¿Seguro que no colaborarías con el nazismo? Una pregunta para el futuro de Europa

¿Seguro que no colaborarías con el nazismo? Una pregunta para el futuro de Europa / Nacho Alarcón:

Es difícil imaginarse como un aliado del régimen nazi. A lo largo de las décadas, se ha enseñado esa parte de la historia como algo inhumano, una locura transitoria, terreno prácticamente de la ciencia ficción, lo que hace complicado ponerse en la piel de los que vivieron aquellos días. Es difícil imaginarse las caras de los millones de personas anónimas que ayudaron a que el nazismo se asentara y pusiera en marcha la Solución Final, que hizo posibles los mayores crímenes de la historia de la humanidad. Salvo si una de esas caras es la de tu abuelo.

Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) escribió hace algunos años uno de los mejores libros de la década, ‘Los amnésicos. Historia de una familia europea’ (Tusquets, 2019), una obra que se sintió impulsada a publicar ante la aparición de nuevos movimientos de extrema derecha en Europa y el miedo a dejar atrás la memoria de la guerra. Nieta por parte materna de un gendarme del régimen de Vichy en Francia, y por parte paterna de un ‘mitläufer’, que es la palabra clave: significa literalmente ‘seguidor’, y se usa para hacer referencia a los alemanes oportunistas que decidieron seguirle la corriente al nazismo, algunos por convicción, otros por miedo y muchos otros por puro conformismo. Ellos son protagonistas de la historia.

Las sociedades tienden a dividir sus actores en tres categorías: las víctimas, los verdugos y los héroes. Tendemos a olvidar la categoría del ‘mitläufer’, lo cual es un problema, porque de hecho es la actitud de la gran mayoría de la población”, explica Schwarz en conversación con El Confidencial. “La forma en que la memoria colectiva trata todos estos asuntos, también a través de la ficción, del cine, no nos permite identificarnos con las sociedades de estos tiempos, porque nadie puede imaginarse ser un monstruo, ser Hitler o Himmler, de forma que nunca nos identificamos con los verdugos. Así que tendemos a identificarnos con las víctimas. Y es así como perdemos el sentido de la responsabilidad”, explica la autora, que reside en Berlín.

Géraldine Schwartz (foto: Manu Mitru/El Periódico)

Y esa es la clave. Es bastante sencillo tener claro que no serías Hitler, pero ¿cómo estar seguro de no ser un ‘mitläufer’? Algunos de los que se beneficiaron del nazismo, comprando por ejemplo empresas judías a muy bajo precio, como hizo el abuelo de Schwarz, ni siquiera eran conscientes tras la guerra del papel que habían jugado. No eran conscientes de que no habían levantado la voz cuando los judíos, que eran sus vecinos, eran deportados de ciudades de todo el Reich ante sus propios ojos. No sentían que esa fuera su responsabilidad, en gran parte porque todo era legal bajo las leyes del Tercer Reich. El barniz legal que se dio, confundiendo entre lo legal y lo ético, fue fundamental.

Ser consciente sobre la marcha de que se están haciendo poco a poco cesiones que tendrán un resultado final catastrófico no es tan fácil. “Su actitud —la de sus abuelos paternos— había sido la de la mayoría del pueblo alemán, una acumulación de pequeñas cegueras y pequeñas cobardías que, sumadas unas a las otras, habían creado las condiciones necesarias para el desarrollo de los peores crímenes de Estado organizados que la humanidad haya conocido jamás”, escribe Schwarz en la primera página de su libro. Es a pequeños pasos como se camina hacia el precipicio. Y a cada pequeña cobardía, cada pequeña cesión, se hace más difícil parar.

Lo cierto es que, estadísticamente, de haber nacido en Alemania a principios del siglo XX, la inmensa mayoría de los lectores serían ‘mitläufers’. Y eso teniendo en cuenta que hablamos del pueblo alemán, que era, por aquellos momentos, uno de los más cultos de Europa, no unos simples borregos. Solamente hay una manera de estar seguro de no caer en la misma trampa: aprendiendo de los errores. Recordando.

