La larga sombra de la guerra civil: España y las grandes potencias (1939-1953)

La larga sombra de la guerra civil: España y las grandes potencias (1939-1953) / Joan Maria Thomàs

 Resumen:

Este artículo analiza algunas de las sombras más alargadas que proyectó la Guerra Civil en el ámbito internacional con referencia a la España franquista entre 1939 y 1953. Estudia, en primer lugar, la importancia que tuvieron en la pervivencia del régimen de Franco las que en el texto se denominan no intervenciones de grandes potencias en dos momentos cruciales de la historia del régimen: la Guerra Civil y el período entre 1945 y 1947-1948. La primera no intervención acabó favoreciendo la victoria de Franco y perjudicando a la República. La segunda implicó la imposición de sanciones contra España, pero nunca llegó a plantear una acción proactiva decidida a acabar con la dictadura y como corolario de la victoria contra el Eje. En el artículo se analiza, asimismo, la continuación hasta 1944 de la estrecha relación de los años 1936-1939 de la España franquista con la Alemania nazi y la Italia fascista, siendo una de sus manifestaciones más importantes, pero no la única, su intento de participación en la Segunda Guerra Mundial junto al Eje.

Julio Álvarez del Vayo, ministro de Estado de la República Española, reunido con el Comité de no intervención (foto: artehistoria)

I.- Algunas de las sombras más alargadas (en términos de duración) que proyectó la Guerra Civil española tras su finalización y a lo largo de la larga postguerra que la siguió tuvieron que ver con la esfera internacional. Fueron consecuencia de la victoria del bando llamado “nacional” durante esa contienda, así como de la instauración de un régimen político dictatorial como el franquista. Otras tuvieron que ver con cuestiones como la represión -iniciada ya desde el momento del estallido bélico a raíz del fracaso del golpe de Estado- o el exilio -los exilios, más bien, entre otras. Estos últimos aspectos seguirían presentes durante toda la vigencia temporal de un régimen que no desapareció sino hasta fechas tan tardías como las de las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 y las de aprobación por referéndum de la nueva Constitución democrática del 6 de diciembre de 1978. No está de más recordar hechos como los producidos el 27 de septiembre de 1975, los últimos fusilamientos de presos políticos por el Estado franquista, así como el enorme impacto internacional de rechazo y protesta que generaron en la mayoría de capitales europeas y aún de otras de fuera del continente (Fonseca, 2015).

En relación con las sombras proyectadas en la política internacional, trataremos tres en concreto. En primer lugar, analizaremos la continuación durante los años de la Segunda Guerra Mundial de la relación forjada durante la Guerra Civil entre la España franquista y sus dos principales aliados, la Alemania nazi y la Italia fascista. Las dos guerras, conviene recordarlo ahora, tan sólo están separadas por un cortísimo período de cinco meses, el que transcurrió entre el 1 de abril y el 1 de septiembre de 1939. En segundo y tercer lugar, nos referiremos a la extraordinaria importancia que para Franco y su régimen tuvieron las que calificamos como de no intervenciones que determinadas grandes potencias adoptaron en momentos históricos diferentes pero que fueron cruciales para el futuro del franquismo: el 18 de julio de 1936, tras el estallido de la Guerra Civil, y durante los primeros años que siguieron la Segunda Guerra Mundial, en concreto entre el 1 de mayo de 1945 y el año 1948. Utilizamos, pues, la denominación de no intervención para referirnos tanto a aquella relacionada con la guerra de España, -es decir, al acuerdo internacional firmado en Londres en agosto de 1936 (Moradiellos, 1990; Jorge, 2016) que contribuyó a la victoria del bando franquista en la Guerra Civil-, como a aquella otra posterior que acabó significando, de manera similar a la primera, una ayuda indirecta para la supervivencia del franquismo. En este último caso, fue tras la derrota de Alemania e Italia en 1945, cuando todo parecía apuntar a que a Franco y los suyos les había finalmente llegado su hora.

