Igual que los republicanos que se decían progresistas no quisieron
romper con la unidad de España, la izquierda española de ahora niega de
nuevo la mayor.
El fallo republicano y la izquierda centralista Carlos Natera Sánchez
Los problemas de la España actual no difieren mucho de los que padecía a comienzos del siglo XX e incluso del XIX. La concentración de riqueza ahora, como fenómeno propio del capitalismo, tenía entonces su expresión propia en la concentración de tierras por parte de la aristocracia y de la Iglesia en una España que seguía con profundas raíces feudales. En el siglo XXI las tierras siguen concentradas en pocas manos, porque en este país la revolución liberal nunca culminó y nunca hubo una suerte de pequeños propietarios que recibieran parcelas para trabajarlas, especialmente en el sur. Sirva como ejemplo que actualmente las tierras en Andalucía se la reparten entre 80 familias tenedoras pero muy pocas empresas, como la Casa de Alba o la familia jerezana Domecq. Familias que además se llevan auténticas millonadas por parte de los fondos europeos de la PAC en calidad de “ayuda a la agricultura” aunque sus tierras, en muchos casos, no son ni siquiera explotadas. Desde luego, una verdadera colaboración público-privada neoliberal a la que los viejos estamentos que vienen desde el feudalismo se han adaptado la mar de bien.
Estos pilares de la gran propiedad son los que España nunca pudo romper. La foto del Rey que aún ilustra nuestros juzgados y colegios no es más que la estampa que representa que todo sigue igual. En todo este maremágnum, la cuestión territorial no deja de salir a la luz porque lleva siglos sin ser resuelta.
La España franquista y después monárquica pudo
resurgir tras la Segunda República porque la República no se atrevió a
romper con el viejo régimen
La España franquista y después monárquica (con los mismos privilegiados en sus filas) pudo resurgir tras la Segunda República por un hecho muy fácil de explicar: la República no se atrevió a romper con el viejo régimen. Si lo hubiera hecho, la dictadura militar posterior no habría podido reconstruirlo. La Segunda República, en su fundación, tuvo entre los dedos la posibilidad de ser un Estado federal. Todos los republicanos sin excepción (incluso los radicales de derechas de Lerroux) eran federalistas cuando la monarquía se mantuvo en pie, incluso proclamaron su voluntad de construir una España federal. En las Cortes Constituyentes de 1931 se debatió, primero de todo, el nombre y la composición orgánica de la República. Tras una mayoría de enmiendas y declaraciones cruzadas, solo los socialistas, Azaña y la extrema derecha se mostraban partidarios de la “República unitaria”. ¿Pero qué es la República unitaria sino la vieja monarquía, con su misma burocracia, centralismo y fundamentos? Pese a que la mayoría de mostraba a favor de una República Federal, Niceto Alcalá-Zamora, presidente del Gobierno provisional, maniobró para evitar que se votara cuando la opción federalista la tenía todas consigo. ¿Resultado? Una República unitaria con el consiguiente “problema catalán” que, como tras el fallido Estatut que en 2006 con el PP, vio como sus posturas separatistas aumentaban tras ver que el Estado no resolvía en favor de las nacionalidades históricas. Esa maniobra de Alcalá-Zamora recuerda también a la de Adolfo Suárez en la transición evitando el voto (esta vez en las urnas) entre monarquía o república. Tampoco se afrontó entonces el problema del ejército. Sin entrar demasiado en esta cuestión, Azaña sólo acometió reformas superficiales acabando con el desproporcionado número de oficiales, pero los altos cargos eran los mismos de siempre. Altos cargos que impedían que a esos puestos llegaran personas del pueblo como sí lograron ingleses o rusos, creando ejércitos nuevos que rompían con los ejércitos anteriores que no representaban más que los intereses del antiguo régimen. ¿Alguien piensa que el ejército español ahora es en su composición muy distinto al absolutista del XIX o al franquista? La Segunda república pudo romper también con ello.
La Segunda República no torció el brazo a la unidad de España. Si la monarquía era centralista, burocrática y absorbente, la República debía ser todo lo contrario, casi de por antítesis natural. El viejo régimen se mantuvo oculto en las estructuras de la Segunda República y facilitó luego que el golpe militar restituyera lo viejo que nunca terminó de morir. Si las autonomías y los municipios (de gran valor revolucionario en algunos momentos de nuestra historia) hubieran obtenido más poder, habrían cavado mejores trincheras políticas. Con más capacidad de decisión, más democracia y mejores armados ideológicamente para salvaguardar la democracia y las ideas más progresistas que poco a poco se abrían paso. Pero no fue así, el republicanismo cobarde y los socialistas moderados impidieron que España hiciera lo que por necesidad histórica ha de hacer: romperse con una revolución para poder evolucionar. El ejemplo de las comunas en la revolución francesa, los soviets en la revolución rusa e incluso las Juntas revolucionarias del siglo XIX eran el camino que abría un nuevo trazado en la historia de España. La explosión cantonal de la Primera República fue también una luz que no supieron ver.