Schwarz se lanzó a escribir la historia de su familia cuando vio el aumento de los populismos en Europa y detectó un problema común: una ausencia de memoria. Prácticamente, la única zona de Europa donde la extrema derecha no logra coger tanta fuerza es Alemania occidental, coincidiendo con las fronteras de la antigua República Federal alemana, donde a partir de los años setenta, con la generación de los hijos de los ‘mitläufers’ que comenzaron a revelarse contra el intento de pasar página y olvidar el pasado, se hizo un auténtico “trabajo de la memoria”. El pueblo alemán llegó a asumir su propia culpa, y lo convirtió en su identidad. Hay una frase que refleja bien esa naturaleza: “Estamos orgullosos de no estar orgullosos”.

El partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) ha crecido mucho desde 2014 y la gestión de la crisis de los refugiados, pero lo hace de forma más fuerte en el este, la zona de la antigua República Democrática Alemana (RDA), donde no se hizo ese “trabajo de la memoria” bajo el control soviético. Los democristianos de la CDU, que comparten familia política con el Partido Popular español, mantienen un férreo cordón sanitario a AfD.

Las fuerzas aliadas obligan a los vecinos de Weimar a visitar el campo de exterminio de Buchenwald tras su liberación (foto: United States Holocaust Memorial Museum)

Hay una correlación entre la presencia y la aceptación de la extrema derecha y el trabajo de la memoria. Allá donde no se ha hecho, es más fácil que la ultraderecha arraigue. Yel único lugar en el que se hizo fue en Alemania occidental. Italia y Francia, países totalmente implicados en la Segunda Guerra Mundial y que cooperaron con el nazismo en el Holocausto, armaron tras la guerra un mito de la resistencia antifascista en el que supuestamente nadie había apoyado al dictador Benito Mussolini o el régimen de Vichy. El resultado hoy es que ambos países tienen dos de los principales partidos derechistas del continente: en Italia, la Lega y los Fratelli d’Italia, que juguetean con referencias al ‘Duce’ y que suman en las encuestas más del 40% de los votos, y en el caso francés, la formación de Marine Le Pen, que en los últimos años ha ocupado el puesto de alternativa al ‘establishment’, hasta el punto de que muchos en París solamente creen que es cuestión de tiempo que en alguna elección pueda dar la sorpresa.

Hay dos recetas, conectadas entre ellas, para hacer frente a esta tendencia. Por un lado, afrontar el pasado, y Schwarz considera que no importa tanto qué sombra del pasado se afronte. “Lo importante no es tanto el qué (el Holocausto, por ejemplo, o el pasado colonial), sino el cómo: ¿cómo fue posible? ¿Cómo la mayoría de la gente, por oportunismo, por conformismo o por miedo, no reaccionó? Esa es la clave de un trabajo de memoria exitoso”, señala la autora de ‘Los amnésicos’. Porque afrontando esa cuestión se llega a la pregunta clave para la francoalemana: “El corazón de nuestra ética hoy debería ser pensar con esta perspectiva, ¿soy un ‘mitläufer’? y ¿qué puedo hacer para no ser uno?”.

Haciéndose esas preguntas se llega al corazón del asunto: la falibilidad de cada uno, que en última instancia lleva a ser consciente de la responsabilidad individual. “Tenemos el poder en una democracia. Por supuesto, no tenemos el poder como en una democracia perfecta, pero podemos elegir nuestros líderes y sus políticas, así que si los ciudadanos no son capaces de juzgar de forma justa y ser responsables, la democracia no sobrevivirá mucho”, señala. En los tiempos de la desinformación masiva y de las emociones a flor de piel, no parece una tarea fácil. Pero ser libre nunca fue un trabajo sencillo. Muchos atribuyen al tercer presidente de los EEUU, Thomas Jefferson, una frase que no estamos seguros que dijera (aunque sí sabemos que se popularizó en los discursos políticos a partir de mediados del siglo XIX), pero que sirve para entender de lo que se trata este pulso: “La eterna vigilancia es el precio de la libertad”.

