Crisis de la monarquía, derecho a decidir y tareas de la izquierda revolucionaria

Crisis de la monarquía, derecho a decidir y tareas de la izquierda revolucionaria / Lucía Nistal:

Un debate sobre la crisis de la monarquía en el Estado español y el papel de las consignas democráticas, como parte de un programa revolucionario. Este artículo es una versión de la ponencia presentada la autora en la Escuela de Verano Anticapitalista y Revolucionaria de la CRT en Madrid el pasado 25 de junio.

Si empezamos haciendo una foto de la monarquía española se hace casi inevitable hablar de los escándalos de corrupción que siguen emergiendo en torno a toda la familia real, el actual rey Felipe VI incluido. Una familia real que subvencionamos entre todos y que se lleva nada menos que 8 millones del presupuesto del Estado al año (aumentado en los últimos presupuestos” más progresistas de la historia”) que ascienden hasta 60 millones anuales si sumamos las minutas que salen de asuntos exteriores o defensa.

Pero es más interesante ir un poco más allá de esta superficie de putrefacción y ostentación para ver mejor qué significa esta institución en el régimen del 78.

Por una parte, es indispensable recordar que se trata de una institución incluida en el paquete de la constitución aceptado en la transición junto con la bandera nacional o la impunidad para los crímenes franquistas (firmado por el PCE, dato a recordar), que además hunde sus raíces en el régimen franquista. El emérito fue elegido sucesor por Franco, en concreto Juan Carlos es proclamado por las Cortes como sucesor de Franco el 22 de julio de 1969 al jurar “fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino”, será educado bajo su tutela y, así, el paso a ocupar la jefatura del Estado fue una parte más de ese atado y bien atado con el que el régimen franquista se aseguraba la continuidad.

¿Qué queremos decir cuando hablamos de continuidad? Por supuesto hay una continuidad institucional, que pasa por lo más profundo del aparato policial y militar, judicial, cargos políticos -no olvidemos al ministro franquista Fraga, bien integrado en la democracia del régimen del 78-, hasta académico y cultural… pero nos referimos sobre todo al mantenimiento de la estructura que asegura que las fortunas y grandes empresas queden en las mismas manos. Y es que la monarquía es una pieza fundamental para el mantenimiento del statu quo que permite que los grandes capitalistas sigan enriqueciéndose a nuestra costa. Y por eso son famosas las reuniones que mantenía Juan Carlos I y ahora Felipe VI con magnates y empresarios multimillonarios, algunos de ellos de regímenes dictatoriales, ejerciendo como embajadores del Imperialismo español.

Por otra parte, y ligado a esto, la monarquía es también garante de la “unidad de España”, por eso salió Felipe VI el 3 de octubre de 2017 a avalar la brutal represión contra el pueblo catalán. Un mensaje para todos los pueblos del Estado español, dejando claro que no van a permitir ningún tipo de referéndum democrático ni cuestionamiento al Régimen.

Y es que no es solo un papel simbólico el de la monarquía, es un papel de hecho y derecho. La monarquía opera y juega un papel fundamental en el mantenimiento del régimen, y si ahora, con bajo perfil, hasta se reconcilia con la burguesía catalana, no solo firmando, sino acudiendo a actos con la patronal catalana y con presencia de consellers del govern, es porque es parte de la agenda para tratar de cerrar la crisis de la cuestión catalana y poder seguir haciendo negocios e imponiendo ajustes. Esto no quiere decir, eso sí, que la apuesta no le pase factura, de hecho, hay un sector de la derecha molesto con la monarquía que afloja un poco la mano dura con el independentismo (poco, muy poco) y que, por ejemplo, ha llevado a trending topic, para el placer de muchos, #FelpudoVI.

