Altares e inmaculadas

«A cuenta de la escandalera que está levantando la puesta sobre la mesa de una ley integral trans, leo con tristeza cómo las expectativas que nos hemos creado sobre una persona, sin su consentimiento y sin preguntarle, se usan como cabo del que tirar como si esto fuese una competición de sokatira, en la que en lugar de una cuerda, hay una persona»

 
Altares e inmaculadas
Alana Portero (aka «La Gata de Cheshire»)

Creo que las hijas de la cultura judeocristiana no sabemos admirar. Basta que alguien nos parezca relevante de alguna manera para que construyamos con nuestras propias manos un pedestal —que no deja de ser un altar de sacrificio— y subamos sobre él a la persona objeto de nuestra admiración. Ahí quieta deja de ser humana para ser otra cosa, que, con el tiempo, nos hará más fácil bajarla a pedradas o a picotazos, cosa que también nos gusta mucho hacer en tierras monoteístas e idólatras.

También, esta vez por herencia mediterránea, nos vuelve locas chafardear, comerciar, pujar, intercambiar y abaratar. Nada como convertir cualquier cosa importante en mercancía y sacarla a mitad de precio. Lo mismo da bronces micénicos, que muebles de Ikea, ideas o personas.

Pamela Palenciano representando su monólogo No solo duelen los golpes en la Puerta del Sol de Madrid (PÚBLICO, 19-02-2017)

«Los feminismos, como movimientos que aspiran a la justicia universal, han de enfrentarse a larguísimos procesos de análisis, negociaciones y críticas para llegar a acuerdos de mínimos en los que, desgraciadamente, todo el mundo debe ceder»

Seguro que la mayoría de las personas que leéis esta columna conocéis a Pamela Palenciano. Si no es el caso, os resumo muy brevemente: Pamela es una actriz y activista feminista que lleva unos diez años poniendo en escena, y donde haga falta, un monólogo escrito e interpretado por ella misma llamado No solo duelen los golpes. En él, poniéndose en la piel de todos los personajes, Pamela cuenta su propia experiencia con el maltrato machista en la adolescencia. Toca temas como los celos, la dependencia, las distintas formas de chantajes y la violencia en sí misma. Si estáis en Madrid, podéis verla en el Teatro del Barrio todos los jueves de Enero. Recomendadísimo para cualquiera. Si tenéis adolescentes cerca es un planazo para hacer con ellos.

El extraordinario trabajo de Pamela la ha hecho, merecidamente, objeto de admiración por parte de un montón de personas comprometidas contra las violencias machistas. Las mujeres que hemos tenido la oportunidad de verla en directo nos hemos sentido interpeladas en capas muy profundas de nuestras experiencias y, aparte de a hacer las paces con nosotras mismas, nos ha ayudado a comunicarnos con chicas muy jóvenes con las que, quizá, no encontrábamos la clave para explicarles a qué violencias pueden enfrentarse, qué sentimientos van a producirles y cómo pueden pedir ayuda. El monólogo es una experiencia dura, hermosa y sanadora a la que todo el mundo debería asistir al menos una vez. Imposible no admirar una labor semejante.

A Pamela la leo en redes sociales y hace tiempo, si interpreto bien lo que escribe, que no lo está pasando bien. No son los vetos parentales y las furias nacional católicas quienes están provocando esa ansiedad o ese sufrimiento. Cuando una se adentra en terrenos activistas, cuando se expone, cuenta con la reacción del conglomerado patriarcal en todas sus formas, eso cansa, asusta, lo sé bien, puede ser aterrador, pero no hace sufrir tanto como la decepción. Creo que a Pamela y a otras mujeres las estamos decepcionando. Primero por convertirlas en objetos a través de la idolatría, después por mercadear con sus afectos como si estuviéramos voceando pescado en la lonja de Denia.

