Un caluroso día 18 de julio de 1936, un grupo de militares africanistas se sublevó contra la Segunda República española, elegida democráticamente cinco años atrás. La rebelión triunfó en Galicia, León y zonas de Andalucía. España quedó dividida en dos sectores militares, el republicano y el fascista. Para todos los españoles comenzaron tres años de fuego, dolor y sangre, ¡tres años de agonía! ¿Y para las mujeres españolas? ¿Qué supuso la guerra civil para las mujeres de ambos bandos? Recordemos la organización y la movilización que ellas llevaron a cabo en muchos casos y lugares insólitos. Revivamos la violencia que se ejerció contra las mujeres. ¡Las violaciones fueron pan de cada día en aquella guerra fratricida! Si lo olvidamos, corremos el peligro de mutilar la memoria sobre su iniciativa, sobre sus capacidades y sobre sus propias posibilidades como mujeres.
EN LA RETAGUARDIA, EN LA CALLE, LAS REPRESALIAS
Tras años de lucha por la conquista de sus derechos, la Segunda República convirtió a la mujer en protagonista, y en algunos ámbitos de la vida ella fue ocupando el lugar que le correspondía. Ganaron en visibilidad en diferentes espacios, públicos y privados. Incluso en los años anteriores a la dictadura de Primo de Rivera, las mujeres ya se habían asociado en diferentes sindicatos y se habían afiliado a las ramas femeninas que algunos partidos políticos habían creado. La dictadura de Primo de Rivera otorgó algunas mejoras para las mujeres. Pero la República significó un paso importantísimo en la lucha de las mujeres por sus derechos. La Constitución los recogió, no fue ajena a ellos. El artículo 39 señalaba que «los españoles podrán asociarse o sindicarse libremente para los distintos fines de la vida humana conforme a las leyes del estado», sin distinción de sexo.
Entones surgieron diversos colectivos organizados femeninos. La Asociación de Mujeres Antifascistas (con diversas denominaciones según la época: Mujeres contra la Guerra y el Fascismo en su inicio, Agrupación de Mujeres Antifascistas durante la guerra civil y Unión de Mujeres Antifascistas o Asociación de Mujeres Antifascistas Españolas en el exilio republicano) fue una entidad asociativa de carácter feminista y unitaria creada en España en 1933 por el Partido Comunista. Junto con Mujeres Libres, de carácter anarquista, sin duda la Asociación de Mujeres Antifascistas fue la organización feminista más importante de la época.
La guerra civil actuó como catalizador en la movilización femenina. Pero no solo las mujeres republicanas se organizaron en diferentes ámbitos. También las formaciones de derechas desarrollaron su asociacionismo femenino: Falange Española fundó su Sección Femenina, las mujeres carlistas mantuvieron su organización de las Margaritas, apareció el Auxilio Social. Ello significó una ruptura del confinamiento tradicional de muchas mujeres en el hogar y les dio, por primera vez, una visibilidad pública colectiva. Las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona y Valencia, fueron los escenarios más destacados para estas movilizaciones. El franquismo se encargó, a partir de 1939, y durante casi cuarenta años, de sepultar las organizaciones de las mujeres republicanas por medio de la represión, la cárcel, los paredones de ejecución y el exilio.
Los dos proyectos políticos que se enfrentaron en el conflicto español entre 1936 y 1939 incorporaron muy distintos modelos de mujer, de familia, de sociedad y de relación entre géneros. De este modo, las mujeres que formaron parte de uno u otro bando llevaron a cabo su papel en el desarrollo de la contienda en base al ideario de su respectivo gobierno, a pesar de que la lógica del conflicto condicionó a ambas partes. En la zona republicana, la mayoría de las mujeres de clase alta y nobleza habían huido hacia la franja nacional; otras, estaban escondidas. En la línea controlada por los nacionales, las mujeres de la burguesía y aristocracia conservaban intactos todos sus privilegios.