Tropas italianas en el desfile de la victoria (Madrid, mayo de 1939)(foto: Efe)

Afirmamos, así, que el llamado Generalísimo o Caudillo, que inauguraría un régimen en 1936 en una parte del país y en 1939 en todo él, pudo permanecer en el poder más de cuarenta años no sólo por dirigir una dictadura brutalmente represiva y tener de su lado sectores nada despreciables de la población -como cualquier otra dictadura, la suya no se sostuvo únicamente por la fuerza y el terror, sino que contó con dosis de consenso activo y/o pasivo-, sino también por la actitud de algunas destacadas grandes potencias ante su existencia y trayectoria.

En concreto, el bando llamado nacional no habría podido ganar la contienda civil sin las ayudas internacionales activas de la Italia fascista, la Alemania hitleriana y, en menor pero nada despreciable grado, del Portugal del Estado Novo (García Pérez, 1994; Rodrigo, 2016; Pena, 2017), desproporcionadas con respecto a las recibidas por la República. Pero tampoco hubiera sido posible tal victoria sin otras ayudas, pasivas e indirectas, derivadas de la aplicación efectiva del Acuerdo de No Intervención auspiciado por Gran Bretaña, respetado escrupulosamente por ella y parcialmente por Francia, así como por Estados Unidos y otros países (Moradiellos, 1990; Avilés, 1994; Thomàs, 2007), pero nada respetado ni por Italia, ni por Alemania, ni por Portugal, ni, en el otro bando, por la Unión Soviética (Kowalsky, 2003). La desproporción de los realmente intervinientes jugó en favor de Franco; la de los no intervinientes jugó contra la República. Esto en cuanto a la primera de las dos no intervenciones a las que hemos hecho referencia. Nuevamente, en 1945, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial y seis años después del final de la Guerra Civil, las actitudes mantenidas por algunas grandes potencias de la coalición antifascista (Seidman, 2017) vencedora del Eje contribuyeron a que el régimen de Franco pudiese sobrevivir y perdurar. Se dio por entonces y durante un período de algo más de dos años una nueva no intervención que, de facto, acabó ayudando a la supervivencia del franquismo. Como consecuencia, y tras un corto período de aislamiento internacional, ya a partir de 1950 el régimen español iniciaría el camino hacia un reconocimiento internacional que culminaría en la firma de los Pactos militares con Estados Unidos en 1953; en la del concordato con el Vaticano ese mismo año; y en su admisión en la Organización de Naciones Unidas (ONU) junto a Italia, Portugal, Grecia y otros países de 1955, admisión esta última que no había sido posible en 1945. Muchos Estados europeos occidentales que acababan de ser víctimas de los aliados nazifascistas de Franco lo aceptaron con reticencia. En cuanto a la ONU, recordemos que unos meses antes del fin de la guerra mundial las intenciones de ingresar de España habían sido frustradas ya durante la conferencia de organización del organismo. El 19 de abril de 1945 México había logrado que se vetase el ingreso de aquellos regímenes “establecidos con la ayuda de las fuerzas militares de países que han luchado contra las Naciones Unidas en tanto permanezcan en el poder” (Collado Seidel, 2016; Thomàs, 2011, 188). La referencia España, sin citarla, había sido diáfana. Y efectiva.

Franco y Hitler en Hendaya el 23 de octubre de 1940 (foto: Cordon Press

II.- La primera de las tres sombras a nivel internacional a las que hemos hecho referencia, la de la continuidad e incremento de la relación entre la España franquista y sus aliados nazifascistas durante la Segunda Guerra Mundial, se explica tanto por afinidades ideológicas como por intereses compartidos políticos e internacionales. Pero, como analizaremos seguidamente, acabarían difiriendo en cuestiones estratégicas claves, aunque sin que ello mermase la relación hasta las postrimerías de la guerra mundial.

