“Hay que abrir todos los archivos ya. La democracia no puede temer nada del franquismo”

  • El historiador lanza un ensayo sobre la imprevisión de la República ante el 18 de julio: “No hay disculpa. Los dirigentes actuaron estúpidamente”
  • Académico curtido en la investigación archivística, ve "grotesco" que una ley de 1968 aún ampare secretos: "El franquismo pasó. La historia no mata"
  • La coartada anticomunista del golpe ocultaba su fin real, “proteger el statu quo de la propiedad”: “El PCE nunca ha estado cerca del poder"
  • “El palmarés de la monarquía en España es bastante pobre. Hay que coger con pinzas a los reyes presentables”, afirma sobre una institución que “tendrá los días contados” si pierde el apoyo del PSOE, al que ve su principal sostén
  • Ángel Viñas: “Hay que abrir todos los archivos ya. La democracia no puede temer nada del franquismo” / Ángel Munárriz:

    “¡Papeles!”, reitera a lo largo de la entrevista el historiador Ángel Viñas (Madrid, 1941). Es una palabra que da anclaje a sus respuestas pero más aún a su obra, exhaustivamente documentada en el dato concretísimo –la fecha, el sitio, el número, el hecho– al tiempo que ambiciosa en la panorámica general. Papeles: Viñas los ha leído por miles y miles, hundido hasta las cejas en archivos españoles, franceses, ingleses, italianos y belgas, hasta encontrar ese dato desconocido con el que sostener la nueva aportación, con el que iluminar lo que había estado en sombra. Y no es fácil hacer nuevas aportaciones en su campo. Especializado en los años 30, este economista y diplomático de largo recorrido pisa dos terrenos sobre los que se ha escrito hasta la saciedad: Segunda República y Guerra Civil. Casi nada. Aun así, logra “abrir brecha” con El gran error de la República. Entre el ruido de sables y la ineficacia de Gobierno (Crítica, 2021, 575 páginas).

    ¿De qué va? En síntesis, del fracaso de la República a la hora de ver venir y evitar el 18 de julio. La narración de la actuación de las autoridades republicanas, preñada de errores de juicio, demoras, riesgos infravalorados y omisiones difíciles de comprender, arroja la desasosegante certeza de que la suerte del régimen tricolor nunca estuvo echada ni escrita de antemano. Todo pudo pasar de otra manera, sobre todo con una actuación más decidida tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. Se pudieron haber adoptado medidas, Manuel Azaña y Santiago Casares Quiroga podían haber calibrado con más perspicacia la amenaza del ruido de sables, se pudo cortar con la infiltración de la clandestina Unión Militar Española (UME) en el corazón mismo de los mecanismos de defensa republicanos, el golpe pudo evitarse, la democracia –en suma– pudo prevalecer...

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    Pero eso es ya una retrotopía, una especie de utopía hacia atrás que de poco sirve. Lo cierto es que la sublevación, de la que también por Viñas sabemos que contó con el amparo de la Italia fascista, acabó derivando en una Guerra Civil de la que salió victorioso el bando franquista. Luego, represión y dictadura. Esos son los hechos, sagrados para Viñas, al que no siempre es fácil apartar de los papeles para extraer opiniones y valoraciones. Pero se intenta, y a veces se consigue. Porque, además de un riguroso investigador académico, Viñas es un hombre vehemente que vive la Historia, hasta el punto de indignarse y salpicar su relato de que otro taco, que al instante pide no tener en cuenta.

    Leído puede sonar severo, pero responde cordialmente cada pregunta. Eso sí, se nota que le escuece aquel error republicano.

    PREGUNTA: ¿Por qué la República no paró el golpe de Estado?

    RESPUESTA: Esencialmente porque engañaron vilmente a los líderes republicanos y porque la conspiración estaba metida en las entrañas mismas de los servicios de seguridad del régimen republicano. Todo esto, dicho de una manera muy sucinta.

    P: Este ensayo amplía lo aportado en ¿Quién quiso la Guerra Civil? con las razones de esa falta de respuesta republicana al golpe. ¿Se le habían quedado en el tintero?

    R: No, en el tintero no. Es que hace dos años no lo sabía, porque no había visto los papeles que he visto después. Un historiador depende de las fuentes si quiere, como yo pretendo, aportar algo nuevo, abrir brecha. Si quieres copiar o resumir lo que otros dicen, no hay problema. Se escribe una historia de la Guerra Civil en cuatro meses. En ¿Quién quiso la Guerra Civil? di una respuesta: los republicanos no la querían, a los republicanos les vino impuesta; la guerra la querían los monárquicos, algo en lo que no se había profundizado, con la ayuda fascista. Cuando dije esto, algunos se rieron... Cuatro gatos que no han puesto en su vida los pies en un archivo. Y no doy nombres.