La escasez de alimentos durante la guerra provocó un duro racionamiento. Lentamente fue implantándose en toda la zona republicana. Las ciudades de Madrid y Barcelona fueron las que más padecieron esta falta de abastecimientos. Para conseguir productos de primera necesidad, había que hacer cola, colas y más colas. En general, repletas de mujeres, estas colas suponían muchas horas de espera. Ellas, las mujeres, se veían obligadas a soportar los rigores del invierno o la severidad de los rayos del sol del inclemente verano, muchas veces llevando en brazos a sus hijos pequeños. La falta de alimentos causaba estragos. Para obtener pescado, huevos, carne y leche se exigía receta médica. Después se racionó el pan. Cuando lo que se conseguía no era suficiente para alimentar a la familia, las mujeres recurrían al trueque, cambiaban unas cosas por otras, hasta que las existencias se agotaban. Las amas de casa fabricaban jabón, lejía, zapatillas y ropa que luego trocaban por comida. La búsqueda de provisiones era constante. Las que no tenían nada que cambiar se arriesgaban a robar comida de las granjas que estuvieran más cercanas. Y también acudían al estraperlo, término usado como sinónimo de mercado negro.
Las organizaciones republicanas llevaron a cabo tareas asistenciales en el campo de la salud. Formaba parte de la tradición situar a la mujer en el ámbito de las habilidades para la nutrición y el cuidado de los ancianos, niños y enfermos. Pero entonces, además, ellas pasaron a participar en tareas benéficas y asistenciales ayudando al ejército y al gobierno mediante la petición de donativos y confección de ropa, la celebración de homenajes a los soldados del frente y de la retaguardia, la dedicación a comedores sociales y lavanderías, y toda la asistencia posible a los heridos y a los familiares de los combatientes, niños y ancianos. También estuvieron en contacto con los frentes de combate en calidad de enfermeras, salvando vidas en medio de un infierno de cuerpos desmembrados, quemados. Allí jugaron un papel muy relevante. También en actividades de apoyo a los combatientes, sobre todo actuando como «madrinas de guerra», a través de la correspondencia con los soldados. Y estuvieron los frentes de guerra como milicianas.
Durante la guerra, conviene recordar el papel desempeñado por el cuerpo de enfermeras. Consiguieron, entre muchas otras cosas, que los servicios sanitarios siguieran funcionando, incluso después del gran aumento de necesidades durante el conflicto. En cuanto éste comenzó, el personal sanitario comenzó a ser movilizado con la finalidad de prestar auxilio a las víctimas de la contienda. Ante el aumento de la demanda de cuidados, cada vez eran más las jóvenes voluntarias que se desplazaban a los lugares requeridos para atender a los heridos. Las impulsaba el compromiso político, o bien el altruismo. A veces, ciertas voluntarias carecían de formación sanitaria o bien esta era bastante incompleta.
Pero las mujeres en la retaguardia no solo se ocuparon de esas actividades más ligadas a cuidados. Su presencia, sobre todo en el campo, siempre había sido constante, pero en aquellos momentos tenían que hacerse responsables también de suplir el trabajo de los hombres que luchaban en el frente. Lo mismo ocurría en los talleres y en las fábricas. En zonas republicanas como Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante y Cartagena, las mujeres trabajaron en las industrias de material de guerra. En Cataluña, a través del Institut d’Adaptació Professional de la Dona, que formó a miles de mujeres para el acceso femenino al trabajo en las fábricas de esas características. Funcionó de forma ejemplar. Y no olvidemos el papel de ellas en la construcción de refugios, allí donde caían bombas.
Dentro de este apartado no podemos olvidar a la escritora riojana de la generación del 27 («Las sin sombrero») María Teresa León. Mujer de gran inteligencia y belleza, fue un nombre más en esa lista interminable de mujeres relegadas al olvido, más aún si estas habían sido militantes comunistas y defensoras de la Segunda República.
