
Xosé Miguel Suárez Fernández
Voy a publicar un libro sobre la guerra civil. ¡Qué pesadez!, dirán algunos. ¡Otro de la generación de los nietos empeñado en remover el pasado! Lo reconozco: llevo tiempo empeñado en remover el pasado. El asesinato de mi abuelo a manos de los falangistas marcó las vidas de mi abuela y de mi madre, y quien vivió esa experiencia no puede permanecer ajeno. Demuestra tener poca empatía quien mira con desprecio los intentos de hijos y nietos por recuperar los restos de los asesinados o, en este caso, simplemente sus nombres y su recuerdo. Sí, algunos seguimos removiendo el pasado. Y si con mis manos pudiera remover también la tierra que sepulta a mi abuelo, también lo haría. ¡Si supiese dónde!
Por
eso, como un acto de justicia, esa que el Estado español niega a las
víctimas republicanas, me decidí a sacar a la luz su historia y la de un
puñado de víctimas de entre las miles y miles que provocó el golpe
militar de 1936. Con esa idea nació Como augua de torbón. Guerra civil y
represión franquista nel estremo noroccidental d’Asturias, un libro que
espero publicar en pocas semanas.
Mi abuelo era albañil y se
llamaba Jesús Fernández Pérez. Una noche de noviembre de 1936, lo
sacaron de la cárcel del Ayuntamiento de Tapia y nunca más se supo de
él. Tenía 33 años. Mi abuela era entonces una joven de 28 años y mi
madre solo tenía seis días. Aunque trató de averiguar dónde habían
llevado a Jesús, el carcelero se negó a decirle nada. Por más que volvía
una y otra vez, nunca obtuvo respuesta. "Condo ganen os meus, han a
ferche falar" (Cuando ganen los míos, te harán hablar), le decía
desesperada. Los suyos no ganaron y tuvo que arreglárselas para
sobrellevar su situación. Mientras vivió, se cruzaba a menudo con uno de
los cabecillas de Falange en Tapia, responsable de las detenciones. Su
única venganza era escupir disimuladamente después de que él hubiera
pasado. Cuando en las urnas por fin ganaron "los suyos", nada cambió
para mi abuela. Se murió sin saber en qué cuneta o en qué fosa común
estaría enterrado su marido.
En abril de 2013 acudí a la
presentación en Uviéu de un número monográfico de la revista Viento Sur
titulado "No dejaremos en paz el franquismo". Me impresionó la
convicción y el entusiasmo de quien lo presentaba, que animó a los que
estábamos allí a formar un grupo de apoyo a la Querella Argentina. Esa
persona era Chato Galante. Así nació La Comuna d’Asturies. Después tuve
la suerte de conocer también a Carlos Slepoy y a Ana Messuti. Qué
mejores ejemplos de tenacidad y entrega para decidirse a recorrer con
ellos ese camino. Exactamente un año después, estaba en el Consulado de
Argentina en Madrid, acompañado de otras nietas y nietos tozudos y de
algunos viejos luchadores antifranquistas, para sumar a la Querella
varios casos de víctimas de Asturias, entre ellos el de mi abuelo.
Para
redactar la denuncia, traté de contextualizar en la historia local las
circunstancias de su desaparición, pero descubrí que no existía
bibliografía específica sobre la represión en aquella zona. Comencé a
vaciar las bases de datos de víctimas de Asturias y Galicia para
rastrear los casos del occidente asturiano, completarlos y tratar de
localizar descendientes. Entrevisté a hijos e hijas, nietos y nietas de
asesinados, de fusilados, de presos. Comprobé que apenas se sabía nada
sobre las formaciones de izquierdas y el movimiento sindical en un
territorio como aquel, eminentemente rural y controlado electoralmente
por los partidos conservadores. Así que me propuse investigar. Era
necesario saber más del contexto político y sindical para entender por
qué aquellas personas habían sufrido la represión.
"Él sería de
izquierdas, claro, pero no estaba metido en nada", me decían. Así de
pesada fue la losa de silencio en algunas familias. Cuando empecé a
estudiar la documentación municipal y judicial las piezas comenzaron a
encajar. Aquel maestro al que habían "paseado" resultó ser concejal de
Izquierda Republicana, el jornalero fusilado pertenecía a una agrupación
socialista de su pueblo, aquel labrador asesinado era secretario del
sindicato agrícola, el comerciante que había hecho dinero en América, al
que requisaron su negocio y murió ante un pelotón de ejecución, era
presidente de la sociedad obrera local.
"Mataron xente como
augua de torbón" (Mataron gente como lluvia de tormenta), me dijo la
hija de un jornalero sindicalista asesinado. Aquella expresión en
gallego-asturiano, la lengua que hablamos en el extremo occidental de
Asturias, me pareció toda una metáfora y por eso titulé así el libro.
Efectivamente, todo el movimiento sindical y político de izquierdas,
incipiente en la zona, fue arrasado al paso del torrente de la
represión. Las gestoras municipales nombradas por el gobernador civil
tras el triunfo del Frente Popular fueron perseguidas porque muchos
alcaldes y concejales formaron parte después de los comités de guerra
que se organizaron para hacer frente al levantamiento militar. Y eso que
aquel territorio permaneció bajo el control de la República apenas dos
semanas, hasta que una columna del Ejército sublevado en Galicia lo
conquistó. En los 14 municipios que estudié, los datos hablan por sí
solos: un alcalde asesinado, otro fusilado, otro muerto en un bombardeo,
dos presos (uno de ellos falleció en la cárcel), seis exiliados y uno
escondido; cinco concejales asesinados, ocho fusilados, 18 presos, seis
exiliados y cinco escondidos (uno de ellos se suicidó).
Pero
hubo muchas más víctimas republicanas, algunas completamente olvidadas
porque no dejaron descendencia y su recuerdo se ha ido borrando de la
memoria del vecindario. ¡Incluso cuatro víctimas mortales figuran en la
Causa General como "fallecidas bajo la dominación marxista"! Constaté en
total unas 125 muertes extrajudiciales, 81 fusilados tras consejo de
guerra, cerca de 400 presos en cárceles y batallones de soldados
trabajadores, medio centenar de exiliados... En este sentido, no
descubro nada nuevo. La historiografía sobre el tema coincide en cuál
era el objetivo de la represión franquista. Pero había que contar lo que
sucedió en ese territorio porque no se sabía. Aunque áun sea incómodo,
aunque aún siga provocando tensiones hablar de ello en los pueblos
pequeños.
El mío es otro libro más sobre la guerra civil y la
represión franquista, sí, pero estoy convencido de que no sobran nuevas
publicaciones. En estos tiempos de negación de las evidencias
históricas, hace falta más que nunca información contrastada. Si fuera
posible, un libro por cada rincón del Estado, porque es de justicia
recordar a todas y cada una de esas personas anónimas que nunca
estuvieron en las placas de las iglesias ni merecieron figurar en el
nombre de las calles. Fue tan grande el volumen de la represión que el
nombre de sus víctimas acabará por olvidarse si no hacemos el esfuerzo
ahora.
Fuente → blogs.publico.es
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