Francia y la Constitución de la Pepa: el origen del liberalismo en España

Francia y la Constitución de la Pepa: el origen del liberalismo en España / Manuel Serrano:

El mismo día que Pablo Iglesias anunciaba su candidatura a las elecciones de la Comunidad de Madrid y su adiós a la vicepresidencia del Gobierno, el presidente español Pedro Sánchez homenajeaba, junto al presidente francés Emmanuel Macron, a Manuel Azaña. El acto se celebraba en la sureña localidad de Montauban, al norte de Toulouse. Allí, en Montauban, se encuentra enterrado el último presidente de la Segunda República española, Azaña.

Lejos de alegrarme, este homenaje me ha producido un sentimiento de tristeza, lastimera. Una vez más el país vecino nos da una lección de memoria y recuerdo los que, según Macron en su discurso, “lucharon a favor de la democracia”. Me da la sensación, sino la certeza, de que desde hace más de dos siglos España siempre está a la estela del país galo en multitud de aspectos, sobre todo en los que tienen gran relevancia pública.

De hecho, este mismo viernes, 19 de marzo, nosaltres, els valencians, no tenemos la tradicional resaca social pre-cremà por el coronavirus y se quedará en la para nada desdeñable fecha de San José y Día del Padre. Hoy también, pero en 1812, tenía lugar la promulgación de la Constitución en las Cortes de Cádiz. En un contexto convulso, en plena hegemonía mundial napoleónica y durante los años de la Guerra de Independencia frente al Imperio Francés. Ahí, fruto de ese deseo de establecer su soberanía de forma propia, nacía la Pepa.

La primera Constitución

La Constitución de 1812 fue la primera Constitución española jamás creada, muy extensa en comparación con la actual y con una clara impronta liberal, como no podía ser de otro modo en aquellos tiempos. Muy similar a la Constitución otorgada por José Bonaparte en 1808 y por supuesto de la que bebe el Estatuto de Bayona.

El gran éxito del movimiento liberal fue poner punto y final a la total soberanía del monarca absoluto. El pueblo ya no era súbdito, sino que ostentaba soberanía -limitada- y el Rey debía adaptarse a la voluntad del pueblo, aunque fuera de una forma moderada. Uno de los artículos más populares de la Pepa fue el 371, que establecía la libertad de prensa y de poder publicar sin ninguna censura los pensamientos políticos. Acción que en nuestros días está realmente en duda, no me atrevería a decir que esté en peligro, pero con los postulados estatales y supraestatales para controlar qué puede y qué no debe ser publicado en función de si es o no verdad, ciertamente una forma de censura.

Existe también una referencia, al igual que en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776, a la búsqueda de la felicidad o a la felicidad del pueblo de una forma genérica. Este enunciado, que se le atribuye a Thomas Jefferson, lo encontramos bajo la forma de pursuit of Happyness. En la Constitución de 1812, la Pepa, lo encontramos en el artículo 13, enunciado como el objetivo del Gobierno. Explica que la felicidad de la Nación no es otra cosa que el bienestar individual de cada sujeto que la compone. Algo realmente distinto a los enunciados que corresponden al actual anhelo constitucional, que se desmarca de ese individualismo para hablar de un Estado Social.

Impacto nacional

La Constitución Española de 1812, pese a haber sido posteriormente derogada por Fernando VII en 1814, volvió a instaurarse durante el trienio liberal y tuvo un notorio impacto hasta 1869. Debemos tener en cuenta que es de un mérito gigantesco haber consolidado a lo largo de casi 60 años de inestabilidad política ese texto constitucional, que finalizó su período de vigencia y notoriedad hasta que triunfó la Revolución de 1868.

Por todo esto, se puede decir que, pese a tardía en comparación con las grandes potencias del momento -Francia, un reciente Estados Unidos y sus textos fundacionales, o el modelo parlamentario Británico-, la corriente liberal y el tránsito del absolutismo a los postulados modernos del siglo XIX llegaron de la mano de la Revolución francesa y por el poso que dejó. De hecho, la Revolución francesa de 1789 fue clave, y decisiva, en la creación de la Pepa y su promulgación en las Cortes de Cádiz. Se puede decir, por tanto, con la perspectiva que da la historia una vez acontecida, que los postulados afrancesados marcaron un antes y un después en el devenir como democracia o al menos como un primer atisbo de ello.

No es mi intención minusvalorar la tradición histórica española, ni tampoco que el vecino norteño sea el salvador de la dignidad democrática. Considero, analizando estos dos últimos siglos de historia, que existe un cierto paternalismo por parte de Francia a la hora de dar un empujoncito cuando España no se atreve a saltar del avión, preocupado por si se abrirá el paracaídas o no. No debería existir ningún problema para homenajear a los republicanos que lucharon por la libertad de España ante el fascismo durante el primer tercio del siglo XX. Tampoco se debe rechazar el hecho de que se les debe gran parte del asentamiento de las bases democráticas del siglo XIX, pese a que sea una paradoja que el Imperio que te invade te vaya a poder dotar de un recurso tan importante para tu desarrollo como Estado en el futuro.


Fuente →  lamordaza.com

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