El pasado 1º de diciembre me despedí temporalmente de los lectores de este blog. Anuncié que no estaba en condiciones de mantenerlo cuando me caía encima un volumen de trabajo que no podía posponer. Tres meses más tarde lo reanudo. En este lapso de tiempo he hecho el índice onomástico y analítico del libro a punto de salir. Una tarea penosa y que no hay forma de delegar o subdelegar. Espero que sirva de orientación a los lectores. También he avanzado, hasta donde me ha sido posible hacerlo sin recurrir a material de archivo, con un futuro libro sobre capítulos oscuros de ciertas relaciones exteriores de la República en los años treinta. He tenido que pararlo porque para desentrañar algunos enigmas que aún subsisten necesito consultar nueva EPRE y, con las limitaciones que impone la pandemia, hoy por hoy es imposible hacerlo. Finalmente, he concluído de manera provisional otro trabajo que empecé hace algunos años, que dejé en reposo durante tiempo y que he llevado a una versión si no final, sí al menos para mí satisfactoria. Lo que queda es, según la editorial, darle la forma adecuada. Por vez primera en los últimos diez años, desde que me jubilé en la Universidad, me encuentro sin un proyecto definido. Tengo dos ideas, pero su realización no depende de mí. Depende de la EPRE necesaria y esa EPRE tampoco la tengo en mi poder.
Explico lo que antecede, hoy que es el día de mi cumple, con un fin determinado: que los amables lectores comprendan que no es por mero capricho por lo que en las próximas semanas me dedicaré a exponer los supuestos conceptuales que no explícita pero sí implícitamente han rodeado a lo largo del pasado año de pandemia la redacción del libro que ahora se publica. Como, para mi desgracia, ya no soy un autor novel que no sabe cómo manejar la información, que se aturulla, que entra en senderos que luego abandona a medio camino, en EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA he sido consciente de que debía mantenerme dentro de los límites impuestos por la evidencia primaria de época que, antes de que golpease el maldito virus, había conseguido localizar. En un caso, casi un mes antes de que nos confinaran en Bélgica. Ya no pude regresar a los archivos en cuestión.
Mi preocupación ha sido, ante todo, no avanzar una pulgada que no esté cubierta por evidencia documental. Es decir, me he abstenido de, en lo posible, hacer elucubraciones vanas y de inventarme vínculos no corroborados. No hay un ápice inventado. A decir verdad, tampoco me he sentido tentado. Sobre la República se han escrito millares de libros. Es, probablemente, el período con mayor densidad bibliográfica de la historia de España, fuera de la guerra civil.
Además, todo el mundo (o casi todo el mundo) tiene una idea formada de ella. ¿Cómo contribuir, pues, a mejorar o a situar en coordenadas debidamente documentadas la respuesta a una pregunta fundamental? ¿Por qué los gobiernos de la primavera de 1936 no pararon el golpe que se avecinaba? En lo que yo he podido colegir, de pasada, unos y otros historiadores, desde posturas muy dispares, han dado una respuesta a tal cuestión pero, en general, con trazos bastante gruesos.
Inmodestia aparte, a mi me ha llevado casi seiscientas páginas (con anexos) dar una respuesta que sigo considerando provisional. Es verosímil que, si la documentación que he echado en falta, no ha desaparecido, algún día se encuentre. Y si tal es el caso, otra respuesta ulterior mostrará en qué medida mis conclusiones deben ser matizadas o, ¿por qué no?, descartadas. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.
Naturalmente podría argumentarse que, a la hora de intentar dar respuesta a cuestiones existenciales del ser o no ser, insistir en la carencia de documentación es un tanto absurda. Desearía discrepar de esta tesis.
La literatura apologética, proyectista, narcisista y blanquinegra, que el franquismo apoyó para explicar los orígenes de la guerra civil (y que no difiere en lo sustancial de las afirmaciones contenidas en el Dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936), ha dejado huellas permanentes, ha condicionado los términos de la discusión hasta la más rabiosa actualidad y sigue teniendo una influencia nefasta sobre grandes sectores de la sociedad española.
Un ejemplo: a lo largo de los últimos años la oposición al Gobierno actual ha puesto de moda su caracterización como “social-comunista”. Es una adjetivación meramente política, que sirve exclusivamente a los intereses de quienes la promueven. Claro que cabría argumentar que también representa un epifenómeno. En el sentido de que, por vía interpuesta, representantes del PCE se sientan hoy en el Consejo de Ministros. ¿Y qué?
¿Significa esto que el Consejo de Ministros vaya a ser impulsado en una dirección acorde con los principios que dominaron los regímenes comunistas? ¿Se han visto por ventura en el programa de gobierno? La respuesta a ambas preguntas es, pura y simplemente, un no rotundo. Un país europeo, integrado en la Unión Europea y en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, no puede desarrollar las bases institucionales y materiales para derivar hacia un sistema comunista. Es literalmente imposible. Uno de los pilares fundamentales característicos de los regímenes comunistas fue el monopolio estatal del comercio exterior y su utilización como arma para la reestructuración interna y el impulso para su industrialización y mantenimiento del nivel alcanzado. Que me expliquen, por favor, cómo esto sería compatible con la UE.
Los lectores de mi libro quizá vean que la antedicha caracterización, exclusivamente política e ideológica, no es si no la aplicación a la situación actual del tipo más fuerte y duradero de ataques lanzados contra los gobiernos de la primavera de 1936: su inventada disposición a abrir las compuertas a un régimen comunista. ¿Podríamos entender tal caracterización como la emanación de una estrategia destinada a:
- Subvertir el orden político y constitucional (¿cómo?)
- Activar un aparato de agit-prop en las vías utilizadas por el franquismo para explicar la necesidad de una guerra civil (seguro)
- Despertar la conciencia de unas masas derechistas supuestamente sensibles a los cantos de sirena patrioteros?
Innecesario es decir que el libro explicita tales coordenadas en su propio contexto. Pero ya era difícil argumentar, con documentos al apoyo, que en 1936 la posibilidad de una revolución comunista estaba en el próximo horizonte; también que otras fuerzas de izquierda (socialistas, anarcosindicalistas) coadyuvaban a su preparación; que la Patria estaba en peligro de desintegración inminente; que a la Iglesia Católica la amenazaba el fuego sagrado heredado de la revolución a la francesa y, por último, que uno de los objetivos de los dirigentes republicanos estribaba en triturar al Ejército, guardián de las esencias fundamentales de ESPAÑA. A pesar de eso, fueron argumentos esgrimidos, salvando el factor religioso, que no he encontrado que desempeñara ningún papel.
Casi todos incidieron en las actividades subversivas, tal y como llegaron a conocimiento de los mecanismos de seguridad interior y exterior republicanos como manifestación de lo que fue una manipulación consciente de las Fuerzas Armadas para encaminarlas hacia la sublevación.
Pregunta: ¿será un reflejo de este martilleo ancestral el que ha llevado a unos militares, jubilados, a volver hace unos meses a las estupideces de antaño? Precisamente por el riesgo de caer en la tentación de escribir historia desde las preocupaciones del presente he hecho un esfuerzo, no sé si exitoso o no, para atenerme estrictamente a un análisis lo más pegado posible a la documentación primaria relevante de época. No sin pena, porque la tentación al berrinche ha estado presente desde el principio al fin. Espero no haber caído en ella.
Fuente → angelvinas.es
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