El último libro de Suso de Toro (Santiago de Compostela, 1956) ahonda en un gallego tan peculiar como poco conocido. Se trata de Ramón Baltar (1902-1981), cirujano e intelectual que tomó el camino de la “resistencia interior” durante el franquismo. Procedente de una familia burguesa, su figura apenas ha tenido recorrido. Suso de Toro la rescata atraído por la ética y la decencia que marcaron la vida del propio Baltar, represaliado por la dictadura en numerosas ocasiones.
La novela recoge su historia real y es un recorrido por la vida del personaje, quien siempre ocultó una parte transcendental de su biografía a sus hijos. De hecho, estos se enteraron que su padre había participado en la Operación Termópilas, un intento de asesinar a Franco, gracias a la investigación del escritor. Con motivo de la traducción al castellano de Un señor elegante (Alianza Editorial, 2021), El Salto conversa con el autor sobre la construcción de la memoria colectiva, el nacionalismo gallego y la ausencia de este tipo de referentes.
En Un señor elegante hablas de Ramón Baltar,
un personaje que se podría considerar a todas luces admirable, un
hombre moderno para su época y que siempre estuvo a la altura de las
trágicas circunstancias que tuvo que vivir, como la dictadura
franquista. ¿Qué tenía este personaje para hacerlo tan atractivo y qué
podríamos aprender de él hoy en día?
La idea inicial era escribir
una novela sobre la familia en su conjunto, pero el personaje fue
emergiendo y yo me dejé arrastrar por él. Era como si la figura de Ramón
Baltar se fuese escapando de mí, siempre por delante, y yo la perseguí.
Era un liberal, tal y como le describe su propia familia, pero un
liberal en el buen sentido de la palabra: demócrata, bibliófilo y muy
culto.
Sabía que Baltar había sido castigado por el régimen franquista. Primero por los falangistas sublevados y después, tras la Guerra Civil, por la dictadura. Le habían detenido, expulsado de la Universidad en dos ocasiones, pero tampoco me parecía un personaje que fuera extraordinario. Poco después ya intuí que se trataba de un disidente nato, muy desafiante. Por las conversaciones que tuve con sus hijos y la documentación que dejó tras su muerte encontré a un hombre de una actitud ética radical. Según el último relato dominante de la guerra, tan solo había habido verdugos y víctimas, pero al seguir los pasos de Baltar también ves que existió la resistencia. La tentación del victimismo es paralizante, anula, y la idea de que todos somos unas pobres víctimas es una gratificación enfermiza que no se dio en él. Encarnó, sin pretender ser ejemplarizante, la resistencia de la decencia y la ética.
Es curioso pensar que personas ya ancianas
hoy ni siquiera hayan tenido acceso a la historia completa de sus
antepasados más directos. Así se ha construido la conciencia de la
sociedad española
La historia de Baltar ha permanecido en el olvido
durante todos estos años, ni siquiera sus hijos sabían algunas de sus
experiencias. También desconocían que participó en un intento de
asesinato a Franco, en la Operación Termópilas. Si tenemos esto en
cuenta, ¿de qué forma estamos construyendo la memoria histórica?
Esa
es la gran pregunta. En el libro vemos cómo emerge una historia oculta,
pues una parte de la vida trascendental de Baltar no se la transmitió a
sus hijos. Es curioso pensar que personas ya ancianas hoy ni siquiera
hayan tenido acceso a la historia completa de sus antepasados más
directos. Así se ha construido la conciencia de la sociedad española. La
pregunta que emana de la novela es: ¿qué sabe una persona de sus padres
o abuelos, qué hicieron realmente en los años de la República y en la
posguerra?
La dimensión psicológica de esto también es importante. Los padres y madres muestran una fachada a sus hijos, es un rol, pero detrás de ellos hay otra vida. Estas personas, ¿cómo actuaron durante la República, la Guerra y la dictadura? ¿Mataron, les asesinaron, padecieron castigos, ayudaron, protegieron, denunciaron, se beneficiaron? Al fin y al cabo, estas personas con tales heridas sin cicatrizar fueron quienes nos educaron, y eso al final se acaba transmitiendo.
Los castigos que él padeció afectaron a sus descendientes, aunque durante la investigación he descubierto que no fueron conscientes de ello. Sus padres intentaron evitarles la transmisión del estigma y crearon una familia muy contenta y orgullosa de sí misma. Y yo me preguntaba, ¿pero cómo esta familia, tan castigada, puede tener una conciencia tan alegre? Consiguieron una cierta inconsciencia, un desconocimiento de su realidad al ocultar la memoria de las represalias, y los descendientes fueron creando sus realidades personales y sociales sobre una base de cierta irrealidad.
