En 1933 tampoco lo creían

En 1933 tampoco lo creían
Rafael Sanmartín
 

O quizá tampoco querían reconocerlo, quizá sea más exacto. Lo más señalado, lo más grave, ha sido el ascenso de un partido de ideología cercana al nazismo, de momento. Lo extraordinario, lo inverosímil, lo negativo, lo nefasto, es que un partido negado a subir un poco las pensiones y los salarios a los trabajadores, mejorar el servicio de la Seguridad Social, la enseñanza y la sanidad y bajar impuestos a los de menos ingresos, defensor del enfrentamiento, de la supresión de impuestos a las clase altas, del paro, de la discriminación; que partidos dictatoriales, promotores de lo que ya podemos llamar «guerracivilismo»,  reciban el voto mayoritario de personas que viven de un salario: ese salario que ellos se niegan a mejorar. Y que a eso llamen «libertad». La libertad es la de todos o no es libertad. La supuesta y falsa libertad que conculca la de la mayoría, no es libertad. Es cinismo. Hipocresía. En 1933 los votantes del llamado «nacional socialismo», que sería «muy» nacional pero nada socialista, tampoco quisieron creer que ocurriera lo que ocurrió entre 1940 y 1945. Quienes aplaudían los juicios de Nüremberg y de Frankfurt contra los crímenes nazis, quienes se horrorizaban de la capacidad humana para transgredir todas las mínimas razones sociales y humanitarias, unos años antes habían facilitado con su voto el ascenso de la fuerza política responsable directa de esas torturas, esas matanzas y esa ruina. ¿Lo podemos llamar hipocresía, también? Probablemente, no.

En una cosa hay que estar de acuerdo con Esquilache: "el pueblo siempre es menor de edad". Por desgracia, debe añadirse. La mayoría es voluble, se deja llevar por gestos antes que por hechos, por eso es manipulable. Ayuso ha ido por Sánchez y el gobierno llamado progresista, y ha ganado el primer round. Las cosas no siempre tienen el resultado apetecido; menos aún un solo resultado. Destruir siempre es más fácil que construir. Destruir el trabajo, poco o mucho, del gobierno, ha servido en parte para hundir al gobierno, primer objetivo de la presidenta. Y en gran parte, mucho más, para ir asentando el dominio de la extrema derecha. El fascismo que AP perdió cuando cambió la A por otra P. El pueblo es menor de edad y los políticos se aprovechan. La diferencia, siempre igual, estriba en que la derecha es más directa. Normal. En un sistema en que todos hacen política de derechas, los que se reconocen juegan con ventaja.

Los progresistas, lastrados en gran medida por el peso de sus monstruos internos, los pesos pesados de su partido, a los que no se han atrevido a apartar y por el doble juego de hacer política capitalista y mantener discurso socialista, están atrapados en su propia red. Tan sólo han podido airear una corrupción de la que muy pocos están exentos, si lo está alguno. La derecha consentida ha podido jugar más bazas: por ejemplo, el descontento de una mayoría con las medidas anti-covid. Lo peor es que no todas han sido anti-covid, sino gracias al covid. El gobierno ha hecho mal en aprovecharse de las circunstancias para imponer normas totalitarias amparados en la pandemia, ya lo habíamos reiterado. Ayuso ha hecho mal en hacer la guerra al gobierno, no por imponer esas normas, sino para salvar un gremio, la hostelería, que en Madrid es tan fundamental, mueve a tanta gente o más que el funcionariado. Hay que saber a quien se pide el voto: Ayuso lo ha pedido a quienes no han llegado a perder sus novecientos euros, a cambio de los peores resultados sanitarios.

Discúlpese la expresión, pero no hay más: al contar las cifras del covid tenían claro que los muertos no votan. Ayuso ha luchado para derribar al gobierno del Estado —ojalá no intente coparlo también— y ha obtenido el K.O. de tres adversarios, uno de ellos parece que definitivo, otro herido y casi irrecuperable, pero, para no errar, no ha sido labor exclusiva suya: el propio Podemos, el único a quien debemos las pocas medidas sociales, ha contribuido a su ruina por sus propios fallos y por no haber sabido responder a los infundios lanzados contra ellos. Y no reconocerlo sólo puede conducir a continuar el descenso. A cambio ha prestado su ayuda a quienes propugnan volver a la autarquía, porque ella y su equipo aspiran a imponerla cuanto antes. Esa es su coincidencia con los guerra-civilistas. Madrid es España; lo demás sólo su anexo. Por eso no hay peligro, los resultados sólo serían extrapolables si los andaluces quisiéramos que lo fueran; ninguna razón lógica puede contribuir a ello, al contrario: Andalucía siempre ha sido progresista, original y adelantada. Nunca ha copiado ni debe copiar a nadie.

La política casi nunca es como parece. Eso algunos lo han entendido bien. Quizá porque en ese punto no engañan. Lo malo es el discurso de izquierda y la praxis de derecha. El martes quedó probada la maldad del bi-partidismo y la necesidad de fuerzas progresistas. Pero de las de verdad.


Fuente → lavozdelsur.es

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