La guerra civil española y el Estado represivo que se impuso una vez acabada la contienda, tuvo numerosas consecuencias específicas sobre las mujeres. En este artículo se analizan las peculiaridades de la represión fascista sobre las mujeres y el encarcelamiento femenino en la ciudad de Valencia.
La represión franquista sobre las mujeres en Valencia
Marta Sanchis Giménez
Marta Sanchis Giménez
La violencia desplegada por los golpistas durante la contienda y el mantenimiento del Estado de Guerra después de 1939, hacían pensar que el final de la guerra no implicaba exactamente la paz. De hecho, la ocupación militar de todos los pueblos de la provincia de Valencia se produjo durante el mes de abril, con la contienda ya finalizada.
La represión y el control social ejercidos por la dictadura afectaron a todos los aspectos de la vida cotidiana y tuvieron numerosas consecuencias a largo plazo. En Valencia, se extendió el pensamiento que se estaba castigando en la ciudad de una forma especialmente virulenta por su larga tradición democrática y su fidelidad en la República, siendo la última capital. La violencia arbitraria de los soldados de Franco en su llegada en los pueblos valencianos favoreció que se los percibiera como «fuerzas de la ocupación».
Los cambios en la situación social y política que tuvieron lugar entre la Segunda República y la Guerra Civil, tuvieron consecuencias significativas en las vidas de las mujeres. Por este motivo una gran parte de la sociedad española consideró que las mujeres republicanas amenazaban las costumbres y provocaban la degradación de las relaciones tradicionales entre hombres y mujeres. El alzamiento militar y la dictadura franquista se caracterizaron por su voluntad de contrarrestar estos adelantos, así como para cuestionar y castigar a aquellas mujeres que más activamente habían participado, desafiando el rol de género que se los había impuesto.
La ideología nacional católica caracterizaba los mecanismos franquistas de castigo hacia las mujeres: el objetivo principal era reeducar y reconstruir la moral de las mujeres a través de la imposición de un discurso de género basado en los modelos tradicionales de la feminidad, el catolicismo y la estructura y jerarquía patriarcal.
Sin embargo, la dictadura franquista no inventó nada de nuevo respecto del modelo de mujer que pretendió imponer, puesto que la familia patriarcal y el modelo tradicional de madre y esposa estaban arraigados en la mentalidad de la sociedad española. Las novedades se encuentran más bien en el esfuerzo porque este modelo fuera el único posible y al evitar las desviaciones por medio de la intervención política. Para conseguirlo la dictadura franquista aprobó numerosas leyes que premiaban y protegían la institución de la familia mientras se privaba las mujeres de la independencia como individuos y ciudadanas. La constante vigilancia y control de instituciones como la Iglesia católica y la Sección Femenina fueron también clave en el proceso de imposición del modelo de género tradicional.
Así pues, los modelos socioculturales se convirtieron en normativos para el régimen franquista, el que produjo una redefinición en clave maternal y «doméstica» de la mujer, acompañada de una reducción de sus funciones en la esfera pública. Un proceso que fue esencial para la construcción de un Nuevo Estado, necesariamente católico, en una España nacional y fascista.
Placa Ayuntamiento de València en memoria de las mujeres presas de la Antigua Prisión Provincial de Valencia. Foto: Wikipedia |
Muchos fueron los mecanismos utilizados para relegar a las mujeres a la esfera privada, como por ejemplo la diferenciación sexual y la orientación hacia aquello doméstico, la educación en espacios no mixta y la enseñanza diferenciada, los intentos para apartar a la mujer del mundo laboral, aumentando así su dependencia económica y situando a aquellas que trabajaban en una situación de vulnerabilidad. Los medios de comunicación también estaban cogidos por un discurso de género que promovía el perfil conservador de la feminidad y los valores políticos de la dictadura.