León consideraba que el teatro se había convertido en una de las herramientas de propaganda más importantes para la causa republicana y para conseguir ganar la guerra. Por ello quiso dirigirlo sobre todo a las masas. En este contexto fundó Las Guerrillas del Teatro, compañías itinerantes que desarrollaron lo que dio en llamarse un «teatro de urgencia». Este constituía un teatro de agitación y propaganda al servicio de la revolución. Fiel reflejo de la realidad, pretendió que sirviera, sobre todo, para educar, tanto en las trincheras como en las fábricas, y se convirtiera en un instrumento de guerra que sumara fuerzas al frente.
Pero a partir del 1 de abril de 1939, tras ganar la contienda, el general Franco impuso una férrea dictadura. En la escuela, en la Iglesia y en muchas familias de nuevo se educó a las niñas y jóvenes en el ideal de la sumisión, de la abnegación, del sacrificio.
PASIONARIA Y LA ASOCIACIÓN DE MUJERES ANTIFASCISTAS
En 1933, el comunista búlgaro Gueorgui Dimitrov, secretario de la III Internacional, envió una carta a Bernadette Cattaneo, destacada dirigente comunista belga. ¿Sabia Dimitrov la importancia que alcanzaría aquella misiva? Proponía la creación de una asociación de carácter internacional que agrupase a las mujeres de manera unitaria contra el fascismo y los planes de guerra de los países fascistas Alemania e Italia. Sugería que esta organización recibiera el nombre de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo.
Ese mismo año 1933, Dolores Ibárruri, (a) la Pasionaria, recibió la visita de la delegación de la asociación Mujeres contra la Guerra y el Fascismo con el requerimiento de formar la sección española. La puesta en marcha de la organización no se hizo esperar. A lo largo del año se crearon comités de iniciativa por toda la geografía española. Esta organización femenina pasó a llamarse luego Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), y en ella se integraron un gran número de mujeres activistas de la izquierda política durante la Segunda República. Fue la organización feminista más importante de la época, junto con Mujeres Libres, vinculada a la CNT, y la Unión de Muchachas de la Juventud Socialista Unificada (JSU), liderada, entre otras jóvenes, por la catalana Margarita Abril. Dolores Ibárruri, destacada y carismática dirigente comunista, presidía el Comité Nacional de AMA. Junto con esta organización, la Unió de Dones de Catalunya (UDC) – vinculada al Comité Mundial de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo-, jugó un papel decisivo en los primeros años. Esta última se había constituido en noviembre de 1937, en el Palacio de la Música Catalana, bajo la iniciativa del PSUC y de la mano de la maestra Dolors Piera. Pero en su dirección ocupaban un lugar importante mujeres ligadas al nacionalismo catalán, como Dolors Bargalló, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el partido político que gobernaba en el gobierno autonómico de Cataluña. Detengámonos un momento en esta figura. Feminista i propagandista d’Esquerra, Bargalló, en 1931, fue una de las militantes pioneras de ERC que impulsó la creación de la sección femenina del partido. Intervino en más de 400 mítines y conferencias. En 1939 se exilió a México, donde murió. También destacó la maestra Josepa Blanes (seudónimo de Reis Bertral), del Partit Català Proletari (Estat Català) y la Aliança Nacional de Dones Joves, cuya líder más destacada fue la leridana Teresa Pàmies, que se convirtió en un elemento clave, ya que el gobierno de la República le encomendó la asistencia en los frentes de batalla y el auxilio a los combatientes. Llegó a contar con más de cincuenta mil miembros y 225 grupos. La Agrupación de Mujeres Antifascistas parece que alcanzó las sesenta mil afiliadas. Se estima que la UDC logró unas treinta mil socias. Aunque la militancia en estas agrupaciones fuese limitada, sus integrantes estaban convencidas de que no era una lucha particular de las españolas, sino una lucha a favor de toda la humanidad. Esta idea se deja ver en la transposición del lenguaje del frente de batalla a la retaguardia.Al finalizar la guerra, todas estas mujeres iniciaron el camino del exilio.
