España, una democracia de cartón piedra
 
España, una democracia de cartón piedra
Puño en Alto

En su día al ministro de Comercio, Alberto Garzón, por decir la obviedad de que en España el turismo es una industria de escaso valor añadido y donde abunda la precariedad laboral, recibió palos por todos los lados. El vicepresidente, Pablo Iglesias, le han dicho de todo menos bonito por decir otra obviedad, referida en esta ocasión a que en España hay anormalidad democrática. Al parecer, decir obviedades es un ejercicio de alto riesgo.

Sin embargo, cabe preguntarse ¿qué es si no, una anormalidad democrática que el pueblo español no haya podido ser consultado expresamente sobre la forma de estado, máxime cuando el anterior monarca, ahora huido, llegó a la jefatura del estado por imposición de un dictador?

De la misma manera que supone una anormalidad democrática que a ese rey emérito huido del país para poner distancia con la justicia, se le haga un homenaje por lo que supuestamente y aún no demostrado del todo, hizo hace cuarenta años para preservar esta alicaída democracia, que ha servido para blanquear su comportamiento presuntamente delictivo. Homenaje dirigido y orquestado por su propio hijo que a su vez ha heredado la jefatura del estado de su padre. En Francia, a un expresidente de la república se le investiga, juzga y condena, en España, a un exjefe del estado por delitos similares se le permite que huya y se le homenajea.

Rey emérito, Juan Carlos I

La existencia todavía de decenas de miles de represaliados por la guerra civil enterrados en cunetas y fosas comunes dice muy poco a favor de la calidad y consistencia de nuestra democracia, así como, de torturadores de la dictadura condecorados.

Anormalidad democrática es que la Justicia no sea igual, ni funcione de la misma manera para todos y que en muchos casos parezca más un cachondeo que otra cosa; que la libertad de expresión esté más perseguida y penada comparativamente que los casos de corrupción; que la educación y la sanidad estén cada vez más en manos privadas con un evidente deterioro de la educación y sanidad públicas; que la riqueza del país en todas sus expresiones no esté sujeta al interés general, siendo los casos más palpables, el de las energéticas en manos de multinacionales cuyos intereses comerciales distan mucho del referido interés general; que los medios de comunicación, pilar básico en una democracia, sean de propiedad de los bancos y multinacionales.

Anormalidad democrática es que en un país en el que debe regir la aconfesionalidad y laicismo en las Administraciones Públicas, una determinada y muy subvencionada confesión religiosa, no solo esté presente en dichas administraciones, sino que se sirve a su antojo de ellas, estando amparada desde la propia jefatura del estado.

De la misma manera, puede parecer una anormalidad democrática que quien la denuncia, teniendo la posibilidad y las herramientas políticas y legales para evitar dicha anormalidad no pueda o no se atreva acometer las reformas pertinentes y tan solo se quede en la manifestación de la misma.

Los españoles, en muchos aspectos, a igual que el protagonista de la película “El Show de Truman”, vivimos una democracia de cartón piedra a modo de reality televisivo donde la realidad está controlada y puede ir cambiando según convenga a los intereses de quien dirige el show.


banner distribuidora