes los soldados le escriben cartas para hablarle de la marcha de los combates, de la vida cotidiana en las trincheras o para contarle que gracias a la obra educativa de la República han aprendido a escribir y que en esa cuartilla están las primeras palabras escritas de su puño y letra.

Pasionaria rompe con la rigidez, el elitismo y frialdad de buena parte de la clase política republicana. Hace lo que no hacen los demás. Se acerca a los frentes, comparte su tiempo con los soldados, se interesa por la vida en las trincheras, retiene sus nombres y les llama por ellos, les pregunta por sus pueblos, sus familias o sus novias. Cuando hay quejas por las condiciones de vida en las trincheras las traslada a los altos mandos. Su trato dulce y maternal, su campechanía y cercanía con los soldados no es demasiado común.

Miren Llona ha analizado cómo en la guerra la imagen de Pasionaria pasa de mujer obrera o mujer del pueblo, a un prototipo femenino más tradicional: la madre protectora y sufridora de una patria en guerra. Para la historiadora vasca, dado que en el bando republicano la Guerra Civil pronto adoptó un formato de guerra patriótica, por la independencia nacional frente a la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, “la identificación entre la defensa de la nación y la exaltación de la figura de la madre resultaron definitivos para el cambio de orientación que adquirieron los discursos de Pasionaria”[5]. El PCE disputaba por lo tanto la maternidad a las fuerzas reaccionarias, del mismo modo que estaba también disputando el patriotismo, resignificando la idea de España en un sentido frentepopulista y antifascista.

Llona habla al mismo tiempo de esa maternidad, de una imagen viril de Ibárruri identificada con valores tradicionalmente atribuidos a los hombres como la valentía y el heroísmo. Y es que, como ha propuesto Gema Torres Delgado, “el ejercicio de la virilidad no es responsabilidad exclusiva de los hombres” y por lo tanto “puede ser provechoso desvincular la masculinidad del cuerpo de los hombres y entenderla como un valor social que todos y todas compartimos”[6]. Pasionaria es viril y maternal a la vez. Una combinación explosiva. Es la nueva Agustina de Aragón de la España antifascista. El bando franquista no tardará en detectar el potencial de una figura femenina así y dirigirá toda su artillería propagandística contra ella. Por eso Queipo del Llano, el llamado “general de la radio”, la insulta en sus charlas diarias desde los micrófonos de la Unión Radio de Sevilla o el ABC de esa misma ciudad populariza la expresión hijos de Pasionaria, como sinónimo de hijos de puta. Ibárruri se reapropia del insulto y le da una vuelta acorde con su imagen maternal. Ella es la madre de todos los antifascistas:

“Pensaban hacerme una ofensa y no pudieron hacerme mayor honor que considerarme vuestra madre, que considerarme la madre de todos los heroicos combatientes que en nuestros frentes de lucha, no vacilan en sacrificar su vida por la causa de la libertad, por la paz, por la justicia, por la cultura, por el progreso y por la República”.

Con la evolución del conflicto de una guerra irregular hacia una contienda más convencional, las intervenciones de Pasionaria se irán llenando de llamadas a la responsabilidad de las mujeres para que ningún hombre en edad y disposición de combatir se quede en la retaguardia, algo que con su capacidad para acuñar eslóganes populares se resumirá en la consigna: “Más vale ser viudas de héroes, que esposas de cobardes”. Pasionaria predicará en esto con el ejemplo. A diferencia de otros dirigentes republicanos como Prieto, que mueve sus influencias para sacar a su hijo de España, Ibárruri pide expresamente por carta a Rubén, un adolescente de 17 años, que se prepare para “sacrificarse por nuestra causa”. Rubén así lo hará. Su regreso de la URSS calla muchas bocas. En 1938 el joven vuelve a España para unirse al Ejército Popular y luchar como un soldado más en la Batalla del Ebro. No habrá tampoco favoritismos en la retirada. Rubén Ruiz acabará como otros muchos combatientes republicanos en un campo de refugiados en el sur de Francia.

Será por lo tanto la imagen de la madre combativa, heroína de la retaguardia, y no la de la miliciana, objeto de todo tipo de mofas y burlas machistas, la que se convierta en el transcurso de la guerra en el modelo hegemónico a imitar por las mujeres de la España republicana. Todas las organizaciones terminarían apelando a un valor cultural mucho más hegemónico y tradicional como el de la maternidad que a la imagen de las mujeres en armas. La anarquista Federica Montseny también pronunciará discursos de ensalzamiento del sacrificio de las madres muy parecidos a los de Ibárruri. “Los hijos que hoy damos a los frentes y a la retaguardia, harán que mañana otros hijos y los nuestros propios, tengan una vida más digna”[7], diría en agosto de 1938 en un acto de Mujeres Libres.

