
Los que todavía le llamamos don Manuel
Sergio Ceballos
Sí, corren buenos tiempos para Azaña, al menos por ahora. Sin embargo, hace apenas unos años, en un viaje a Francia, las cosas no eran así. Decenas de coronas de la administración francesa adornaban el cementerio por ninguna del gobierno de España tras un acto por el aniversario de su muerte. La sobriedad de su tumba en Montauban se constituía en fiel reflejo de la honradez que define su vida. Lo dejaron donde cayó aquel otoño gris de 1940, perseguido por la Gestapo. Su corazón se había partido en trozos con la guerra de España. Franco, en cambio, durmió durante largo tiempo en un mausoleo tan gris y fanático como su dictadura.
La Historia no es justa, pero el paso del tiempo puede acabar haciendo justicia. Con Azaña pudimos ser hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo, pero nos quedamos a medio camino. Es evidente que la República fracasó, pero aún más que la hicieron fracasar. Hubo todo lo contrario a las tan ansiadas Paz, Piedad y Perdón. Unamuno dijo que si triunfaban los golpistas España sería un país de imbéciles. Sin Azaña lo fuimos, y sin el legado de Azaña lo seguiremos siendo siempre.
Entender a España es conocer a Azaña y a Cánovas del Castillo, que advertiría el historiador Juan Pablo Fusi. La izquierda de hoy se reconoce en el primero, pero la derecha se aleja cada vez más del segundo. Hoy la libertad es una caña al sol en una terraza a la madrileña. Para Azaña era una premisa tan básica que no podíamos ser ciudadanos en su ausencia.
Fuente → eldiariocantabria.publico.es
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