María Domínguez Remón, cuyos restos mortales fueron exhumados recientemente, aseguró que la mujer, en la nueva sociedad, gozará de todos los derechos, al igual que el hombre.
La primera alcaldesa de España, asesinada por el franquismo, fue también maestra / Félix Población:
A finales del pasado mes de enero, después de tres días de
trabajos de excavación en el cementerio de Fuendejalón (Zaragoza),
fueron hallados y exhumados los restos mortales de quien fue la primera
alcaldesa de España: María Domínguez Remón. Lo fue de la localidad
aragonesa de Gallur, tras la dimisión en pleno de la corporación y
acordar el gobernador civil que era la persona idónea para dirigir la
comisión gestora que se hizo cargo del Consistorio. Domínguez ocupó el
cargo entre julio de 1932 y febrero de 1933 y fue fusilada por las
tropas sublevadas en septiembre de 1936 a los cincuenta años de edad. A
la espera de corroborar su identidad con el ADN de sus descendientes,
se trata sin duda de un hecho que precisa recordación, tanto por haber
sido la primera mujer al frente de un gobierno municipal en la historia
de este país, como por la propia personalidad de María Domínguez.
María Domínguez (1882-1936) nació en Pozuelo de Aragón, de padres jornaleros, pobres y analfabetos, y desde muy chica se dedicó a las faenas agrarias: espigar, vendimiar, arrancar el trigo y la cebada. Eso no impidió que ya de niña se interesara por deletrear todo impreso que cayera en sus manos, desde romances de ciego a periódicos viejos. Contó para ello con la colaboración de su padre, que le contaba cuentos después de la cena, pero también con el reproche de su madre, que la quería mujer en su secular atraso, de las que llevaban la vista al suelo cuando se cruzaban con los hombres por la calle. “¿Le vas consentir que aprenda a leer?”, le decía a su marido, a lo que este respondió una vez: “Ya no tiene remedio, mujer, ya sabe”.
Siguiendo
las costumbres de su tiempo, a María la casaron sus padres a los 18
años con un hombre que bebía, no trabajaba y la maltrataba, por lo que
acabó por irse de casa después de soportarlo siete años. Sus padres la
hicieron regresar de Barcelona ante las promesas de enmienda de su
esposo, pero una vez más abandonó el hogar conyugal por nuevos
maltratos. Finalmente, después de comprar una máquina de hacer media en
su pueblo natal, logró María una cierta estabilidad que le permitió
dedicar más tiempo a la lectura y a la escritura, hasta el punto de
decidirse a escribir un texto como grito de protesta de una campesina y
enviarlo diario republicano El País. Para su sorpresa, el director
Roberto Castrovido lo publicó con el solo retoque de corregir su
ortografía.
Animada por esa primera publicación,
María Domínguez envió más artículos al periódico republicano de
Zaragoza, El Ideal de Aragón, en el que firmó con el seudónimo de
Imperia, al semanario socialista Vida Nueva de Madrid y al
diario Avante de Tolosa. Gracias a trabajar como asistenta en el
domicilio del director del primero de los diarios, que poseía una gran
biblioteca, la joven María logró desarrollar una cierta cultura
autodidacta que le fue de gran utilidad para iniciarse después en su
primera experiencia pedagógica en la localidad navarra de Mendiola, en
el valle navarro de Baztán, y que explicó así en una entrevista al
periodista del diario Ahora Vicente Sánchez Ocaña, publicada el 27 de
octubre de 1932:
“Mis conocimientos como
autodidacta eran muy irregulares. Había leído a Victor Hugo, Zola,
Blasco Ibáñez, Dumas, Kropotkin y Pi y Margall, pero no sabía la regla
de tres. Abría la escuela a siete de la mañana y la cerraba a las diez
para desplazarme andando durante una hora al vecino pueblo de Almando,
en donde su amigo don Pedro Rubio, el maestro, me enseñaba la lección
que debía explicar por la tarde. Me volvía a Mendiola, abría la escuela
a la una, daba la clase, cerraba a las tres y volvía a ir a Almando
para que don Pedro le explicase la lección del día siguiente”. En total
cinco horas de maestra, cuatro de caminante y dos de alumna,
demostración cabal del celo didáctico que presidió aquel primer bienio
de la segunda República y de quienes la apoyaban.
En
1926, María Domínguez se casó en Gallur con su segundo marido y lo
hizo con mejor suerte que con el primero, ya fallecido. Se trataba de
Arturo Segundo Romanos, un esquilador viudo, militante del Partido
Socialista, con el que creó en el pueblo la sección local de la UGT en
los años de la dictadura de Primo de Rivera, aunque más tarde se
separaría de este sindicato. En julio de 1932 fue destituido por el
gobernador civil el ayuntamiento de Gallur, que databa de las
históricas elecciones de abril de 1931 que trajeron la segunda
República, y fue designada María Domínguez presidenta de la comisión
gestora y alcaldesa por lo tanto de la localidad. En calidad de tal
dicta el 29 de julio el primer bando municipal que lleva en España la
firma de una mujer y de que tenemos noticia gracias a la transcripción
del mismo por el redactor de Ahora:
“De orden de la señora presidente de la Comisión gestora municipal, en sus funciones de alcaldesa de esta villa, hago saber:
-Queda prohibido bañarse un trozo de río comprendido entre el Espigón y Puente de Cinco Villas.
-No se consentirá que las personas en estado de embriaguez permanezcan en los establecimientos ni en la vía pública.
-Los
juegos de envite y azar quedan terminantemente prohibidos, y serán
perseguidos tenazmente por los agentes de mi autoridad.
-Por
ningún concepto consentirá esta Presidencia, ni la Comisión, los
escándalos públicos y que a nadie se moleste, bajo ningún pretexto, por
sus doctrinas o creencias, advirtiendo que sobre este particular ha de
ser en todo momento intransigente”.
María
Domínguez, acaba su bando así: “De la prudencia del vecindario espera
esta Presidencia no verse obligada a imponer sanciones, que le serían
muy enojosas; pero en caso de incumplimiento de lo dispuesto en este
bando sería enérgica e inexorable, sin tener para nada en cuenta la
condición política o social de los infractores”.
Entre sus gestiones como alcaldesa, a lo largo de tan solo cinco meses, creó bolsas de trabajo para paliar el desempleo, promovió una escuela unitaria de niños y niñas y adecentó las aulas, contratando limpiadoras para que esa labor no recayera en los alumnos. Como resultas de la ley aprobada en el Congreso que sustituía las comisiones gestoras de carácter transitorio, María Domínguez dimitió un tanto desilusionada de la política. Puede que a partir de ahí se dedicara a la docencia y a sus colaboraciones periodísticas, en las que destacaba por la ironía de su estilo incisivo y la utilización a veces de su seudónimo, María la tonta, apodo con el que que se la conocía en el pueblo de joven por aquello de bajar la vista al paso de los varones.