Federalismo real y federalismo ficticio

 
Federalismo real y federalismo ficticio
Mijaíl Bakunin

¿Es el autogobierno municipal un contrapeso suficiente frente al poder centralizado del Estado? El ilustre patriota italiano José Mazzini… sostiene que la  autonomía de las comunas [1] es suficiente para contrapesar la omnipotencia de una república sólidamente constituida. Pero está equivocado al respecto: ninguna comuna aislada sería capaz de resistir tal centralización; sería aplastada por ella. Para no sucumbir en esa batalla, cada comuna tendría que unirse a las comunas vecinas en una federación para la defensa común; esto es, tendrían que formar entre ellas una provincia autónoma. Además, si las provincias no son autónomas, tendrían que ser gobernadas por funcionarios designados por el Estado. No hay términos medios entre un federalismo rigurosamente coherente y un régimen burocrático… En 1793, bajo el terror, la autonomía de las comunas fue reconocida, pero no se previó que serían aplastadas por el despotismo revolucionario de la Convención, o más bien por la Comuna de Parías, de la que Napoleón fue el heredero.[2]

Unidad social orgánica versus unidad estatal. Mazzini y todos los abogados de la unidad se sitúan ellos mismos en una posición contradictoria. Por una parte, afirman el profundo e íntimo sentimiento de hermandad existente entre este grupo de veinticinco millones de italianos unidos por el lenguaje, las tradiciones, las costumbres, la fe y las aspiraciones comunes. Por otra parte, quieren mantener — o más bien aumentar — el poder del Estado que, según dicen, es necesario para la preservación de esa unidad. Pero si los italianos están tan efectiva e indisolublemente unidos por lazos de solidaridad, sería un lujo o un puro sinsentido forzarlos a la unión. Si, por el contrario, se considera necesario forzarlos a la unidad, ello demuestra simplemente que no se está tan seguro de que estos lazos naturales sean fuertes; demuestra que se miente al pueblo y que se pretende descarriarlo hablándole de unión.

Una unión social, resultado real de una combinación de tradiciones, hábitos, costumbres, ideas, intereses presentes y comunes aspiraciones, es una unidad viviente, fértil y real. La unidad política del Estado es una ficción, una abstracción de unidad; y esto no sólo disimula las discordias, sino que las produce artificialmente allí donde, sin intervención del estado, una unidad viva no dejaría de florecer espontáneamente.[3]

El socialismo debe tener un carácter federalista. Por eso el socialismo tiene un carácter federalista, y por eso la Internacional saludó entusiásticamente el programa de la Comuna de París.[4] Por otra parte, la Comuna proclamó explícitamente en sus manifiestos que no quería la disolución de la unidad nacional de Francia sino su resurrección, su consolidación, así como una real y completa libertada para el pueblo. Quería la unidad de la nación del pueblo, de la sociedad francesa, pero no la unidad del Estado.

Comunas medievales y modernas. Mazzini, en su odio hacia la Comuna de Parías, ha llegado a extremos de puro disparate. Sostiene que el sistema proclamado por la última revolución en Parías nos haría volver a la Edad Media, desomponiendo el mundo civilizado  en cierto número de pequeños centros, extraños e ignorados entre sí. No comprender, pobre hombre, que entre la comuna medieval y la moderna hay una gran diferencia forjada por la hostoria de los cinco últimos siglos no sólo en los libros sino en la moral, las aspiraciones, ideas e intereses de la población. Las comunas italianas eran al comienzo de su historia centros realmente aislados de la vida política y social, independientes unos de otros, sin solidaridad alguna y forzados a un cierto tipo de autosuficiencia.