Lograr que todo el mundo entienda que puede ser un ‘mitläufer’ está en el centro de todo el trabajo de memoria. ¿Pero cómo puedes enseñar a la gente que tiene una responsabilidad incluso si se siente sin ningún poder, siendo un ciudadano cualquiera entre millones, como su propio abuelo? “Porque cada uno a su nivel sí que puede hacer algo, aunque sea poco, y eso se multiplica por millones de personas”, explica Schwarz. Y ahí se produce el cambio.

Y huir hacia delante no es una opción para la autora. “Si no afrontas las sombras de tu pasado, siempre va a volver, como un bumerán. Puedes intentar olvidarlo, pero no va a funcionar. Es mejor afrontarlo que permitir que te cace más tarde”, señala. “Cuando escucho a políticos como Salvini o algunos en España utilizar el pasado para glorificar la nación, siento que hemos vuelto 100 años atrás. No afrontar las sombras de tu pasado ya no ayuda a glorificar el Estado, sino al revés. Es humillante para una democracia moderna huir de las sombras”, explica la autora.

Militantes del grupo ultraderechista italiano Casa Pound en 2018 (foto: Efe)
¿Una memoria europea?

Una visita rápida a la Casa de la Historia Europea, cerca de la sede del Parlamento Europeo en Bruselas, ayuda a entender que la historia es un asunto enormemente delicado en el Viejo Continente. No hay una narración más o menos común y la historia aparece dividida y fragmentada, sin ningún hilo conductor que ayude a dar cierta unidad. Pero el ‘mitläufer’, la figura del libro de Schwarz, podría ayudar a conectar todos los puntos: en todos los países europeos hubo ‘mitläufers’, aunque el único que lo haya reconocido e incorporado a su memoria política sea Alemania. Quizás ese sea el hilo conductor: que en todos los países hubo ciudadanos que miraron hacia otro lado, y que la Unión Europea es una de las mejores ideas para evitar que eso ocurra de nuevo.

Pero no sería fácil dar ese paso. Aunque en Europa occidental sí que empieza a haberun todavía tímido trabajo de memoria a nivel académico, en Francia respecto al régimen de Vichy, o en el caso español con la Guerra Civil y las cuatro décadas de dictadura franquista, ese esfuerzo todavía no se ha filtrado a la sociedad, y no será fácil que lo haga. Si lo hace, probablemente provocará también reacciones contrarias.

El caso español es conocido por muchos, también por Schwarz. “En España, veo que algunos políticos creen que afrontar las sombras del pasado puede amenazar la unidad del país, y al revés, no hacerlo es una carga”, señala. Porque, de nuevo: los fantasmas de ayer siempre te acaban cazando, y si no les plantas cara siempre acabarán haciéndolo por la espalda. En todo caso, Schwarz pide no afrontarlo “desde una cultura de la culpabilidad, porque entonces se puede generar odio, dividir las sociedades y promover el sectarismo. Yo defiendo algo más pragmático: hay que superar la narrativa de la víctima y del verdugo, ahí es donde encaja el ‘mitläufer”.

Y si es complicado en Europa occidental, es todavía más difícil en los países orientales de la UE, con gobiernos como el polaco y el húngaro, con tendencias autoritarias. Schwarz considera que respecto a la memoria hay que tener en cuenta su pasado más reciente. “Hay que considerar que estos países estuvieron bajo control soviético durante 40 años y bajo la dictadura de la memoria de la Unión Soviética. Rusia forzó a estos países a conmemorar el heroísmo del Ejército Rojo, al que realmente odiaban. Países como Hungría, Eslovaquia, Rumanía, Bulgaria o Croacia eran, de hecho, aliados de la Alemania nazi”, señala la autora.

Así que después de la caída del muro hubo una total esquizofrenia cuando empezaron a afrontar su pasado como aliados de la Alemania nazi. Porque bajo el comunismo ellos se tenían que considerar comunistas y por lo tanto víctimas del nazismo, y cuando el muro cayó tuvieron que reconocer que de hecho habían estado aliados con el nazismo. Esto tomó mucho tiempo. En algunos países se desarrolló una especie de nostalgia por el fascismo como una reacción a 40 años de comunismo”, explica.

