La carretera invisible


La carretera invisible
Raúl Quinto

Esta intensa serie de Raúl Quinto (Cartagena, 1978) pertenece a La lengua rota (La Bella Varsovia, 2019) y nos presenta una poesía manchada por la sangre de las víctimas de la desigualdad y de la opresión. Con gran tensión y emoción y tintes épicos, habla del bombardeo fascista de la carretera Málaga-Almería en 1937 sobre los miles de personas que huían de la ciudad ante el avance de los golpistas.

Aunque posee un registro más narrativo, el autor emplea una dicción áspera, un estilo seco de versos encabalgados y oraciones breves, de sintagmas nominales, que moviliza espacios desnudos. Quinto plasma una descripción de escenarios abandonados en su mayor parte, inmóviles, que revelan, de manera conceptual, la forma sumisa de estar en un mundo excluyente. El autor recoge una práctica de imposición continua que genera exclusión, que incide en una separación. Los poemas muestran las acciones de unos (con poder) sobre otros.

Además, los referentes no se pueden adscribir a un entorno vivo, sino que parecen desvinculados de un contexto, como si fueran parte de un decorado o de una instalación de arte. O de una obra posapocalíptica, en la que se resalta la desolación. Abundan las oraciones en infinitivo o en gerundio; en formas no personales que refuerzan la despersonalización de los poemas. Con ello construye una atmósfera fría singular, que avanza en la que ha ido armando en otros poemarios anteriores. De hecho, se podría hablar de un ambiente fantasmagórico, porque espectral es también el capitalismo financiero; porque invisibles son las redes de dominación; porque irreal nos parece el entorno digital donde sucede una vida virtual.

Se trata este de un ejercicio de memoria, de recuperación frente a la dinámica de silenciamiento y olvido como mecanismo del Poder. Quinto escribe desde la pesadilla y equilibrándose en lo conceptual. Ese es su gran acierto; otro modo de formular y poner en acción la denuncia.

Alberto García-Teresa

MÁLAGA-ALMERÍA

Camina varios metros cogido de la mano amputada de su madre hasta desplomar su pequeño cuerpo roto sobre la diagonal de la carretera.

Escribo “amputada” y escribo “roto” porque escribir es estar lejos. Tengo los dedos manchados de cielo y la piel escrita sobre los huesos: dice

como un salmo. Dice como luz.

El horizonte es un agujero.

Hay un incendio devastando la ciudad pero las llamas rodean geométricas una sola casa. En la casa hay una llave que abre una caja y en la caja ya no hay nada. El horizonte es una cerradura. Largas llamas que bailan en arabesco. Largas llamas lamiendo las aldabas como la lengua de un carnero. Un agujero. Como los ojos.

El horizonte es la línea por la que camino.

Con los dedos manchados de cielo.

Él cogía la mano de su madre porque así nada malo podría pasarle. Su amuleto tras tres días caminando entre el azul roto y el ocre bastardo de la carretera. Habían visto la cabeza de una medusa brotar del pecho rojo de la tierra. Habían visto llover la ceniza de los cuerpos de ceniza. El color negro del maná. Los zapatos vacíos en mitad del camino. Todo eso habían visto,

pero la mano de su madre,

pero la mano de su madre siempre.

Escribo porque estoy lejos.

Porque la mano de su madre es el horizonte.

Digo: esta es la estirpe del esparto mecida por la brisa del Mediterráneo, derramada como un verso de polvo sobre el alféizar. El horizonte es también un ahogado al final del mar. Mira este otro sol partiendo la tierra frente a sus pasos. Mira el agujero. Desde el cielo solo es una sombra que avanza. Mira el arabesco de las llamas. Mira el sonido. Como un salmo. El horizonte es la línea del corazón de su mano izquierda. Ahí dice patria. Cicatriz. Canción cosida por insectos. Sus algas. Sus largas llamas.

La lengua del carnero lamiendo la cuenca vacía de una calavera oculta entre la jara.

Su boca que dice no.

Él cogía la mano de su madre sin madre porque su madre era un agujero. Anduvo varios metros y se deshizo como un copo de sombra contra la gravilla. El horizonte es este poema que no dice nada. Tan lejos. Desnudo.

En tus manos.