¡Qué diferentes eran de las que existen en la actualidad! Los intereses materiales, intelectuales y morales crearon entre todos los miembros de la misma nación — o incluso de naciones diferentes — un ideal social de naturaleza tan poderosa y real que todo cuanto hacen hoy los Estados para paralizarlo y destruirlo resulta vano. Esta unidad resiste cualquier ataque y sobrevivirá a los Estados.[5]

La unidad viviente del futuro. Cuando los Estados hayan desaparecido, se desarrollará en toda su majestuosidad, no divina, sino humana, una unidad viviente, fértil y benéfica de las regiones tanto como de las naciones — primero la unidad internacional del mundo civilizado, y después la unidad internacional del mundo civilizado, y después la  unidad de todos los pueblos de la tierra, mediante una libre federación y organización de abajo a arriba.[6]

El movimiento patriótico de la juventud italiana dirigido por Garibaldi y Mazzini era legítimo, útil y glorioso; no porque crease la unidad política, el Estado italiano unificado (al contrario, este fue su error, porque no pudo crear esa unidad sin sacrificar la libertad y la prosperidad del pueblo), sino porque destruyó varios centros políticos de dominación, los diferentes Estados que obstruían violenta y artificialmente la unificación social del pueblo italiano.

Una vez que este glorioso trabajo haya sido llevado a cabo, la juventud de Italia está llamada a ejecutar una tarea aún más gloriosa. Se trata de ayudar al pueblo italiano a destruir el Estado unitario fundado con sus propias manos. [La juventud de Italia] opondrá a la bandera unitaria de Mazzini la badera federal de la nación italiana, del pueblo italiano.

Federalismo real y federalismo ficticio. Hay que distinguir entre federalismo y federalismo.

En Italia existe la tradición de un federalismo regional, que ahora se ha convertido en una falsedad política e histórica. Digamos de una vez por todas que el pasado nunca volverá, y que sería una gran desgracia si reviviera. El federalismo regional sólo podría ser una institución de las nacientes clases aristocráticas y plutocráticas [consorteria], que en relación con las comunas y asociaciones de trabajadores — industriales y agrícolas — sería todavía una oragnización política construida de arriba abajo. Al contrario, una verdadera organización popular comienza desde abajo, desde la asociación y la comuna. En consecuencia, comenzando conla organización de los núcleos inferiores y procediendo hacia arriba, el federalismo se convierte en una institución política del socialismo, la libre y espontánea organización de la vida popular.[7]

De acuerdo con el sentimiento expresado unánimamente en el Primer Congreso de la Liga por la Paz y la Libertad [que se celebró en Ginebra, Suiza, en septiembre de 1867] declaramos ahora:

El principio del federalismo. 1. Sólo hay un camino para asegurar el trinufo de la libertad, la justicia y la paz en las relaciones internacionales de Europa, y hacer imposible toda guerra civil entre los pueblos comprendidos en la familia europea, y es construir unos Estados Unidos de Europa.