¿Quién era la Pasionaria? La dirigente comunista Dolores Ibárruri Gómez nació en Gallarta, Vizcaya, en 1895, en el seno de una familia minera conservadora y falleció en Madrid en 1989. Sus estudios fueron escasos, de muy niña entró a trabajar como sirvienta. Se interesó por la lucha obrera bajo la influencia de su marido, un militante socialista con el que se casó a los veinte años. Dos años después de esto, en 1917, se produjo una huelga general revolucionaria en diferentes lugares de España. En ella, Dolores entró por vez primera en acción y adquirió prestigio como oradora y articulista política. Pronto se le reconocía: de estatura elevada, vestía siempre de negro y se recogía el cabello en un austero moño. El triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia la impresionó profundamente y participó junto con la agrupación socialista de Somorrostro, de la que era miembro, en la escisión del PSOE que dio lugar al nacimiento del Partido Comunista de España (PCE). En 1930 formó parte de su Comité Central y en 1931 se trasladó a Madrid para trabajar en la redacción del periódico del partido, el Mundo obrero. Activista incansable, estuvo dos veces en la cárcel en el período 1931-1933. Cuando la sublevación de los militares en 1936, hacía poco que había sido elegida diputada por Asturias, lo que acrecentó su carisma popular. Durante la guerra civil desplegó una gran actividad de propaganda, llegando a convertirse en símbolo de la resistencia y combatividad de la España republicana. Tras la derrota militar se exilió a la Unión Soviética (1939-1977), continuando su labor como representante de España en la Internacional Comunista. Ensalzada por unos, menospreciada por otros, lo que no puede negarse es que ha pasado a tener un lugar en la historia.
A pesar de su origen, la Asociación de Mujeres Antifascistas no solo estaba formada por mujeres comunistas. En ella también había socialistas y republicanas, así como republicanas católicas vascas. El grueso de la organización lo formaban las afiliadas a partidos políticos que hacían causa común con el Frente Popular, que se había formado tras las elecciones de febrero de 1936 que le dieron el triunfo. Entre sus miembros, además de Dolores Ibárruri, destacaron Margarita Nelken y Matilde Cantos. Fueron sus dirigentes Lina Ódena, una joven que tres años después se suicidaría en el frente, Encarnación Fuyola, que murió exiliada en México, y Emilia Elías, maestra, que tras la guerra se exilió también a México formando parte de la primera expedición de republicanos españoles, de la que los maestros fueron parte sustancial, que se llevó a cabo a bordo del barco Sinaia. La revista Mujeres era su órgano de propaganda. El 15 de febrero de 1936, cinco meses antes de estallar la guerra, se editó el primer número. En su consejo de redacción figuraba un grupo de mujeres que tuvieron gran relevancia en esos trágicos años: además de Ibárruri, Nelken, Fuyola y Ódena, formaron parte de él Aurora Arnaiz, Eveline Kahm y Emilia Pagnon. Su contenido definía con claridad el compromiso de sus dirigentes con la clase obrera, con la liberación de la mujer y, lógicamente, con la lucha antifascista.
Cuando acabó la guerra, con muchas de sus afiliadas fusiladas o en prisión, la Asociación de Mujeres Antifascistas pasó al exilio y permaneció activa sobre todo en Francia y México, conservando el mismo nombre, al que solo añadió la palabra «Españolas» (AMAE). En Francia, muchas de ellas colaboraron con el maquis durante la segunda guerra mundial y se reorganizaron después de la victoria de los Aliados. Su primer congreso en el exilio se celebró en 1946, en la ciudad francesa de Toulouse, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Mantuvieron su ayuda a los refugiados y a los presos en cárceles españolas, aunque fue en México desde donde continuaron luchando más activamente. Sus actividades se prolongaron hasta la liberación del último preso político en España, momento en el que se disolvieron.