Usted
se introduce en la obra como narrador, protagonista en primera persona
de la investigación que realiza y que relata en la novela. ¿Cuánto de
verdad y cuánto de ficción hay en ella? ¿Qué podría resultar interesante
de la historia a un lector alejado de la actualidad gallega?
No
hay ficción, solo construcción novelesca. Con el material que me dieron,
anécdotas y documentos, construí el relato de esta familia que se
remonta al siglo XIX que como mecenas protegen a personajes de la
cultura, el arte y la política. Los personajes tuve que investigarlos,
no imaginármelos.
Este personaje es parte de lo que nos robaron, del ímpetu impulsado en la Segunda República por el conocimiento, la creencia en el progreso y la preocupación social. Su historia es la de Europa, la del siglo XX, por lo que no es necesario saber nada sobre la actualidad gallega para comprenderla.
El republicanismo
fue destruido, no solo por el franquismo, sino por el posfranquismo.
En la transición no se permitieron posturas claramente republicanas
Los Baltar son una familia que promovieron y
protegieron intelectuales de la talla de Rosalía de Castro, la familia
Castelao y la familia Dieste pero que, actualmente, apenas son
reconocidos. ¿Qué falla ahí?
Una vez vencido el bando
republicano, Baltar siguió operando a guerrilleros y huidos hasta
principios de los años 50, pero ya había fracasado la resistencia porque
los aliados de la Segunda Guerra Mundial habían apoyado la dictadura.
Ahí es cuando se refugia en la resistencia interior, protegiendo
intelectuales pero de una forma reducida a su vida privada. Además, su
postura de republicano radical le separa de algunas operaciones que se
van dando en aquellos años y que estaban toleradas por el régimen.
Aunque a distancia, colabora con todas las causas sociales y culturales
que puede, como dando dinero a los estudiantes represaliados en el 68 o
potenciando la creación de editoriales, pero no pretende tener
relevancia pública.
Por otra parte, no es conocido porque el republicanismo fue destruido, no solo por el franquismo, sino por el posfranquismo. En la transición no se permitieron posturas claramente republicanas. De hecho, en las primeras elecciones de 1977 se presentó el Partido Comunista de España pero porque antes había claudicado ante la bandera rojigualda, el himno y el rey, a diferencia de Izquierda Republicana, que no fue legalizado.
Hace años que el
independentismo catalán está en boga, como ya lo estuvo el vasco. ¿Por
qué el nacionalismo gallego apenas tiene trascendencia fuera de Galiza?
Antes
de todo, mi posición es la de demócrata. Lo que me hace tener una
posición concreta es el ser gallego, conocer las relaciones de poder
dentro del Estado y haber estudiado la historia de Galicia y España.
Para entenderlo nos tendríamos que remontar a cinco siglos atrás, cuando la clase dirigente del Reino de Galicia fue decapitada por Isabel la Católica. De esta forma, lo que hubiera sido la evolución natural de una clase dirigente que evoluciona, aquí no se dio. A día de hoy, la idea de nación en Galicia la mantienen unas élites culturales y políticas, pero son una expresión muy floja, digamos. El no tener una base y unos intereses económicos fuertes ha debilitado la visión de país y ha hecho que sea muy idealista y literaria pero con una apreciación de la realidad social muy débil.
El Tribunal Constitucional
sumió en la ilegalidad a todo el sistema político español al echar para
atrás lo que el parlamento catalán, sus ciudadanos y el parlamento
español habían aprobado
Además de su faceta como literato, también fue
profesor de secundaria, ya jubilado. Más allá de eso, suele participar
en el debate público que se genera en torno a ciertas cuestiones, como
es el nacionalismo y el independentismo. En este sentido, pareciera que
es más reconocido en Catalunya que en Galiza, ¿por qué?
Yo conocí
muy bien Catalunya, incluso llegué a estudiar catalán para poder
disfrutar de la cultura en su lengua, una cultura muy rica y abierta.
Las ideas más progresistas siempre han venido de Catalunya, pese al
discurso de los años 80 de Felipe González y Alfonso Guerra que
defendían que era un lugar cerrado y provinciano.
Para mí, el problema del Estado español con Catalunya es un problema de democracia, incluso de respeto a las personas que la componen y sus derechos. Están siendo perseguidos y oprimidos como país. Ya les han quitado a tres presidentes elegidos por los catalanes. No hay que olvidar que todo procede de 2010, cuando el Tribunal Constitucional sumió en la ilegalidad a todo el sistema político español al echar para atrás lo que el parlamento catalán, sus ciudadanos y el parlamento español habían aprobado. Desde ese momento, todo lo que decide la democracia española es mentira. No existe la democracia española porque hay un poder judicial desatado que tiene una continuidad ideológica con el franquismo. No es casualidad que el pensamiento franquista sea mayoritario entre el Ejército, la Policía o la Guardia Civil.
