La República Española festejó la victoria aliada

La República Española festejó la victoria aliada
Arturo del Villar

Mientras  en la España vencida se celebró el final de la segunda guerra mundial en Europa y América los días 8 y 9 de mayo de 1945, sin hacer referencia a la derrota de los regímenes nazifascistas que contribuyeron decisivamente al triunfo de los militares monárquicos sublevados, la Junta Española de Liberación lo hizo jubilosamente en el exilio. Se estaba manteniendo en San Francisco (Estados Unidos de América) desde el 25 de abril la Conferencia preparatoria de la Carta de las Naciones Unidas, organismo internacional que sustituiría a la inútil Sociedad de Naciones, y la Junta deseaba explicar a los delegados la realidad española, para que se excluyese de toda participación a la España fascista.

El mismo día 8 llegaron a San Francisco los delegados de la Junta: su presidente, Álvaro de Albornoz; el secretario, Indalecio Prieto, y los vocales Félix Gordón Ordás y Antonio M. Sbert. Llevaban un amplio memorándum en el que se explicaba documentadamente todo lo sucedido en España desde el golpe de Estado militar el 17 de julio de 1936 hasta la victoria de los rebeldes el 1 de abril de 1939, gracias a la colaboración con hombres y armas de los regímenes nazifascistas europeos que acababan de ser vencidos por los aliados. Permanecieron allí dos meses y medio, en los que se entrevistaron con los delegados internacionales y con los periodistas encargados de cubrir la información.

Tenían en su contra a las delegaciones de los Estados Unidos de América y del Reino Unidos de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, así como a la mayoría de las representantes de países iberoamericanos: se daba la paradoja de que en tanto los pueblos eran partidarios de la República Española, los gobiernos preferían a los militares rebeldes, con alguna notable excepción, sobre todo y muy especialmente los Estados Unidos Mexicanos.

EL MANIFIESTO REPUBLICANO


El mismo día 8 de mayo, cuando en Europa y en América se festejaba el triunfo aliado contra el nazifascismo, los delegados de la Junta Española de Liberación hicieron público un manifiesto en la Conferencia de San Francisco, en el que recordaban que la victoria alcanzada era incompleta:

Pero hay en el horizonte de Europa, iluminado por la victoria, un punto negro: la España franquista. Hitler y Mussolini, los dos siniestros genios del mal, pertenecen ya al pasado. Pero subsiste aún la oprobiosa dictadura española, sonriendo cínicamente a los grandes pueblos vencedores que insultó y escarneció, y contra uno de los cuales envió su Legión Azul, cuando los consideraba en trance de derrota y de muerte. En esta hora solemne y decisiva de la historia humana no es posible cometer la injusticia suprema de olvidar que fue España el primer teatro de la guerra desatada por el nazifascismo, y la República española quien primero se alzó contra los opresores de Europa.

Nadie medianamente informado podía ignorar sucesos tan recientes y de tanta repercusión histórica, pero convenía recordarlos en aquellos momentos en los que el pasado inmediato iba a influir sobre el futuro del mundo. Parecía lógico que si había sido necesario librar una guerra mundial para derrotar a una ideología criminal, se prescindiera de un régimen impuesto contra el deseo de todo un pueblo precisamente por los países patrocinadores de esa ideología nazifascista condenable y vencida.

La implicación disimulada de la España vencedora en la guerra mundial a favor de los países totalitarios, se tradujo en las facilidades dadas a sus submarinos para refugiarse en puertos españoles, y muy destacadamente en el reclutamiento de la conocida como División Azul, para combatir en el frente soviético con los militares del Reich alemán. Tras su derrota los divisionarios fueron internados en cárceles soviéticas, en las que fueron tratados con una consideración conforme a lo dispuesto en el Convenio de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra, firmado el 27 de julio de 1929, pero que el III Reich ignoró completamente respecto a los prisioneros que tomaba, convertidos en esclavos. Por su parte, los dirigentes soviéticos trasladaron a los divisionarios supervivientes a Odessa, para que embarcasen allí con destino a Barcelona, adonde llegaron el 2 de abril de 1954. No se dio el mismo trato a los prisioneros en los dos bandos.

