Una verdad incómoda que rima a fascismo
 
Una verdad incómoda que rima a fascismo
Isa Ferrero

A todo el mundo nos gusta encontrar paralelismos en la historia para dar sentido a ese aforismo que ciertamente detesto “aquel que no conoce su historia está condenada a repetirla”. Puesto a quedarme con uno, me decanto más por “la historia se repite, pero a veces rima”, tan de moda por su simbología antimperialista.

En nuestros tiempos, la rima que podemos encontrar es el avance del fascismo, aunque sigamos empeñados en ponernos una venda en los ojos. Es desesperante ver cómo estamos cayendo en el mismo error de no confrontarlo, resultado de una apatía in crescendo y una inadecuada organización dentro de la izquierda que haga frente a esta amenaza.

Es cierto que nunca fuimos tan demócratas como el discurso oficial sugiere. Después de la Segunda Guerra Mundial, nuestros gobiernos apoyaron a todo tipo de tiranos y autócratas que no sentían el más mínimo respeto por nuestra democracia. Ahora, cuando la amenaza totalitaria es mayor, nuestros líderes lo siguen haciendo, pese a que las organizaciones en defensa de los derechos humanos señalan con mucha mayor puntería los vicios de nuestros gobernantes. Los Al Sisi, Modi, Erdogan o las monarquías absolutistas del golfo hablan muy mal de la calidad ética de nuestros líderes occidentales.

Debemos ser conscientes de que vivimos tiempos muy peligrosos. Tal como sucedió el año pasado, el Boletín de Científicos Atómicos volvió a situar en 100 segundos el reloj que marca el “Apocalipsis”. Según el boletín, nunca antes la amenaza ha sido tan severa. Ni en los períodos más peligrosos de la Guerra Fría la especie humana ha enfrentado un peligro tan grande. No solo es el fracaso de la Comunidad Internacional de poner freno a la amenaza nuclear, sino también su negligencia con el cambio climático y el deterioro imparable de la democracia, aunque el mundo respire mejor sin Donald Trump. Lean con atención esta declaración. Produce verdaderos escalofríos:

“Como señalamos en nuestra última declaración del Doomsday Clock, las amenazas existenciales de las armas nucleares y el cambio climático se han intensificado en los últimos años debido a un multiplicador de amenazas: la corrupción continua en la ecosfera de la información de la que dependen la democracia y la toma de decisiones públicas. Aquí, nuevamente, la pandemia de COVID-19 es una llamada de atención. La información falsa y engañosa difundida a través de Internet, incluida la tergiversación de la gravedad de COVID-19 […]. Este desprecio desenfrenado por la ciencia y la aceptación a gran escala de disparates conspirativos, a menudo impulsados por figuras políticas y medio partidistas, socavó la capacidad de los líderes nacionales y mundiales para proteger la seguridad de sus ciudadanos”.

Mientras esto sucede, la opinión pública traza paralelismos poco convenientes que tienen su explicación, bajo mi punto de vista, en la versión romantizada de nuestra historia y su proliferación dentro de la cultura popular. Parece ser que la preocupación está en si después del COVID veremos brotar una nueva era de locura y desenfreno que nos lleve a vivir de nuevo los “felices” años 20 del siglo pasado.

Esta rima con la historia es bastante tenue. Grosso modo, fueron años felices solo para un grupo selecto de aristócratas. No nos olvidemos que el resto de la población siguió viviendo las funestas consecuencias de un sistema político con niveles insoportables de desigualdad que pagamos años después con Mussolini y Hitler. No obstante, para ser justos, este mito de la burguesía encontraba su antagonista doloroso después de producirse la revolución rusa en el contexto de la Primera Guerra Mundial, el culmen de la irracionalidad de “La Gran Guerra por la Civilización”. La triste realidad es que la revolución rusa ha pervivido durante demasiado tiempo dentro del imaginario de una izquierda que ha seguido teniendo como referentes a tiranos y sigue emocionándose con un régimen que creó una burocracia de vanguardia roja que tiranizó como nadie a los trabajadores.