Los feminismos, como movimientos que aspiran a la justicia universal, han de enfrentarse a larguísimos procesos de análisis, negociaciones y críticas para llegar a acuerdos de mínimos en los que, desgraciadamente, todo el mundo debe ceder. Las fricciones son inevitables. La cuestión es que quien más espacio ocupa es quien más posibilidad tiene de hacer hueco para otras históricamente apartadas y, esto, no es fácil. En ello estamos, sufriendo por el camino pero avanzando. A pesar del dolor creo que lo estamos haciendo bien.

A cuenta de la escandalera que está levantando la puesta sobre la mesa de una ley integral trans, leo con tristeza cómo las expectativas que nos hemos creado sobre una persona, sin su consentimiento y sin preguntarle, se usan como cabo del que tirar como si esto fuese una competición de sokatira, en la que en lugar de una cuerda, hay una persona.

La periodista Irantzu Varela (Imagen de su archivo personal)

«Como mujer trans de 42 años, con activismo y vida de la que deja cicatrices a la espalda, tengo muy claro dónde está la justicia en el caso de la posible ley trans. Pero he decidido que renuncio a convertir por decreto en enemigas a las que disienten»

Pamela es la primera que se me viene a la cabeza porque creo, por cómo se expresa, que le duele especialmente. Pero no es la única. Pienso también en Cristina Fallarás, cuyo día a día ya es un infierno por culpa de un hatajo de fascistas que se la tiene jurada, a la que entiendo que no le ayuda que, además, nos la queramos llevar a nuestro terreno a tirones, convirtiendo los espacios de sororidad en un campo de duelos.

Yo misma, que no he hecho nada ni remotamente tan importante como lo que hacen las mujeres que he mencionado, sé lo que son los acosos y las amenazas de muerte por mi trabajo. También, a pequeña escala, que es la mía, me he encontrado con mensajes de decepción por no haber cumplido con las expectativas morales y políticas que personas desconocidas había puesto sobre mí. Ya os digo que la hipervigilancia y los consecuentes reproches acaban por doler, aunque no le hayas visto la cara en la vida a quien te los hace.

Todas somos susceptibles de caer en esta trampa, proyectar es inevitable, pero conviene darse cuenta de que es una práctica problemática y peligrosa. Recuerdo, hace años, haber contestado, como mínimo con precipitación, a algo que dijo Irantzu Varela en twitter. Era algo sin importancia a lo que yo di carta de ofensa basada, únicamente, en mi propio ego y en la construcción de este sobre quien no me debe explicación alguna. El tiempo me dejó en vergüenza ante una mujer a la que admiro y respeto. Sirvan estas líneas como disculpa por una minucia de la que ella no se acordará, bastante tiene con la violencia que recibe a diario, pero que a mí, como lección, no se me ha olvidado.

«Cuando una se adentra en terrenos activistas, cuando se expone, cuenta con la reacción del conglomerado patriarcal en todas sus formas, eso cansa, asusta, lo sé bien, puede ser aterrador, pero no hace sufrir tanto como la decepción»

Como mujer trans de 42 años, con activismo y vida de la que deja cicatrices a la espalda, tengo muy claro dónde está la justicia en el caso de la posible ley trans. Pero he decidido que renuncio a convertir por decreto en enemigas a las que disienten. Mi hostilidad, que no mi odio, queda para quienes enfangan el entendimiento con noticias falsas, un discurso potencialmente criminal y alianzas con la ultraderecha. Ahí, por el momento, no es posible el diálogo y solo queda depositar la esperanza en el paso del tiempo.

En el caso de Pamela, también en el de Cristina, desconozco su postura al respecto. No así en el de Irantzu. Y este texto no es, de ninguna manera, una forma de preguntárselo a las primeras. Al contrario. En este tema, como en otros, los tiempos de otras mujeres son sagrados. Andar interpretando cada cosa que dicen o buscando resquicios que se acomoden a lo que queremos que digan, es una forma muy angustiosa de control que no ayuda a crear espacios de sororidad, encuentro y cuidados.

En lugar de construir castillos en el aire o inventar inmaculadas, es preferible apreciar y agradecer lo que sí dicen y hacen por nosotras en otros terrenos en los que también nos va la vida. En lo demás, ya nos encontraremos, estoy segura.

Sigue a Alana Portero: El odio y la libertad


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