Pero las organizaciones de izquierda presentaban fisuras políticas y ello se hizo también patente en las asociaciones femeninas. Las organizaciones femeninas tenían intereses comunes en cuestiones fundamentales, como educación, trabajo remunerado, pero lo cierto es que también se mostraron heterogéneas. La hostilidad y la discordia de los partidos de izquierda marcaron sus relaciones. Los marxistas disidentes y los anarquistas querían unir la lucha antifascista a la revolucionaria. Sus propuestas chocaban con la oposición de comunistas y socialistas, que defendían primero ganar la guerra y después hacer la revolución. En mayo de 1937, en diversas zonas de Cataluña, tuvo lugar lo que se conoce como «els Fets de Maig» (los Sucesos de Mayo), que enfrentaron a los grupos anarquistas y trotskistas (partidarios de la Revolución), por un lado, con el gobierno de la República, la Generalitat de Cataluña y algunos grupos políticos, por otro. Fue una guerra civil dentro de otra guerra civil. Como consecuencia de estos hechos, los anarquistas y marxistas disidentes desaparecieron del ruedo político.
MUJERES LIBRES
Amparo Poch, médico de profesión, nació en Zaragoza recién comenzado el nuevo siglo, en 1901. Poco después de que en noviembre de 1933 la derecha y el centro derecha ganaran las elecciones generales abrió una consulta en el barrio madrileño de Vallecas, destinada a mujeres obreras y a sus hijos. Además de esta tarea, Poch promovió programas de educación sanitaria para reducir la mortalidad infantil y publicó documentos con consejos para mujeres durante el embarazo y la lactancia. Entre otros artículos, redactó el informe titulado La vida sexual de la mujer. Un radiante día de primavera de 1936, junto con Lucía Sánchez Saornil, telefonista, poeta y escritora autodidacta, y Mercedes Comaposada, periodista, fundó la agrupación Mujeres Libres. Este grupo desarrolló sus actividades hasta febrero de 1939. Poch, mujer de espíritu libre de toda sujeción, tenía que haber sido Ministra de Sanidad, pero era del Partido Sindicalista y el presidente del gobierno, el socialista Francisco Largo Caballero, otorgó el cargo a la anarquista Federica Montseny, para contentar a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI), en aquellos momentos muy importantes. Poch colaboró con Montseny: montó los hospitales de guerra y se disputó el protagonismo con Norman Bethune, el médico canadiense al que se atribuye el uso de los primeros bancos móviles de transfusiones de sangre. Exiliada a Francia, en 1965 le diagnosticaron un cáncer cerebral. Quiso volver a su Zaragoza natal, junto a su familia, pero sus hermanas no quisieron volver a verla, acusándola de ser la «ignominia de su casa».
El grupo de Mujeres Libres, vinculado al Movimiento Libertario, tenía como principales objetivos la liberación de la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica, social y política, lo que incluía su participación no solo como militante de base en la CNT, sino también en los diversos organismos de dirección de la misma. La organización no se limitaba a reivindicar los derechos de las mujeres, luchaba también por la Revolución social y, por la igualdad de todos los seres humanos. Las militantes de Mujeres Libres fueron unas verdaderas transgresoras. El grupo llegó a contar con alrededor de veinte mil afiliadas, la mayoría de ellas pertenecientes a la clase obrera.
En el número 1 de la revista Mujeres Libres, aparecida el 20 de mayo de 1936, dos meses antes de estallar la guerra, se hacía la mejor definición de su programa. Anarquista, libertaria y emancipadora, la publicación se dirigía a las mujeres obreras y tenía como meta «despertar la conciencia femenina hacia ideas libertarias» y sacar a la mujer «de su triple esclavitud: de ignorancia, de mujer y de productora». El primer número se agotó casi inmediatamente, el segundo apareció el 15 de junio y el tercero, justo antes de comenzar la guerra civil. En total, se publicaron catorce números mensuales hasta 1938.