    P: ¿Por qué no?

    R: Mi tesis es radicalmente opuesta a la de Stanley Payne. Y lo digo: no ha puesto jamás sus pecadoras patas en un archivo, salvo tres ocasiones en la Fundación Francisco Franco. Y tengo todos sus libros. No se dirá que no soy asiduo lector suyo.

    P: Los líderes republicanos no salen muy bien parados de su ensayo.

    R: Claro que no salen bien parados. Pero hay que verlo con distancia. Era la primera conspiración de ese tipo en España. Y por eso al final del libro señalo que España no fue un caso excepcional. En Reino Unido, un país con mayor experiencia democrática, [Neville] Chamberlain también fue engañado [por los nazis]. Hay que poner las cosas en sus justos términos. [El 18 de julio] era una conspiración muy bien preparada y con apoyo extranjero, apoyo que siempre se ha ocultado hasta que hace dos años lo denuncié con papeles. Ciertamente, era difícil pensar que los italianos, ¡los italianos!, estaban complotando con los monárquicos, y no con cuatro gatos, sino con [José] Calvo Sotelo, líder de la oposición. Era difícil. Ahora bien, es tarea del líder político anticiparse.

    P: Hay dos grandes señalados: Azaña y Casares Quiroga. ¿Qué disculpa cabe?

    R: No hay disculpa. A ver, yo trato de explicar, mi papel no es condenar. La culpa es un juicio moral que no está en el libro. Pero mi opinión es que no es disculpable. Verás, yo utilizo documentación no publicada y publicada. Sobre la República en la época de paz se han escrito 6.000 libros, según Eduardo González Calleja. Hay papeles publicados a los que no se ha prestado la debida atención. Uno es la denuncia de un gobernador civil republicano, el de Granada, Ernesto Vega Manteca. Este hombre alerta al presidente del Consejo, al ministro de la Guerra, al ministro de Gobernación... Habla con unos y con otros, manda telegramas, insiste: “¡Ojo, que aquí la gente está muy revuelta!”. Al final, en junio de 1936, se marcha del puesto, harto. Porque durante meses lo han toreado todos. ¡Lo torea Casares Quiroga! ¡Pero bueno! ¿Esto qué es? Ese escrito desesperado del hombre había pasado desapercibido. Y hay muchas más cosas. Se sabía que Franco había mandado órdenes para que se declarara el estado de guerra. Ahí están los papeles con las horas de envío del telegrama a las guarniciones, en este caso se conoce la de Zaragoza. Y cuando llegan el nuevo presidente [del Gobierno, Azaña] y el nuevo ministro de la Guerra, Masquelet, se le manda a Canarias. ¡Sin más!

    P: ¿Había miedo excitar aún más a los militares con medidas drásticas?

    R: Sí, había miedo... ¡Y errores! Azaña comete errores graves, que no explica en sus memorias. Ojo, hay que tener en cuenta que no hay una sola historia definitiva. Lo que yo expongo hoy puede estar bien orientado, pero siempre hay lagunas. Otros las cerrarán. Ahora, de lo escrito hasta ahora, no se había llegado tan lejos como en este libro a la hora de describir el comportamiento de los dirigentes republicanos, que actuaron estúpidamente. Aunque ellos pensaban que no. Azaña no expresa ningún remordimiento en sus escritos. Yo he leído en algún sitio –ahora no sé dónde, no todo lo anoto– que [Juan] Negrín le llegó a decir a [Marcelino] Pascua más o menos algo así: “Nosotros los socialistas hemos cargado con el sambenito, pero no tuvimos la culpa”. Es verdad que los socialistas debieron entrar en el Gobierno y no entraron, pero sí había dos partidos que entraron, Izquierda Republicana y Unión Republicana. Estos partidos sí tenían información. ¿Y qué hicieron? Nada. El porqué lo trato de explicar, dando respuestas muy concretas entre las páginas 372 y 374. Los militares engañaban a Azaña, eso está claro. Lo tranquilizaban. Ahí está [Miguel] Cabanellas, un tipo siniestro. Y el general José López-Pinto, gobernador militar de Cádiz, provincia clave porque las tropas sublevadas en África desembarcaron allí. Y este decía [a Azaña]: “Señor, mientras yo esté aquí, no va a pasar nada”.

