¿Qué es violencia?

 
¿Qué es violencia?
Aníbal Malvar

¿Qué es violencia?, me preguntas mientras clavas tu porrita sobre mi mirada azul. ¿Qué es violencia? Violencia eres tú.

Anda muy frenopático el facherío de derechas y de izquierdas exigiéndonos a los demócratas que nos levantemos al albor y condenemos la violencia cada vez que canta el gallo. Cuando yo, en las manifestaciones de estos días contra la encarcelación de Pablo Hasel (o como se escriba), no he visto violencia. He visto lo de siempre: unos cuantos contenedores quemados, unas farolas rotas, escaparates performanceados a pedradas, la misma moto incinerada repetida doscientas mil veces en las teles y un par de decenas de policías heridos a los que no ha tenido que tratar ningún traumatólogo, que se sepa, sino su manicura, pues solo tenían un par de uñas dañadas. Quizá se las hirieron golpeando y gaseando a mi compañero de CTXT, Israel Merino, después de que ya les hubiera mostrado su acreditación de periodista.

Quemar contenedores y romper escaparates, o dañarle la falange del meñique a un miembro de la Unidad de Intervención Policial, es más que reprobable, pero no es violencia. Ha pasado siempre cuando el pueblo, o parte del pueblo, se rebela contra los poderes, y seguirá pasando. El vagabundo de Chaplin golpeaba a los agentes en el rostro y en el culo para regocijo del espectador pobre, que veía en Charlot su último reducto contra la opresión. Todos nos reímos cuando, en La jungla de cristal, los gilipollas del FBI que pretendían ametrallar el edificio montados en helicóptero, fueron derribados alegremente por los malos. Nadie duda de que Nelson Mandela no hubiera sido premio Nobel de la Paz si no hubiera usado la violencia contra los blanquitos del apartheid. Fue considerado por occidente un terrorista durante décadas. Y no hablemos ya de la resistencia a los nazis, que hubiera sido mucho menos efectiva si se hiciera con nenúfares. Y está el admirado mayo del 68. La primavera árabe. Los constantes enfrentamientos antirracistas en EEUU. La revolución francesa. La lucha por el voto femenino, que en EEUU solo se consideró después de que las activistas lanzaran en 1913 dos bombas sobre la casa del ministro David Lloyd Georges. No hay cambio que se alcance sin violencia, y por eso la violencia es patrimonio del Estado. Cosa con la que estoy de acuerdo. Hasta que se demuestre que lo contrario es necesario.

Si uno se fija un poco en tuiter, todos los días se difunden vídeos de abusos policiales totalmente gratuitos. No es que nuestros policías y guardias civiles sean muy malvados. Ni de coña. Son gente que cumple órdenes al albur de un gobierno: y da la casualidad de que este gobierno, es estos tristes días de ojos arrancados, está en manos del PSOE y Podemos. No de ningún presunto heredero del fascismo.

Algunos periodistas honrados y sagaces, como Íñigo Sáenz de Ugarte en eldiario.es, recuerdan oportunamente lo que sucedió en el Gamonal burgalés hace poco más de un lustro. Los vecinos se pasaron seis meses protestando de manera pacífica para evitar un chanchullo urbanístico que les iba a joder la vida. Nadie les hacía caso. Hasta que alguien cogió un adoquín. El gobierno del PP tildó de terroristas a los vecinos. Los expertos en seguridad de las tertulias (que no son otra cosa que los portavoces oficiosos de los sucesivos ministros de Interior) hablaron muy sesudamente de organizaciones secretas venidas de allende el Gamonal con el fin de desestabilizar el sistema, como si los vecinos del Gamonal fueran idiotas y se dejaran abducir por los espíritus de ETA y de la Baader-Meinhof así como de repente. Y en Burgos. Una de las ciudades más conservadoras de España. Uno de esos sitios donde nunca pasa nada desde el juramento de Santa Gadea, que además fue una invención. Por cierto: los vecinos del Gamonal, una vez empezaron a quemar contenedores, ganaron su justa batalla, y los especuladores delincuentes (dos acabaron en la cárcel) no se llenaron los bolsillos con su miseria barrial. Con su violencia (esa sí que es violencia) ladrona.

En el Rodea el Congreso, también se recurrió al fantasma de los etarras clonados, hasta que uno de los incitadores de la violencia fue grabado cuando gritaba aquello de "soy compañero" a los policías que lo apaleaban. Lo de los polis infiltrados para calentar el ambiente de las manifas dejó de ser leyenda urbana.

Ahora volvemos a lo mismo. Resulta que decenas de miles de personas, inducidas por ese Doctor Infierno que se esconde bajo la frágil apariencia de Pablo Iglesias, van a convertir España entera en un crematorio de contenedores y monjas. Es el discurso que sostienen todos nuestros viejos periódicos de la derecha y de la izquierda presunta. Como si el pueblo fuera lerdo y se dejara manipular por no se sabe qué oscuras fuerzas judeo-masónicas.

Yo no condeno esta violencia. Ni mucho menos. Porque no es tal. Son cuatro anécdotas repetidas mil veces y amplificadas. Como las de esa mujer que lanza un adoquín, pero no alcanza a arrojarlo más allá de un metro. Para convertir en arma el adoquín que nos enseñó estos días Díaz Ayuso, y que haga daño a alguien, hay que ser al menos harrijasotzales. Esos vascos cuyo deporte consiste en levantar grandes piedras. No hay tantos harrijasotzales en España como para que nos asustemos. Esos adoquines no nos van a dar a nadie.

Es triste y desalentador observar cuánta gente se cree el cuento este de la violencia. Os dejo este vídeo, y hay cientos, donde podréis identificar de dónde parte la agresividad que hay estos días en la calle. Pero ya os advierto: a Darth Vader nunca se le ve la cara: lleva casco.


Fuente →  blogs.publico.es 

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