Existe en España una cultura franquista, la cual se encuentra en la actualidad ampliamente extendida en muchos sectores de la población española y sobre todo en los sectores más pudientes. Asimismo, penetra fuertemente en las clases de renta media superior del país, las cuales suelen ser de tendencia conservadora.
La transición política de la dictadura a la democracia no fue ideal, se ejecutó bajo el mando de los de los “vencedores” de la Guerra Civil, los cuales plasmaron su impronta en el Estado y en la sociedad española.
Desde la puesta en vigencia del Régimen del 78, el partido político que ha heredado tal cultura ha sido el Partido Popular. Posteriormente han entrado a la palestra pública otras organizaciones con basamentos ideológicos similares buscando consolidarse como la representación máxima de la serena en España.
Durante la transición, España no tenía un movimiento de ultraderecha, por tal motivo no se visibilizaba fácilmente que gran parte de la población con esta ideología votaba al PP, que ha sido un partido eje del régimen actual.
Su amplia presencia en las instituciones representativas era y sigue siendo consecuencia de una ley electoral que les ha favorecido durante todo el período democrático, y cuya génesis está basada en una propuesta dictada por la Asamblea del Movimiento Nacional, cuya aprobación por el Estado fue una condición para su aceptación del cambio que ocurrió a partir de la muerte del dictador.
De esta forma, más de una generación de españoles creció y vivió bajo el dominio de Franco, sin ninguna experiencia directa de derechos o procesos democráticos. Evidentemente, al ser un gobierno autoritario tan prolongado, tuvo efectos profundos en las estructuras políticas, en la sociedad civil, en los valores individuales y en los comportamientos de los diferentes grupos sociales.
Han pasado cuatro décadas desde la muerte de Franco y esa dictadura forma parte de la historia, un tema de controversia política y de debate público. Con memorias divididas, esos trágicos sucesos del pasado han proyectado su larga sombra sobre el presente y, frente a ella, se necesitan miradas libres y rigurosas.
Durante muchos años la historia de España ha sido vista como una constante excepcionalidad. Era excepcional el débil proceso nacionalizador acaecido en el siglo XIX; era excepcional la fracasada revolución liberal en comparación con los demás países europeos. Asimismo, poseía un significativo grado de excepcionalidad el Régimen de Franco dentro del panorama europeo de avance de los regímenes fascistas.
El fascismo clásico a través de los casos del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán, permiten definir un claro modelo genérico el cual surgió en Europa occidental. Cuando acabó la Guerra Civil española, más de la mitad de los 28 Estados europeos estaban dominados por dictaduras con poderes absolutos, que no dependían de mandatos constitucionales ni de elecciones democráticas.
Todas esas dictaduras procedían del firmamento político de la ultraderecha y tenían como uno de sus principales objetivos la destrucción del comunismo.
Franco y su dictadura no eran, por lo tanto, una excepción en aquella Europa de sistemas políticos autoritarios, totalitarios o fascistas. Pero al margen de las categorías que se utilicen para definirlos, la mayoría de esos despotismos modernos eran hijos de la Primera Guerra Mundial, la auténtica línea divisoria de la historia europea del siglo XX, la ruptura traumática con las políticas del orden autocrático imperial hasta entonces dominantes.
Como España no participó en esa contienda, el ascenso al poder de Franco se pareció poco, de entrada, al de esos nobles, políticos y militares que, tras convertirse en “héroes” nacionales por su lucha contra el enemigo exterior, encabezaron el movimiento contrarrevolucionario, antiliberal y antisocialista en sus países desde los años veinte. Jósef Pilsudski en Polonia y Miklós Horthy en Hungría son los mejores ejemplos.
El fascismo apareció más tarde en España que en la mayoría de los países europeos, sobre todo si la referencia es Italia y Alemania, y se mantuvo muy débil como movimiento político hasta la primavera de 1936.
Durante los primeros años de la Segunda República, apenas pudo abrirse camino en un escenario ocupado por la extrema derecha monárquica y por la derechización del catolicismo político. El triunfo de Adolf Hitler en Alemania, sin embargo, atrajo el interés de muchos ultraderechistas que, sin saber todavía mucho de fascismo, vieron en el ejemplo de los nazis un buen modelo para acabar con la República.
El que iba a ser el principal partido fascista, Falange Española, fue fundado en octubre de 1933, cuando el fascismo era ya un movimiento de masas consolidado en varios países europeos. Así pues, el Régimen franquista surgió de una guerra civil librada internamente y vencida merced al esfuerzo bélico de una coalición de fuerzas nacionales.
En este momento la oligarquía autoritaria y otras clases pertenecientes a la derecha española pensaron que, para que el fascismo triunfara, necesitaban a un líder carismático al igual que Mussolini en Italia o Hitler en Alemania. Fue entonces cuando se creó la Falange Española cuyo líder era José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera.
Aunque todo parecía a favor de la creación del partido fascista, la realidad es que nunca tuvo un gran apoyo popular, como demuestra sus resultados electorales. Aún así, sus numerosos ataques violentos, especialmente contra grupos de izquierdas, creó una sensación de inseguridad y violencia que sería aprovechada por los militares para llevar a cabo el Golpe de Estado de 1936.
Entre las principales causas del fracaso del fascismo en España, se puede decir que los grupos de izquierda a los que se enfrentaban estaban mucho más organizados que en Italia y Francia, y contaban con mucho mayor apoyo popular.
Asimismo, dicho fracaso también se debe a que la situación económica y social no era tan grave como en Italia, y especialmente desde la creación de la Segunda República; por otro lado, nadie consideraba a José Antonio un líder tan carismático como sí lo eran Hitler y Mussolini.
De todas formas, muchas cosas han cambiado. El fascismo de hoy es distinto al de ayer. Ahora, los fascistas se disfrazan de populistas o se autodenominan “derecha alternativa” o “hermanos de Italia”, por citar algunos casos famosos. Todas estas nomenclaturas intentan desdibujar la continuidad entre fascismos viejos y nuevos.
Los primeros ejemplos de esta situación se dieron a nivel global tras la derrota de Adolf Hitler. En Italia, fundaron un partido neo-fascista al que llamaron Movimiento Social Italiano o MSI. En España, el fascismo se quiso desfascitizar, dando lugar a una dictadura híbrida que retrasó a España varias décadas. Vox y afines quieren que se olvide ese dato fáctico.
Por otra parte, el actual contexto de conflictividad y un pasado muy relacionado con periodos autoritarios o fascistas en la historia española, dificulta extremadamente su implantación.
Si bien, en España la llamada transición no supuso un cambio sustancial con relación al franquismo, la derecha aún cuenta con una serie de estigmas dentro de la sociedad que bloquea el protagonismo de los partidos conservadores.
Fuente → elestado.net
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