    P: ¿Azaña podía estar confiado por el fracaso de la Sanjurjada de 1932?

    R: Eso son especulaciones. Sobre el golpe y la agitación en el Ejército, había en 1936 infinitamente más información, llegada durante más tiempo y de mayor calidad que en 1932. En la Sanjurjada se reaccionó y en el 36 no. A mí no me convence la idea de que pensaran que iba a ocurrir algo parecido a la Sanjurjada. No. Hay otra diferencia más, fundamental: en 1936 una parte de la conspiración se había infiltrado dentro de los organismos de seguridad de la República, cosa que no ocurrió en 1932.

    P: ¿Hasta dónde llegó esa infiltración?

    R: La Seccion Servicio Especial [que dependía del jefe del Estado Mayor Central en el Ministerio de la Guerra] estaba infiltrada, la Dirección General de Seguridad [del Ministerio de Gobernación] estaba infiltrada, el Estado Mayor Central estaba infiltrado.

    P: ¿Había, con ese grado de infiltración, margen para parar el golpe?

    R: Francamente, creo que el error fue no actuar de manera más decidida tras las elecciones de febrero de 1936. Y otra cosa más, que ha pasado desapercibida: la responsabilidad, indirecta porque como presidente de la República no tenía poder ejecutivo, de Niceto Alcalá Zamora. En el mes de marzo, los militares le dan un ultimátum y el presidente no reacciona, ni se lo dice a Azaña. Ya sabemos que no había mucho amor entre ellos, pero eso es impresentable.

    P: El militar comunista Enrique Líster, en el documental La vieja memoria, evoca aquella falta de anticipación y dice: “Lo de Casares Quiroga no era traición. Era tontería, incapacidad”. La impresión que queda de Casares Quiroga leyendo su libro es...

    R:... penosa. Es penosa. Un amigo mío, Emilio Grandío, ha intentado salvar a Casares Quiroga. Para mí es insalvable. Ahora, hay que tener en cuenta que se marchó con Negrín a Londres en 1940 y no tenemos memorias suyas. Es verdad que las memorias se escriben siempre pro domo sua, pero, en fin, darían pistas. Las de Azaña son de gran interés, pero interpretándolas, claro. Las de [Indalecio] Prieto son alucinantes para entender el origen de la sublevación, sobre la que no cabe criticarlo mucho, porque no estaba en el Gobierno, a diferencia de Izquierda Republicana, Unión Republicana y, en el último gobierno antes del golpe, Esquerra Republicana.

    P: Antes del golpe, más que la amenaza fascista, el tema omnipresente era la amenaza comunista.

    R: ¡Es que con eso se manipulaba al Ejército! Con el anticomunismo. Esa era la obsesión. Lo de “España se rompe” quedaba para las Cortes. El “desorden público”, también. Para los militares, el tema era el anticomunismo. Con eso se los estimuló para la sublevación.

    P: El comunismo estaba bajo intensa vigilancia del Estado. El propio Azaña parece, visto desde ahora, presa hasta cierto punto de esa obsesión anticomunista.

    R: Por eso el libro empieza con la descripción del funcionamiento de los órganos de seguridad interior. La Sección Servicio Especial fue creada por Azaña. Estaba alojada en el Estado Mayor Central. ¿Y quiénes fueron los jefes del Estado Mayor Central? El general Goded y el general Masquelet, que ha desaparecido en la penumbra, del que nadie habla, aunque fue jefe del Estado Mayor Central, ministro de la Guerra en el primer Gobierno Azaña, jefe de la Casa Militar del Presidente de la República. ¿Y no se enteró?

    P: La obsesión anticomunista durante la República no se corresponde con la fuerza real del PCE, que en diciembre de 1931 –cuenta usted– tenía 8.800 afiliados.

    R: Claro que no [se corresponde]. Pero pensemos en la España actual. ¿Qué siguen diciendo los militares del chat [de La XIX del Aire]? ¿De qué se quejan? Comunismo, comunismo... El comunismo que nos acecha otra vez. Pero, ¿se puede saber dónde está ese comunismo? ¿Podemos? ¿Ese es el peligro comunista? ¿Sí? Vamos, yo no soy de Podemos, como te puedes imaginar, pero ¿ese es el peligro comunista? Es... ¿Un país en la Unión Europea y en al Alianza Atlántica va a hacerse comunista bolivariano? Es metafísicamente imposible. Se suele citar como característica del régimen comunista el partido único, pero más importante aún es el monopolio estatal del comercio exterior. Pasó en China, en la Unión Soviética, pasa en alguna medida en Venezuela. ¿Imaginas algo parecido a eso en España? Impensable. Pero, claro, eso les da igual al PP, Ciudadanos, Vox y todos los antipodemistas y antigubernamentales. Repiten esa idea del peligro comunista porque es sencilla y simple para usarla en la lucha del poder.