En todo caso y volviendo al papel de la corona, podemos afirmar que la Constitución y su monarquía son piedras angulares del régimen del 78, que, por supuesto, no aseguran o vehiculan la tan famosa “soberanía popular”. Aunque su artículo 1º diga “La soberanía nacional reside en el pueblo español” y en su artículo 23 diga que “Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes”, la realidad es que cualquier iniciativa de participación popular que se proponga cuestionar la “institucionalidad” vigente es considerada un acto sedicioso o de “rebelión” y si no que le pregunten a Hasél en la cárcel o a otros raperos en el exilio por injurias a la corona o a los presos políticos catalanes que han pasado casi 4 años en la cárcel por sacar urnas a la calle cuyos indultos llegan tarde, muy tarde. Y no olvidemos los más de tres mil procesados catalanes más allá de los líderes independentistas. Encausados y procesados por participar en el 1-O, o en movilizaciones contra Jusapol, por ejemplo. Ante este “olvido” solo cabe desarrollar una movilización masiva que ponga en el centro la exigencia de la amnistía de todas las y los detenidos y el cese de absolutamente todas las causas abiertas contra el movimiento democrático catalán, una movilización que cuestione este cierre por arriba que quieren dar a sus aspiraciones democráticas negando el derecho a decidir y dejando a miles en la cárcel o el juzgado.

En definitiva, con la “cuestión catalana” vemos cómo la monarquía y los poderes del estado se oponen y pasan por encima de cualquier atisbo de soberanía popular para salvaguardar los intereses de los de siempre. Y cuanto menos partícipe la clase trabajadora, mejor para sus negocios. La voluntad y la movilización popular quedan reducidas a jugar un papel, como mucho, de petición a las autoridades, dentro de los marcos establecidos por los poderes constituyentes del 78. Por eso pretenden imponernos una Constitución inmutable, como una verdad eterna que debe regir nuestras vidas por siempre y que los muertos gobiernen sobre los vivos, que cualquier acto de cuestionamiento a su institucionalidad sea considerado un crimen. Algo totalmente aberrante desde un punto de vista democrático: ¿por qué las nuevas generaciones deben someterse a una institucionalidad generada en un tiempo, un espacio y una relación de fuerzas pasados? Cuando militares del franquismo escribían artículos para la constitución a puerta cerrada.

Incluso Thomas Jefferson, como decíamos en un artículo anterior terrateniente esclavista poco sospechoso de izquierdista y autor de la Declaración de independencia de Estados Unidos, dijo en su momento que “ninguna sociedad puede hacer una constitución perpetua o incluso una ley perpetua”. Para él cualquier constitución o ley expiraba después de 19 años y si se prolongaba más tiempo era “un acto de fuerza y no de pleno derecho”. Pues esta Constitución acumula ya algún que otro acto de fuerza, porque lleva vigente más de 40 años.

Pero durante los últimos años ha habido grandes y profundas demostraciones de desafección de amplios sectores con la monarquía y el régimen. Todo el movimiento democrático catalán es una muestra de ello, también movimiento antimonárquico (referendos en universidades y barrios, protestas…), incluso parte de la ruptura del consenso pandémico se ligaba a esta cuestión en las manifestaciones desencadenadas por la encarcelación de Hasél, con especial importancia en Catalunya. Desafección y crisis que no están cerradas, como vimos con las movilizaciones de la semana pasada en Catalunya contra la presencia de Pedro Sánchez y la pantomima de los indultos, si bien están bajo cierto control. ¿Cómo se ha operado para ello?

Unidas Podemos y la burocracia sindical como garantes del orden y el rol capitulador de la CUP

Para entender la relativa desmovilización y reparo parcial de la crisis del régimen -insistimos en su parcialidad ya que no se trata, en ningún caso, de una cuestión cerrada-, evidentemente debemos tener en cuenta la mano dura con la que el régimen ha reprimido cualquier acto de cuestionamiento mediante el aparato policial, judicial y político. Pero, de nuevo, puede resultar más interesante ir más allá y pensar el rol que ha tenido la izquierda institucional en el desvío o control de la movilización democrática de Catalunya y todo el Estado.