Entre todas estas imposiciones se construía a la vez el llamado antimodelo de mujer. Este antimodelo lo encarnaba la mujer «roja», palabra utilizada por los represores para referirse a cualquier mujer a la que quisieron degradar o insultar, cualquier mujer que podía estar o no afiliada a un partido político, a un sindicato o a una asociación, cualquier mujer que podía ser madre, amiga, compañera, hermana, pareja o amante. Una palabra que en la boca de los falangistas tenía un sentido ambiguo. Ambiguo porque englobaba en un mismo paraguas a mujeres diversas, solo con un nexo común: su vinculación de una forma u otra con el bando derrotado de la Guerra Civil.
Estas mujeres eran consideradas el antimodelo de mujer porque transgredían las normas, invadían el espacio público participante en la vida política, se vestían de una forma «masculina» (pantalones, mono, pistola…) y además marchaban como voluntarias en los diferentes frentes a luchar por la República.
La consideración heterogénea de estos grupos de mujeres supuso un castigo específico y desmesurado por su condición «femenina ». . A pesar de que en términos numéricos la represión franquista a nivel judicial fue mayor en los hombres que en las mujeres, hay aspectos cualitativos propios de la represión dirigida a las mujeres que no pueden ser obviados. Aparte que las mujeres, en muchos casos, fueron detenidas por la vinculación de sus parientes masculinos con el bando derrotado, ellas, a diferencia de los hombres, no solo fueron acusadas de rebelión por su militancia política, sino que principalmente fueron represaliadas, enjuiciadas y condenadas por su transgresión social y moral.
Ellas habían conseguido salir del espacio doméstico y privado, atacar al modelo patriarcal de la feminidad y habían expresado libremente su posicionamiento político y personal. Su castigo se veía agraviado por el cuestionamiento y ataque a la intransigente moral de los golpistas. Es por eso que su vida privada y su conducta moral habían estado presentes en las acusaciones.
Desfilar por los consejos de guerra sin ropa, la prisión y la muerte fueron algunas de las formas con las que fueron torturadas y castigadas. También con castigos físicos o métodos de tortura específicos como « “la rapada de pelo, la ingesta de aceite de ricino o la limpieza de los lugares públicos como la plaza del pueblo, la iglesia, viejos edificios o cuarteles militares». Del mismo modo, las agresiones sexuales y las violaciones formaron parte de la peculiaridad de su represión.
Históricamente, el encarcelamiento femenino ha sido enfocado desde la domesticidad, el castigo, el trabajo forzado y la moralización. Desde el inicio de la prisión, tal y como la conozcamos ahora, las mujeres han sido castigadas doblemente: por su condición de infractoras de la ley y por la transgresión a las normas heteropatriarcales que rigen la condición de mujer. Esta transgresión de la normatividad fue clave en el proceso de resistencia pero también de violencia sobre las mujeres durante la época franquista.
En Valencia ciudad, las mujeres, en el momento en el que eran detenidas no solían ser conducidas directamente en la Prisión Provincial de Mujeres o en la Prisión Nueva del Convento Santa Clara. Previamente pasaban por los espacios más oscuros recordados por todos los testigos: las comisarías, los cuarteles de la Guardia Civil y otras dependencias políticas o militares o los suyos de la Falange. La arbitrariedad que había en aquellos lugares era absoluta: podían no tener abierta una causa judicial, permanecer allá durante días y semanas y recibir castigos físicos que podían incluso acabar en la muerte.
La martirizaron (···) Llegó un momento en que mandó una notita para que le mandaran veneno porque ya no podía más. Estuvimos diecinueve días en la comisaría; a mí me pasaron por la sala de las corrientes pero no me las pusieron. Pero patadas, bofetadas y puntapiés, todos los que quisieron (···) estábamos en manos de un morfinómano y un loco (···) Bueno, yo perdí tres o cuatro veces el conocimiento. Por fin nos llevaron a la cárcel. Fue una sensación de libertad entrar en la cárcel).
