Como se construye la ideología de las «nuevas derechas».

Como se construye la ideología de las «nuevas derechas».
Martín Bergel

Hace exactamente un siglo, durante los años que vivió en Italia, el peruano José Carlos Mariátegui comenzaba a desarrollar una sostenida curiosidad por los ingredientes culturales y políticos que abonaban las nuevas derechas de su tiempo.

Esa disposición tenía como foco inmediato al emergente movimiento fascista italiano, escrutado tanto en sus prolegómenos (por ejemplo, en aproximaciones al futurismo, a los primeros grupos enrolados en los fasci di combattimento, o al irredentismo de Gabriele D´Annunzio y su «República de Fiume») como, ya de regreso en Lima, en su etapa de consolidación en el poder, en esa «Biología del fascismo» que ve la luz en su primer libro, La escena contemporánea, publicado en 1925. Pero no se agotaba allí: en ensayos posteriores, Mariátegui acometería otras expresiones de las derechas, tanto políticas (como la dictadura de Primo de Rivera en España) como intelectuales (figuras como Henri Massis, Ramiro de Maeztú o Léon Daudet).

Traer a colación esa veta poco visitada del pensamiento de Mariátegui, a pesar de su distancia en el tiempo, resulta útil para señalar algunos rasgos infrecuentes de ¿La rebeldía se volvió de derecha?, el libro que Pablo Stefanoni acaba de publicar a través de la editorial Siglo XXI de Buenos Aires.

Por empezar, el propio ejercicio de pensar las derechas, luego del marxista peruano, ha ocupado un lugar exiguo en las tradiciones intelectuales de izquierda en América Latina. Y aun cuando en los últimos años en países como Argentina o Brasil se han consolidado espacios de investigación especializados en las configuraciones que se ubican en esa zona del espectro ideológico, muchos de esos importantes empeños aún encuentran las dificultades habituales en las iniciativas concebidas en sede académica para suscitar interés y debates en públicos amplios.

El ensayo de Stefanoni, en un registro anfibio que –como el de Mariátegui– cabalga entre el periodismo, la etnografía y la historia intelectual y política, invita inicialmente a abandonar el desdén o incluso las cegueras del progresismo y las izquierdas a la hora de considerar los fenómenos de derecha.

Asociado con ello, un segundo rasgo del libro que recuerda las inclinaciones del intelectual peruano tiene que ver con su privilegio epistemológico de lo nuevo. Parte de las subestimaciones de fenómenos como el trumpismo o el bolsonarismo obedece a la recurrente tendencia a reenviar ese tipo de manifestaciones emergentes a casilleros o categorías omniabarcativas ya establecidas (por caso, «neoliberalismo»).

Sin desconocer sus lazos con experiencias anteriores (trazando, por ejemplo, las genealogías del llamado libertarismo o debatiendo con la categoría de posfascismo propuesta por el historiador Enzo Traverso), el ensayo de Stefanoni se interna con genuino interés en el conjunto variopinto de expresiones que configura un estadío efectivamente nuevo en la historia de las derechas, colocando sobre la mesa muchos elementos para la discusión.

Finalmente, un tercer elemento del libro, que recuerda muchos de los ensayos breves de Mariátegui, tiene que ver con la indeterminación espacial que preside sus aproximaciones a su objeto de análisis. Escrito desde Buenos Aires, el texto de Stefanoni no asigna un lugar preferencial ni a Argentina ni a América Latina, sino que busca captar trazos de la contemporaneidad que refractan en el laboratorio global de las nuevas derechas. Esa opción por la ubicuidad del fenómeno (que conlleva limitaciones, como la poca atención particular que el texto presta a experiencias como la del Brasil de Bolsonaro), arroja como beneficio la ponderación de rasgos comunes de las nuevas derechas que, aún con variaciones, se detectan en lugares distantes y circulan con fluidez a través de países y continentes.

Contra el «marxismo cultural»

¿La rebeldía se volvió de derecha? ofrece un examen de los elementos que convergen en lo que Stefanoni llama «un antiprogresismo de nuevo tipo» (p. 27). Una cultura política emergente y en fase expansiva, que informa prominentes gobiernos y partidos de creciente peso electoral de un amplio espectro de países del mundo. Pero esas traducciones políticas son el resultado de un intenso (aun cuando poco perceptible para quien no se asome a observarlo) proceso de fermentación cultural.