De la segunda y la tercera sombra, las relacionadas con las no intervenciones, se puede decir que la que se formó durante la Guerra Civil debe explicarse, en lo referido a Gran Bretaña y, más matizadamente, a Francia y a otros estados europeos, en función de factores tales como, en primer lugar, el hecho de que durante la mayor parte del período de entreguerras entendido en sentido estricto -desde el 1917 de la Revolución Rusa hasta el 1939 del estallido de la Segunda Guerra Mundial- el paradigma dominante en la política internacional fuese el anticomunismo. Este anticomunismo, al iniciarse la Guerra de España en 1936, estaba en pleno apogeo y los acontecimientos revolucionarios vividos en la llamada zona republicana no hicieron sino estimular, no ya sobre determinados gobiernos sino entre sectores conservadores y religiosos -especialmente católicos- del resto de Europa y aún del mundo. Otro factor fundamental del no intervencionismo sería la coyuntura europea, progresivamente agitada por la política exterior del régimen nazi, que se presentaba como generadora de paz y de estabilidad en el continente (pero sólo unavez que hubiese conseguido que las grandes potencias vencedoras de la Gran Guerra aceptasen reparar los agravios que habían infligido a su país en el Tratado de Versalles). Todo ello mientras se preparaba para guerras futuras. La política exterior de Hitler se estaba convirtiendo en un factor de inestabilidad y la intervención alemana en España acercaba la posibilidad de un choque que británicos y franceses querían evitar, en medio como estaban de una crisis económica mundial de proporciones desconocidas hasta entonces, con consecuencias sociales gravísimas y un rechazo generalizado entre sus poblaciones de la posibilidad de una nueva guerra. De hecho, a lo largo de los dos primeros años de la Guerra Civil, los gobiernos europeos veían posible reconducir la política internacional nazi y evitar una nueva conflagración. Gran Bretaña diseñaría y aplicaría al efecto una política llamada de apaciguamiento –en inglés, appeasement– con Alemania y, en menor grado, de Italia. Por su parte, otras grandes potencias, como Estados Unidos, se abstendrían de una intervención favorable a la República Española no porque su presidente, Franklin D. Roosevelt, creyera en el appeasement, ni porque no fuera personalmente contrario al franquismo y al nazismo, sino por el radical aislacionismo que venía aplicando el Congreso y aún por cálculos electoralistas relacionados con el voto católico pro-Partido Demócrata en las elecciones de 1936 (Bosch, 2012; Thomàs, 2007). Todo ello acabó jugando directamente en contra de la República Española e indirectamente en favor de Franco.

Juramento de fidelidad a Hitler del general Muñoz Grandes, jefe de la División Azul (foto: Fundación División Azul)

Por el contrario, los intereses de las potencias que realmente estaban interviniendo en la guerra de España, eran bien diferentes: Alemania e Italia veían en una futura victoria franquista la consolidación de un aliado en el flanco sur de una Francia con la que tenían cuentas pendientes. Además, con sus intervenciones hacían negocio, obtenían materias primas, tenían la oportunidad de probar armas y técnicas de combate y contribuían a la conformación de un régimen ideológicamente afín dentro una Europa occidental mayoritariamente democrática y en buena parte hostil. Por otro lado, la implicación de la Unión Soviética en favor de la República en tanto que su aliado fundamental, era producto de la preocupación de Stalin por la política internacional nazi, por lo que tenía de amenaza para la existencia de su propio país y en medio de sus esfuerzos por lograr una alianza antifascista en Europa occidental para frenar a Hitler, alianza que no se formaría hasta años después, en 1941, tras ser finalmente atacado el país por Alemania. Entretanto acabaría optando, el 23 de agosto de 1939, una semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, por el establecimiento de un acuerdo con Hitler, el llamado Pacto Mólotov-Ribbentrop. Con ello y por unos pocos años se convertiría durante unos pocos años en el paradigma de política internacional dominante. Después, en 1947-1948 se volvería al anticomunismo anterior…hasta los años 1991-1992 de la misma desaparición de la URSS. Era un antifascismo que podía ser de izquierdas, centrista, o conservador pero su dominancia fue efímera, como decimos, y al poco de la restauración de la democracia en la mayor parte de Europa Occidental tras la derrota del Eje en 1945, y de la instauración de dictaduras comunistas en la forma de “democracias populares” en la Oriental, se fracturó, volviéndose al anterior paradigma ahora en la forma de “Guerra Fría” y de política de bloques enfrentados bajo el liderazgo del presidente estadounidense Harry S. Truman.