Estas otras lenguas reconocidas dentro de España no dejan de ser una
anomalía en un Estado declarado castellano institucionalmente
Según los últimos datos, el uso del gallego está
desapareciendo sobre todo en zonas urbanas y entre los jóvenes. ¿Qué
dificultades siente al respecto un escritor reconocido a nivel estatal
pero que desempeña su trabajo en una lengua minorizada?
Las
lenguas no son algo abstracto, no son gramática y vocabulario
únicamente. Las lenguas son instrumento personal que se utilizan en la
vida social, y como tal sometidas a las relaciones de poder. El gallego,
por los propios textos legales, es la lengua propia de Galicia, además
de ser una realidad histórica. Estas otras lenguas reconocidas dentro de
España no dejan de ser una anomalía en un Estado declarado castellano
institucionalmente. Madrid es quien conforma la identificación entre
España y Madrid es absoluta. Los poderes radicados en Madrid construyen
la realidad española a través de la política y los medios de
comunicación.
En este sentido, no hay un proyecto español de conjunto que sea integrador, basado en el reconocimiento y la lealtad. A mí me hace gracia que el premio literario más importante que se otorga en España, el Premio Cervantes, lo puedan ganar ciudadanos de países hispanohablantes pero no otros españoles que escriben en otras lenguas, así que es ahí donde me ubico. Estamos excluidos.
La obra que
ahora se presenta traducida al castellano, y que ya fue publicada en
gallego y catalán, aborda un protagonista que destierra, en cierta
forma, la idea que prevalece en el imaginario colectivo de lo que es un
gallego. Siempre algo negativos, con historias de fracasos a sus
espaldas, Baltar fue todo lo contrario. ¿Por qué es importante
reivindicar su figura desde Galiza?
Para nosotros, los gallegos,
es muy importante porque modifica el imaginario. Tanto el que se ha
creado como el que hemos asumido de ser un país sin futuro, una reserva
de mano de obra para exportar, cuando realmente somos un país con
recursos propios y una posición geopolítica estratégica. Indagar en la
vida de Ramón Baltar es una revolución mental, porque su historia es
optimista y alegre. Al mismo tiempo, vivían con lujo, chóferes,
mayordomos, una mansión al lado del mar y embarcadero propio. Cada vez
que le hacían una puñeta, Baltar se compraba un coche más lujoso y
escandaloso. Vivía con una actitud de desafío, y eso es lo que más me
gusta de él, porque rompe con la concepción que hay de los gallegos.
Nuestras vidas se levantan sobre un vacío eliminado por Franco, quien
además de perpetrar un genocidio quiso eliminar el pasado, y lo
consiguió
La transmisión del conocimiento y la memoria de
generación en generación dentro de una familia es fundamental para saber
quiénes fuimos y de dónde procedemos. En cambio, parece que los
descendientes de Ramón Baltar no conocían muchos aspectos de su padre.
¿Sigue pesando la gran losa de silencio que impuso la dictadura?
Este
libro demuestra que sí. Nuestras vidas se levantan sobre un vacío
eliminado por Franco, quien además de perpetrar un genocidio quiso
eliminar el pasado, y lo consiguió. Sobre ese vacío se construyó la
sociedad a partir de 1960, con los planes de desarrollo y cierto
optimismo social que continuó tras la muerte del dictador. En el libro
retrato todo lo que nos quitaron, nuestra memoria silenciada.
Al
fin y al cabo, usted ha estudiado su figura porque le llamaba la
atención, aportando luces a una vida que nadie ha recuperado hasta el
momento. ¿Cuántas historias nos estaremos perdiendo por la falta de
interés de conocer qué sucedió realmente durante el siglo XX en España y
quiénes fueron las figuras más relevantes?
¿Y quiénes son
nuestros referentes? No solo los asesinaron, sino que los que
sobrevivieron nos los han negado. Lo que más me atrae de Ramón Baltar es
que siempre mantuvo su posición firme. Los resistentes, esos no son
nuestros referentes. No me interesa la gente del exilio interior, que
sí, sufrió, pero yo prefiero saber que hubo personas que resistieron,
como él. Al final nos quedamos en gente que abría editoriales o escribía
versos, y está bien, pero también hubo personas que lucharon dando la
vida y matando, claro.
Fuente → elsaltodiario.com
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