En cualquier caso, esta revolución fracasada y que sería imitada, por desgracia, con frecuencia, le sirvió a EE.UU. como pretexto para aniquilar los movimientos sociales. Piensen que no es casualidad que en Estados Unidos sea un tabú hablar del socialismo. Muchos años antes del macartismo, el presidente Wilson encontró la forma de aniquilar a la izquierda con el temor rojo. A día de hoy, pese a que la URRS ya no existe, se puede trazar una rima. Especialmente en el caso de España y de los medios conservadores que han enfangado como nadie la información y que, pese a sus reclamos de firmes defensores de la constitución, no son capaces de cumplir con un derecho fundamental: nuestro derecho a la información.

Definitivamente, estos años 20 tienen que ver más con los oscuros años 30 del siglo pasado. Cierto es que no hemos sufrido una gran guerra, pero la era neoliberal sigue destruyendo todos los avances que nuestras sociedades consiguieron después de la Segunda Guerra Mundial. No es extraño escuchar cómo los discursos de neofascistas tienen cada vez más apoyo dentro de una sociedad desesperada que siente que todos los políticos son la misma mierda y que la democracia solo sirve para elegir al candidato que te robe mejor.

Es un camino muy peligroso. Me parece conveniente rescatar viejas ideas que apuntaron a que normalizar comportamientos insanos e inhumanos llevan irremediablemente a la sociedad a abrazar regímenes cada vez más autoritarios. Al igual que los libros de Eric Fromm fueron muy populares en su época, creo que es más urgente que nunca darse cuenta de que si seguimos ignorando esta cuestión y no la confrontamos, estamos dando pasos agigantados hacia el abismo. Vale la pena preguntarse a qué conduce toda la inseguridad a los trabajadores que se han promovido en la era neoliberal (recuerden a Alan Greenspan) y creo que también vale la pena reflexionar qué va a suceder si la izquierda no consigue centrarse y desprenderse de componentes que solo refuerzan el discurso de lo que nos ha traído hasta aquí.

Retroceder un siglo en la historia también significa revivir los fracasos de los experimentos socialistas que fueron secuestrados por un puñado de personas que traicionaron a menudo la voluntad de su pueblo. Qué bien vendría hacer un repaso ya no solo del lamentable siglo XX, sino también de las predicciones que el anarquismo vertía antes de que estos experimentos tuvieran lugar. En esta línea, el libro “El Anarquismo” de Daniel Guerín, hace hincapié en la profecía lanzada por Bakunin que maldijo a la mayoría de los procesos revolucionarios del siglo pasado. El peligro estaba en la formación de una “burocracia roja” que supusiese la “la mentira más vil y temible que haya engendrado nuestro siglo”. Bakunin decía sagazmente décadas antes del éxito de los bolcheviques: “Tomad al revolucionario más radical y sentadlo en el trono de todas las Rusias e investidlo de poder dictatorial […] y, antes de un año, ¡será peor que el propio zar!”.

Conviene precisar que también es cierto que muchas de estas informaciones que luego se conocieron de la URRS, y, luego sobre todo del régimen brutal de Stalin, no tenían el suficiente impacto para derribar del todo el mito revolucionario soviético. Del mismo modo, la propaganda en contra del terror rojo, desmesurada en los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial conducían a identificar a los movimientos sociales con el régimen terrible estalinista entrando en el juego de la propaganda estadounidense.

Actualmente en España sufrimos enormemente las consecuencias de una izquierda completamente desenfocada que no hace más que reforzar a la derecha. La gota que ha colmado el vaso es una campaña de odio iniciada por el feminismo institucional y por intelectuales que llevan años propagando discursos sectarios que hacen inútil cualquier lucha. Son la “izquierda real”, intelectuales que ridiculizan una ideología tan seria como el marxismo para solo brotar odio e irracionalidad. La consecuencia es la formación de una especie de secta religiosa que reúne una serie de premisas del todo inconexas que se alimentan viendo al mundo como una película maniquea tipo Hollywood. Me gustaría incidir en algo: el hecho de que la historia del imperialismo estadounidense haya sido sangrienta, atroz y despiadada, no significa que tengamos que justificar regímenes autoritarios. Mire por donde se mire, no se justifica la defensa de regímenes opresivos como puede ser el caso de Rusia, China o Siria. Bajo mi punto de vista, su defensa solo le da argumentos a la derecha para ridiculizar las protestas genuinas de izquierdas. A veces me pregunto si de verdad Marx o Engels no escribieron acerca de defender a tiranos como al Assad o Putin.