    P: Pues es una idea demostradamente fuerte. Fue clave para la sublevación del 36.

    R: Fue usada para estimular a la sublevación, que supuestamente iba a prevenir una inminente revolución comunista. Era falso, claro. Pensemos una cosa: Franco tenía un papel muy determinado. Tenía que sublevar a las guarniciones y ponerse al frente del Ejército de África. Su aspiración era que lo hicieran alto comisario de España en Marruecos. Pero, claro, la conspiración monárquica con ayuda fascista fracasa, porque a Calvo Sotelo lo matan y [José] Sanjurjo muere en un estúpido accidente de avión. Y es ahí por donde se cuela Franco, que ve la oportunidad y la aprovecha. La sublevación no era al principio para montar a Franco en el poder.

    P: ¿Por qué se ha extendido tanto esa idea?

    P: Porque [Emilio] Mola escribió unas directrices, y como eran los únicos papeles que se conocían y los utilizó Ricardo de la Cierva, pues todo el mundo se quedó obnubilado, como si Mola fuera el deus ex machina de la conspiración. Pero no. Sus directrices estaban destinadas a convencer al máximo abanico posible de militares. Y si les decías que había que restablecer la monarquía, a muchos los dejabas fuera, porque no eran monárquicos. Por eso se hablaba de un directorio militar contra el comunismo.

    P: La tarea de la reaccionaria Unión Militar Española (UME) para hacer triunfar la propaganda anticomunista en el seno del Ejército fue un éxito total.

    R: Total y absoluto. Era el mínimo común denominador que muchos militares, de generales a sargentos, podían aceptar: la salvación de España de las garras comunistas.

    P: Una paradoja: fue la Guerra Civil la que más acercó al PCE en el poder.

    R: No. Del poder en España nunca ha estado cerca el PCE. Nunca. Esto lo he explicado en cuatro libros. Nunca hubo ningún peligro de que España se hiciera comunista. Esto es una interpretación generada en la Guerra Fría. Pero bueno, ahí tienes a muchos que se creen que Antony Beevor ha escrito el summum sobre la Guerra Civil, que piensan que si la República hubiera ganado España hubiera sido como Yugoslavia. ¡Cojonudo! ¡Vaya manera de razonar! Lo que pasó es que la dictadura comunista se tuvo que justificar ab initio. Y para eso fortaleció una tradición anticomunista que existía ya desde los años 20, cuando en España eran del PCE 50 personas. Era una mascarada, un disfraz, un antifaz. Con el golpe la derecha defendía otras cosas. Había otros motivos.

    P: ¿Cuáles?

    R: Defender el statu quo de la propiedad.

    P: ¿Diría que la clave era la reforma agraria?

    R: ¡Claro! Absolutamente. No única, pero absolutamente clave.

    P: No ha mencionado a la Iglesia en toda la entrevista.

    R: Porque no participa en la conspiración, que es un asunto cívico-militar. Ahí la Iglesia no pinta nada. Otra cosa es la CEDA, que es el brazo político de la Iglesia. Lo que Gil Robles quería era llegar al poder para aprobar una contraconstitución. Claro que él sabía lo que se movía en el Ejército, por supuesto. Pero lo que quería era una república corporativista, católica, parecida a la portuguesa, o a la de Dollfuss en Austria... Pero cuando Gil Robles llega [al Ministerio de la Guerra, en mayo de 1935], la conspiración ya estaba en marcha. Se entera y no hace nada. Yo he profundizado en toda esa veta conspiracional. He querido, como te digo, abrir brecha. No repetir lo ya dicho.

    P: Observo ese interés por aportar un dato, una perspectiva, un documento nuevo, un avance historiográfico. Y lo pongo en contraste con la discusión política sobre la Guerra Civil española, tan polarizada, tan basada en prejuicios y en posiciones inamovibles. ¿Resulta frustrante para usted como historiador?

    R: Pues... Hombre, sí. Es un poco frustrante. Yo fui de los que firmaron el manifiesto cuando ocurrió lo de Largo Caballero y Prieto. Pero no sé... No les puedes pedir a concejales de Vox, de Ciudadanos y del PP que sepan algo de historia. Si saben algo, es historia deformada. Y de todas formas les resbala.