Si los primeros días de la guerra conocieron el nacimiento del mito de la miliciana, explotado intensamente en la propaganda de todas las organizaciones, en otoño la percepción de las mujeres que combatían en los frentes había caído en picado. Mary Nash ha explicado cómo la mujer con el mono azul y el fusil al hombro pasaría en pocos meses de ser el icono de la resistencia antifascista a una figura desprestigiada, objeto de burlas y de bulos machistas, tachada de frívola y promiscua, o incluso equiparada con la prostituta. Las milicianas serían acusadas de propagar enfermedades venéreas y de entorpecer más que de ayudar en los frentes.

No hay un momento preciso en el que se imponga la consigna “Los hombres al frente. Las mujeres a la retaguardia”, pero a finales de 1936 esta ya está plenamente en circulación, y participan de ella todas las organizaciones. La misma Pasionaria, que en el verano de de 1936 exhortaba a las mujeres a luchar “al lado de los hombres”, participaría solo algunos meses después en consolidar la división sexual del esfuerzo bélico, que se acentuaría con la consolidación del Ejército Popular. María Solana recuerda que en marzo de 1937, tras la batalla de Guadalajara, “Pasionaria vino al frente a decirles a las mujeres que su sitio estaba en la retaguardia, donde podían ser más útiles al esfuerzo bélico”. No todas obedecieron: “llegaron camiones para llevarse a las mujeres, pero una amiga mía de la infancia, y algunas otras no se marcharon. Nunca supe lo que pasó a mi amiga, pero creo que murió combatiendo”.

La labor de las mujeres ya no sería coger el fusil e ir a combatir, sino presionar a los hombres a cumplir con su deber y alistarse, ocupando ellas los puestos de empleo que dejaban al marchar al frente. La retirada de los frentes suponía una cesión de las organizaciones a los prejuicios machistas y la cultura patriarcal. Sin embargo, el retroceso desde el punto de vista de género que suponía la desmovilización de las milicianas se compensaría en parte con una incorporación masiva de mujeres al trabajo en las fábricas y el trabajo de cuidados en la retaguardia. Esta movilización, animada por las organizaciones antifascistas, suponía una entrada sin precedentes de mujeres de la zona republicana en el trabajo fuera del hogar. En sus intervenciones públicas Pasionaria señalaría que la guerra brindaba una oportunidad histórica para que las mujeres conquistasen con su trabajo independencia económica y con ello su independencia personal.

La Agrupación de Mujeres Antifascistas liderada por Ibárruri organizaría los distintos servicios agrupados en la Comisión de Auxilio Femenino al tiempo que impulsa un programa por la igualdad salarial, la formación profesional de las mujeres y la instauración de lo que hoy llamaríamos un sistema público de cuidados. En su segunda Conferencia Nacional, celebrada en octubre de 1937 en Valencia, Mujeres Antifascistas aprueba pedir al Ministerio de Defensa Nacional la creación de comedores colectivos y la instalación de casas-cuna y guarderías infantiles en las empresas y los barrios obreros, pero también, en el marco de la campaña del PCE por aumentar la producción de material bélico, la supresión de la jornada laboral de ocho horas, de la llamada semana inglesa y la movilización masiva de mujeres a la industria. Mujeres Antifascistas y su líder, Pasionaria, colocarían siempre el objetivo de ganar la guerra como máxima prioridad del movimiento, pero a su vez presentando la victoria de la República como la premisa para la emancipación de las mujeres y la oportunidad para demostrar su capacidad laboral y de sacrificio. En la Conferencia valenciana, en la que los retratos de Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, pero también de la mártir liberal Mariana Pineda decoran el local, se rinde homenaje a las mujeres caídas en la lucha contra el fascismo y se recuerda por parte de Ibárruri que las mujeres han realizado a lo largo de la guerra miles de horas extraordinarias en las fábricas sin pedir aumentos salariales, únicamente por su compromiso con la causa republicana y antifascista[8].

La organización femenina también convertiría en una de sus batallas centrales la lucha contra las resistencias machistas de muchos obreros y de sus sindicatos a la incorporación de las mujeres en las industrias. Entre los hombres existía el miedo a que las mujeres que ahora se incorporaban al trabajo fabril terminasen ocupando para siempre esos puestos de empleo. Por ello, en un mitin comunista celebrado en Barcelona en marzo de 1938 Pasionaria pedía a “los compañeros de la UGT” que superasen sus prejuicios hacia las obreras, puesto que después de la guerra “habrá sitio para todos”, al ser necesaria la fuerza de trabajo de “millares de mujeres y de hombres para levantar la nueva España”[9].

AMA sería en cambio muchos menos rupturista y beligerante en todo lo tocante a la llamada “reforma sexual” que la otra gran organización femenina de la España republicana, Mujeres Libres, fundada en abril de 1936 por algunas militantes anarquistas como la cenetista Lucía Sánchez Saornil, poeta, trabajadora de Telefónica, represaliada por su activismo sindical, y pionera en la reivindicación del lesbianismo y la libertad sexual. Ni el trabajo por la “liberación y redención de la prostitutas” ni la legalización del aborto serían asuntos centrales para la hegemónica AMA, si bien tampoco estas se opondrían a ambas iniciativas, en las que sectores del anarquismo tendrían un protagonismo mucho mayor. Cuando la Generalitat de Catalunya apruebe en 1937 una legislación pionera en materia de derecho al aborto promovida por las anarquistas, contará con el respaldo de todas las organizaciones catalanas, incluida la Unió de Dones de Catalunya, vinculada a AMA.