Lo que más llama la atención de este grupo de mujeres es cómo planteaba la problemática femenina. Sobre todo teniendo en cuenta la época. Con temas que abarcaban desde la abolición de la prostitución, a la educación mixta, la necesidad de establecer comedores o guarderías populares o el amor libre, denunciaban que el modelo tradicional de familia fomentaba las desigualdades. Por un lado, porque mantenía las dependencias económicas en la que se sustentaba el patriarcado. Y, por otro, porque amparaba la sumisión de las mujeres a los hombres dentro de la familia: estas carecían de todo derecho a expresarse dentro de ella. La incorporación de la mujer al trabajo asalariado —coincidía con el resto de organizaciones femeninas de izquierdas de la época— era uno de los principales campos de batalla de Mujeres Libres.
Durante la guerra, la organización hizo hincapié en la importancia de las actividades femeninas en la retaguardia, poniendo énfasis sobre todo en la alfabetización y en la educación infantil. Para que a las mujeres les fuese posible llevar a cabo este programa, pusieron en marcha comedores y guarderías populares en los lugares de trabajo. Mujeres Libresreclamaba, además, la necesidad de la educación sexual, planteando temas hasta entonces tabús, como los métodos anticonceptivos o el aborto. Estas anarquistas nunca se definieron como feministas. Para ellas, el feminismo era un movimiento burgués, centrado en ganar el derecho al voto y entrar en el mercado laboral en los mismos términos que el varón. Pero tenían claro que, para la clase obrera, el trabajo no era necesariamente liberador. Lo que querían no era acceso igualitario a un sistema de privilegios, sino un nuevo sistema sin privilegios.
Dadas las diferentes concepciones que sobre la función de la mujer existían dentro del Movimiento Libertario, las reivindicaciones de Mujeres Libres y su postura ante la cuestión femenina fueron criticadas en el seno de la CNT, y faltó apoyo para que algunos de sus propósitos pudieran lograrse. No obstante, su labor en la retaguardia durante la guerra fue enormemente positiva y el espíritu que las animaba acompañó a la mayor parte de ellas en el exilio, donde las circunstancias llevaron a Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch y Gastón.
‘LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER’ (SVETLANA ALEKSIÉVICH)
A lo largo de la historia las mujeres han sido y siguen siendo objeto prioritario de las fuerzas militares en su ataque a objetivos civiles. La guerra civil española no fue una excepción a la regla. Se produjeron abusos sexuales en los dos bandos contendientes, aunque la mayoría de historiadores consideran que fue en la llamada zona nacional donde se dieron de forma más sistemática.
En la zona republicana no hay constancia de que se formalizaran por parte de los gobiernos o las direcciones de las organizaciones castigos infamantes, como rapar, pasear en público, violar. Pero si ocurrió en la zona nacional, donde estas medidas contaron, si no con el apoyo, al menos con la tolerancia de los mandos.
Estas agresiones pronto se pusieron de manifiesto. El jefe de la sublevación militar en Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano, nada más controlada la situación en la zona, empezó a utilizar los micrófonos de Radio Sevilla para dar cada noche una de sus charlas propagandísticas. Con voz fuerte y estentórea, Queipo hablaba de las barbaridades cometidas por sus hombres durante el día:
“Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a sus mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que pataleen y forcejeen”.
E iba más lejos: con el fin de atemorizar a la población explicaba las atrocidades que tenían previstas para el día siguiente al entrar en tal pueblo o ciudad. Y muchas mujeres explicaron esta violencia después. Las mujeres podían ir por el mundo contando las humillaciones que habían padecido más fácilmente que los hombres. ¿O tal vez habían tocado fondo y nada ya las humillaba? Pero lo cierto es que ellas están más preparadas para sufrir la violencia y luego externalizar la experiencia. ¿Quizás porque están más acostumbradas a ser víctimas?
En la primera fase de la guerra, desde el golpe de julio de 1936 hasta noviembre del mismo año, los dos frentes en pugna se estabilizaron. Por Andalucía y por Extremadura, las llamadas zonas nacionales y lugares de avance de las tropas rebeldes, los soldados iban dejando una cruel estela de violaciones. En primer lugar, las perpetradas por el ejército africanista, veterano de élite, compuesto por la Legión Extranjera y las tropas de Marruecos: ¡Solo sois mujeres!, repetían. En segundo lugar, se producían las que llevaban a cabo falangistas y requetés. Los primeros cometían sus crímenes sexuales contra la población femenina en primera línea, a la vez que se fusilaba a los hombres y se saqueaban las propiedades. Es imposible hacer un recuento de las mujeres violadas, pues solían ser asesinadas después de las violaciones y no se hacían comprobaciones de tipo forense.
