De qué tiene miedo la izquierda

Las expectativas de quienes pusimos a PSOE y Podemos en el poder son muy altas. Necesitamos que el Gobierno demuestre que sus políticas tienen la capacidad de cambiarle la vida a la gente

De qué tiene miedo la izquierda
Manu Garrido

El otro día me acordé de aquella frase del Evangelio según San Mateo, la de ‘‘por sus frutos los conoceréis”. La educación cristiana tiene sus cosas. Aunque el bueno de Mateo se refiere aquí a los falsos profetas que campan a sus anchas –de esto hablamos otro día–, a mí me vino a la mente mientras trataba de dar una forma más o menos tangible a los ‘frutos’ del llamado gobierno más progresista de la historia. Reflexionaba sobre esto, en fin, en un intento por responder a la pregunta que más me hago últimamente: ¿de qué tiene miedo la izquierda?

La izquierda cree que tiene un problema de superioridad moral, y el asunto, en realidad, no pasa de inferioridad pragmática. El dique de contención a las políticas sociales, económicas y ecológicas que España necesita es tan grande que la izquierda tiene que aspirar a algo más que a ser izquierda por contraposición. Si coincidimos en que las políticas de la derecha son más fáciles de aplicar y defender porque son hegemónicas –y a la hegemonía la defiende tanto el rico como el pobre–, entonces deberíamos coincidir también en que el esfuerzo de la izquierda tendría que ser mayor al actual.

Asumámoslo: cuando la pandemia pase poca gente echará cuentas de cuál habría sido el resultado si la derecha hubiese estado en el poder. Poco importarán los ERTE, la guerra contra los sanitarios o un Ingreso Mínimo Vital que, encima, no llega. Apelar a la responsabilidad del votante que pone a Isabel Díaz Ayuso en el poder está muy bien, pero no sirve más que para que el votante de izquierda se dé una palmadita en la espalda a sí mismo. La cruda realidad es que, desde que PSOE y Podemos están en Moncloa, a casi nadie le ha cambiado la vida a mejor; partiendo de ahí, da igual cuántas veces mencionemos la crisis mundial inédita, la propaganda de la derecha o la reaparición del fascismo.

Cuando la pandemia pase poca gente echará cuentas de cuál habría sido el resultado si la derecha hubiese estado en el poder

No me malinterpreten, tenemos algún que otro problema interno que convendría arreglar. Sin embargo, ninguna de esas cuestiones va a ser determinante para que la izquierda gane las próximas elecciones generales, fundamentales para una España que mire al futuro. Quien fuera primero germen y luego virus mortal de la nueva izquierda en España ya no está: Pablo Iglesias se ha esfumado y, con él, desaparecen también las excusas. La izquierda tiene que dejar de reflexionar y de hacer autocrítica para empezar a hacer política y leyes que cambien la vida de la gente. Tan simple y tan complicado como eso.

Obviamente, hoy por hoy el gran escollo de las políticas de izquierda no son los discípulos de Iglesias y su gusto por la autoflagelación. Cuando me pregunto de qué tiene miedo la izquierda, en realidad podría preguntarme de qué tiene miedo Pedro Sánchez. Al dirigente que puso patas arriba el PSOE lo han insultado, vejado y menospreciado dentro y fuera de su partido. Es enemigo público de la derecha y los poderes fácticos del Estado. Y, con todo, sigue gobernando para los mismos que tendrían a bien darle una patada en el culo.

El esfuerzo que tiene que hacer la izquierda ha de ser radical. Todo lo demás, a estas alturas de la película, sirve para lo mismo que hincar la rodilla y ponerse a rezar. Puestos a sacar algo positivo de esta pandemia, está la constatación a gran escala de que las recetas de siempre ya no funcionan. Quienes quieran ser centro e izquierda, que miren a su alrededor. Si Ciudadanos ha perdido su espacio político es, sencillamente, porque era un partido sin espacio, cuya única utilidad ha sido la de aupar a Vox. El bipartidismo no solo es irrecuperable, sino que ya no nos sirve: los problemas que atravesamos como sociedad no se pueden apoyar en una alternancia naif del poder.

A mí, las contradicciones de Pedro Sánchez me parecen bien; diría, incluso, que me gustan. Significan que, debajo del político, existe un tipo cuya agenda política se permite el gusto de adaptarse al clamor popular dentro de sus propios márgenes ideológicos. Le pediría a Sánchez otro golpe de timón, otra contradicción más. Una exhibición de fuerza de la izquierda de aquí a las próximas elecciones. Una demostración de que las políticas del gobierno más progresista de la historia tenían y tienen la capacidad de cambiarle la vida a la gente.

El bipartidismo no solo es irrecuperable, sino que ya no nos sirve: los problemas que atravesamos como sociedad no se pueden apoyar en una alternancia naif del poder

La alternativa ya la conocemos desde mucho antes de la pandemia. Era la libertad del bar Manolo a servir cervezas mientras tiene dados de alta a sus trabajadores a media jornada, haciéndoles trabajar completa y pagándoles el resto en negro. La libertad de alquilar un zulo en la ciudad por mil euros. La libertad de pegarle una paliza a una persona trans. La libertad para emprender y acabar rescatado por el Estado. Es un tipo de libertad que, en lugar de ejercerla, se nos ejerce. Si estamos cómodos con ella es por la misma razón por la que estamos cómodos con una pandemia a pleno rendimiento: pensamos que es difícil que nos afecte, aún más difícil que nos acabe matando.

“Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego”, dijo San Mateo. Las expectativas de quienes pusimos a PSOE y Podemos en el poder son muy altas. Somos conscientes de la difícil situación actual, pero si esperamos ver frutos antes de la próxima vez que nos encontremos en las urnas no es porque vayamos a cambiar el sentido de nuestro voto, sino porque necesitamos ganar a través de una mayoría que, hoy por hoy, no ve en la izquierda una solución a sus problemas. Sabemos lo que hay al otro lado; pierdan el miedo, hagan política.


Fuente →  ctxt.es

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