Pero la solución no pasa por imponer desde fuera una ‘cultura de la memoria’ en estos países, porque “puede ser totalmente contraproductivo”, advierte Schwarz. Solamente funcionará si surge desde dentro y como un ejercicio sincero, porque solamente es útil “si las personas entienden que tienen un rol que jugar en la historia”. “Creo que una memoria europea no debería llevar a forzar la conmemoración porque sí, sino hacer posible para la gente cambiar la perspectiva, aceptar la visión de otro país en la historia del tuyo. Esto sería genial, pero estamos lejos de eso. Lo ideal sería iniciar un diálogo entre todas estas perspectivas, y no imponer una sola memoria”, explica.

Por eso la figura del ‘mitläufer’ sería tan útil, porque es más o menos homóloga en las distintas historias nacionales, y ayuda por lo tanto a comprender las circunstancias históricas de los otros países. Rebaja tensiones entre Estados (que siguen existiendo a día de hoy y hunden sus raíces en el pasado), ayuda a comprendernos entre todos y, de nuevo, a comprender nuestra falibilidad, que es la pieza clave de todo el edificio de la memoria.

Y en ese trabajo por entender la historia también desde la perspectiva de los otros países hay un asunto que Schwarz considera fundamental: “Europa debería hacer más espacio para la memoria del comunismo, porque hay una falta de interés, todavía hoy, en Europa occidental, y estoy bastante segura de que también en España, por la experiencia comunista de los ciudadanos de Europa del Este. No sabemos nada de eso. Es increíble. Y este es un obstáculo fundamental para el acercamiento del este y el oeste”.

Restos del muro de Berlín (Reuters)
El poder de las experiencias

La Unión Europea, que celebra este 9 de mayo el Día de Europa, se creó como una forma de proteger las lecciones de la destrucción del continente. Lo contrario a proteger el legado es olvidar, pero es lo que ha ocurrido y ya está ocurriendo hasta en el kilómetro cero del ‘trabajo de la memoria’. Los propios jóvenes alemanes ya no se sienten tan vinculados a las responsabilidades del Holocausto y los demás crímenes de la Alemania nazi. Este año, el Ministerio del Interior alemán ha notificado el récord de delitos de extrema derecha desde que el país tiene registro (comenzó en 2001).

Por eso Schwarz llama a hacer uso del pasado, que es “fundamentalmente experiencias”. “Y si no lo usas, eres estúpido, porque solamente puedes ser más rico con estas experiencias. Pero no necesitas todas. Así que habría que ver qué experiencias pueden ser útiles. Y hay en el pasado, más allá de la idea de que la historia se repite, patrones que sí se repiten. Y estos son en los que deberíamos concentrarnos como prioridad para ayudar a las nuevas generaciones a identificar riesgos y estrategias de manipulación, de forma que sean capaces de luchar y no ser demasiado sensibles al populismo. Es una educación democrática”, explica.

Y no hay mejor experiencia que la de ser consciente de la falibilidad de cada uno, al mismo tiempo que saber que cada ciudadano tiene una pequeña cuota de poder, y cuando todos se movilizan ejercen de forma contundente el mismo. Incluso en el régimen nazi, los ‘mitläufers’ supieron que eran capaces de cambiar las cosas. En 1941, Hitler frenó el programa Aktion T4, con el que ya se había asesinado a 70.000 personas con discapacidades físicas y mentales. La oposición de los alemanes de a pie y de los obispos católicos y protestantes hizo que se pusiera fin a ese programa. Hitler sabía que nada se podía hacer sin el beneplácito de los ciudadanos. Y para obtener el beneplácito vale con lograr que miren para otra parte. El terror nunca es inevitable, es algo a lo que se llega por un conjunto de acciones de unos y omisiones de la mayoría.

Schwarz siempre menciona al historiador Norbert Frei para citarle en una idea que es central: no saber lo que habrías hecho no significa que no sepas lo que deberías haber hecho. Y esa es la piedra angular de todo el trabajo de memoria. Ser consciente de la propia falibilidad y del propio poder que cada uno tiene. Y saber decidir en qué lo emplea: si en ser un ‘mitläufer’ o en mantenerse vigilante.

Portada: asistentes al Congreso del NSDAP en Nuremberg, 1937 (foto: Picture Alliance/DPA)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia


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