Los abusos sexuales y las humillaciones de las mujeres no se limitaron a los primeros meses de la guerra. Durante todo el tiempo que duró la contienda este comportamiento fue la tónica cotidiana. María José Rodríguez recoge este párrafo de la investigadora Candela Chaves Rodríguez:
“Muchas extremeñas fueron asesinadas, vejadas, encarceladas, exiliadas, estigmatizadas, controladas, humilladas , e identificadas. A ellas, la represión les afectó “igual” que a los hombres, con la“particularidad” de ser además víctimas de violaciones, abusos sexuales y escarnio público, tratando de deshumanizar su feminidad con el rapado de cabeza, defecaciones en la vía pública, entre otros tipos de vejaciones”.
Todo indica que el porcentaje “más alto” de la represión sobre la mujer se registra en la provincia de Badajoz, una de las zonas del país donde más duramente azotó el franquismo.
He aquí un testimonio que habla sobre las mujeres de Vizcaya cuando fue ocupada la zona por las tropas nacionales en el verano de 1937. Clara Zabalo (Sestao, 1940), decía:
“[…] yo tenía una tía que vivía en la calle Chávarri, y bueno… a vecinas suyas las raparon que para qué… Y en Barakaldo, eso me lo contaba mi madre, en Barakaldo también. Que las [sic] rapaban el pelo, a unas las llevaban por ahí, a otras no las llevaban… Es que ocultaba todo lo que se podía, pero de rapar el pelo…¡Bueno! A las mujeres, es que además obsesión con las mujeres”.
El rapado de pelo tiene un componente simbólico. En el contexto de los valores de la época, era poner en tela de juicio la feminidad de las víctimas. De hecho, puede decirse que la represión ejercida sobre las mujeres no debe entenderse solo como una variante de la represión masculina, sino como un fenómeno que tiene rasgos propios.
Una referencia de la brutalidad que genera la guerra la proporciona la escritora Concha Espina, que pertenecía a la zona nacional. A principios de los años cuarenta escribió un libro titulado Princesas del martirio, para recordar la hazaña y homenajear a unas particulares «mártires de la guerra civil española». En sus páginas relata el drama real vivido por tres enfermeras de Astorga, voluntarias de la Cruz Roja, que en octubre de 1936, respondiendo al requerimiento del Comandante Militar de la avanzadilla de Somiedo (Asturias), decidieron acudir al ese puerto para prestar su asistencia a los heridos y enfermos del bando nacional. El hospital, pequeño y maltrecho, donde ofrecían sus servicios se vio envuelto en un ataque de las fuerzas republicanas. Las tres jóvenes cayeron prisioneras y fueron fusiladas. Por esa razón Espina las convirtió en mártires de guerra. La autora decidió documentar la tragedia vivida por estas muchachas y recrearla en forma de relato literario, con la finalidad de que sirviese de recuerdo y homenaje.
Parece una tarea imposible conocer el número exacto de mujeres que pasaron por el calvario de la tortura, las cárceles, los asesinatos, las desapariciones y la violencia sexual. Como con casi todos los grupos revolucionarios, la represión por parte de las tropas franquistas fue colosal. Y más con grupos como Mujeres Libres, que suponían un doble peligro al no luchar solo por la emancipación de la clase obrera, sino también por la de las mujeres en general. En general, todas aquellas mujeres son recordadas en su conjunto, pero quedan pocas huellas de su identidad personal. Permanecen en la invisibilidad.
Soledad Bengoechea es doctora en historia, miembro del Grupo de Investigación Consolidado Treball, Institucions i Gènere (TIG) de la UB y de Tot Història, Associació Cultural.
Fuente → serhistorico.net
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