    P: ¿Y la izquierda sí sabe de historia?

    R: Bueno, yo creo que presta más atención a la historia. En general, ¿eh? Entre otras razones, porque ha estado excluida del poder. Creo que los avances de la República proceden en general de la izquierda. En cambio, a lo largo de 40 años, se montó un canon en torno a Franco. Una interpretación canónica y falsa, que había que desmontar.

    P: ¿La herida de la guerra sigue abierta en España?

    R: Pues claro. Pero no es el único país de Europa donde esto ocurre. Acabo de leer hoy mismo sobre problemas en Alemania con la recuperación de la memoria de los judíos.

    P: Pero a derecha en Alemania es nítidamente antifascista.

    R: Una parte, ¿eh? La más importante. Pero ahí tienes a Alternative für Deutschland, el Vox alemán.

    P: ¿Nos castigamos demasiado entonces? En reconciliación, ¿no estamos tan mal?

    R: No estamos tan mal, pero no estamos bien. La derecha ha querido cerrar capítulo. Pero la historia no se puede borrar. En España hay algo pendiente: las fosas del olvido. Eso es una llaga. Aún debemos hacer luz sobre el pasado. La historia se cerró en falso.

    P: ¿Ese silencio fue un peaje la Transición?

    R: Eso se dice. Probablemente. La Transición se hizo bajo la sombra vigilante de las bayonetas. Negar eso es inútil, porque fue así.

    P: ¿Eso desdora a la democracia actual?

    R: No la desdora. Lo que la desdora es que cuando se ha podido avanzar hacia el conocimiento del pasado, se ha sido muy tímido. La ley de memoria de Zapatero fue un paso hacia adelante, pero se quedó corta. No ha servido de mucho y ha encrespado los ánimos. Pero vuelvo a lo mismo. No somos los únicos. En Alemania tuvieron un debate muy intenso en los años 60 y 70. ¡En Italia hay fascistas todavía a tutiplén! Lo que hace falta es debate racional. Uno de los grandes problemas en España, algo que no entiendo, es que siga habiendo archivos cerrados. ¡Hay que abrirlos todos!

    P: ¿La Ley de Secretos Oficiales, de 1968, le escuece como historiador?

    R: Pero, ¿tú te crees que se puede mantener eso? ¡Es grotesco! No hay secretos. La España democrática no puede temer nada del franquismo. El franquismo pasó. ¿Que tiene mierda? ¡Adelante con la mierda! No pasa nada. La historia no mata.

    P: ¿Le convence la nueva ley de memoria, aún no aprobada, más que la anterior?

    R: No la conozco a fondo. La he leído y va más allá de la anterior, pero no sabría decir.

    P: Con sus ojos de historiador, ¿le inquieta la polarización de la sociedad?

    R: No me inquieta.

    P: ¿Por qué?

    R: La sociedad española actual no es la de hace 50 o 100 años. El contexto internacional es diferente, las comunicaciones son diferentes... Es otra cosa. Lo que ahora se dilucida es el reparto de poder, sin más. Estamos en un capitulo de esa pugna, dentro de un marco democrático.

    P: Hay debate sobre la plenitud o no de la democracia española.

    R: Me parece bien. La democracia española tiene defectos que corregir, como todas. No conozco democracias perfectas. Pero este es un tema para un politólogo.

    P: ¿Pone la crisis provocada por Juan Carlos I en riesgo la monarquía?

    R: No lo sé. Lo que sí sé es que, como se ha puesto de manifiesto en los últimos meses, el partido que más la sostiene es el PSOE. El día en que el Partido Socialista considere que la monarquía española no cumple con sus fines políticos e históricos, tendrá los días, o los años, contados. Y es grotesco que la derecha española no reconozca ese apoyo. Pensemos que la monarquía española no ha gozado por lo general de gran aceptación. Su palmarés en España es bastante pobre. Hay que coger con pinzas a los reyes que sean presentables. Bueno, reyes y reinas. Juan Carlos I se ha comportado, digamos, como el villano de la ópera. Y su comportamiento, obviamente, no redunda en favor de la monarquía. Sobre el rey actual, que no me da la impresión de que esté bien aconsejado, ha hecho cosas para distanciarse, no sé si suficientes o no. Yo firmé hace unos años a favor de la República, y no quito la firma. En algún momento habrá que resolver políticamente esta cuestión. Pero, en medio de una pandemia y de una crisis económica, creo que no es el mejor momento. Este tipo de cosas se deben hacer en tiempos de sosiego.


    Fuente →  infolibre.es

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