La lista de sangre de los 3.000

La lista de sangre de los 3.000
Llum Quiñonero Hernández


En 1982, la desaparecida revista Actual, publicó en agosto, sendos reportajes bajo el título Listas de Sangre para el 24F. Aparecían 3.000 nombres de personas que tras el triunfo del golpe militar del 23 F del año anterior –según los planes de los golpistas–, serían fusiladas.

El pasado 23 de febrero supe de aquel reportaje y vi mi nombre entre ellos. En 1981 yo tenía 27 años. Militaba en el Moviment Comunista del País Valencià que había sido legalizado en julio de 1977. Esa tarde, ese lunes, seguía el programa de TVE que retrasmitía el debate en el Congreso para la investidura de Calvo Sotelo, tras la dimisión de Adolfo Suárez el 29 de enero, cuando apareció Tejero armado en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo.

Sus disparos sonaron en casa como si atravesaran la pantalla de la televisión e impactaran directamente contra nuestras paredes y buscaran nuestros cuerpos.

Nos pusimos de inmediato en acción, cumpliendo el protocolo previsto en el caso de que las reiteradas amenazas golpistas que se anunciaban en la prensa llegaran a realizarse. No podíamos usar los teléfonos, de modo que nos repartimos en una red de contactos para confirmar en varias reuniones breves y en la calle, que estábamos en condiciones de ponernos a salvo, mientras nos llegaban más noticias sobre la evolución y el poder real de los golpistas y sus aliados. Evaluar la posible respuesta al golpe y/o proteger nuestras vidas. Por la noche permanecimos reunidos y redactamos un panfleto, tras el discurso del Rey, que salimos a repartir por los barrios a primera hora del día.

Miro la lista, veo mi nombre y el de tanta gente conocida y se activa el miedo de aquellas horas que atravesaba el cuerpo de cada hombre y mujer que te cruzaras por la calle. Prisa por ir a casa, prisa por comprar comida, prisa por saber que tu gente estaba a salvo. Prisa por confirmar que aquello era un mal sueño, que no estaba ocurriendo, que las libertades no podían esfumarse de modo tan fulminante delante de nuestros propios ojos.

Me estremece pensar que nos hubieran matado como hicieron tras el golpe del 18 de julio. Me estremece ahora, que comienzan en Alicante –la última ciudad republicana en caer– a exhumar cuerpos de hombres y mujeres fusiladas que han permanecido olvidados por las instituciones democráticas desde que los enterraran en fosas comunes hace ya más de ochenta años.

Me alegro de estar viva. Pero sé que aquel terror se cobró un buen precio en la vida, en los sueños, en las expectativas y límites de la democracia que amanecía y en las conciencias de cada ciudadano. El horizonte de libertades y expectativas se puso a la altura de nuestras narices.

¿Cómo habrían redactado aquel primer listado? ¿Quiénes serían los informantes en cada pueblo, en cada capital? ¿La policía? ¿La Brigada Político Social que seguía intacta? ¿Los grupos de extrema derecha que actuaban con impunidad?

¿Por qué estaba yo en esa lista?

Trato de hacer memoria de cómo desde lo 18 años me involucré en la lucha universitaria, de cómo comencé a unirme a los grupos del Teatro Independiente, en Alacant, de cómo fui comprometiéndome en la lucha feminista.

Recuerdo que al poco de comenzar el curso, 1973, en la Facultad de Filosofía y Letras, del CEU de Alicante, me detuvieron en una redada y me expulsaron del campus universitario durante dos cursos, sin que yo apenas entendiera aún en qué país estaba viviendo y por qué la policía perseguía a quienes queríamos mejorar las condiciones de vida de los estudiantes. Poco a poco supe que el Gobierno Civil había informado sobre mí, considerándome "no afecta al régimen", en un informe sobre las personas que componíamos el grupo de teatro Alba 70. Tenía 18 años y todos mis intereses estaban en vivir más libremente, aunque apenas entendiera la dimensión de la dictadura en la que vivíamos. ¡Claro que no era afecta al Régimen! Salvo a mi padre, en mi entorno próximo, no conocía a nadie que lo fuera.

