No se puede abordar la historia de la II República (la República) española desde una monografía militante, sin tener en cuenta una serie de consideraciones. En primer lugar, se trata de una historia candente, unas vísperas de nuestros días que sigue viva ya que se trató de una esperanza asesinada, y sus verdugos (el franquismo) sigue proyectado su siniestra sombra sobre las instituciones, sobre la vida política y social. Durante cuatro décadas, se impuso una historia oficial en la que el “Movimiento del 18 de julio” aparecía justificado como una medida de salvación de España (y del catolicismo de Trento), que se antepuso a una conspiración comunista. Una narración sobre las que han dado al menos tres capas. Una primera, la de “la Cruzada”, es la que se ofreció en los años más oscuros, hasta la segunda mitad de los años cuarenta. La segunda comportó una adaptación a la alianza con el llamado “mundo libre”, especialmente con los Estados Unidos, se mantiene el anticomunismo para buscar posibles complicidades en los sectores más conservadores de la oposición. En la tercera, la narración se ajusta al formato de la historiografía neoliberal imperante. A esta escuela (con todos sus reajustes), no le preocupa tanto la veracidad como el hecho de mantener una dominación. Al final, el franquismo fue un mal necesario o inevitable, permitió una estabilidad en la que se forjaron el desarrollo económico y unas nuevas clases medias, los reformistas del régimen con el rey a la cabeza permitieron la evolución sin trauma a la democracia. En esta maleta, no cabía una República que, desde las exigencias de su guión histórico, aseguran que acabó siendo arruinada por las pasiones revolucionarias (o sea “totalitarias”).
Esta narración actualmente vigente en el PP, no separa la República de la guerra, cuando se trata de tiempos distintos. De hecho, la República conoció diferentes fases que conviene registrar. Se la presenta como un “totum revolotum”, cuando decir la República, es decir muchas cosas, básicamente, las grandes cuestiones de las revoluciones democráticas (reforma agraria, laicismo, derecho de las nacionalidades, etcétera), que se desarrollan en un tiempo de revolución social…La República se impone tras el desplome y el agotamiento de la monarquía desprestigiada finalmente por su complicidad con la dictadura, pero la derecha de siempre sigue presente. Una derecha que se había conformado durante la Restauración con el caciquismo, el atraso y la represión, que se apoya en una Iglesia y un ejército que no cesaran de conspirar. En 1932 provoca tentativa del general Sanjurjo, detrás del cual estaba Juan Marcha, el que luego pagó a Franco. Este bloque (como sucederá en Chile en 1973), tratará de hacer inviable la República, después labora por opción restauracionista con el soporte de la burguesía (como la catalana), que, como hemos podido ver, teme ante todo la revuelta social, y que encontrará su respuesta en el ejemplo del fascismo ascendente, sobre todo desde que los nazis logran a sangre y fuego crear nuevas expectativas históricas con la aniquilación del movimiento obrero (y del liberalismo que estiman cómplices), y con un nuevo proyecto de expansión imperialista.
La República se desarrollará en una coyuntura histórica especialmente regresiva. La fase de estabilidad relativa del capitalismo internacional que lidera ya los Estados Unidos, entra en abierta crisis con el “crack” bursátil de 1929 que provocará escenarios de crisis en todas partes, incluyendo las primeras potencias. Dicha crisis no es de hecho ajena a la propia instauración de la República que aparece como “un colchón” con la intención de apaciguar al creciente movimiento obrero que al final de la dictadura esto logrando su gran objetivo: una imponente implantación organizativa que desarrolla todo un entramado cultural inconcebible que encuentra la abierta complicidad de una nueva “intelligentzia” que ha ido apartando de las obsesiones de la generación del 98 que se interrogaba sobre los factores que han provocado la decadencia española. Desde finales de los años veinte se da un creciente encuentro entre el pueblo y la cultura, el trabajador deviene el principal protagonista en la lectura y en las actividades culturales en tanto que una generación (parte del 98 como Machado y Valle-Inclán, prácticamente toda la del 27) de escritores y artistas, se inspiran y buscan al pueblo. Este encuentra resultó especialmente creativo en la poesía: Machado, García Lorca, Alberti, Miguel Hernández, León Felipe, Juan Garfias, etcétera.
En aquel momento que –por decirlo con palabras de Lorca-, se abren todas las ventas., la vieja España es un “país enfermo”. Es una antigua potencia en decadencia con una historia repleta de retrocesos históricos. Sus clases dominantes se han forjado en oposición a la revolución británica del siglo XVII primero, y contra la Ilustración y la Bastilla en el siglo XIX, y finalmente, contra el proletariado militante. El “descubrimiento” de “las Américas” acabó actuando como un punto de apoyo para las antiguas castas dominantes que serán a lo largo del siglo XIX amenazadas por el liberalismo burgués. No obstante, la experiencia de la I República, con la “Commune” de Paris como fondo, acaba llevando esta burguesía liberal a sellar un “compromiso histórico”. Desde entonces, la burguesía liberal fallaría a todas las citas democráticas. Dicho “compromiso” reforzará una dilatada dominación oligárquica (“la tradición”), con una Iglesia y un ejército mimados por los Borbones. Se apoya en los sectores acomodados de una España cerril y provinciana, que no por ello podrá evitar una lenta descomposición. Amplios sectores de la clase media de la “España profunda”, asisten desconcertados a lo que se está planteando con la República. La República se apoya en el movimiento obrero y en las clases medias más ilustradas, pero todo sucedió en muy poco tiempo, de manera que todavía subsistía un universo que miraba hacia atrás, habituado a que “la vida siempre había sido así”. De ahí el eco despertado en poco tiempo por la CEDA. De ahí también, el giro conservador de sectores ligados a la tradición liberal como el lerrouxismo al que en 1931 pertenecía Clara Campoamor, la feminista cuya acción resultará decisiva a la hora de hacer ley el sufragio femenino que tanto estaba costando lograr.
En oposición a la historiografía conservadora y “revisionista” (“escuela” creada estratégicamente desde la FAES, de nombre en parte inadecuado por más que se remite a una benévola “revisión” del fascismo, y cuyo contenido se podía resumir con una frase de Sarzozy: “Es un orgullo cuando un comunista te llama fascista”), se ha creado igualmente una corriente de historiadores académicos que tienen a situar la República liberal como un fin en sí mismo. En esta evocación se confunden a nuestro parecer cosas diferentes. La República suscitó enormes expectativas renovadoras en todos los terrenos, desde la pedagogía (hasta entonces dominada por la Iglesia y hecha a la medida de las clases pudientes) transitando los espacios abiertos por el Instituto de Libre de Enseñanza, la Escuela Moderna, amén de todas las aportaciones de la época) hasta el cine pasando por el teatro, la música, todo. Pero no hay más que detenerse un poco para comprobar que en este encuentro la iniciativa primordial venía del movimiento obrero organizado. Este punto de mira da por supuesto que la socialdemocracia tenía que haberse limitado a servir de apoyo a los políticos ilustrados como Azaña o Negrín, que si representaban a la burguesía era en el ideario pero no en el movimiento. El movimiento interno en el PSOE fue de la ilusión reformista al sueño de una revolución. En esto se incurre en lo que se ha llamado “un determinismo retroactivo” o sea, se le atribuye un papel subalterno en una escala muy parecida al que acabó jugando en la Transición. Pero volveremos sobre todo esto…
Fuente → kaosenlared.net
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