En efecto, un conjunto de motivos repetidos se detecta en formaciones y redes nacionales y transnacionales de estas nuevas derechas. Uno de esos leitmotivs se basa en la idea de que, si las izquierdas revolucionarias y reformistas se vieron derrotadas en sus proyectos políticos y económicos con el desenlace de la Guerra Fría, por contraste habrían tenido capacidad hegemónica en la esfera de la cultura a partir de la avanzada de un «marxismo cultural» enquistado en la opinión publica y en espacios institucionales. Una coalición de ONGs, figuras del espectáculo (como el mundo de las estrellas de Hollywood), activistas medioambientales y feministas, sistemas educativos, medios de comunicación (como el New York Times o la Rede Globo en Brasil), etc. serían parte de una trama globalizada («globalista», en el léxico de esos grupos), consolidada como cultura dominante.

Por disparatado que parezca, este discurso abonado por el fantasma paranoide de una conspiración global ha servido para insuflar ánimo guerrero y místico a cientos de miles de personas (en buena medida jóvenes) atraídas en todo el mundo por el espíritu de cruzada contrahegemónica de las nuevas derechas. Y el «marxismo cultural», o el mas genérico y reactualizado «comunismo», se revelan recursos narrativos eficaces en la construcción de una nueva sensibilidad de masas que tiene como núcleo irradiador el odio a cualquier elemento asociado con las izquierdas.

En dos de los capítulos del libro (el primero y el tercero), Stefanoni recompone las mutaciones políticas e intelectuales recientes del viejo conservadurismo hacia una derecha alternativa agresiva, y las nuevas y curiosas aleaciones de libertarios (la tradición del liberalismo económico más extremo) con reaccionarios y filofascistas.

Acomete así una constelación dinámica y móvil de gurúes que en Estados Unidos y otros países de Occidente en los últimos años subrepticiamente dejaron de ser figuras exóticas y marginales, solo admirados en sus grupúsculos y sectas, para adquirir pátina de verdaderos influencers y en algunos casos ocupar posiciones de poder expectantes.

En Brasil, y más recientemente en Argentina, se asiste a ese tipo de combinaciones entre ultraliberales (o paleolibertarios), reaccionarios y reivindicadores desembozados de los ciclos dictatoriales del pasado, que pueden diverger y discutir acaloradamente sobre temas puntuales (por ejemplo, el aborto o las funciones y los alcances del Estado), pero que cierran de inmediato filas en su anti-izquierdismo aguerrido y militante.

Pero la novedad del fenómeno no parece descansar tanto en los desplazamientos ideológicos de estos grupos como en la estructura sentimental que los atraviesa. De allí que el capítulo dos, «La incorrección política o el juego de los espejos rotos», sea probablemente el más incisivo del libro.

Para las nuevas derechas, movimientos como el feminismo, el antirracismo o las organizaciones de derechos humanos vehiculizan formas de imposición cultural sobre el ciudadano de a pie, la orquestación de un statu quo de lo pensable y lo decible que es experimentado con agobio como formas de cercenamiento de las pequeñas libertades cotidianas. De allí que hayan crecido sostenidamente a partir de un ánimo desobediente y contracultural gestado sobre todo en las redes sociales (en sus formas de sociabilidad y en la economía libidinal que promueven).

Así, una galaxia de influencers y youtubers con decenas de miles de seguidores ha motorizado un nuevo y expansivo «orgullo de derecha» (la asunción abierta de esta identidad es otra de las novedades que es posible observar en Brasil y de modo más incipiente en Argentina). Los jóvenes rabiosamente «antizurdos» de las redes son adictos a la provocación, y se alimentan copiosamente del «troleo como guerrilla cultural y el meme como instrumento político» (p. 51).

Foros de internet como 4chan, nacido como espacio de intercambio de los fanáticos del animé japonés, fueron progresivamente colonizados por tópicos e imágenes que alimentaron las sensibilidades de las derechas extremas emergentes. Así, la humillación y el ciberacoso del «progre» o la «feminazi» hacen las mieles de los consumidores de estos sitios, que al vivenciar esos actos experimentan formas de goce muy peculiares.

