Una monografía de carácter histórico, definida por el empleo de fuentes primarias, hemerográficas, literarias y bibliográficas, que incluye tablas, planos, fotografías, carteles de propaganda y canciones, como las de Ernst Busch. Una estricta cronología: desde los Juegos de Barcelona a la posterior trayectoria de los brigadistas. Un formidable aparato crítico, combinado a veces con una cierta liberalidad en el manejo de conceptos y argumentaciones. Juicios de valor, abiertos como todos a la polémica, con sus inevitables lugares comunes, con referencias a dos bandos, la indisciplina de los anarquistas, la larga sombra de Stalin y el dogma del comunismo estalinista. Profusión de adjetivaciones, que no carecen de encanto. La de Marty entre todas: cascarrabias, con bigote de morsa, malhumorado, fanfarrón, inseguro y pendenciero.
Es también una obra literaria, levantada a partir de la vivencia de los protagonistas, con sus memorias y relatos. Historias de vida, como la del chino Chen Agen, perseguido por el Kuomintang, el Partido Nacionalista de Chiang Kaishek, por organizar un sindicato comunista. Collage de fuertes contrastes, de experiencias individuales. Un texto sugerente, construido con una técnica cinematográfica. Continuos flashbacks históricos y travelling espacio temporales, enriquecen la densa monografía, con referencias a lugares de retaguardia, frentes de guerra y espacios personales. Lugares de memoria: Jarama, Guadalajara, Brunete, Belchite, Levante y Ebro. Hombres y batallas. Guernica que, contra lo dicho, no inspiró el cuadro emblemático de Pablo Picasso.
Una historia coral, cuajada de anécdotas sobre la vida cotidiana, que escapa en los libros al uso. Las penalidades del viaje, desde el Expreso Rojo, que tomaban en París, a Albacete. Una historia a ras de suelo. La pasión y la guerra, la comida, las letrinas atascadas: Alubias, alubias, alubias. Brigada a Brigada, con sus diversos batallones, sus hombres, sus andanzas. Los comisarios políticos, el papel de la mujer, la misoginia, la generosidad sin límites y las miserias humanas. La pequeña y la gran política.
La entrega anónima de miles de voluntarios sanitarios. Los 23 hospitales con 6.000 camas, con sus 1.500 empleados, muchos de ellos mujeres, tanto doctoras como enfermeras. Destacó Murcia, donde se habilitaron cuatro hospitales: el colegio de los Maristas, con el nombre de Vaillant-Couturier, en honor del escritor comunista; el instituto de segunda enseñanza, titulado Pasionaria, bajo la dirección de la doctora polaca Irene Strozeska, traducida en los actos públicos por Carmen Conde; la Casa Roja, donde estuvo el brigadista chino Xie Weijin, llamado Comandante Dubois, el jefe de sanidad de la XIV Brigada muerto en el frente de batalla; y la Universidad, nombrada Federica Montseny. Es el más importante de los cuatro, dirigido por el búlgaro Konstantine Mitchev. Cuenta con los mejores cirujanos, destaca el austriaco Max Langer, del que surge la idea de crear un taller de prótesis. La mujer ocupa un papel relevante. Salaria Kea del hospital de Haerlem. Negra, comunista, que se enrola en el Batallón Lincoln. O Francesca Mary Wilson, que funda un hospital para niños. Algunas morirán en los campos de exterminio nazis.
Los brigadistas se integraron con facilidad en la sociedad murciana. Crearon una permanencia de niños refugiados con el nombre de Campo “General Lukács” en honor del escritor húngaro Maté Zalka. Algunos de los heridos se harán famosos, como Bartholomeus Van der Schelling, que escribió en Murcia la canción Viva la Quince Brigada y que todavía cantan los aficionados del Celtic de Glasgow mientras enarbolan la bandera de las Brigadas Internacionales.
Algunos nombres se individualizan: Kléber, Máté Zalka, André Marty, Di Vittorio, Luigi Longo, el general polaco Walter o Norman Bethune. Con ellos, corresponsales de guerra, escritores de renombre, fotógrafos e intérpretes: Ernest Hemingway, André Malraux, George Orwell, John Dos Passos, Robert Capa y Gerda Taro, cuyas fotos contribuyeron a proyectar la imagen de las Brigadas a nivel mundial.
Es indudable que existe una deuda de gratitud. Uno de cada cinco de aquellos voluntarios se quedó formando parte, como señaló Hemingway, “de la tierra de España”. El silencio cubre su memoria. Libros como el de Tremlett la reivindican.
Fuente → eldiario.es
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