Es en este contexto en el que debemos entender la segunda no intervención, la de los años 1945-1947, en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos y Gran Bretaña, y en menor medida Francia, vetaron, en diferentes momentos, cualquier posible intervención aliada en contra del régimen de Franco, optando en cambio por unas políticas sancionadoras que, de hecho, no representaron nunca una amenaza real para la supervivencia del Franquismo y que por lo tanto contribuyeron indirectamente a su permanencia y consolidación definitiva.

Samuel Hoare con Churchill en 1937 (foto: Keystone)

Estudiaremos la trayectoria internacional del régimen franquista durante estos años, distinguiendo los cuatro períodos que nos parecen fundamentales. Pero antes debemos hacer referencia a una cuestión fundamental para entender la capacidad que demostró el propio Franquismo para adaptarse oportunísticamente a las diferentes coyunturas internacionales con las que tuvo que lidiar. Nos referimos al hecho de ser la propia dictadura de Franco expresión de una coalición autoritaria formada por actores variados como el ejército; la Iglesia católica; el partido único Falange Española Tradicionalista y de las JONS creado en 1937 y hegemonizado por los fascistas –viejos y nuevos-; los carlistas de la antigua Comunión Tradicionalista –no siempre realmente integrados en el partido único-; los alfonsinos de la antigua Renovación Española; ex miembros del Bloque Nacional; ex miembros de la CEDA; sectores patronales, empresariales, bancarios y de propietarios agrarios; y aún decenas de miles de medianos y pequeños campesinos y de clases medias urbanas y rurales, entre otros, todos ellos católicos (Thomàs, 2016, 14-27; Thomàs, 2019a). El régimen había creado en 1937 su propio partido único, por incautación y unificación de las dos principales fuerzas políticas que habían auxiliado al golpe militar –los fascistas de Falange Española de las JONS y los carlistas de la citada Comunión Tradicionalista-, y lo había modelado a partir de la estructura e ideario del primero. Por ello mismo no resultaría extraño, sino todo lo contrario, que muchos de los miembros de tal partido no se sintiesen identificados con el ideario fascista de la Falange, aunque formasen parte de un partido único sustentado en tal ideología. Pero ello mismo acabaría siendo una ventaja para la pervivencia del régimen, cuyo líder podría echar mano, tras la derrota del Eje de 1945 y a la hora de formar gobiernos sin apariencias “fascistas”, de sectores del bloque político y social franquista más presentables ante los Aliados, como serían los católicos autoritarios u otros; mientras al mismo tiempo oscurecía y maquillaba la no supresión del partido único que le demandaban los vencedores Aliados. Es decir, que el régimen disponía internamente de un auténtico arsenal político-ideológico hasta cierto punto diverso que le permitiría configurar diferentes gobiernos para adaptarse a situaciones internacionales cambiantes, como estaba siendo la de ese año 45 (Thomàs, 2018, 23-42).

Manifestación contra el régimen franquista en Londres, 1946 (foto: reddit)

Todo ello, por otra parte, nos permite tener en cuenta factores con frecuencia menospreciados por la historiografia, como fueron la capacidad de supervivencia del régimen, incluída la habilidad personal del dictador, o su oportunismo -suyo y de sus gobiernos-, característica ésta que fue moneda corriente en los países neutrales europeos durante la Segunda Guerra Mundial, destacadamente, aunque no solamente, en cuestiones de comercio exterior con los dos bandos contendientes (Golson, 2011). En el caso de Franco ello se pone bien de manifiesto si analizamos la secuencia -contradictoria- de sus declaraciones de política exterior de esos años en relación con las coyunturas internacionales cambiantes. El Generalísimo que en 1941 promete solemnemente un millón de bayonetas para defender la capital del Tercer Reich, en julio de 1944 -tras el cambio de signo de la guerra mundial- afirma -con la misma solemnidad- a United Press que España nunca se ha identificado con el Eje porque “no podía aliarse ideológicamente con naciones que no estuvieran guiadas por los principios del catolicismo”. O en 1953 se presenta a sí mismo como adelantado en la lucha contra el comunismo al tiempo que es presentado como el “Centinela de Occidente” que vigila incansablemente contra el comunismo mundial.