En octubre de 1937 Pasionaria hacía un llamamiento a formar una gran alianza nacional de mujeres. Desde su posición mayoritaria AMA trataba de atraer a Mujeres Libres a una suerte de frente popular femenino con la Unión de Muchachas, la sección femenina de las JSU, pero como señala Mary Nash, las anarquistas declinarían la oferta de Ibárruri, desconfiando de lo que podía terminar siendo una absorción pilotada por el PCE y el PSUC, y una desfiguración de su raíz libertaria. De hecho, Mujeres Libres había nacido en parte para contrarrestar la influencia comunista en el mundo femenino, y se enorgullecía de  ser la alternativa libertaria a AMA. Sin embargo, pese a esta abierta filiación anarquista, y su rápido crecimiento desde el estallido de la Guerra Civil, Mujeres Libres no sería admitida como una organización más del Movimiento Libertario Español, junto a los tres pilares de este: CNT, FAI y Juventudes Libertarias. En 1938 los dirigentes anarquistas cerraban la puerta a esta posibilidad, considerando que el MLE no necesitaba contar con una organización propia de mujeres. Para los principales dirigentes anarquistas la cuestión femenina no tendría nunca la centralidad que el PCE llegaría a darle, en gran medida gracias a Ibárruri y la labor desde 1933 de su equipo de la secretaría femenina del partido. El papel de la figura femenina más conocida del anarquismo español, Federica Montseny, sería completamente diferente al de Pasionaria. Siempre temerosa de fomentar una “guerra de sexos” en el seno de la clase obrera, la dirigente de la FAI no quiso desarrollar Mujeres Libres ni otros espacios exclusivamente femeninos en el seno del movimiento libertario. Ibárruri por el contrario apostó por la incorporación femenina a las filas comunistas a través de organizaciones sectoriales en las que las mujeres tenían un papel protagonista y podían abordar sus problemas específicos, siempre relegados a una posición secundaria en los espacios mixtos. Esta táctica, importada del movimiento comunista internacional, daría sus frutos y terminaría convirtiendo al PCE de la Guerra Civil en la fuerza más feminizada de la España republicana, el partido con más afiliadas, más cuadros intermedios y más dirigentes, así como la fuerza dirigente de un movimiento de masas plural como era Mujeres Antifascistas.

Recapitulando, la experiencia femenina de la guerra sería contradictoria. Avances como el derecho al aborto o la incorporación de las mujeres al trabajo en las fábricas y los servicios, convivirían con un fondo machista y patriarcal que explica decisiones como la retirada de las mujeres de la primera línea del frente, desarrollada con un gran consenso de todas las organizaciones antifascistas. La propia Pasionaria sería encarnación de esas contradicciones. Por un lado, la contienda la elevaría a la cima de su popularidad, pero jugando un rol femenino relativamente tradicional: el de sacrificada madre de los combatientes. Un papel que interpretaría de un modo brillante en su vida pública, al tiempo que en su vida privada iniciaba una secreta y nada convencional historia de amor con Francisco Antón, ferroviario madrileño, militante comunista y voluntario del Quinto Regimiento, catorce años más joven que ella. Una relación que la convertía en demasiado humana, y por la que pagaría un precio alto en la siguiente década.

Diego Díaz Alonso (@DiegoDazAlonso1) es historiador, director de Nortes.me y autor de Pasionaria. La vida inesperada de Dolores Ibárruri (Hoja de lata, 2021).

Notas

[1] Fraser, Ronald. (2001). Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia de la Guerra Civil española. Barcelona: Crítica, p.392.

[2] NASH, Mary. (2006). Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil. Taurus: Barcelona, 249.

[3] Carabantes, Andrés & Cimorra, Eusebio. (1982). Un mito llamado Pasionaria. Barcelona: Planeta, p. 125.

[4] Mundo Obrero, 1 de marzo de 1938.

[5] Llona, Miren. “La imagen viril de Pasionaria. Los significados simbólicos de Dolores Ibárruri en la II República y la Guerra Civil”, Historia y política: Ideas, procesos y movimientos sociales, nº 36, 2016, pp. 263-287.

[6] Torres Delgado. Gemma. (1 de julio de 2021). “La masculinidad no es solo cosa de hombres”, Revista Idees.

[7] Cit., en Nash, Mary, Rojas, p.159.

[8] Frente Rojo, 29 de octubre de 1937.

[9] Frente Rojo, 1 de marzo de 1938.


Fuente → la-u.org

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