Y es que con seguridad hay mucho aún por historiar y revisar en relación a los modos en que las redes digitales, que hace dos décadas fungían como un espacio utópico sin jerarquías ni tutelas que dinamizó ciclos de movilización global anticapitalista e instancias de democracia radical, pasaron hoy a favorecer disposiciones (como el linkeo de ironías y ridiculizaciones) que con frecuencia parecen haberse decantado hacia las nuevas derechas.

Ese ánimo iconoclasta festejado en las comunidades de cibernautas y continuado episódicamente en las calles, en ocasiones sirvió para construir una épica de combate. Ya mencionamos que Stefanoni no se interna en el caso del Brasil, pero allí movimientos construidos desde las redes sociales –como el MBL, Movimento Brasil Livre, que cuenta con decenas de miles de seguidores que acompañan con fervor sus actividades y lo sostienen financieramente–, se jactan de haber tenido un rol de peso en las movilizaciones que prepararon el clima para la caída de la expresidenta Dilma Rousseff. Algunos de sus líderes, como el paulista de origen japonés Kim Kataguiri (un veinteañero tan inteligente como venenoso), fueron posteriormente elegidos para cargos parlamentarios con una montaña de votos.

Los dos últimos capítulos del libro abordan fenómenos más acotados, pero que testimonian la flexibilidad y la capacidad de articulación de ciertos segmentos de las nuevas derechas. En el primero de ellos, Stefanoni se detiene en una tendencia observable con recurrencia en Europa: el homonacionalismo, como lo llama, o la asociación entre gais y lesbianas y extremas derechas. Según muestra, parte del florecimiento de esos grupos se explica en haber encontrado en la homofobia de los países musulmanes un curioso argumento «moderno» para asentar la islamofobia y el supremacismo blanco.

El último capítulo delinea otra orientación reciente: la del ecofascismo, cuya genealogía rastrea en el ideal de naturaleza del nacionalismo romántico que abonó un filón del nazismo y, más contemporáneamente, en la paranoia anti-inmigratoria que se combina con la idea de que solo es posible salvar el medioambiente para la propia raza o nación.

Subestimador eres tú

Como advierte Stefanoni en la introducción, si la actitud habitual en relación a estos fenómenos ha sido su subestimación, cabría la posibilidad de que el libro y otras tentativas de análisis afines incurran en posicionamientos opuestos, tendientes por contraste a sobreestimar figuras y expresiones marginales. No obstante, por detrás de las facetas y personajes de los que se ocupa, el libro resulta persuasivo en su apelación a considerar seriamente a las nuevas derechas.

En ese sentido, la disquisición sobre la película Joker con que abre el texto resulta provocadora, puesto que sugiere la conexión del extendido malestar psicológico y social de los hombres blancos maltratados por el sistema que muestra el film no con una vía anti-neoliberal o anticapitalista –como querían ver algunas lecturas– sino con los espasmos altamente contagiosos de una violencia de tipo fascista.

Y es que lo que llama la atención de estas nuevas configuraciones de derecha es precisamente la facilidad con que sus motivos se popularizan y sus estrafalarias figuras se transforman en pequeñas (y a veces no tan pequeñas) celebridades. El libro de Stefanoni no se adentra demasiado en consideraciones sociológicas sobre el atractivo de los discursos y los personajes extremistas para el gran público, pero abre un campo de reflexión sobre sus razones subyacentes.

Deslicemos brevemente dos vías de análisis. Por un lado, como señalaba recientemente Rodrigo Nunes, los influencers de las nuevas derechas han encontrado un nicho en el que construirse como figuras públicas. A menudo con trayectos biográficos erráticos y aventureristas, en las redes han detectado finalmente un espacio en el que la ideología emprendedorista que promueven es cosustancial a las modalidades en que trabajan obsesivamente en la construcción de un capital social y cultural (y a veces también económico) para sí mismos.

Como indica Nunes para el caso de Brasil, se constata allí una retroalimentación entre ese tipo de perfiles y un público extendido y demandante que favorece la emergencia oportunista de nuevas figuras de ese tinte. El pragmatismo, la falta de escrúpulos y la irreverencia son condimentos que suelen confluir en las carreras de estos influencers de derecha, que en algunos casos además estudian y se coachean con esmerada dedicación. El recorrido de Agustín Laje, prototipo de la variante en Argentina con proyecciones latinoamericanas, se edificó a partir de un afán casi psicopático por prepararse para demoler las ideas y los símbolos de las culturas de izquierda.