III.- Los cuatro momentos de la trayectoria internacional del régimen franquista a los que he hecho referencia, y en los que la larga sombra de la Guerra Civil estuvo presente, fueron los siguientes:

1939-1944

La victoria franquista de 1939 había sido posible gracias a la ayuda militar ítalogermana (80.000 efectivos italianos, 19.000 alemanes de la llamada “Legión Cóndor” -una denominación de resonancias iberoamericanas más que españolas que seguramente tuvo que ver con las estrechas relaciones del ejército alemán del período de Entreguerras con algunos ejércitos de países andinos…estos sí poblados por cóndores-) y tanto durante la guerra como en la postguerra inmediata las relaciones del Nuevo Estado franquista con esos dos estados no hizo sino estrecharse a nivel político, económico, de partido y policial. A nivel internacional se firmaron tratados secretos de amistad y cooperación en 1936 y en 1939 (García Pérez, 1994; Saz, 1986); y el 7 abril del segundo de estos años, el Pacto antiKomintern. Seguidamente, España abandonó la Sociedad de Naciones. En sentido inverso, los años de este período vieron igualmente la consolidación de una gran herida franquista contra la URSS, contra Francia y contra Gran Bretaña, que entroncaba con la consideración por parte de Franco y de todo un sector de la coalición autoritaria de ser los dos últimos Estados citados los verdaderos culpables, históricamente hablando, de los males de España. Es decir, se culpaba no sólo la Rusia comunista sino también a “las plutocracias” británica y francesa, manejadas por la Masonería y la judería internacional y en alianza contra el comunismo internacional. Ni más ni menos.

Diciembre de 1946: Franco saluda a la multitud durante la concentración de apoyo frente a las sanciones de la ONU (foto: ABC)

El estallido de la guerra en Europa permitió al régimen imaginar un nuevo escenario, de participación militar a cambio de grandes logros territoriales a costa de los dos enemigos de entonces de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Y desde octubre de 1939 comenzó a planificar -a partir de una mixtura entre afinidades políticas y oportunismo descarado en política internacional- su entrada en la guerra (Ros Agudo, 2002, 2008). Algo que la fulgurante y sorpresiva derrota de Francia de los meses de mayo y junio de 1940 no hizo sino acelerar. En la propuesta confluían los intereses del dictador, del ejército y del partido y el objetivo principal de todos ellos era la creación de un imperio colonial y el fin del “agravio histórico” que representaba la posesión británica del Peñón de Gibraltar. Pero no era sólo eso, también existían intereses de partido. En concreto los falangistas fascistas veían la entrada española en la guerra como el paso definitivo hacia la fascistización completa del régimen. Pensaban que con tal entrada y con la compenetración militar con los regímenes amigos de Alemania e Italia que conllevaría, el partido único adquiriría finalmente su ansiada hegemonía dentro del gobierno y del Estado. Porque hasta ese momento lo que estaba ocurriendo era que compartía poder en tanto que un sector más de la coalición autoritaria franquista, pero sin tener en sus manos las palancas del poder efectivo -la dirección del gobierno, de la política económica y la orientación general del Estado. Tenía sí, el relacionado con el desarrollo de su propia organización y la irradiación de ésta sobre determinados sectores de la sociedad, pero la compartida con otros sectores, como la Iglesia, con la que venían chocando en aspectos que pretendía hegemonizar, como la socialización política de la juventud y de las mujeres, entre otros. También estaba encontrando resistencias patronales durísimas en determinados aspectos de la construcción de la organización sindical vertical; en concreto los que afectaban a la integración de empresas y confederaciones patronales en el sindicato falangista oficial. En cambio, otras cuestiones sindicales, como el encuadramiento y control de las clases trabajadoras por el sindicato vertical, no planteaban por supuesto ningún problema a los empresarios, sino todo lo contrario.