Si nos detenemos en el papel de Unidas Podemos, haciendo un fugaz recorrido por la historia de la formación recordaremos que comienza a gestarse tras una enorme crisis de representación que se expresa en el 15M. Muchas recordamos ese “no nos representan”, o “PSOE. PP, la misma mierda es” que dejaba clara la profundidad del cuestionamiento al régimen y sus partidos. Toda esa energía que llenó las plazas y politizó a nuevas generaciones vino sin embargo caracterizada por una ilusión en lo social, es decir, parecía que la propia movilización era suficiente para cambiar las cosas. Pues bien, Podemos vino a transformar esa ilusión en lo social a una ilusión en lo político o, más bien, en lo electoral. Y así, Podemos, un proyecto motorizado dese el comienzo por un grupo de profesores de la Complutense con el apoyo clave de Anticapitalistas –que aún hoy no hace un balance crítico y de hecho busca reeditar algo similar en Andalucía–, repetía incansablemente que era el momento de cambiar las cosas mediante el voto. Y ya sabemos cómo acaba, gobernando junto al PSOE monárquico imperialista del Ibex, de la cal viva. Y pretenden que olvidemos que es la misma mierda que el PP.

Durante estos años, la organización morada se va integrando cada vez más en el régimen, pero Iglesias y Errejón habían dejado claro desde el principio que lo que pretendían era refundar un nuevo consenso en base a un retorno a un programa “socialdemócrata” y, como mucho, algún tipo de reforma constitucional pactada. Como explica Santiago Lupe, ya tras su éxito en las europeas y en plena abdicación de Juan Carlos I, momento perfecto para profundizar el cuestionamiento a la corona y exigir un referéndum, aclararon que no venían a cuestionar la Monarquía, en Vistalegre se desprendieron de toda demanda social o democrática que pudiera asustar al establishment, dejaron de hablar de la casta para rogar su entrada en Moncloa ya en 2015, dieron la espalda al 1-O en 2017 e incluso llegaron a decir que la policía que abría cabezas a voluntarios estaba “haciendo su trabajo”... Hoy podemos hacer un balance del papel de Podemos con respecto a la crisis del régimen en el que los titulares son el rescate a un PSOE en crisis y una enorme contribución para apagar la crisis de la monarquía y de representación, para después comenzar su proceso de descomposición acelerado desde el retiro de Iglesias a su chalet y ahora con ecos en el último congreso y la elección de Ione Belarra.

Por otra parte, la lucha en Catalunya fue la principal afrenta al régimen de las últimas décadas, pero dirigida por los partidos de la burguesía y la pequeña burguesía catalanas solo podía terminar en un callejón sin salida. Y es que no fue solo la represión del régimen lo que llevó a este callejón al procés, sino su propia política. En este contexto, la CUP ha jugado un papel en la contención de la fuerza potencial de la movilización. Su estrategia de conciliación de clases y unidad nacional para la conquista del derecho a decidir dejó a la CUP como el ala izquierda del procesismo, detrás de la burguesía catalana (a la que han votado presupuestos y dado el gobierno), sin capacidad de generar un alternativa – tarea sobre la que urge reflexionar- ante las sucesivas claudicaciones de una burguesía que nunca ha estado dispuesta, claro, a desatar las fuerzas necesarias para llevar adelante la independencia, unas fuerzas que no se iban a detener ahí e iban a empezar a cuestionar los intereses de esa misma burguesía. La misma dirección del procés que ahora se hace fotos con Pedro Sánchez, el rey, la patronal catalana y que escribe cartas desde prisión diciendo que la vía es pactada con el gobierno español y que se equivocaron. Un movimiento que tenemos que entender enmarcado en, al menos, tres elementos: el reparto de los 140 mil millones de la UE que va a gestionar el gobierno central y de los que quieren su tajada, la necesidad del de contar con el apoyo de ERC y JxCAT de un gobierno central que se queda más solo tras la debacle en las elecciones madrileñas y, por último, la conveniencia de volver a la normalidad autonómica para contar con una mayor estabilidad ante los ataques que patronal y Gobierno preparan contra la mayoría social.

