Sebastián Blasco, vecino de Andorra de Teruel y defensor de la República, murió poco después de acabada la Guerra Civil. Oficialmente se hizo constar como un suicidio, aunque la familia nunca lo creyó. 80 años más tarde May Borraz, su nieta, decidió que demasiados misterios rodeaban la muerte de su abuelo y que iba a intentar desvelarlos. Partía de distintas versiones que le habían explicado a lo largo de los años. Además quería recuperar sus restos, pues nadie sabía con certeza dónde lo habían enterrado. Este libro narra, en forma de diálogo ficticio con su abuela Manuela, viuda de Sebastián, los cinco años que May dedicó a investigar y las conclusiones a las que llegó.
May Borraz (Barcelona, 1966) está licenciada en Filología inglesa y en Filosofía. Ha trabajado como profesora, traductora y periodista de viajes. Ha publicado, junto a Marc Ripol, varias guías de viajes. El último cuento es su primera novela.
Háblame de Sebastián Blasco.
Sebastián nació en Andorra de Teruel en 1895. Era mi abuelo y lo mataron poco después de acabada la Guerra Civil. Hasta hace unos años yo sabía muy poco de él, pero decidí investigar las circunstancias de su muerte, sobre la que había diferentes teorías, y encontrar sus restos, pues no se sabía dónde lo habían enterrado.
El libro es un diálogo ficticio con tu abuela. ¿Tuviste mucha relación con ella?
Muchísima. Se llamaba Manuela y cuando su hija pequeña, que era mi madre, se vino a vivir a Barcelona se vino con ella, así que era un miembro más de la familia. De hecho, cuando yo era pequeña compartíamos habitación por lo que pasábamos mucho tiempo juntas. Nos queríamos mucho. Ella no daba muchos detalles sobre la muerte de su marido, sólo decía que lo había matado un grupo de cobardes. La versión oficial, sin embargo, era que se había suicidado.
¿Cuándo fue la primera vez que te planteaste encontrarlo?
Hubo dos hechos que me acabaron de decidir. Uno fue durante una visita al cementerio de Andorra. Por aquel entonces, mi madre creía que los restos de su padre podían estar en la fosa común del cementerio, un rincón sucio y polvoriento. Cuando se acercó y vio el mal estado en el que se conservaba empezó a gritar reclamando un poco de dignidad para los que allí yacían. El otro fue oír a Mariano Rajoy jactarse ufanamente de no haber invertido ni un solo euro en la Ley de Memoria Histórica.
¿Por qué decidiste dar ese paso?
Porque me di cuenta de la necesidad moral que tiene este país de sacar a todos sus muertos de las cunetas o las fosas a las que se les arrojó. De la necesidad de limpiar el pasado para poder construir un futuro basado en la justicia.
¿Con cuánta gente has hablado en tu investigación?
Con mucha, con toda la que he podido. Familiares, amigos de la familia, vecinos de Andorra, historiadores… con cualquiera que pudiera saber qué había pasado con Sebastián o que me pudiera explicar cómo eran aquellos tiempos en el pueblo. La lástima es que vamos tarde, los testigos directos están muertos y sus hijos son ya muy mayores.
¿Cómo te pusiste en contacto con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)? ¿Cómo fue su trabajo?
Ya era socia desde hacía un tiempo, conocía y admiraba su trabajo y había seguido muy de cerca todo el proceso de la
exhumación de Timoteo Mendieta, uno de sus casos más mediáticos. Cuando
les expliqué que estaba buscando a Sebastián me ofrecieron rápidamente
todo su apoyo. Y en cuanto les pedí ayuda para llevar a cabo la
exhumación se encargaron de todos los trámites necesarios.
Su trabajo durante la exhumación fue formidable. Me emocionó ver cómo un grupo de voluntarios que no conocían a la familia Blasco de nada se dejaba la espalda cavando de sol a sol. Para mí son ángeles con palas y jamás podré agradecerles lo suficiente lo que hicieron para ayudarme a encontrar a Sebastián.
Hay quien dice que remover el pasado es abrir viejas heridas. Supongo que no estás de acuerdo.
¡Ja! No podría estar más en desacuerdo. Las heridas son feas cuando no se curan bien y supuran. Ese es el tipo de herida que abunda en este país en relación con la Guerra Civil. Yo misma tenía varias. De hecho, había un conflicto serio con una parte de la familia de mi abuelo, que explico en el libro, y gracias a este proceso se ha subsanado. De manera que no solo no abrimos heridas, sino que incluso cerramos algunas.
¿Cómo reaccionó tu madre cuando el ADN confirmó que habíais encontrado a Sebastián?
Con una profunda emoción que era una mezcla de tristeza y alegría. Cuando su padre murió ella aún no había cumplido los dos años, por lo que no tiene ningún recuerdo de él, pero aun así lo ha echado de menos toda su vida. Se ha pasado ochenta y un años sin saber qué había pasado con él y sin saber dónde estaba enterrado. Haberme empecinado en buscarlo y encontrarlo ha sido, sin duda, el mejor regalo que le podía hacer.
¿Qué vas a hacer con los restos de Sebastián?
Por voluntad de mi madre será enterrado con su mujer, con mi querida abuela Manuela. Yo soy atea, pero aun así no deja de hacerme ilusión pensar que, en cierto modo, volverán a estar juntos.
Fuente → revistarambla.com
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