Visita de Eva Perón a España en 1947 (foto: infobae)

Para el ejército el interés por la participación en la guerra junto al Eje estaba muy generalizado en tanto que vía para obtener nuevas colonias -que permitiesen resarcir al país de (presuntos) latrocinios cometidos por Francia en Marruecos (las rectificaciones de las fronteras entre la zona española y la francesa de 1904, 1906, 1912 y 1926), y para convertir al país en una nueva gran potencia al lado de las dos fascistas amigas. Sobre todo, entre los sectores llamados “africanistas”, que podían tener actitudes políticas diversas pero que coincidían en la apreciación de la oportunidad que el estallido de la guerra en Europa de septiembre de 1939 había abierto para la expansión territorial colonial de España. Por el contrario, podrían no haber compartido ese intervencionismo, en diferentes grados, aquellos otros generales que eran monárquicos alfonsino-juanistas, como Kindelán, Orgaz y Aranda, o el coronel Galarza -subsecretario de la Presidencia del Gobierno-, y otros, todos ellos antifalangistas y que presentaban ante los británicos al concuñado de Franco y presidente de la Junta Política del partido único Ramón Serrano Suñer y a la cúpula falangista como la instigadora del intervencionismo. Aquellos que -gracias a los trabajos pioneros de Denis Smyth (Smyth, 1986) y, recientemente, en 2013, gracias a la desclasificación de documentos por parte de los archivos oficiales británicos- sabemos que estuvieron implicados en el soborno auspiciado por el Reino Unido y aparentemente promovido por el financiero español Juan March desde ese mismo junio de 1940 hasta más de tres años después para conseguir evitar la entrada de España en la guerra junto al Eje. Una operación diseñada por el embajador británico Samuel Hoare y el agregado naval Alan Hillgarth que había encontrado enseguida el apoyo de Churchill y se había llevado con enorme sigilo, ocultando a los generales el origen del dinero y presentándolo como una contribución de financieros y empresarios españoles agradecidos (Moradiellos, 2005; Sáenz-Francés, 2009; Viñas, 2016; Thomàs, 2019c). Por su parte, la iglesia católica, vivía con gran preocupación el estallido de la Segunda Guerra Mundial, iniciado con el ataque a la católica Polonia; así como por la adquisición por parte de FET y de las JONS de atribuciones en determinadas esferas políticas, socializadoras e ideológicas. Y más aún las expectativas de una total falangización del régimen que el propio partido se encargaba de alentar.

Ciudad del Vaticano, 27/08/1953. Firma del Concordato entre el Estado español y la Santa Sede. En la imagen, un momento de la firma. Monseñor Doménico Tardiani y el embajador Fernando María Castiella firman los documentos ante Alberto Martín Artajo.

Sin embargo, la ansiada entrada en la conflagración no se produjo por la negativa alemana a aceptar las condiciones españolas. Se produjo sí, el envío de la llamada División Azul y se ayudó al Eje en múltiples aspectos de tipo militar, logístico, de espionaje y económico, entre otros. Algo que los Aliados conocieron en buena parte y que en algunos momentos pudo haber acabado provocando la entrada en guerra de España. No por decisión propia, sino por ser atacada por unos Aliados convencidos de que iba a hacerlo y estaban dispuestos a adelantársele (Moradiellos, 2005). O cuando la URSS no respondió con una declaración de guerra al envío de la citada unidad militar a su territorio, algo que no nos parece impensable en absoluto.