  1. Los Estados Unidos de Europa nunca podrán constituirse a partir de los actuales Estados europeos, teniendo en cuenta las monstruosas diferencias existentes entre sus respectivas
  2. El ejemplo de la extinguida Confederación Germánica prueba de una manera perentoria que una confederación de monarquías es una burla, que es impotente para garantizar la paz y la libertad a sus poblaciones.[8]
  3. Un Estado centralizado, burocrático y militar, aunque se denomine a sí mismo republicano, no puede seria ni sinceramente entrar en una confederación internacional. Por su constitución, que será siempre una negación de la libertad en el interior del Estado, de una forma abierta o enmascarada, será necesariamente una permanente declaración de guerra, una latente amenaza a la existencia de los países vecinos. Basado esencialmente sobre un acto previo de fuerza, sobre la conquista o sobre lo que en la vida privada se llama robo con alevosía — un acto bendecido por la Iglesia, consagrado por el tiempo, y por tanto transformado en un derecho histórico, que se basa en esta configuración divina de la violencia trinufante como derecho exclusivo y supremo —, todo Estado centralizado constituye como una negación absoluta de los derechos de todos los demás Estados, a los que reconoce en los tratados que forma sólo en vista de algún interés político o debido a su propia
  4. Los Estados adherentes a la Liga deberán encauzar directamente sus esfuerzos a reconstruir sus respectivos países, para reemplazar la antigua organización fundada de arriba abajo sobre la violencia y el principio de autoridad, por una nueva organización que sólo tenga en cuenta los intereses, las necesidades y las afinidades naturales de la población, no admitiendo otro principio que el de la libre federación de los individuos en comunas, de las comunas en provincias, de las provincias en naciones y, finalmente, de las naciones en los Estados Unidos de Europa, y después en los Estados Unidos del
  5. En consecuencia, el absoluto abandono de todo lo que se llama derechos históricos de los Estados; todas las cuestiones relativas a fronteras naturales, políticas, estratégicas y comerciales serán consideradas a partir de ahora como cosas pertenecientes a la historia antigua y vigorosamente rechazadas por los adheridos a la [9]
  6. Reconocimiento del derecho absoluto de cada nación pequeña o grande, de cada pueblo fuerte o débil, y de cada provincia o cada comuna, a una completa autonomía, dado que la constitución interna de tales unidades no es una amenaza para la autonomía y la libertad de sus
  7. Del hecho de que un determinado territorio forme parte de un Estado — aunque se haya unido a ese Estado por su propia y libre voluntad — no se deduce que esté en la oobligación de permanecer para siempre ligado a él. Ninguna obligación perpetua puede ser admitida por la justicia humana, única a quien reconocemos autoridad sobre nosotros, y nunca reconoceremos ninguna obligación que no esté basada en la libertad. El derecho de libre unión, así como el derecho de secesión, son los primeros y más importantes de todos los derechos políticos; faltando estos derechos, una confederación sería simplemente una centralización disfrazada…
  8. La Liga reconoce la nacionalidad como un hecho natural, que tiene incontestable derecho a existir y a desarrollarse libremente; pero no lo reconoce como un principio, porque cada principio debe poseer el carácter de la universalidad, mientras la nacionalidad es un ahecho exclusivo y aislado. El llamado principio de las nacionalidades, tal como ha sido propuesto en nuestros días por los gobiernos de Francia, Prusia y Rusia, e incluso por muchos patriotas alemanes, polacos, italianos y húngaros, es sólo un derivado de la reacción y se opone al espíritu de la revolución. Al ser un principio altamente aristocrático, que llega al extremo de despreciar los dialectos locales de la población analfabeta, negando implícitamente la libertad y la autonomía real de las provincias, y que está desprovisto del apoyo de las masas, cuyos intereses reales sacrifica en nombre del llamado bien público, este principio expresa sólo los pretendidos derechos históricos y ambiciones de los Estados. En consecuencia, el derecho de nacionalidad sólo puede ser tomado en consideración como un resultado natural del principio supremo de la libertad, y deja de ser un derecho desde el momento en que se sitúa contra o fuera de la libertad .[10]
  9. La unidad es la meta hacia la cual tiende la humanidad irresistiblemente. Pero se convierte en algo funesto y destructivo para la inteligencia, la dignidad y la prosperidad de los individuos y los pueblos cuando se constituye excluyendo la libertad, bien sea por la violencia o por la autoridad de cualquier idea teológica, metafísica, política o económica… La Liga sólo puede reconocer una clase de unidad : la constituida libremente por federación de las partes autónomas en una única totalidad de forma que esta última, al dejar de ser la negación de los derechos e intereses particulares y el cementerio donde se entierran todos los bienes locales, se convertirá, por el contrario, en la fuente y confirmación de todas esas autonomías y bienes. La Liga atacará entonces vigorosamente a toda organización religiosa, política, económica y social que no esté cimentada sobre este gran principio de libertad. Sin este principio no puede haber ilustración, ni prosperidad, ni justicia ni humanidad (10).[11]

Tales son, entonces, los desarrollos y las consecuencias necesarias del gran principio del federalismo. Tales son las condiciones necesarias de la paz y la libertad. Las condiciones necesarias, sí; pero ¿son las únicas? No lo creemos así.[12]… La abolición de cada Estado político, la transformación de la federación política en una federación económica, nacional e internacional. Ese es el objetivo hacia el que Europa en su conjunto se encamina en la actualidad.[13]

El federalismo de los Estados sudistas estaba basado sobre una odiosa realidad social. En la gran confederación republicana de Norteamérica los Estados sudistas eran, desde la proclamación de la independencia de la república americana, Estados eminentemente democráticos y federalistas, hasta el punto de clamar por la secesión. Y, sin embargo, al final han atraído sobre ellos la condena de todos los partidarios de la libertad y la humanidad por  su inicua y sacrílega guerra contra los Estados republicanos del Norte, donde estuvieron a punto de derrocar y destruir la mejor organización política que el hombre ha conocido.