Las burocracias sindicales también han jugado un papel de contención, un papel central de hecho, sin convocar grandes huelgas generales ni siquiera mientras reprimían brutalmente al pueblo catalán por sacar unas urnas a la calle. El ejemplo de la huelga del 3-O es importante para pensar esta posibilidad: una jornada convocada por la CGT y luego otros sindicatos alternativos, y supuso la entrada en escena de la clase trabajadora con sus métodos de lucha, que tanto asustó a la burguesía que la trataron de reconvertir en un paro nacional (patronal). Llegó tarde la convocatoria, pero permitió mostrar que había otra vía radicalmente opuesta a la del procesisme para conquistar una república. Una vía que la burocracia sindical en ningún momento ha estado dispuesta si quiera a ensayar.

¿Frente a esto cuál es el papel de la izquierda revolucionaria?

En este marco de crisis de régimen y de distintas fuerzas operando para su cierre en falso es importante pensar el papel de una alternativa de izquierda independiente de las instituciones. Las y los revolucionarios en definitiva luchamos por terminar con esta monarquía y este régimen para ricos heredero del franquismo conquistando una democracia muy superior a la más democrática de las repúblicas burguesas que se pueda imaginar, un gobierno obrero. Además, teniendo en cuenta que el español es un Estado plurinacional, hablamos de una federación de repúblicas basadas en consejos obreros elegidos de forma totalmente democrática, para que la clase trabajadora gobierne, en el sentido más amplio y profundo del término: la única forma de lograr íntegra y efectivamente todas las reivindicaciones sociales y democráticas de la clase trabajadora y el pueblo.

Pero tenemos que ser conscientes de que aún somos una minoría los que defendemos esta perspectiva. La “democracia” capitalista sigue presentándose ante las grandes mayorías como el mayor grado de libertad al que podríamos aspirar. Desde un punto de vista revolucionario, esta realidad exige buscar un diálogo y pensar toda una serie de problemas programáticos, tácticos y estratégicos. En particular, el papel de las consignas democráticas en su lógica transicional y cómo se articulan con la lucha por la democracia obrera, es decir, el gobierno de las y los trabajadores, lo que nos lleva a detenernos en el programa de transición.

El programa de transición

Este programa fue desarrollado por Trotsky para la conferencia de fundación de la IV Internacional, en 1938, en una situación donde había una importante grieta entre esta madurez de las condiciones objetivas y los factores subjetivos para la revolución. Para enfrentarse a esta situación Trotsky plantea la necesidad de desarrollar un programa para servir de puente, para “ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.

El programa de transición incluye varios tipos de consignas que, para una mayor comprensión, podemos clasificar de la siguiente manera: las consignas mínimas (no suponen un cuestionamiento directo a propiedad privada capitalista, pero mantienen su fuerza antes los ataques de la burguesía, como el aumento salarial o la lucha contra el recorte de las pensiones), las organizacionales (apuntan a la organización independiente de la clase obrera), las transitorias (que serían las que implementaría la clase trabajadora de llegar al poder para reorganizar la producción en beneficio de la mayoría social afectando las ganancias capitalistas, como la producción bajo control obrero) y las democráticas, tanto las “democrático-estructurales”, como otras democráticas radicales, tal es el caso de la consigna episódica de la Asamblea Constituyente, la revocabilidad de los mandatos o la abolición de los privilegios a los funcionarios, entre otras.