1944-1945

Al general Franco y a los sectores más pro-Eje de la coalición autoritaria les costó aceptar el cambio de signo, desfavorable al Eje, producido durante 1943. De hecho, los sectores fascistas más radicales nunca lo aceptaron, así como tampoco el giro que finalmente acabó dando un Caudillo preocupado por el porvenir de su régimen en el nuevo mundo que se anunciaba tras la derrota de los fascismos y la reinstauración de la democracia en Europa. Antes fue necesario que los Aliados, liderados por Estados Unidos, le obligasen a interrumpir sus lucrativas ventas de wolframio a Alemania tras un embargo del suministro de productos petrolíferos (Thomàs, 2010, 2011). Pero acabó dando un nuevo giro oportunista a su política, y ya en 1943 podía Franco explicar a unos sorprendidos embajadores Aliados su peculiar teoría de las tres guerras -según la cual España era neutral en la contienda entre las democracias y el Eje, beligerante contra la URSS y deseosa del triunfo de Estados Unidos frente a Japón. También podía sorprender y, más aun, irritar, a los sectores más fascistas de la coalición autoritaria con sus declaraciones a United Press de 1944. Sectores que podían responder, como ocurrió en Barcelona en locales del Frente de Juventudes, tiroteando su retrato o agrediendo a simpatizantes de los aliados o a algunos de sus representantes consulares. Pero empezó a “comportarse” con los enemigos de sus amigos nazifascistas: aceptó la aplicación de los Acuerdos de Bretton Woods, entregó espías y personal nazi y colaboracionista europeo a los Aliados -con importantes excepciones-…todo ello con la esperanza de congraciarse con ellos e incluso -ilusoriamente- de lograr que España jugase un papel destacado en la esfera internacional…. hasta que fue puesto en su sitio por esos mismos Aliados. Pero desde la tranquilidad que le daba saber que ni el Reino Unido ni Estados Unidos estarían de acuerdo con la adopción de medidas radicales -como una invasión del país- en contra de su régimen. Le pedían, eso sí, que prescindiese del partido único y que dejase el poder…pero no estaban dispuestos a llegar mucho más allá. Y cuando llegó la derrota del Eje maniobró hábilmente, formando un nuevo gobierno que incluía a un prominente católico en la cartera de Asuntos Exteriores, legisló una pseudo carta de derechos y libertades -el llamado “Fuero de los Españoles”- y una ley de Referéndum al tiempo que oscurecía y maquillaba el componente más fascista de la coalición -FET y de las JONS- dejando de reunir sus órganos más importantes durante una década…pero sin prescindir de esta formación (Thomàs, 2001). No le sirvió para evitar el aislamieto que cayó sobre el régimen, pero no cedió a las demandas Aliadas. Ni fue depuesto por ningún movimiento interno o urdido desde el exterior desde los exilios republicano o monárquico.

Pactos de Madrid (1953). Representaron a España el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo, y el ministro de Comercio, Manuel Arburúa, y a los EEUU, el embajador en Madrid y el presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en España (foto: bbva.com)
1945-1947

El trienio comenzó ya antes del fin de la guerra mundial con la aprobación de la exclusión de España de la ONU de San Francisco, y continuó en la Conferencia de Potsdam, donde Churchill y Truman se negaron a aceptar la proposición de Stalin de romper relaciones con España y apoyar a las fuerzas democráticas españolas contra Franco, pero sí firmaron una declaración negando la entrada en la ONU y contraria a la existencia del Estado franquista. Comenzó entonces -aunque algunos de sus prolegómenos se encuentran ya en 1944- una No Intervención británica y estadounidense, apoyada con desigual interés por Francia y con una Unión Soviética dispuesta a dejar hacer a las potencias Aliadas en el Occidente europeo mientras exigía un trato igual en Europa Oriental para ella. Una No Intervención que permitió al régimen franquista subsistir, al tiempo que se le sancionaba diplomáticamente.

Pero mientras se sucedían estos acontecimientos negativos para España y se incrementaban a raíz de la publicación de documentos hallados en Berlín que comprometían gravemente a España por su relación con el Eje; por el cierre de la frontera francesa tras el fusilamiento a principios de 1946 de un líder de los maquis considerado un héroe en el país vecino; por una nueva declaración tripartita Aliada contra Franco; y por la retirada masiva de embajadores acordada en diciembre del año citado- (Hualde, 2016; Liedtke, 1998; Thomàs, 2010, 2011; Collado Seidel, 2016) otra tendencia, más de fondo, se estaba configurando y acabaría por favorecer a Franco. Me refiero al citado retorno del paradigma anticomunista como argumento fundamental de la política internacional de la mano de las tensiones crecientes entre los Aliados occidentales y la URSS fraguado a raíz de cuestiones como la configuración de los regímenes ocupados por el ejército soviético en 1944-1945 y las suspicacias que fueron apareciendo a lo largo de los años 1946 y 1947, en los que el famoso Long Telegram de George F. Kennan orientaría la política estadounidense y se produciría la Doctrina Truman de 1947.