En Cataluña, Esquerra aceptó un acuerdo que le otorgaba a su tierra más poderes que al resto. Esta suerte de “soborno” quitó al principal partido de la pequeña burguesía del camino, ansiosa de romper con España y su estructura monárquica. De nuevo, ¿no les recuerda esto a nada?
¿Y ahora qué?
Igual que los republicanos que se decían progresistas no quisieron romper con la unidad de España, la izquierda española de ahora (única que reivindica el periodo de la Segunda República) niega de nuevo la mayor. Como le pasaba a los republicanos entonces, cuando la Monarquía gobernaba se decían federalistas, pero cuando tocaban poder se volvían en favor de la unidad. Ahora Podemos, integrado en el gobierno con el PSOE, deja de defender las ideas plurinacionales que con tanto ahínco defendía en su primera etapa fuera del gobierno para defender el statu quo de la mano del PSOE y lo que queda de IU y el PCE. Este comportamiento centralista es el verdadero candado del régimen del 78, heredero del franquismo que a su vez bebe de la monarquía absolutista porque sus interesados son los mismos: una clase social compuesta de grandes propietarios de capitales y tierras y las grandes familias con multitud de apellidos que aún conservan privilegios y reminiscencias de un tiempo pasado que para ellas fue mejor. Este candado del régimen -la disputa territorial- no puede ser entonces una cuestión de segunda para armar la ofensiva política de la izquierda la hora de atacar al sistema y buscar sus grietas. No es “república”, lo que debemos demandar, sino su plural “repúblicas”. Se trata de apoyar los procesos nacionales y soberanistas que piden más poder, más autonomía, porque en esencia acercan la democracia a los espacios donde se da la vida y rompen las costuras de un régimen que tiene en la burocracia de Madrid su mejor defensa. Y defender a los municipios, esa horda de pequeñas aldeas galas que en otros momentos representaron espacios de lucha, poder y toma de decisiones.
La potencialidad de las luchas de las nacionalidades periféricas está encima de la mesa. Dotarlas de programa político rupturista con el sistema capitalista, de propuestas económicas que ataquen a los bolsillos más llenos y garanticen servicios públicos y reparto de las rentas, y de una fuerte politización feminista en esta nueva ola que las mujeres han inaugurado en estos últimos años es de vital importancia.
Sin romper las cadenas del régimen que salen desde Madrid y llegan a todos los rincones será imposible tumbar esta Constitución herencia directa del franquismo
Las viejas izquierdas del PCE e IU que tanto han contaminado a Podemos no pueden seguir dirigiendo el curso de las izquierdas. El espacio del cambio está ya absolutamente integrado al régimen. De ellos sólo queda esperar, si acaso, una gestión algo más generosa de las cosas sin que toquen ni un ápice a los mimbres del poder político y económico de nuestro país. Superar esto precisa de una nueva ola social en defensa de una mejor vida para las clases populares, donde el feminismo siga siendo punta de lanza y el ecosocialismo se incorpore por fin a las demandas. Pero esta nueva ola social deberá tener en cuenta la cuestión territorial de una vez por todas. Sin romper las cadenas del régimen que salen desde Madrid y llegan a todos los rincones será imposible tumbar esta Constitución herencia directa del franquismo. Sin deslocalizar la lucha política no podremos atacar a las particularidades con las que el capitalismo nos asola en cada territorio. Sólo desde ahí, desde la base y creciendo hacia arriba, podrá nacer una unión verdadera entre los pueblos que sea solidaria entre sí, que (evidentemente) no se dedique a construir murallas sino a generar nuevos espacios democráticos que politicen desde nuestros barrios hasta los países y estados. Las izquierdas deben luchar por su soberanía no como seña de distinción con los problemas vecinos (que, en esencia, son los mismos: los del capital) sino más bien articular esta lucha contra los problemas generales de nuestras opresiones particulares. Si estas opresiones se nos son negadas (como hace ahora la izquierda institucional desde Madrid) nunca nos podremos librar de ellas. Reconocerlas es el primer paso.
Fuente → elsaltodiario.com
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