Ni olvido ni perdón para los crímenes franquistas

Ni olvido ni perdón para los crímenes franquistas
Ximo Estal Lizondo
 
“No sé cuanto tiempo ha pasado, ni cuanto tiempo llevo aquí enterrado bajo kilos de arena sobre lo único que me queda: los huesos. Junto a mí, hay 4 casquillos de balas oxidadas, un trozo de cuerda deshilada, podrida, sobre los huesos de mi muñeca. A mi lado hay más huesos, los de una chica que no tendría 18 años, los de mi amigo que era agricultor y los del alcalde de mi pueblo, una gran persona que no había hecho mal a nadie; bueno, ninguno de los que estamos bajo esta losa de arena. Somos cuatro, eso creo, los que estamos bajo la cuneta, cerca del pueblo donde vivíamos. Lo recuerdo, los huesos enterrados en las cunetas también recordamos. Era un día del mes de abril de 1940. Llovía mucho, cuando ellos entraron en casa, arrogantes, gritando palabras irracionales, insensatas, con armas amenazantes, golpeando , golpeando no solo a mí sino también a mis hijos, a mi compañera. Me sacaron a trompicones, después de atarme las muñecas, volviendo a gritar esas palabras irracionales e insensatas que no tenían explicación. Mi único “delito”, como la de mis compañeros, era haber defendido el orden constitucional que las urnas, de manera democrática, habían pronunciado. Yo solo defendía la libertad, quería la convivencia entre todos. Pero, para ellos, ese acto racional, sensato de pedir libertad e igualdad era un delito de sedición y rebelión. Nos subieron en una vieja camioneta. Durante el trayecto, nos mirábamos. No comprendíamos el por qué de lo que estaba sucediendo. Después de unos minutos, nos bajaron golpeándonos y sin decir nada. Solo repitiéndonos, una y otra vez , de manera grotesca y hasta cirquense las palabras irracionales e insensatas. Dispararon. Vi caer a la chica mientras de sus ojos brotaban lagrimas. Vi a mi amigo levantando el puño y con un gesto de tristeza. Al alcalde gritando, mientras caía, “viva la república”. Cuando de pronto, sentí en mí, un fuerte dolor en el pecho. Me desplome. Sentí cómo la vida se me iba. No podía respirar. Pero me sentía feliz. Por mí, pasaban las imágenes de mis hijos, de mi compañera, felices corriendo por el prado del pueblo. Libres. De repente mi cuerpo se desplomó lentamente hacia el suelo y todo se volvió oscuro. Me ahogaba. Dejé de respirar mientras mis ojos veían el rostro de mis ejecutores riendo y orgullosos de su hazaña: habían matado a cuatro inocentes cuyo delito solo había sido ser fieles a la constitución, a los principios del pueblo. No sé si mis compañeros y yo saldremos de aquí o estos huesos se fundirán, con los años, con la arena que nos envuelve, que nos impide ser libres, incluso cuando estamos muertos. ¿Cuándo se respetará nuestra dignidad?”.

Esto es un relato ficticio, pero real, de lo que muchos asesinados por el genocidio fascista de los “golpistas vencedores” dirían gritando desde sus fosas donde fueron de manera barbaria tirados y que continúan allí por la impunidad de algunos jueces y políticos. Por todo esto, es triste observar cómo determinados partidos políticos, herederos del régimen franquista con la complicidad de la impunidad judicial, pretenden reescribir la historia y no ser fieles a la verdad, a la justicia y con ello a la reparación que cientos de miles de ciudadanos, por dignidad, deben tener.

Recientemente, tuve el honor, en el cementerio de Paterna (Valencia), de poder asistir a un acto donde se entregaron, después de 80 años, los restos de 13 víctimas de la represión franquista a sus familiares. Fueron 13 personas, cuyo único delito fue mantenerse fieles a sus principios éticos, morales y políticos y les costo la vida , mediante fusilamiento en el año 1940 a manos de un régimen dictatorial y genocida, que tenía como principio eel de “no habrá paz para el vencido”. La Guerra Civil acabó en 1939, después del golpe de estado ilegal de 1936. Por ello, el que estas personas fueran leales a un gobierno legítimo, salido de la voluntad popular de 1931 y refrendado en el 36, les sirvió a los genocidas dictatoriales y traidores para que se ensañaran con ellos, persiguiéndoles, encarcelándolos, torturándolos y asesinándolos, incluso con juicios ilegales. Injusta fue su muerte e indigno ha sido, y es, el destino que los asesinos dieron a sus cadáveres al arrojarlos al oscuro y anónimo fondo de una fosa común. En este caso la 128 de Paterna donde todavía hay más de 100 personas, sin identificar. 13 personas y con ellos 13 familias podrán cerrar sus heridas, tras la identificación antropológica y genética de los huesos. Heridas que llevaban demasiado tiempo abiertas y sangrando.

Pero todos los que estábamos en ese acto e incluso muchos cientos de miles y yo diría que millones, de ciudadanas y ciudadanos españoles, no tendremos una felicidad completa mientras quede una sola victima del genocidio franquista –ahora hay más de 114.000– escondidas en fosas y cunetas por todo el territorio del Estado español, con la impunidad de algunos jueces y con el visto bueno de algunos partidos y dirigentes políticos, que pretenden reescribir la historia de una manera falaz, con el objetivo final de continuar con su idea de quitar la dignidad a lo que ellos consideran perdedores, cuando, en realidad, fueron los verdaderos defensores de la libertad y con ello vencedores. Por ello, estos partidos quieren olvidar.

Por tanto, mientras exista una sola victima en las cunetas: ni olvido ni perdón. No a la impunidad judicial. Verdad, Justicia y reparación. 


Fuente → infolibre.es

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