El problema también está cuando la teoría deja de tener todo tipo de conexión con la realidad. Esto explica su obsesión por llamar liberal, neoliberal o postmoderno a toda persona que defienda las libertades individuales. El peligro no solo está en defender a regímenes autoritarios, sino que la forma de argumentar tiene más conexiones con la extrema derecha del 5G que con la lucha por liberar al trabajador.

Quizá, sea conveniente hacer un repaso de lo que sucedía antes de que el postmodernismo acabase con nosotros. El anarquismo, no sospechoso de ser neoliberal, ha dado una respuesta fundamental para entender que los cambios culturales producidos en nuestras sociedades capitalistas es la consecuencia de años y años de lucha. Tal como decía Federica Montseny, muchas de las transformaciones fundamentales que nuestra sociedad ha experimentado (para bien) eran demandas históricas del anarquismo. El autoritarismo se ha opuesto desde siempre a estos cambios. Tal como dice mi compañero Horacio Suárez en su libro” Anarquismo hoy” esto entra “dentro de las intolerancias del totalitarismo”. No hay ningún tipo de dudas que el discurso de odio que hemos escuchado sobre las personas trans tiene más similitudes con el fascismo que con ninguna ideología seria. Siento ser tan contundente, pero el deterioro es implacable y se muestra por sí solo cuando es más importante “el borrado de las mujeres” que los derechos humanos. Me pregunto también si de verdad piensan que Amnistía Internacional es una organización postmoderna y neoliberal que camina en contra de los derechos de las mujeres por promover los derechos de las personas trans.

Los años de Trump en el poder han sido una buena muestra de cómo estamos ciegos ante la peligrosa época que nos ha tocado vivir. Es verdad que la alta criminalidad de los presidentes estadounidenses no ha ayudado a mostrar simpatías por un Partido Demócrata que giró también a la derecha (no tanto como el Republicano) en la década de los 70 cuando la era neoliberal daba sus primeros coletazos para destruir los avances experimentados durante los 60.

Es igualmente cierto que Trump no ha iniciado ninguna guerra, pero ha agravado los de Obama como nadie, ha estado a punto de desatar guerras terminales y ha caminado en la dirección para destruir la civilización humana empeorando el peligro nuclear y la crisis climática. El ejemplo de la guerra de Yemen es uno de tantos, pero es muy ilustrativo. Trump ha abrazado como nadie a las dictaduras del golfo pérsico y ha apoyado a regímenes de extrema derecha y a dictaduras sin molestarse siquiera en disimular. Es el caso de Modi, Bolsonaro, Duterte, Al Sisi… Una plaga de hombres viriles, machistas, misóginos y racistas que tienen en común su desprecio a la democracia y su apuesta por el boicoteo de todos los progresos sociales que se han producido por las luchas a las que se refería Montseny.

El caso de Duterte en Filipinas es también muy representativo y digno de estudio. Un imitador de la infame guerra contra las drogas que lanzó los Estados Unidos (especialmente grave en la era Reagan) y un admirador de Ferdinand Marcos -dictador brutal apoyado también por el imperialismo estadounidense- y un machista redomado que lleva a sus espaldas miles de asesinatos extrajudiciales. Su respuesta a la “preocupación” que mostró Obama por sus violaciones de los derechos humanos fue llamarle “hijo de puta”. Un calificativo que no volvería a utilizar con Trump, al que no le importaba nada su lamentable registro. Si alguna vez tienen el estómago suficiente, escuchen a Duterte hablar e intenten no vomitar.

La buena noticia es que ya no tenemos a Donald Trump dirigiendo el país más poderoso del mundo. Fue realmente traumático el shock del Capitolio. En este sentido, el éxito del gobierno de Biden va a ser crucial para detener a los supremacistas blancos y a los trumpistas. De momento, está yendo en la buena dirección y se está atreviendo a confrontar inmoralidades que parece que nuestra Europa está lejos de hacerlo. La crisis es cada vez más grave en la Unión Europea y la gestión del Coronavirus puede romper del todo el proyecto europeo. Las grietas han sido cada vez más grandes después de la lamentable respuesta a la crisis del Euro. Es cierto que se ha roto con una era de austericidio, pero quizá no sea suficiente para evitar el desastre.

