No digan constitucionalismo, si piensan en fascismo

No digan constitucionalismo, si piensan en fascismo
Rosa María Artal

La primera vez que advertí de la llegada del fascismo en un chat de periodistas algunos se rieron y me recordaron la Ley de Godwin de analogías nazis. Una costumbre de conversaciones virtuales que se desactivaba en sí misma. Pero los síntomas eran claros porque el fascismo huele a fascismo, igual que las bombas de fuego real suenan a bombas y no a vertidos de escombros en un contenedor. De nada ha servido insistir hasta el hartazgo, el fascismo está aquí penetrando con ayuda de políticos y medios colaboracionistas, como suele suceder.

Las elecciones catalanas han brindado una nueva oportunidad de difusión a la extrema derecha. Vox ha logrado 11 escaños en el Parlament, mientras Ciudadanos se desintegraba y el PP seguía bajando. Los votantes ultra se han ido a la marca de moda. Y políticos, medios y periodistas volcados con la causa se han lanzado a lavar a Vox, llegando a presentarlo como, textualmente, “máximo referente de de la derecha constitucionalista en Cataluña”

No ha sido ni mucho menos el único, se ha insistido en considerar a Vox, líder o cabeza del “centro-derecha”. Como si alguien en su formación, en el PP o Ciudadanos tuviera algo que ver remotamente con el centrismo.

El detergente usado para lavar hoy a la ultraderecha fascista es el “constitucionalismo”. Inés Arrimadas, impertérrita tras haber perdido 30 diputados en el Parlament, repetía la palabra como un conjuro una y otra vez en la noche electoral. A toda la derecha política y mediática se les ha llenado la boca de “constitucionalismo” aludiendo a nuestra norma máxima que ni parecen conocer, ni compartir, ni defender.

Porque la Constitución no se reduce, en modo alguno, al artículo 2 sobre la unidad de España. En su listado hay preceptos que la ultraderecha contraviene de forma flagrante. Vox no es un partido constitucionalista en absoluto. Es racista, homófobo, censor, homenajea a asesinos convictos, al franquismo, niega la violencia machista; ultraliberal en lo económico, apenas mantendría derechos sociales como los servicios públicos, reservando los impuestos a las fuerzas de Seguridad. Repasen lo que dicen y hacen, sus proclamas, sus insultos impunes.

Vox forma parte o apoya gobiernos del PP y Ciudadanos. En Madrid, Andalucía o Murcia. Y como dicen que dice un dicho alemán “Si en una mesa hay un nazi y 10 personas, en esa mesa hay 11 nazis”, ningún demócrata se sentaría en esa mesa. Y tras las elecciones catalanas, todos los llantos de Cs y el PP y sus voceros mediáticos han sido por el crecimiento de los partidos independentistas, ni uno ha mentado a sus comensales en la mesa ultra. Así estamos.

Por cierto, en algún postulado democrático debe figurar el respeto al resultado de las urnas que una y otra vez hablan con claridad en Cataluña. De ahí que los constitucionalistas por las narices quieran ilegalizar partidos soberanistas, desde la falla que les ha permitido entrar en el juego parlamentario contraviniendo principios básicos de la propia democracia y los Derechos Humanos. Igual no hace falta ser Einstein para entenderlo.

Del mismo modo, no es objetivamente opinable el inmenso daño que ha causado a la sociedad el fascismo sin que sean equiparables a los que haya podido inferir cualquier otra ideología. El fascismo cuenta en su haber incluso haber desencadenado la más cruenta guerra mundial. Y en España, la Guerra Civil y 40 años de dictadura impune. Pero contamos con un jurista, José Luis Concepción, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León quien, ante la pregunta-respuesta de un portador de micrófono, ha dicho: “la democracia española se pone en solfa desde que el Partido Comunista forma parte del Gobierno”.

Tomo las palabras de Olga Rodríguez, periodista con olfato y oído. “Los medios de comunicación empeñados en criminalizar a políticos que intentan defender derechos fundamentales suelen ser los mismos que blanquean a Vox de forma sistemática, presentándolo como un partido constitucionalista, asumiendo que sus posturas son legítimas. Los derechos humanos no son debatibles, pero en muchas tertulias mediáticas se empeñan en discutir sobre ellos, como si fueran cuestionables”, escribió en elDiario.es este lunes en este Vox y el ‘No pasarán’ porque ahí se resume gran parte del problema. Han pasado ya, ellos y hasta los neonazis antisemitas en manifestación autorizada por la delegación del Gobierno en Madrid. Curiosamente el departamento del Sr. Franco Pardo había prohibido otras manifestaciones: contra la política de Ayuso y por la sanidad pública –a causa de la pandemia, se argumentó. Esta última se celebró el domingo pese a todo -al día siguiente de la neonazi-, y fue a la que Franco mandó la policía. Lo de Pablo Hasel, ya saben, a la cárcel por “injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo”, según la sentencia… en tuits y canciones.

Los fascistas han pasado ya, quieren llegar a lo más alto, y tienen impagables ayudas mediáticas. Quizás en algún caso esa defensa sea por ignorancia -que hace falta mucha para no enterarse- o por seguir la corriente, en conjunto saben perfectamente lo que hacen, y asusta pensar que haya tantos para quienes la extrema derecha sea el mejor aliado en sus negocios. O así lo crean. Porque, no lo olviden, siempre se precisa buscar el Cui prodest , quién se beneficia. Tengan miedo, hay motivos. Reaccionen, se precisa.

Cayetana Álvarez de Toledo, con un periódico declaradamente de ultraderecha a su servicio, ataca a Pablo Casado por el flanco más extremo. Casado y su lamentable Ejecutiva –en la que ella misma estuvo de portavoz- son un rotundo fracaso. Pero no es cierto que los males del PP se reduzcan a ellos como dice. Las pesadas mochilas de basura se acarrean desde Aznar, pasando por Rajoy, y cuando se camina así no se va a ninguna parte. Cayetana también se apropia del comodín del “constitucionalismo”, es un clásico.

Lo primero que hacen los totalitarismos es pervertir las palabras. Y meter sus sucias manos en el concepto de Constitución democrática, reducida a mínimos. George Orwell lo explicó como pocos en su novela 1984. Y no contaba con la difusión masiva de mensajes que se ha producido en los últimos años, con la banalización para vender. Y encima la pandemia que, en el sufrimiento y desconcierto, ha debilitado la consciencia de los menos razonables. De esto también se aprovechan.

Hay que dejar de oír sus cantos de ruido y odio, con firmeza. Porque la mayoría de ellos hablan de constitucionalismo cuando quieren decir fascismo. No faciliten su labor invasora. Siquiera cierren, al menos, los grifos de su propaganda. Lo que más les duele es el dinero.


Fuente → rosamariaartal.com

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