Este conjunto de consignas, desde las mínimas que conserven su fuerza vital, las organizacionales, las democráticas y las transitorias, son las que estructuran hoy el programa de la CRT, coronadas por consignas para la toma del poder mediante la insurrección y la construcción del Estado obrero, como un paso en el desarrollo de la revolución social a escala internacional (uno de los ejes de la revolución permanente). Algo que nos diferencia, entre otras cosas, de las corrientes reformistas, e incluso de algunas que se dicen anticapitalistas, es que acompañamos las consignas que muchas veces son mínimas de los movimientos sociales, sindicatos, etc., pero relacionándolas con consignas transitorias. Por ejemplo, la defensa de los servicios sociales básicos ligada a la remunicipalización o reestatización bajo control de trabajadores y usuarios. Otro ejemplo aún más concreto sería la campaña por el refuerzo de la sanidad durante la pandemia, exigiendo la expropiación de la sanidad privada para ponerla bajo gestión de sus trabajadores y trabajadoras que eran los que de verdad sabían qué necesidades urgentes había y que no trabajaban por el lucro del empresario de turno. O, como veremos a continuación, la cuestión del fin de la monarquía y el derecho a decidir ligado a procesos constituyentes libres y soberanos con representantes electos, revocables y con el salario medio, y la lucha por estos procesos ligada a su vez a organismos de autoorganización.

En concreto, en el contexto de crisis del Régimen del ’78 tienen mucha importancia las consignas democráticas, más aún en un Estado plurinacional y con una monarquía (heredera del franquismo). Pero no porque pensemos que se puede reformar ni “ampliar” la democracia capitalista como dice UP o como ensaya la CUP detrás de una burguesía catalana que no se sale del marco institucional impuesto, sino como una herramienta para resquebrajar la hegemonía burguesa y ayudar a que la clase obrera se transforme en fuerza hegemónica, al mismo tiempo que desnudamos los enormes límites de la democracia capitalista. Por eso el programa democrático-radical es pieza fundamental del programa revolucionario. Veamos cómo se articularía esta idea en el caso del derecho a decidir y las asambleas constituyentes.

La consigna de las asambleas constituyentes

Desde esta lógica cuestionamos esta democracia borbónica para ricos y tomamos la consigna de las asambleas constituyentes libres y soberanas en todo el Estado, la institución más democrática concebible dentro de la democracia representativa. Decimos libres y soberanas porque nosotros planteamos que ninguna institución del régimen burgués debe poder limitarla o vetar sus decisiones, como hoy vemos que han impuesto por ejemplo en el caso de la convención constituyente de Chile. Es decir, tienen como objetivo sustituir no sólo el gobierno, sino también todas las instituciones del régimen político, la única forma de transformar o más bien derruir este régimen previo hasta el final.

En el Estado español, decimos asambleas constituyentes, en plural, ya que se desarrollarían distintas asambleas en las distintas naciones que componen el Estado. Estarían constituidas con representantes elegidos democráticamente de forma proporcional según el número de habitantes, cargos que sean revocables en todo momento y tengan el salario de un trabajador o trabajadora cualificada media.

Solo desde esta base se abre la posibilidad de acabar con el régimen sobre cuyas ruinas queremos construir algo nuevo, evitando una reforma cosmética fruto de modificaciones pactadas en despachos por arriba, que, en determinado momento, si lo imponen las relaciones de fuerza, podría ser una salida del régimen. Ya en 1931 advertía Trotsky sobre esta posibilidad de explosión controlada en “La revolución española y la táctica de los comunistas”:

No está excluida, es cierto, una situación tal en que las clases poseyentes se vean obligadas a sacrificar la monarquía para salvarse a sí mismas (ejemplo, ¡Alemania!). Sin embargo, es muy posible que la monarquía madrileña se mantenga, aunque sea con el rostro lleno de cardenales, hasta la dictadura del proletariado. La divisa de república es también, ni que decir tiene, la divisa del proletariado. Pero para él no se trata simplemente de reemplazar al rey por un presidente, sino de un baldeo radical de toda la sociedad.

Breve fragmento en el que hay varios elementos interesantes, ya que además de hablar de esa posibilidad apuesta en realidad por la continuidad de la monarquía aún con cardenales - ¿podemos ver hoy en los múltiples casos de corrupción esos cardenales? - hasta el fin de la dictadura del capital y entiende la lucha por el fin de la monarquía como una pieza para la transformación de la sociedad.