Seguramente ya no se habla de los PIGS y de los vagos que somos en el sur porque el Coronavirus está afectando también a los países más ricos. En cualquier el caso, el problema de Europa está en su burocracia. Una burocracia que, en vez de ser roja, fomenta e impone políticas neoliberales por doquier.

Sin embargo, no solo es la promoción del neoliberalismo y los valores de la tercera vía, sino también la nueva miseria moral que se impone a los gobiernos desde Bruselas y que explican cómo es posible una política exterior que desprecia de una informa inigualable los compromisos internacionales que hemos adquirido desde la Convenios de Ginebra. La lista es tan larga y tan vergonzosa que me resulta complicado saber por dónde empezar.

Este contexto de burocracia y de auge del fascismo lo llevamos viviendo varios años. Tal como sucedió con el Brexit, hasta que no pase algo verdaderamente grave, seguiremos sin prestar importancia a la amenaza. En Italia, la decisión de Renzi de acabar con el gobierno de Conte no solo aumenta el riesgo, sino que también debilita al gobierno español y fortaleza a Nadia Calviño, utilizada para frustrar cualquier avance social y contentar en buena medida a los burócratas europeos. La extrema derecha se está relamiendo los labios. En Francia, la neofascista, Marine Le Pen, cada vez tiene más opciones reales de vencer a Macron a falta de 15 meses para las elecciones. Las encuestas apuntan a que ganará en la primera vuelta y a que puede tener sus opciones en una segunda vuelta. Hace unos días, una encuesta colocaba a Le Pen a 4 puntos de Macron. La opción de una victoria de la extrema derecha es terrible en Francia por mucho que nos disguste Enmanuel Macron, un político tan cínico y falso, como hábil e inteligente.

Estaremos muy pendientes de lo que pase en Italia y como afecte a nuestro gobierno. A veces se tiene la percepción de que Italia experimenta antes los cambios y momentos históricos. Para bien o para mal. Siendo justos, un gobierno mucho más pegado a Bruselas pondrá más difíciles las cosas al gobierno de Pedro Sánchez. Si en Italia se mantiene el gobierno, la presión aumentará por parte de unos medios de comunicación dispuestos a lo que sea para apartar a Podemos del poder en aras de promover un gobierno de concentración entre PP, PSOE y Cs. Si por el contrario hay elecciones, la extrema derecha seguirá creciendo. Recuerden los años 30 del siglo pasado y dónde brotó el fascismo.

La crisis económica brutal producto de la pandemia y de las negligentes políticas sanitarias que siguen el dogma neoliberal van a hacer más difícil la salida de la crisis. La izquierda, mientras tanto, sigue estando desconcertada y enfrascada en batallas culturales por un sector que rechaza avanzar hacia un marco de convivencia más humano. En España, este debilitamiento de la izquierda ha coincidido con la caída de Podemos, achacable, en mi opinión, a las ineficiencias de la burocracia y a un auge de la extrema derecha representado por VOX y por el ala derecha del Partido Popular. El comportamiento psicópata de Ayuso durante la pandemia y el apoyo popular que tiene dentro de la Comunidad de Madrid es para echarse a llorar.

Todas estas razones conducen a la necesidad de implementar un cambio de rumbo de carácter inmediato. Los intentos de los medios de destruir a Podemos para que deje de estar en el gobierno y la pretensión de una parte considerable del Partido Socialista de desprenderse de la molestia de un partido que les está obligando a cumplir su programa de gobierno son motivos para estar alerta. Si no se consigue parar esta dinámica, España va a correr el mismo rumbo que Italia. O un gobierno de concentración PP, PSOE o un gobierno de extrema derecha con raíces trumpianas en las que esté VOX moviendo hilos. Completamente aterrador. Sin ninguna duda.

(1) https://thebulletin.org/doomsday-clock/current-time/


Fuente →  diario16.com

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