Por otro lado, las nuevas configuraciones explotan una estructura argumentativa que se detecta repetidamente, vinculada al «momento populista» de muchas de estas expresiones. Como subraya Stefanoni, es común en ellas un discurso antielitista, que tiene como foco de ataque núcleos culturales progresistas a los que se considera privilegiados.

Lo que parece resultar eficaz en el entronque de las derechas con humores sociales extendidos es la creencia en la hipocresía constitutiva del mundo de las izquierdas, asociadas a un falso igualitarismo invocado espuriamente para mantener esos privilegios que, para peor, se sostienen gracias al esfuerzo de la comunidad. Los «verdaderos laburantes» son, así, en esos relatos, tanto víctimas del progresismo como foco de interpelación para los comunicadores de las derechas.

Por unas izquierdas que vuelvan a enamorar

El libro concluye con una inteligente reflexión acerca de las opciones dilemáticas que enfrentan las izquierdas en relación a las nuevas derechas. Ignorarlas como si no existiesen, señala Stefanoni, no impide que sigan expandiéndose y dilatando su radio de influencia; mientras que denunciarlas parece confirmarlas en su victimismo y en sus diatribas contra la corrección política, a la vez que avivar el antagonismo entre culturas de izquierda y de derecha, piedra de toque en la excitación de su flema militante.

Al mismo tiempo, la desconexión de las luchas por el reconocimiento y por la redistribución, que terminan asociando al progresismo a un multiculturalismo inocuo en materia de cambios sociales sustantivos, refuerza el descrédito de las izquierdas con posibilidades de llegar al poder; mientras que las concesiones que se hacen al «populismo» de las derechas, en materia de nacionalismos y de denuncias más o menos calcadas de los fantasmas del «globalismo», conllevan potencialmente la aceptación de valores antidemocráticos lejanos al universalismo de las tradiciones de izquierda (por ejemplo, en relación a la cuestión de la inmigración).

En ese sentido, el libro no solamente ofrece una inmersión en las obsesiones y las ansiedades de las nuevas derechas –es decir, los temas que constituyen sus principales contribuciones– sino que, además, en su reverso destila una imagen sumaria de la alicaída actualidad de las izquierdas. Por un lado, cabe decir que algunos rasgos del estilo «conspiranoico» de las derechas se detectan también en círculos izquierdistas.

Basta ver, por ejemplo, cómo las difamaciones, fake news y memes que recaen sobre el activismo de Greta Thunberg (sobre sus «verdaderos intereses», sobre sus supuestos vínculos con George Soros y otras «oscuras» fuentes de financiación, etc.) provienen también de sus filas.

Por otro lado, como advierte Stefanoni hacia el final del libro, muchos de los ensayos de las izquierdas por articular luchas económico-sociales y luchas culturales han caído en saco roto: el movimiento alter-globalizador prácticamente se desvaneció, y las apelaciones a la constitución del 99% (la humanidad contra las verdaderas élites capitalistas cifradas en el 1% de ricos y multimillonarios) no han prendido socialmente, lo que se evidencia en fracturas y odios políticos de pobres contra pobres, el «pueblo» contra las clases medias, «verdaderos laburantes» contra intelectuales y artistas de izquierda, etc.

Pero, sobre todo, el principal problema de las izquierdas contemporáneas (que se anuncia ya desde el título del libro) es haberse dejado arrebatar por las nuevas derechas formas de enunciación y disposiciones anímicas que pertenecían a su acervo histórico y que le permitían ambicionar una mayor caladura social y cultural, además de aspirar a conducir efectivas transformaciones radicales.

En términos generales, y haciendo abstracción de la marea feminista – que, por otro lado, parece decrecer -, en las izquierdas parecen haber menguado la rebeldía y el sex appeal que las hacía atractivas para amplias franjas sociales, empezando por los jóvenes. La propia deriva del término «libertario», que desde sus raíces anarquistas evocaba una disposición de ruptura o de contestación de la sociedad burguesa y que hoy luce como patrimonio de las nuevas derechas, aparece como un indicador de ese proceso.

Sin ese elemento revulsivo, sin esas potestades de la imaginación y el desenfado, sin el carburante emocional del mito, difícilmente haya porvenir venturoso para las culturas de izquierda.


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