1948-1953

Fue en este contexto en el que las fuerzas armadas estadounidenses comenzarían a moverse, indirectamente la mayor parte de veces, para conseguir del presidente un cambio de política hacia España que permitiese su integración en todo el cordón defensivo que, desde las Azores hasta Afganistán, se pretendía organizar para hacer frente al peligro soviético. Hito de la ruptura serían el bloque soviético de Berlín y la adquisición por la misma URSS, ya en 1949, de la bomba atómica; así como la victoria de los comunistas chinos sobre Chiang Kai-shek de ese mismo año (Thomàs, 2019b). Al siguiente, estalló la Guerra de Corea, que significaría un punto y aparte respecto de la actitud hacia España. Sería en este contexto en el que se produciría el cambio de política de Truman y se abriría un camino que culminaría con la firma en 1953, ya con el presidente -y militar- Eisenhower en la Casa Blanca, de los Pactos militares entre los dos países. Ese mismo año se firmó el Concordato con la Santa Sede, y dos años después, ya en 1955, España sería admitida en la ONU junto con Italia, Grecia y Portugal. Todo ello fue interpretado por el propio Caudillo en términos de victoria personal y si en 1945 su mano derecha Luis Carrero Blanco le había aconsejado Orden, unidad y aguantar (Tusell, 1993) ante la ofensiva Aliada, ahora se resarciría presentándose como un adelantado mundial en la lucha contra el comunismo.

Concluiremos diciendo que la larga sombra de la Guerra Civil, de una contienda ganada por un bando franquista beneficiado por la política de No Intervención diseñada por Gran Bretaña y seguida por otras grandes potencias en 1936, se proyectó primero en los años de la inmediata postguerra con la búsqueda por España de una intervención en la guerra mundial basada en presupuestos políticos e ideológicos, pero también y destacadamente en el oportunismo geopolítico. La estrecha relación con el Eje se fue quebrando en 1944 conforme la guerra mundial cambiaba de signo y el régimen dio un nuevo giro oportunista, confiando en rentabilizarlo ante los Aliados. No lo consiguió y tuvo que afrontar sanciones diplomáticas y exclusiones, pero su existencia misma nunca fue amenazada…. precisamente por la nueva No Intervención propiciada por Gran Bretaña y Estados Unidos y apoyada desigualmente por Francia, ante la abstención estratégica de la URSS. El subsiguiente estallido de la Guerra Fría conllevaría la progresiva integración de España en el Bloque Occidental. Integración reticente por parte de las democracias europeas occidentales, pero integración al fin en un cordón defensivo antisoviético vía pactos con Estados Unidos y posterior integración en la ONU, diez años después de que tal acceso le hubiese sido vetado. Entonces se proyectó la sombra definitiva de la Guerra Civil: la pervivencia del régimen franquista durante las casi cuatro décadas posteriores a su instauración.

Juan Sebastián de Erice y Areilza ocupan el puesto reservado a la delegación española como miembro permanente de la ONU (foto: Efe)
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  Fuente: Dictatorships&Democracies. Journal of History and Culture 8, 2020

*Joan Maria Thomàs: Últimos libros publicados: José Antonio Primo de Rivera: The Reality and Myth of a Spanish Fascist Leader (NY, Berghahn Books, 2019) y Los fascismos españoles (Barcelona, Ariel, 2019)

 Portada: abrazo entre Franco y Eisenhower en la base aérea de Torrejón el 22 de diciembre de 1959. Entre ellos, el general Vernon Waters, y a la izquierda, Fernando María Castiella, ministro de asuntos exteriores (foto: JaimePato/Efe)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia


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