DEMOCRACIA CONTRA FASCISMO

El manifiesto de los delegados de la Junta, después de recordar los hechos históricos que habían conducido a España a su trágica situación en aquel 8 de mayo que no podía festejar, hacía un llamamiento a la conciencia colectiva de los demócratas, para que culminasen la tarea de desnazificar a Europa. Para ello se imponía como tarea ineludible impedir la continuación de la dictadura mantenida en España por la fuerza de las armas, ya que no se le permitía al pueblo derrotado manifestar su opinión acerca del régimen político preferido, habida cuenta de que el actual derivaba de un golpe de Estado militar. La propuesta resultaba idónea y obligada. Así se iba a aplicar en Italia, dominada por la dinastía de Saboya, aliada con la Alemania nazi durante la guerra: se iba a permitir la celebración de un referéndum acerca de la forma de Estado deseada por el pueblo, el 2 de junio de 1946, en el que se dio a las mujeres el derecho de votar. Tuvo como resultado la proclamación de la República. El manifiesto de la Junta había propuesto lo mismo el año anterior para España:

Y los hombres de Estado que tienen ahora la responsabilidad enorme de liquidar el pasado y abrir las puertas del futuro no pueden sustraerse al deber que les impone facilitar a la democracia española, hoy proscrita y errabunda, los medios morales de reconstruir su hogar nacional, de modo que España no quede como una monstruosa excepción en un mundo libre de la tiranía totalitaria.

La única manera de reconstruir el hogar nacional consistía en convocar un referéndum para que el pueblo expusiera su opinión. Las últimas elecciones generales celebradas en España, el 16 de febrero de 1936, dieron el triunfo al Frente Popular, que no pudo culminar su trabajo debido al golpe de Estado del 17 de julio siguiente. Después se combatió hasta el 1 de abril de 1939, con la descarada intervención del nazifascismo europeo en ayuda de los militares sublevados. Lo lógico era sin ninguna duda convocar un referéndum libre con observadores internacionales, en el que se permitiera al pueblo decidir su suerte política. Eso es lo que se denomina democracia, algo por lo que habían combatido las naciones libres contra las totalitarias, cuyo apéndice quedaba incólume en España y en Portugal.

A FAVOR DE LA ESPAÑA VENCIDA

Tan lógica propuesta, acorde con los principios que se deseaban aplicar en el mundo por medio de Carta de las Naciones Unidas entonces en examen, fue tenida en consideración sólo parcialmente. En efecto, durante la sesión celebrada el 9 de junio en la gran sala del Teatro de la Ópera de San Francisco, se acordó que no podían aspirar a ser miembros de las Naciones Unidas los gobiernos impuestos de facto por las fuerzas militares del Eje causantes de la mayor conflagración bélica sufrida por la humanidad.

Y otra vez la solicitud expresada por la Junta Española de Liberación fue atendida al mes siguiente, durante la conferencia celebrada en Potsdam (Alemania) por los tres dirigentes de los países vencedores de la segunda guerra mundial: Stalin en representación de la Unión Soviética, Truman de los Estados Unidos de América, y Churchill (sucedido por Attlee) del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Su resolución decía:   

Los tres gobiernos se sienten obligados a indicar claramente que, por su parte, no favorecerán ninguna solicitud de ingreso del presente Gobierno español, el que, habiendo sido fundado con el apoyo de las potencias del Eje, no posee, en atención a sus orígenes, sus antecedentes y su íntima relación con los Estados agresores, las cualidades necesarias para justificar su ingreso en el seno de las Naciones Unidas.

Todo muy exacto, aunque corto. Se cerraba la puerta a la dictadura española para que no pudiera formar parte de la futura Organización de Naciones Unidas, pero no se tomaba ninguna medida práctica para poner fin a ese régimen reconocido por todos como ilegal, fundado gracias a la intervención de las naciones nazifascistas derrotadas en la gran guerra. Era cierto que la organización no debía intervenir para cambiar un Gobierno aceptado en un país, pero las circunstancias del español lo hacían especial por su origen, como consecuencia de una sublevación militar y de una guerra espantosa, en la que tomaron parte las naciones totalitarias recientemente derrotadas por los aliados demócratas. Un régimen político considerado como ilegítimo carecía de fuerza para reclamar ser tratado conforme a las normas legales internacionales.