Al mismo tiempo que el ejército franquista procedía a la ocupación de la provincia de Valencia, miles de personas fueron detenidas, tanto militares como civiles. El número de presas era tan grande que fue necesario que habilitar espacios porque funcionaron como centros penitenciarios: antiguas escuelas, conventos, dependencias municipales, plazas de toros, fábricas…Eran centros improvisados en los que se amontonaba la gente y donde destacaban la falta de higiene, el hambre, las enfermedades y los abusos por parte del personal penitenciario. La prisión Provincial se construyó en el año 1925 y estaba pensada para recibir a no más de un ciento de presas. Sin embargo, según el libro de filiaciones, solo entre abril y noviembre de 1939 ingresaron en ese centro unas mil quinientas presas. La Prisión Nueva Convento de Santa Clara llegó albergar hasta mil doscientas mujeres.
Desfile de las tropas franquistas en la plaza del Ayuntamiento de Valencia el 31 de marzo de 1939. Foto: Finezas, Biblioteca de Valencia |
Las reformas republicanas impulsadas por Victoria Kent para mejorar las condiciones de las mujeres en las prisiones fueron rápidamente suprimidas por la dictadura franquista. La Iglesia católica y las órdenes religiosas recuperaron la influencia que siempre habían tenido en el ámbito penitenciario hasta la llegada de la República. En en cuanto al personal de las prisiones, muchos de ellos recibieron su puesto de trabajo como «premio» por haber apoyado al golpe de estado. Algunos testimonios de mujeres presas destacan las actuaciones de las hermanas Brunete en la prisión Provincial por su dura disciplina, desprecio y mal trato a las reclusas.
«Aquella mujer era como un sargento; iba detrás de todo el mundo exigiendo cosas; entonces fue cuando empezaron a obligarnos a cantar con el brazo en alto después de las formaciones [···]. Todo esto era la labor de esa mujer, que era malvada. El paso de esta mujer por la cárcel fue funesto para todas; y durante bastantes años»
En las prisiones, negarse a participar en los rituales católicos podía ser motivo de graves consecuencias. En la misma línea, el trabajo de las presas estaba orientado a las tareas que se consideraban propias del género femenino, principalmente relacionadas con la costura, la limpieza o las curas.
Los niños y las niñas también fueron víctimas de estas condiciones vitales, puesto que se veían afectados por las enfermedades, la falta de comer o agua, o bien eran separados de forma forzada.
No obstante, a pesar de que las prisiones se caracterizaban por su masificación y por las condiciones vitales miserables, muchas presas afirmaban que era mejor entrar en la prisión que estar en manos «de aquellos miserables».
Además, a pesar de las duras condiciones que imperaban en las prisiones franquistas, las mujeres presas tejieron redes de solidaridad y apoyo mutuo, se organizaron y trataron de enfrentarse en numerosas ocasiones al personal penitenciario. Muchas presas boicotearon los actos de la dictadura y mostraron su solidaridad con las mujeres incomunicadas, asumiendo las consecuencias que aquello podría suponer para ellas.
La dictadura franquista utilizó numerosos mecanismos de represión específica hacia las mujeres, no solo con la intención de castigarlas sino también para humillarlas, violentarlas y desmoralizarlas. La mera supervivencia de las mujeres presas durante el franquismo ya era una forma de resistencia ante la dictadura.
Estas mujeres fueron condenadas por pensar, expresarse, sentir, ser y actuar conforme a sus ideales.
Ahora, reivindicamos la memoria de las mujeres que transgredieron la normatividad y que fueron asesinadas para defender la libertad y luchar contra el fascismo y el patriarcado. Ahora, reivindicamos la memoria de las mujeres que sufrieron la crueldad y la violencia de un sistema penitenciario violento y fascista en la ciudad de Valencia, porque su memoria pueda salir de los barrotes en los que estaban presas.
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