Vivir para contarlo: las supervivientes españolas de los campos de exterminio nazi

Entre los miles de prisioneros que padecieron humillaciones durante su estancia en los campos de concentración del Tercer Reich había un grupo de mujeres españolas defensoras acérrimas de la democracia, la justicia social y la igualdad. La periodista Mónica G. Álvarez recupera su historia de lucha en 'Noche y niebla en los campos nazi'.

Vivir para contarlo: las supervivientes españolas de los campos de exterminio nazi / Juan Losa:

Fueron 132.000 las mujeres que pasaron por aquel infierno. Venían de una cuarentena de países, venían de ser humilladas y se enfrentaban a lo que intuían sería su penúltima escala; el campo de concentración de Ravensbrück. De ahí viajarían a otros campos y Kommandos de Alemania, Polonia o Austria, como Saarbrücken, HASAG-Leipzig, Mauthausen o Bergen-Belsen.

Una topografía del horror por la que discurrieron un grupo de cuatrocientas españolas. Mujeres que tomaron partido en un momento en el que no valía ponerse de perfil y que pagaron, con creces, las consecuencias. Vidas rotas por la ignominia totalitaria cuyo compromiso con la libertad y la democracia no cesó tras el cautiverio nazi.

"La gran mayoría de estas mujeres compartían ideales socialistas o comunistas, su compromiso con la libertad y la igualdad era inquebrantable, fueron y son todo un ejemplo de lucha contra la opresión y el fascismo", explica a Público Mónica G. Álvarez, autora de Noche y niebla en los campos nazis (Espasa), un ensayo periodístico que recompone las vidas de once de aquellas mujeres que lograron sobrevivir y dedicaron parte de su vida a que nadie olvidara aquello.

Mónica dedica cada capítulo del libro a una superviviente: la gijonesa Olvido Fanjul Camín; las zaragozanas Elisa Garrido Gracia y Alfonsina Bueno Vela; la tarraconense Neus Català Pallejà; la murciana Braulia Cánovas Mulero; la francesa de origen turolense Elisa Ricol López; la madrileña Constanza Martínez Prieto; la barcelonesa Mercedes Núñez Targa; la ilerdense Conchita Grangé Beleta; la bilbaína Lola García Echevarrieta, y la transilvana de origen judío Violeta Friedman.

Mujeres que fueron capturadas por sus ideales de izquierda tras luchar en España contra el fascismo y huir principalmente a Francia para participar en la Resistencia como miembros destacados. Su función fue clave para que sus camaradas masculinos pudieran operar. En su lucha no les hizo falta empuñar un arma, pero sí saber combinar una vida cotidiana que les permitiera pasar desapercibidas con la complejidad de trabajar para la Resistencia.

"La mayoría de ellas se metieron en la Resistencia francesa huyendo de Franco, se habla mucho del papel que jugaron los hombres pero no tanto de las mujeres, y lo cierto es que ellas se exponían tanto como ellos, hacían las veces de enlace de correo, ayudaban a sus camaradas a cruzar la frontera con Francia, los ocultaban en sus casas, hacían de enfermeras", explica Mónica.

El infierno empezaba con la deportación. Para los nazis, las mujeres dejaban de ser personas y se convertían en números de identificación que se agrupaban por barracones, según su condición de prisioneras: judías, gitanas, homosexuales, testigos de Jehová, delincuentes comunes, presas políticas... Un viaje camino de la deshumanización en el que las despojaban de sus ropas, las rapaban y las privaban de su identidad.

"Sufrieron una doble victimización –prosigue Mónica–, por el hecho de ser mujeres y apenas haber sido reconocidas pese a que su labor fue fundamental, y porque ellas sufrieron tanto o más que los hombres en los campos de concentración. No podemos olvidar que sus cuerpos, y los cuerpos de los niños, fueron las dos bazas de los nazis para experimentar".

Una experimentación que, como explica la periodista, fue lo que, a la postre, les permitió a muchas de ellas sobrevivir en aquel infierno. "Utilizaban cualquier utensilio, cualquier bacteria, cualquier líquido para eliminar la menstruación de la mujer, para vaciarles el útero y evitar que tuvieran hijos si se quedaban embarazadas, dado que muchas de ellas eran violadas por los guardias nazis".

"El hecho de no menstruar les permitió sobrevivir, no perder esa fortaleza física que provoca la regla, esto es algo que ellas tristemente entendieron y que les permitió salir adelante", confiesa la autora de Amor y horror nazi.

"Ellas fueron nuestras resistentes"

La historiografía hace lo que puede por cercar un nivel de abyección nunca visto en la historia de la Humanidad. Lo que ocurrió en aquellos campos, el grado de planificación y perfeccionamiento en materia de crueldad que se vivió aquellos años no puede quedar en el olvido. Por eso es tan importante el testimonio de vida de estas once mujeres rescatadas por Mónica G. Álvarez.

"Ellas fueron nuestras resistentes, ellas le plantaron cara a la injusticia y al fascismo, si no alzamos la voz por estas mujeres su labor será en vano, nuestros jóvenes tienen que conocer su historia para que no se vuelva a repetir algo así, a fin de cuentas ellas dieron su vida de forma altruista, porque no luchaban por su libertad, sino por la libertad de todos nosotros".


Fuente → publico.es

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