Roscones y camellos: Juan Carlos IV de Oriente

Me llena de orgullo y satisfacción escribir en contra de la injusta victimización que sufre el rey emérito, Juan Carlos I, que puso su vida y su cartera al servicio de nuestro país

Roscones y camellos: Juan Carlos IV de Oriente
Carlos Entenza

El 6 enero, día de Reyes, es una fecha familiar y de emoción. Sin embargo, este año hay una persona muy especial que no podrá abrir sus regalos junto con su extensa familia. Juan Carlos, en Oriente, corre el riesgo de convertirse en el hombre más triste de nuestro siglo, pagando en el exilio por un pequeño desliz.

40 años de servicio

El nieto de Alfonso XIII, que también huyó de España por ladrón, llegó al trono en 1975 con el beneplácito del dictador y de gran parte de su oposición. La historia a veces es caprichosa, y Juan Carlos I, “el Campechano”; nacido en Roma, criado en Portugal y de familia francesa, pasó a representar la recién estrenada democracia y la nueva Constitución.

Durante años, los buenos años (los del silencio y la inmunidad), cuestionar la monarquía era peor que adorar al diablo y ponía en riesgo la paz y la estabilidad de la nación. La sociedad parecía aceptar la funcionalidad de la monarquía, por pragmatismo o por resignación, alababan a los reyes, al ritmo que marcaban las canciones de la Transición.

Hasta que los secretos se convirtieron en rumores, y los rumores en noticias. Y empezó un baile de máscaras en Zarzuela que dura hasta hoy. Pidió perdón, luego renunció a la corona y abdicó, y ahora mientras en Suiza le investigan y en España no se sabe muy bien, huye a Emiratos Árabes, buscando amparo de (otro) dictador. Abandonar la patria, a la que deben simbólicamente representar, se ha convertido en el pasatiempo preferido de los Borbones.

100 millones de dólares saudíes no son nada. Una pequeña fortuna, comparada con la suerte que hemos tenido de haber podido conocer al joven rey, que renunció al poder casi absoluto para traer la democracia, él solito y a cambio de nada.

Crisis generacional

La reputación de la monarquía atraviesa momentos difíciles. Los Juancarlistas han prácticamente desaparecido, y los seguidores de Felipe VI (si es que verdaderamente los hay), son muchos menos, cuantitativa y cualitativamente.

Hablan hoy en España de las tres crisis de la monarquía: ideológica, territorial y generacional. Éstas no guardan relación directa con las cuentas en paraísos fiscales, sino con la institución misma. Crisis que se llevan gestando en silencio durante ya un tiempo. Pero, ¿quién iba a pensar, que legitimar una institución, tan útil y moderna, sobre el relato edulcorado de la transición alejaría a los jóvenes de la Corona?

La dinastía borbónica, se mantiene a flote gracias al amor (que como todos sabemos es ciego) que le profesa la derecha española. Pero en los tiempos que corren, cualquiera sabe cuánto puede durar un noviazgo, y dar paso a la traición. Especialmente si la crisis monárquica pasara a convertirse en si aún no lo es; un caladero de votos. Las posiciones de PSOE, PP o incluso Vox, en cuanto a la jefatura del Estado son fuertes, pero desde luego no inamovibles.

Malas interpretaciones

Separar actos de personas individuales de instituciones es la máxima elegida para tratar de proteger a Felipe de los escándalos que rodean a su padre, (y a él un poquito también, si recordamos que era beneficiario, seguro sin conocimiento, de la fundación a través de la que su padre supuestamente blanqueaba).

Lo resumía bien Pedro Sánchez, presidente del Gobierno más progresista de nuestra historia: “se juzgan personas, no se juzgan instituciones”. Pero es más fácil decirlo que hacerlo, sobre todo porque algún ciudadano de a pie, con menor formación política seguro, puede preguntarse cómo separar la persona de la institución, cuando dicha institución es hereditaria.

Por eso es tan importante hablar de reinado renovador de Felipe VI, aunque pertenezca a la misma buena familia, familia modelo, pero con especial, e histórica, fijación por el sexo y el dinero.

Es comprensible, que cada vez sean más lo que piden, que la próxima Navidad sea sin reyes. Aunque no se debe infravalorar la capacidad de adaptación y mantenimiento que ha tenido la monarquía, que desde sus horas más bajas, allá por 2014, ha sabido (a su curiosa manera) preservarse y mantenerse, resistiendo los numerosos golpes que no han parado desde entonces.

Si el movimiento republicano no trasciende la nostalgia y mitificación de la Segunda República, si no construye un proyecto propio, más allá de la reivindicación (necesaria) de la memoria, quedan reyes para rato. Los sentimientos antimonárquicos se pueden silenciar o diluir, pero el sentir republicano de la mitad de la población, si está imbricado en un verdadero programa político, no hay bandera que lo tape.


Fuente → lamordaza.com 

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