El verdadero franquismo

Lo que pone en peligro nuestra democracia es la necesidad que ese mismo capitalismo especulativo siente de impedir una fiscalidad justa, la consecuencia de una democracia normal.

 
El verdadero franquismo
José Luis Villacañas
 
David Rucinman, en Cómo terminan las democracias, defiende una idea. El riesgo que puede llevar a la muerte de nuestra democracia no será parecido a los fascismos de los años 30. Tenemos que estar alerta a los fenómenos nuevos y no responder con las viejas reacciones. Eso es bueno por otro motivo. Ninguno de los medios que se pusieron en marcha en aquellos años lograron vencer a los fascismos. Ahora podríamos caer víctimas de un doble error si, primero, consideramos los inquietantes fenómenos del presente bajo la forma del pasado; y segundo, si intentamos oponerles estrategias que ya fracasaron para detener su escalada.

Debemos dirigir nuestro análisis a la novedad de lo que está pasando, que no es un mero montaje espectacular. El tono bronco, el matonismo que vimos en la glosa que Monasterio hizo de las cartas con balas a Iglesias y que más bien parecía una interpretación autorizada de su contenido; o la precariedad del discurso de Ayuso, mostrando su gama de libertad para ir a la misa o a los toros, todo esto, es síntoma de un conflicto. No es retórica para atraer votos por diversión. Refleja posicionamientos reales en la sociedad. La índole de ese conflicto implica un peligro para la democracia.

Esto es lo que tendríamos que considerar. Pues algo importante se tiene que defender cuando se avanza sin pestañear al enfrentamiento cuerpo a cuerpo que vimos en Vallecas, o cuando con sadismo se le dice a otro candidato «váyase de Españ». Algo importante debe amenazar esa persona a la que se manda al exilio para que sea políticamente productivo decirlo en público. De otro modo, no se entiende nada. Cuando Ayuso dice que la primera persona que ha producido violencia en la política española ha sido el propio Iglesias y que no puede quejarse de sus consecuencias, parece que dice algo políticamente productivo. ¿Cuál es esa violencia originaria de Iglesias? ¿Es posible que en esta hostilidad a Iglesias se haya concentrado el conflicto? ¿Y qué hace que Iglesias haya alcanzado el nivel simbólico de concentrar el sentido existencial del enemigo?

Este es un fenómeno extraño. En términos objetivos puede que Iglesias diera miedo. Pero ahora no puede darlo, a poco que el rival tenga los nervios templados. Iglesias ha tenido que bajar al ruedo para impedir que su partido desapareciera de Madrid. Eso no podía permitirlo porque no quería protagonizar el viejo cuento serbio, aquel en el que la sombra del vencido se levanta ante el vencedor y este tiene que confesar que había matado a alguien más poderoso que él. Este cuento, que habla de la amargura del vencedor, simboliza las relaciones entre Errejón e Iglesias. Demuestra que el vencedor no escribe la historia, ni mucho menos. Iglesias lucha contra la sombra de Errejón que, resucitado como Mónica García, es más poderoso que él, quien ganó en todos los Vistalegres del mundo, pero solo para una cohorte de seguidores acríticos.

¿Quién podría sentirse amenazado por alguien que se ha equivocado así? ¿Que podría entrar en el gobierno de la Comunidad de Madrid? Es posible. Pero, ¿quién podría temerlo después de ver lo que ha significado su vicepresidencia en el Gobierno de España? Si a pesar de eso, los poderosos pierden los nervios con él y se induce a sus representantes políticos a exigirle que se vaya de España, es porque así se genera un símbolo de lo que España debe ser. Los símbolos siempre producen plusvalías. Lo que de este modo sucede recuerda la víspera de la Transición española: si se legaliza el PCE entonces volvemos al fascismo. Si Stalin vuelve, nosotros volvemos a Franco. ¿Pero de verdad Iglesias es Stalin? ¡Por favor! El símbolo estigmatizado abre paso a un neofranquismo real. ¿Y qué pasa con los que nunca quisieron a Franco ni a Stalin? Eso da igual. Si no están con uno, están con otro. La democracia queda así desarticulada. La plusvalía del símbolo es el peligro de la democracia. ¿Pero qué ha cambiado para que los poderosos de España pudieran legalizar el PCE en 1977, y ahora no le concedan ni el pan ni la sal a Iglesias?

Por supuesto, la respuesta podría ser: siguen consignas del trumpismo. Pero eso no agota las preguntas. Pues la clave es por qué en España el trumpismo se sigue de una manera que ni en Francia ni en Italia hemos visto. Y la respuesta a esta pregunta es ciertamente la que nos acerca a la índole del conflicto real que vemos en Madrid. Lo dicen por las esquinas. El 87 % de la inversión extranjera que se produce en España entra por Madrid. ¿Quién tiene miedo a Iglesias? Los españolitos de a pie, ¿qué podrían temer de él? Quizá dé miedo a los poderosos extranjeros que invierten en Madrid. Muchos de ellos vienen de Venezuela, otros de México y muchos de Estados Unidos. Y estos, que huyen de Maduro o de Obrador, han puesto demasiados huevos en la cesta de Madrid como para que Iglesias les recuerde el país del que vienen. Son nuestro Miami.

Lo que se dibuja en Madrid no es el fascismo, porque un poder político como el de Hitler o Mussolini anula las reglas de la autonomía del capital como para ser consentido. Lo que pone en peligro nuestra democracia es la necesidad que ese mismo capitalismo especulativo siente de impedir una fiscalidad justa, la consecuencia de una democracia normal. Esta desactivación de la democracia con medios democráticos es lo que nos espera si la gente no se da cuenta de que con este montaje simbólico solo se busca proteger a los muy ricos, sus inversiones y su botín de privatizaciones. Eso es lo que tiene que ser ocultado tras el símbolo. Y para eso, estos que saben de qué va el conflicto, tienen que caracterizar como extremistas a los moderados demócratas -y eso es ya Iglesias, a pesar del gesto agrio- que exigen un poco de solidaridad. Y por eso Gabilondo, en su esfuerzo por hacerse con el votante de Ciudadanos, asegura que no subirá impuestos.

Así que hay conflicto real. Pero ese conflicto no es el que parece. Lo que aparece es una operación que invierte a quien quiso ser un símbolo emancipador y que lo han convertido en un símbolo negativo para estigmatizar a todos los demócratas amantes de algo más de justicia como si fueran unos locos fanáticos. En realidad, quieren neutralizar a estos demócratas que piden que su Estado no sea el Patio de Monipodio. Pero eso no se puede decir, pues esa aspiración es el verdadero neofranquismo.


Fuente → levante-emv.com

banner distribuidora