En todo caso, es evidente que los poderes del imperialismo español harán todo lo posible para evitar un proceso constituyente, un proceso de cualquier tipo, incluso con límites, y, llegado el momento, un proceso de este tipo. Vimos esta resistencia acérrima a cualquier cuestionamiento del statu quo en la respuesta al referéndum en Catalunya, un proceso pacífico que ni siquiera se proponía cuestionar el capitalismo sino sólo ejercer un derecho democrático elemental, el de la autodeterminación nacional, y que sin embargo fue reprimido muy brutalmente. Es en estos momentos cuando se desenmascara la envoltura de la dictadura del capital que es la democracia burguesa, como la definiera Lenin, se le ven las costuras al régimen aparentemente democrático que, sin embargo, no permite a la mayoría decidir sobre su destino.

Así, estas asambleas constituyentes libres y soberanas y las medidas que fueran tomando sólo podrán ser impuestas mediante la lucha de clases y la autoorganización obrera y popular sobre las ruinas del régimen actual. La resistencia cada vez mayor de los capitalistas, que, como decimos, quedarán expuestos ante las masas, llevaría a que cada vez mayores sectores del movimiento de masas llegaran a la conclusión de que es necesario construir un verdadero poder propio del pueblo trabajador. Esto abriría la consigna de los consejos obreros, la coordinación de distintos sectores en lucha para imponer este proceso y defenderlo de los ataques.

Dicho de otra manera, la lucha por la asamblea constituyente cumple una enorme función pedagógica porque, como dijo Trotsky en “Un programa de acción para Francia”, 1934, cuanto más conscientes son las masas de su “poder constituyente”, más se abre el camino para la democracia obrera soviética.

Cada vez más sectores de la clase trabajadora y el pueblo se harían conscientes no solo de la necesidad de organizarse para imponer sus demandas, sino también del enorme poder para transformar la realidad que radica en esta autoorganización y no en el voto cada dos o cuatro años. ¿Por qué no pasar de ese derecho a decidir parcial a un derecho a decidirlo todo, tomar medidas para no pagar la crisis, para que un puñado deje de vivir a nuestra costa y condenarnos a miseria, opresión y explotación? Sería así una experiencia que permitiría avanzar en la comprensión de la necesidad de luchar por un gobierno de los y las trabajadoras que rompa con el capitalismo, y socializar los medios de producción bajo control democrático de la clase obrera, que es la perspectiva estratégica por la que luchamos los socialistas revolucionarios.

En definitiva, ¿nos preparamos para construir una izquierda revolucionaria que supere las distintas variantes reformistas que querrán desviar una vez más los siguientes procesos de la lucha de clases y el descontento social? Algunos que se autodenominan anticapitalistas siguen haciéndoles la campaña electorala los reformistas, como hizo Izquierda Revolucionaria con Pablo Iglesias el 4M, o promoviendo un “Podemos de los orígenes” como defiende Anticapitalistas, o siendo parte de la CUP aun cuando le da el gobierno a ERC, como plantea Lluita Internacionalista. Nosotros pensamos que ese es el camino garantizado para la derrota.

Tenemos que profundizar esta discusión y construir una izquierda revolucionaria, de la clase trabajadora, que frente a la bancarrota del neorreformismo cada vez más evidente y frente al auge de la extrema derecha constituya una alternativa que diga bien claro que ha venido a romper el tablero, con una política de independencia de clase, por desarrollar la autoorganización y con un programa revolucionario. Y cada unx de nosotrxs tiene el desafío de ser una parte de ello. Quiero terminar con una frase de León Trotsky:

"Sí, nuestro partido nos toma por entero. Pero en compensación nos da la mayor de las felicidades, la conciencia de participar en la construcción de un futuro mejor, de llevar sobre nuestras espaldas una partícula del destino de la humanidad y de no vivir en vano".


Fuente → izquierdadiario.es

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