En 1976, en febrero, en Elda, la policía mató a disparos a Teófilo del Valle, un joven trabajador del calzado, en una manifestación por mejorar sus condiciones laborales; algunos amigos míos estaban cerca de Teófilo del Valle aquella noche. En octubre de 1977, Miquel Grau, mi amigo, el novio de mi hermana Marián, murió a mi lado cuando un militante de Fuerza Nueva lanzó un ladrillo desde su vivienda, en un séptimo piso, contra nosotros que cayó en su cabeza, mientras pegábamos carteles unitarios convocando a la primera manifestación en defensa del autogobierno y la cultura valenciana, la primera Diada del País Valencià. En 1978 encabecé la Acción popular contra Miguel Angel Panadero Sandoval, el militante de Fuerza Nueva que mató a Miguel y que fue condenado a 12 años de prisión y que al año, fue indultado por el gobierno de UCD a propuesta del propio Tribunal Supremo, al que recurrió su abogado, José María Stampa Braun, que más tarde también defendió al militar golpista Antonio Tejero y al dictador chileno Augusto Pinochet.

Poco después, en 1980 recibí una amenaza de muerte, firmada por la Triple A, anunciándome que me iban a matar igual que habían hecho con Yolanda González. Y el 14 de abril de 1980, un policía me acusó de haberle agredido mientras una unidad de los grises nos condujeron en un furgón y andando por la calle entre policías armados a cuantas personas detuvieron en el centro de la ciudad, mientras repartíamos información sobre la II República.

Me acusó, me llevaron a prisión preventiva, me juzgaron y me condenaron. Dos años de libertad vigilada, controlada quincenalmente en las comisarías de Alicante y Madrid. Esa fue mi carrera, mis méritos para entrar en esa lista de 3.000. Como yo, había muchos miles más que no están en esa lista pero que tambien sejugaban el tipo cada dia. ¿Hubiéramos acabado en las mismas cunetas en las que decenas de miles de republicanos esperan aún Justicia?

¿Cuál fue el precio de aquel golpe? ¿Hasta dónde fue frustrado?

El rancio aparato franquista había desplegado todas sus fuerzas para frenar el cambio desde el mismo momento que el cambio fuera anunciado por los suyos. Las sombras del 23F, el papel de un Rey que tardó muchas horas en dar la cara y alejarse del golpe, empañan la versión oficial y edulcorada.

Aquel 23 F, la radio comenzó a transmitir música militar y la lectura del bando del general Milán del Boch que decretaba toque de queda y prohibía todas las actividades públicas y privadas de partidos políticos.

Nos deshicimos de los documentos comprometedores y salí corriendo a despedirme de mi madre y de mi abuela que vivían a escasos cien metros de mi casa. Teníamos previstos lugares para escondernos en un primer momento, a la espera de más información.

40 años después de aquella intentona frustrada, aún estamos dando vueltas en este país a aquel brutal acontecimiento que actualizó en la memoria colectiva el terror del anterior golpe que acabó con la República y con la democracia durante 40 años.

Los disparos de Tejero en el parlamento, los tanques de Milán del Bosch por la ciudad de Valencia, los gritos de falangistas envalentonados gritando por las calles de Alicante, y de tantas otras ciudades, aquel 23 de febrero de 1981, cayeron como una bomba de profundidad sobre una sociedad que comenzaba apenas a reconstruir la democracia.

Demasiados secretos oficiales, demasiado silencio, demasiada opacidad sobre los movimientos y alianzas con los golpistas, demasiada impunidad frente a mandos militares, policiales y de la Guardia civil, demasiada condescendencia con quienes urdieron intentonas de golpe y con quienes los dieron. Mientras, las víctimas de la dictadura y de la Transición siguen a la espera.

Curioso que la lista de los 3.000 apenas tuviera difusión entre los medios y comience 40 años después a difundirse.

Visto desde hoy, se agradece la vida. Se echa de menos la Justicia.


Fuente → blogs.publico.es

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