Se trataba sin ninguna duda de un régimen fascista contrario a la voluntad del pueblo español, según la expuso en las urnas en 1936. Por lo tanto, existían motivos sobrados o bien para emplazar a la dictadura a la aceptación de convocar un referéndum libre en el que los ciudadanos decidieran su futuro, o bien si no lo aceptaba así exigírselo por la fuerza de las armas. Podía basarse la invasión en el hecho de ser el país un residuo del totalitarismo derrotado en aquellos mismos días. Todo muy cierto, sí, pero no pasó de la declaración, que llenó de esperanza a los españoles presos o exiliados, y no inquietó a los fascistas, muy seguros de su fuerza.

EXPULSAR AL DICTADORÍSIMO

Continuaba el manifiesto de la Junta añadiendo razonamientos a los expuestos, de forma que sus argumentaciones tuvieran que ser aceptadas al estar comprobadas por la lógica de la historia. Cualquier observador de la política mundial conocía sobradamente la exposición de los representantes de la España verdadera, que no se hallaba entonces efectivamente en España, sino peregrinando por el mundo a causa de un tirano esclavizador del pueblo. Las naciones que estuvieron combatiendo durante cinco años por el sostenimiento de la libertad mundial, tenían la obligación ética de adoptar medidas para aplicarla también en España:

La Junta Española de Liberación, al asociarse al triunfo, que considera suyo, de las Naciones Unidas, siente entremezclada a la alegría de la común victoria la tristeza de contemplar a la patria todavía aherrojada por un despotismo más cruel y cínico que todas las tiranías de la historia. Y se cree en el deber de apelar a la conciencia de todos los pueblos con voz en la Conferencia de San Francisco y a la de los hombres insignes que los representan, para que no se siga prestando a Franco el apoyo diplomático, lo único que le mantiene en pie en medio de un pueblo que le detesta.

No sucedía exactamente así, ya que además del apoyo diplomático debía tomarse en consideración el interno, porque existían unos clanes partidarios de mantener el fascismo contra el parecer del pueblo. A veces suele culparse al dictadorísimo de todos los horrores padecidos durante los 36 años de su dominio absoluto sobre el país, como si él hubiera denunciado a los patriotas, los hubiese detenido, encarcelado, juzgado, pedido y aplicado las penas de prisión o muerte, esto es, como si careciese de cómplices. Lo cierto es que si se mantuvo durante 36 años en el ejercicio del poder fue debido a la complicidad de muchos fascistas.

Precisamente por ello no hubo en España una acción coordinada contra la dictadura, sino que fue necesario aguardar hasta que la naturaleza humana del dictadorísimo, lo único humano que tenía, llegara a su fin natural y falleciese rodeado de médicos que intentaban prolongar su agonía, y de obispos que le llevaban reliquias con la intención de que obrasen un milagro.
Al producirse un relevo estatal conforme a sus deseos bien claramente expuestos por él mismo, no existió una revolución, como suele ser el resultado de las dictaduras, sino una evolución que mantuvo las instituciones de la dictadura con otro nombre, conforme con sus planes. No significa esto que fuese un gran estadista, sino que el pueblo español soportó los 36 años de dictadura con resignación, y los que le echen de su continuación. Debe de ser así el carácter español. Aquellos revolucionarios que en 1868 gritaron “¡Viva España con honra! ¡Abajo los borbones!” eran de otra raza distinta.

Los delegados en la Conferencia de San Francisco aislaron a la dictadura española, pero aquí no se produjo ningún cambio. Y puesto que en España se toleraba la dictadura, las Naciones Unidas aprobaron su ingreso en la organización, ya que el supuesto Estado Vaticano y los Estados Unidos de América establecieron relaciones muy cordiales con el que seguía esclavizando a España todavía con “un despotismo más cruel y cínico que todas las tiranías de la historia”, como bien aseguró el manifiesto de la Junta Española de Liberación en 1945. Al menos a mí me lo parecía.


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