¿Cuál es la causa principal subyacente a este extraño hecho? ¿Es una causa política? No, la causa tiene un carácter absolutamente social. La organización política interna de los Estados del Sur era en muchos aspectos más perfecta, más completamente en armonía con el ideal de libertad que la organización política de los Estados del Norte. Pero esta magnífica estructura política tenía su lado oscuro, como las repúblicas de la antigüedad: la libertad de los ciudadanos estaba fundada sobre el trabajo forzado de los esclavos.[14]

Los brotes de igualdad producidos por la revolución francesa. Desde que la revolución llevó a las masas su Evangelio — no el místico sino el racional, no el celestial sino el terreno, no el divino sino el humano, el evangelio de los derechos del hombre — y tras proclamar que todos los hombres son iguales, y que todos los hombres tienen derecho a la libertad y a la igualdad, las masas de… todo el mundo civilizado, despertando gradualmente del sueño en el que estaban sumidas desde que el cristianismo las drogara con su opio, empezaron a preguntarse si ellas también tenían derecho a la igualdad, a la libertad y ala humanidad.

El socialismo: expresión explícita de las esperanzas nacidas en la Revolución Francesa. Tan pronto como esta cuestión fue planteada, guiado por su admirable sensatez y por su instinto, el pueblo se dio cuenta de que la primera condición de su emancipación real, o de su humanización, consistía por fuerza en un cambio radical de su situación económica. La cuestión del pan de cada día era justamente la primera cuestión, pues, como Aristóteles señaló, para pensar y sentirse a sí mismo libre, para hacerse humano, el hombre debe estar liberado de las preocupaciones de la vida material. Esto lo saben muy bien los burgueses, tan vociferantes en su clamor contra el materialismo de un pueblo a quien predican las abstinencias del idealismo, porque predican con la palabra y no con el ejemplo.

La segunda cuestión que se le planteaba al pueblo era la del descanso después del trabajo, condición indispensable de la humanidad; pero el pan y el ocio no pueden obtenerse nunca sin una transformación radical de la sociedad, y esto explica por qué la Revolución, impulsada por las consecuencias de sus propios principios, dió origen al Socialismo.[15]

Notas
[1] Bakunin se refiere a las communes del derecho administrativo francés, que son las divisiones territoriales más pequeñas, esto es, el equivalente a nuestros municipios o ayuntamientos. Conservo la traducción literal por considetaciones de uniformidad, con el fin de traducir igual «la comuna de París», por ejemplo, y «el poder de las comunas» [N. del T.]
[2] Federalismo, socialismo y antiteologismo; edición rusa, volumen III, pág. 128; edición francesa, volumen I, pág. 16-17n.
[3] Carta circular a mis amigos de Italia, R V 191-192; F VI 385.
[4] Bakunin se refiere aquí a la Comuna de 1871, que no hay que confundir con la Comuna de 1793, mencionada más arriba en este mismo capítulo (Nota de Maximoff)
[5] Ibid., R V 192. 4.    Ibid., 192.
[6] Ibid., R V 193; F VI 387-389.
[7] Federalismo, socialismo y antiteologismo; R III 127. 7.
[8] Ibid., 128.
[9] Ibid., 129.
[10] Ibid., 129-130.
[11] Ibid., 130.
[12] Federalismo, socialismo y antiteologismo; R III 130; F I 15-21.
[13] El oso de Berna y el oso de San Petersburgo; F II 57.
[14] Federalismo, socialismo y antiteologismo; R III 131 et seq.; F I 21-22. 14.
[15] Ibid., R III 136; F I 33-35.

Fuente: Portal libertario Rebeldealegre.


Fuente → elviejotopo.com

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