Cimbra de huesos viejos.

Tachados. Tiritando bajo tierra.

**

Málaga-Almería

El relato así. El significado. También lo que somos. Aquí

en la carretera sin nadie.

Aquí, conduciendo hacia la prisa de ninguna parte,

sobre la autovía que ocupa el lugar

del agujero.

Podría decir: hay ojos que no están pero te ven.

Podría decir: la carretera invisible te ve.

Describirlo. Desescribirlo. Un relato agujero, cayendo hacia dentro de sí mismo.

Decir: el movimiento de un cuerpo bajando la escalera, su ciclo en espiral disolviendo sus fragmentos a lo largo de su huella en el aire. Repitiéndose no visible. Rasgando la cortina, aquí y ahora. Podría decir: la fuga traza una línea oscura paralela a la costa, difuminada con el pulgar sobre el papel verjurado. También un cielo acrílico y plano flotando contra un mar azul fuego. Y pañuelos negros sobre la cabeza para protegerse del sol amarillo, y acantilados rompiendo en diagonales pardas la pureza insolente del color. Un orden abstracto. También en las pupilas y su geometría variable.

Depende de la luz y del miedo. Así también crece o mengua la luna

ensuciando el cielo. Depende de lo invisible.

Los ojos trazan su propia noche polar. Su propia noche agujero

difuminada sobre el papel blanco. Su propio relato para nadie. Decir: hay un eclipse. Un agujero en el centro del sol por el que caen las cosas rotas, una música. Podría decir: baila esto. Píntalo. Masas de color y cortinas rasgadas

dentro del agujero.

Podría decir que hay ojos que no están pero te ven.

Podría decir que la carretera invisible te ve.

Que tras la cortina rasgada no hay nada salvo aquello que muestran sus jirones. La canción de lo roto cosiendo algo. Podría decir: la línea nebulosa, el trazo bruma de polvo, lo borroso, avanzando hacia el este. Tachando el paisaje. Decir: la negra claridad solo viene del cielo y enuncia lo invisible, lo ensucia, lo abre en canal como a un animal sagrado. Pinta eso, podría decir.

Dejaron sus casas abiertas y se convirtieron en umbral. Dejaron sus cosas apenas y apenas cargaron con un hatillo lleno de arena de playa. Y el asedio como una piel nueva. Y el polvo como una ley antigua, geométrica y cansada. Y el miedo, al cabo, como un eclipse en el iris y una espiral girando en el paladar.

Ese azul. Esa luz crujiendo.

El movimiento de los cuerpos bajando la escalera de su propio asedio. El trazo difuminado con el pulgar sobre el papel verjurado. Hacia adelante,

siempre hacia adelante,

hacia el lugar donde nace el sol. Del cielo y del mar viene la noche como un pájaro azul de fuego. De sus casas viene un viento lento como una canción de cuna dormida bajo la lengua. Bailemos eso. Hacia adelante, siempre. La carretera es una fosa común y hay que avanzar

entre los muertos

sobre los muertos

desde los muertos

avanzar contra la muerte

porque la muerte

y a pesar de la muerte

y siempre hacia adelante, por si la vida. Hacia el lugar donde nace el sol. Apenas. Acaso. Para arder allí. Baila eso. Pinta eso con tus manos, con tu saliva, con tu semen, tus heces, pinta eso con tu alimento y con tu sombra, con cristales rotos y fragmentos de arpillera, con ojos de muñeca y catálogos de muebles de oficina. Pinta eso bailando. Podría decir: la nitidez de los huesos. Los breves árboles jalonando el camino como esqueletos blandos de sepia, transparentes y ardiendo. Pinta tus manos en negativo sobre la roca, toma posesión del mundo. Aquí y ahora. Pinta los animales salvajes bailando alrededor del chamán con la cabeza de pájaro. Pinta los cazadores rodeando la presa, esquemáticos y armados. Rodeándote a ti. Apuntándote a ti con sus arcos. Pinta la boca de los peces en los muros de la casa abandonada frente al mar, las flores y las constelaciones en las vidrieras de la catedral sumergida. Nada hacia dentro del agujero. Hacia aquí, al otro lado del asfalto,

donde ya no hay nada.

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Fuente → vientosur.info

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